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¿Qué quiero? A alguien que esté seguro de que quiere estar conmigo

Uno de los factores que mejor sintetiza qué contribuye al logro de una parejas saludable, estable y feliz es la seguridad. La seguridad es la base de cualquier tipo de relación. Una persona que siente seguridad en su relación se entrega por completo al amor. Porque es la que produce confianza, y confianza es lo que todos buscamos en la relación más íntima que puede existir entre dos personas: el amor de pareja.

 
 

Seguridad

 

La seguridad no se trata de estar con la persona perfecta; de hecho, eso no existe. Se trata de hacer perfecta la relación en la búsqueda de acuerdos y soluciones, y en la construcción continua de amor, romance y respeto. Se trata de cambiar el interrogante: “¿Funcionará?” por el propósito: “Hagamos que funcione”. Se trata de que, a pesar de atravesar dificultades —lógicas y necesarias en cualquier relación que crece en amor y en madurez— no huyamos ni abanemos.

 

Por el contrario, la seguridad nos lleva a aceptar los retos que implican congeniar, entender, aceptar, ceder, valorar y luchar para no perder el amor. Ese amor que un día viste en sus ojos como reflejo de los tuyos. Por eso, se trata también de saber que no todo será color de rosa, que no todo serán risas. Las mariposas de nuestros estómagos un día dejarán de aletear, el enamoramiento caducará… Pero lo que permanecerá será la decisión firme de amar.

 

Probablemente todavía quede mucho por aprender del amor, pero, si tienen la seguridad, lo querrán aprender juntos; y todo lo que tengan para corregir —que es posible que sea mucho— lo querrán cambiar, por el “nosotros”. Gracias a la seguridad, buscarán incansablemente desarrollar su mejor versión; pero no la mejor del singular, sino la del equipo de a dos que están formando.

 

Si va a ser así, no te quedes

 

Si va a estar pensando que en cualquier momento va a encontrar algo mejor que vos.

 

Si va a estar coqueteando con otras personas.

 

Si va a ignorar tus sentimientos.

 

Si va a ocultar, archivar o borrar conversaciones.

 

Si va a aceptar invitaciones de personas que sabe que tienen interés de romance en él/ella.

 

Si va a ignorarte el público o no te va a hacer parte de sus decisiones.

 

Si va a hacerle sentir a otra persona que tiene oportunidad.

 

Si va a estar comentando o reaccionando a contenido sensual de otra persona.

 

Si no te va a presumir.

 

Si no te va a dar exclusividad en tanto acciones de romance…

 

Entonces, no te quedes ahí.

 
 

La sabiduría de decir “NO”.

 

Es vital que aprendas a decir “no” sin sentirte culpable o egoísta. Tenés un valor que se mide por la aceptación o resignación, o por la valentía de atreverte a poner un límite y obsequiarte vos mismo la seguridad que la otra persona te está negando.

 

Decir “no” en estas circunstancias reducirá el daño y te quitará de encima aquello que te perturba y te roba la paz. No le tengas miedo al “no”: simplemente estás priorizando tu vida y lo que estás sintiendo en un momento determinado. Las personas siempre van a estar desafiando tus límites, y llegan hasta donde uno se los permite. Decí “no” cuando te tengan en la incertidumbre, cuando seas un “mientras tanto”, cuando no te valoren…

 

Entendé que no sos una opción más: sos un privilegio, y a quien no lo valore, mejor perdelo. Porque vas a estar ganando. Si no podés decir “no” por miedo a perder al otro, es que ya te perdiste a vos mismo hace rato.

 

Amor seguro

 

La seguridad afectiva es una construcción mutua, en la que dos partes trabajan para poner límites, no ser invasivos y expresar las necesidades con claridad, tanto de manera implícita como de manera explícita. Deben ser transparentes en su comunicación, y consecuentes con lo que dicen y lo que hacen. Deben aprender que las promesas se cumplen, y sobre todo, respetarse mutuamente pública e íntimamente.

 

El verdadero respeto es el que le otorgas a alguien aun en lo secreto. Una relación puede durar días, meses, años o hasta la muerte…, pero independientemente del tiempo medido que sea que estén en esa relación, esos momentos deben ser disfrutables y memorables. Deben partir de la certeza de estar construyendo en un lugar con la escritura a su nombre; pues edificar en un lugar de alquiler es ganancia sólo para el propietario.

 

Pero un buen amor es un amor seguro. Un buen amor hace que sus brazos se conviertan en el mayor lugar de refugio que puedas encontrar.

 

* * *

 

En una relación no buscamos un castillo, un caballo blanco y un príncipe o una princesa. Buscamos y necesitamos la seguridad de que la otra persona quiere, por sobre todas las cosas, una relación verdadera con nosotros.

 

Cuando no sentimos seguridad, surge lo opuesto, es decir, la desconfianza, esa dificultad para depositar nuestro lado más vulnerable sin temor, ese terror de desnudar el corazón y de que el otro lo esté desnudando en un alma que no es la tuya. No importa lo que haya que atravesar: importa que el otro esté seguro de que quiere estar ahí.

¿Mis principios o mi pareja?

Aristóteles, un filósofo de la antigüedad, distinguía entre lo sustancial y lo accidental o, para decirlo en palabras más simples, lo esencial y lo accesorio. Lo esencial es algo que no puedo cambiar sin que la cosa deje de ser lo que es. Por ejemplo, al quemar un papel, este deja de ser papel y pasa a ser ceniza. Lo accesorio, en cambio, puede modificarse sin que algo deje de ser lo que es. Por ejemplo, si doblo un papel haciendo un avión, cambió la figura del papel, pero el papel sigue siendo tal.

 

Esta distinción puede aplicarse también a una relación. Mis principios son esos valores que están en el origen de todas mis acciones. Se trata de las normas fúndanles o los criterios rectores que están llamados a orientar todos mis actos. Cambiarlos, en cierto sentido, hace que deje de ser quien soy.

 

Lo esencial y lo accesorio

 

Cada persona es un mundo, y el inicio de una relación hace que esos mundos colisionen. Es muy difícil que en esa colisión haya un encaje perfecto. Generalmente, hay cosas en las que cada uno tiene que ceder para darle su lugar al otro. Y en ese “ceder”, hay que distinguir entre lo esencial y lo accesorio.

 

En lo accesorio se puede no coincidir, y en ese terreno se plantea la “negociación”. En cambio, en lo esencial, si no hay coincidencia, lo mejor es no avanzar. Si se decide avanzar, tarde o temprano habrá problemas, y uno se verá en la disyuntiva de tener que renunciar a sus principios o a su pareja. Por eso, lo más saludable en estos casos es cortar la relación en sus inicios. Más tarde, habiéndose establecido un vínculo más fuerte, la separación puede ser más difícil.

 

Un ejemplo de algo accesorio es que mi pareja comparta mi equipo de fútbol o mi profesión. Puede ser muy imprtante para uno, pero no es algo que, a la larga, defina la relación. En cambio, algo esencial es que la otra persona comparta mi religión, o que al menos esté dispuesta a vivir según los valores que se desprenden de ella. Es el caso, por ejemplo, de la vivencia de la castidad. Si no hay un acuerdo en esto, la relación se hará insostenible.

 

Dicho esto, hay 3 ideas que me parece importante plantear:

 

1. Conócete a ti mismo

 

Lo primero es que hay que hacer es conocerse uno mismo. Y, conociéndose, poder distinguir con claridad aquello que es esencial y aquello que es accesorio. Lo accesorio, puedo negociarlo. En cambio, lo esencial, no lo puedo negociar. Y esto, a dos niveles.

 

El primer nivel consiste en aquello que uno está dispuesto a cambiar —o no— en uno mismo. Por ejemplo, algo esencial para uno puede ser el hecho de querer casarse y tener una familia. Otra cosa esencial puede ser la vivencia de la castidad. Son cosas en las que uno no está dispuesto a ceder. Por lo tanto, si no hay compatibilidad en estos temas, no tiene sentido plantearse una posible relación.

 

El segundo nivel consiste en aquello que uno espera encontrar en otra persona. Respecto de estas expectativas, también es importante distinguir lo esencial de lo accesorio, pues no existe “el candidato perfecto”. Por ejemplo, que la otra persona vaya al gimnasio y tenga un cuerpo escultural, a fin de cuentas, es algo accesorio. En cambio, que comparta mi religión, tal vez pueda ser para uno algo esencial.

 

2. Tus valores no los asumes hasta que no los pones a prueba

 

La arcilla es el polvo del cual se hace la pasta para hacer figuras o vasos. Una vez mojada, se hace barro y es maleable; y modelada, la arcilla debe secarse. Sin embargo, aun seca, sigue siendo frágil. Por eso, la figura modelada debe cocinarse a más de 600 ºC para que la arcilla se convierta en cerámica, adquiriendo así una mayor dureza y solidez. Algo similar ocurre con los valores.

 

Los valores no se asumen en teoría. Para que estos sean realmente “mis valores”, deben ser puestos a prueba. Por ejemplo, alguien puede pensar: “nunca estaría con alguien que no practique mi religión”. Sin embargo, hasta que uno no conoce a alguien que no es creyente y experimenta una gran atracción, no verá cuán enraizando está realmente en uno dicho valor.

Un ejemplo interesante es la virtud de la castidad. Es fácil querer vivir la castidad en pareja cuando aun no se tiene pareja. La importancia que la castidad realmente tiene para uno se ve cuando uno está en pareja con una persona que quiere y además le resulta tremendamente atractiva, y esta persona le dice: ven esta noche a mi casa a ver una película que mis papás no van a estar. Es ahí donde se ve cuán importante para uno es la castidad.

 

En conclusión, esos valores que se consideran esenciales, no se terminan de asumir hasta que no se ponen a prueba.

 

3. Si no vives como piensas, vas a terminar pensando como vives

 

El ser humano es una unidad, y la inteligencia y la voluntad —que se ponen en juego en la vida moral—, tienden también a alinearse. Mediante la inteligencia se identifican los valores que se consideran esenciales. Mediante la voluntad, uno elije actuar conforme a dichos valores.

 

Lo normal es que las acciones respondan a los valores que uno tiene. Es decir, uno está llamado a actuar según aquello que cree que es lo mejor. Sin embargo, cuando esto no ocurre, lo natural es que uno “justifique” esos comportamientos que contradicen los valores que uno tiene, al punto de incluso llegar a cambiar dichos valores.

 

Volviendo al tema de la castidad, uno puede empezar una relación considerando que es importante vivirla. Sin embargo, una vez abandonada su práctica, uno tratará de justificarse con frases como: “nos vamos a casar”, “todo el mundo lo hace”, “ya tenemos tiempo juntos”, “nos amamos”, etcétera. Al final, uno se trata de convencer de que eso que hace es lo mejor.

 

Hay en el ser humano la necesidad de mantener esa unidad entre lo que se piensa y lo que se hace. Por eso, si uno no actúa como piensa, va a terminar pensando cómo actúa.

 

***

 

La etapa en la que uno empieza a conocer a alguien es clave. Sin embargo, pasar tiempo con la otra persona no garantiza que uno la conozca. Actividades como ir al cine o ir a bailar, si bien son buenas, no permiten que uno tenga conversaciones profundas. Por eso, es importante que en esa primera etapa de conocimiento uno tenga salidas que permitan hablar y plantear los temas importantes. Sólo de esta manera se verá si es posible construir una relación sobre bases sólidas.

 

El autor es el director de Ama Fuerte. Puedes contactarlo a través de sus cuenta de Instagram: @daniel.torrec.

Estar enamorado es bueno, pero no es lo mejor

Estar enamorado y amar no son lo mismo. Aunque el mundo actual, los libros, las novelas, las series y las redes sociales nos hayan hecho creer que es así, la realidad es que están muy equivocados.

 

Confundir estar enamorado con amor es un terrible error, que trae consigo consecuencias nefastas. Sobre todo, cuando son muchos los jóvenes que creen firmemente en esta idea y que basan sus relaciones afectivas en ella.

 
 

El sentimiento

 

Veamos lo que dice C.S. Lewis, en su obra Mero cristianismo, de 1952 (Libro III: “El comportamiento cristiano”).

 

Lo que se llama “estar enamorado” es un estado glorioso y, en varios aspectos, bueno para todos nosotros. Nos ayuda ser generosos y valientes, nos abre los ojos no solo a la belleza del ser amado, sino a la belleza toda, y subordina nuestra sexualidad meramente animal.

 

Sin embargo, estar enamorado es un sentimiento, un sentimiento noble, pero no deja de ser un sentimiento. Y no se puede pretender que ningún sentimiento perdure en toda su intensidad…, ni siquiera que perdure.

 

El conocimiento puede perdurar, los principios pueden perdurar, los hábitos pueden perdurar. Pero los sentimientos vienen y van. Y, de hecho, el sentimiento de “estar enamorado” no suele durar.»

 

El amor

Lewis, en la misma obra, continúa:

 

«El amor, en cambio, no es meramente un sentimiento: es donación, una profunda unidad mantenida por la voluntad y deliberadamente reforzada por el hábito, y más reforzada aún—en el matrimonio— por la gracia que ambos cónyuges piden y reciben de Dios. Ellos pueden sentir este amor el uno por el otro incluso en los momentos en que no se gustan.»

 

Es un misterio y un proyecto, un proyecto en el cual dos voluntades se dan un sí y se repiten día a día ese sí. Así se forma una reciprocidad basada en la virtud, el servicio y la entrega. Se establece una vida en común, y eso es algo difícil de mantener con el mero sentimiento. ¡Se necesita una respuesta! Una respuesta que sólo el amor puede dar.

 

La realidad

 

Ahora que se aclaró esto, es necesario precisar que dejar de “estar enamorados” no necesariamente implica dejar de amar. Usar ambos términos en los contextos adecuados hace que podamos entender las distintas etapas que comprenden el amor humano.

 

Lewis afirma:

 

Efectivamente, el “estar enamorados” y el amor son igual de importantes. “Estar enamorados” los llevó primero a prometerse fidelidad; este amor más tranquilo les permite guardar esa promesa. Es a base de este amor como funciona el matrimonio: estar enamorados fue la ignición que lo puso en marcha.

 

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Primero probaremos si funciona…

Esta es una de las frases que más escuchamos hoy en día entre jóvenes enamorados. Entendemos que el miedo puede paralizarnos un poco, cada día convivimos o experimentamos rompimientos amorosos cercanos, familias rotas y hogares destrozados, así que tener miedo es lo más natural.

 

¡Prueba un pastel no a una persona!

 

Tengamos cuidado, el miedo es algo que nos mantiene alerta y es muy bueno si sabemos utilizarlo correctamente, pero si nos dejamos llevar por él, puede ir en nuestra contra.

 

Todos tenemos miedo al tomar decisiones que implican un cambio para nuestra vida, lo sentimos al renunciar a un trabajo, al decidir que carrera universitaria estudiar, al mudarnos de país, al casarnos; pero si dejamos que el miedo decida por nosotros nos estancamos. Permaneceremos en ese trabajo que no nos gusta, no decidiremos qué estudiar o nos iremos por lo más fácil sin que sea nuestra pasión, nos quedaremos con el sueño de irnos a otro país o no decidiremos casarnos nunca.

 

Es diferente vivir con miedo a dejar que el miedo viva en nosotros, ¿tú que prefieres?

 

¿Y si…?

 

El miedo es distinto a la duda. Al ir contra el miedo experimentas paz y certeza, en cambio, con la duda sientes que algo está mal.

 

Cuando decidimos “probar si funciona” con una persona, existe duda. ¿Y si no funciona? ¿y si no es la persona para mí? ¿y si nos va mal juntos? Hay algo en tu interior que no te deja en paz, tal vez no es la persona con la que realmente anhelas estar, tal vez hay cosas que has visto y no quieres aceptar.

 

Cuando te comprometes con una persona por supuesto que hay miedo, pero el antídoto contra el miedo es el amor, el amor nos hace capaces de soltar ese miedo profundo que tenemos a comprometernos y nos ayuda a decidir por esa persona, no a “probarla”, sino a elegirla sobre todas las demás.

 

Aquí te dejamos algunos consejos que pueden ayudarte con este tema:

 

#1 Tómate el tiempo para conocer a tu pareja.

 

No se trata de aventarse, el noviazgo es el tiempo para conocerse a profundidad y reconocer si es con esa persona con la que queremos compartir nuestra vida, porque recuerda que vida solo hay una, así que hay que elegir muy bien con quién queremos disfrutarla.

 

#2 Reconoce si lo que sientes es miedo o duda.

 

Solo interiorizando y conociéndote en profundidad podrás resolverlo, tu eres el único que tiene la respuesta a esto. Si necesitas apoyo de un terapeuta que te guíe, pídela.

 

#3 Si es miedo, enfréntalo.

 

La manera de enfrentar el miedo es reconociéndolo y sobre todo reconociendo de dónde viene, qué heridas nos hacen tener tanto miedo al compromiso, puede ser el abandono de uno de mis padres, puede ser una mala experiencia amorosa pasada, etc.

Si reconoces de dónde deriva ese miedo será más fácil tomar la mejor decisión.

 

#4 Si es duda, pregúntate: ¿Por qué estoy dudando?

 

Puede ser que esperas un amor diferente, que sueñas con una persona distinta a la que tienes al lado. Es muy importante escuchar tus dudas porque ellas te ayudarán a discernir si quieres realmente estar o no estar con esa persona. Si existe duda, cuestiónatelas y no las dejes pasar, puede ser que te arrepientas por el resto de tu vida.

 

* * *

 

Recuerda que el amor es entregarse por completo, así que si quieres un amor verdadero y duradero debes apostar desde el principio por darlo todo.

 

Con cariño, Los Nandos.

Cuando nos enamoramos, ¿qué escuchamos en nuestra cabeza?

(Advertencia: Este artículo tiene spoilers para la película de 1996 The mirror has two faces.)

 

En el año 1996 se estrena la película The Mirror has two faces, traducida en castellano como El espejo tiene dos caras o El amor tiene dos caras. En su época, esta película logró varias nominaciones y premios, pero, ¿qué es lo que nos interesa de esta película hoy, casi 30 años después?

 

Nos interesa particularmente la pregunta con la que comienza la acción de esta historia: “¿Cómo pueden dos personas unirse y tener una relación de mutuo respeto y afecto duradero, en un mundo dirigido por agencias publicitarias que te están vendiendo sexo todo el tiempo?”

 
 

Primera Hipótesis: “Quitar el sexo de la relación equivale a tener una unión de almas”

 

El profesor de Matemáticas Gregory Larkin (Jeff Bridges), protagonista masculino de la cinta, está cansado de no encontrar el amor en sus relaciones. Por eso, decide buscar una en la cual el sexo no sea parte de la ecuación. Y la encuentra en Rose Morgan, una colega que enseña Literatura en la misma universidad.

 

Al principio, todo marcha bien, y crece lo que podríamos considerar una gran amistad y comunión de almas. Pueden hablar de todo y acompañarse mutuamente, ya que comparten intereses mutuos y tienen el mismo sentido del humor. Hasta aquí podríamos decir que la hipótesis de Gregory está resultando. Sin embargo, el afecto de Gregory por Rose y su necesidad de estar con ella aumentan con el correr del tiempo, y le propone matrimonio.

 

Segunda hipótesis: “No me puedo casar con alguien a quien jamás he besado”

 

Rose le plantea este problema, y por primera vez se besan. Él plantea que, de ser necesario, la opción del sexo puede volverse una posibilidad. Rose acepta, pensando que Gregory entendería que esta segunda hipótesis conllevaba un desarrollo en la dirección de aquella posibilidad.

 

Conforme va pasando el tiempo y la relación crece tanto como la naturalidad entre ellos, el deseo también aumenta. ¡En ambos! Y es claro: no hay nada más natural que el deseo de dos de ser uno, como bien señala San Juan de la Cruz en su poema Noche Oscura, que resume la esencia del matrimonio. Esto termina tirando por tierra la primera hipótesis de Gregory, y los lleva a confrontarse con esta realidad.

 

* * *

 

“Cuando nos enamoramos escuchamos a Puccini en nuestras cabezas”, afirma Rose en la película.

 

En la iglesia es común pensar como Gregory, ¿no es así? De hecho, también secularmente se cree que la Iglesia en su doctrina predica esto: una especie de versión platónica del amor, en la cual se saca al sexo de la ecuación.

 

Sin embargo, esa no es la idea, puesto que la ecuación así no funciona. Dios no nos creó asexuados, ¡sino que nos creó varón y mujer! Y fue un paso más allá, cuando incluyó el gozo y el placer mutuo en la unión de ambos, al volverse uno solo.

 

Pero hay algo respecto de lo cual Gregory sí acertó en su primera hipótesis: ese ser uno empieza en la comunión de las almas, y luego se consuma en el amor conyugal. En ese amor que dará sus frutos cuando uno y uno se conviertan en tres.

 

La cuestión es que el orden se ha de respetar, pues aquí el orden de los factores puede alterar el producto. Y ese producto debe ser la unión. Es por ello que la idea planteada, la nueva hipótesis, no es sacar el sexo de la ecuación y sacrificarlo en el altar de la unión. Por el contrario, el planteo es armar una relación en la que primero se unan las personas en sus almas, y luego crecer esa unión, en una espera hacia la unión de los cuerpos. Una espera que vaya en un crescendo, y culmine en el clímax del matrimonio. Como Dios manda: de la misma manera que la música que escuchan nuestros protagonistas al finalizar la película.

La mentira del “te amo, nunca cambies”

Tomémonos un tiempo para hacer silencio. Encontrémonos con nosotros mismos: ¿qué vemos en nuestro interior? En el fondo de nuestro corazón, hallaremos esa ominosa añoranza de lo divino de la que hablaba San Agustín, esa sed de algo más grande que nosotros mismos. Ese movimiento interior nos habla de una realidad: ¡estamos llamados a ser santos! Esto quiere decir que no podemos conformarnos con lo que somos, y transforma nuestra vida en un esforzado —pero gozoso— peregrinar hacia el Cielo.

 

Por todo esto, me parece importante que, si de verdad queremos al otro, no banalicemos ciertas frases, que pueden desorientarnos de este camino. Y creo que muchas veces nos equivocamos cuando, intentando decirle algo lindo al otro, lanzamos esta famosa frasecita: “¡Nunca cambies! ☺”. A la luz de estas reflexiones, ¿no sienten que eso es algo horrible para desearle a un ser amado?

 
 

Podemos ser mejores…

 

Desenmascarar la mentira del “nunca cambies” implica asumir este llamado a la santidad como algo cotidiano, personal y necesario. Queremos cambiar nosotros mismos, queremos ser mejores, del mismo modo que queremos que el otro también sea mejor. Desearle a nuestro ser amado que nunca cambie es opuesto a nuestra misma naturaleza, que nos demanda un crecimiento personal constante.

 

Atención: no hablo aquí de “crecimiento personal” en términos exitistas. No apunto a frases vacías que te lleven a “ser tu mejor versión” o a una actitud personal que logre que “el universo conspire a tu favor”. Estas falsas certezas te llevan a una superficial conformidad con vos mismo.

 

Por el contrario, te invito a abrazar un camino de verdadero cambio, un camino de conversión constante y cotidiana. La idea es que tanto vos como tu ser amado, buscando ser mejores, se permitan caerse todos los días del caballo, como San Pablo, para redescubrir que nuestra fuerza está en Cristo. Con esa fuerza, podrán andar este camino del cambio, que no es un cambio abstracto, por el gusto del cambio en sí, sino que consiste en algo muy concreto: en ser cada vez más virtuosos. ¿Se animan a emprenderlo juntos?

 

…sin dejar de ser nosotros mismos

 

Cambiar, ser mejor, ser más virtuosos, no significa perder la autenticidad o abandonar aquellas cosas que nos hacen ser quienes somos. Filosóficamente, lo más correcto acerca del cambio es afirmar que, justamente, que haya cosas que cambian quiere decir también que hay otras que permanecen. Nuestra esencia, las cosas innatas que nos ha dado Dios —como nuestro temperamento o nuestros talentos—, van a seguir allí, al igual que ese “algo” que nos hace únicos e irrepetibles —lo que la metafísica clásica llama “aliquid”—.

 

De hecho, ese es el material sobre el cual tenemos que trabajar para cambiar: esa es nuestra base sólida para emprender el camino del cambio. Por eso pienso que la primacía la tiene, ante todo, la realidad. No podemos cambiar, ni ayudar al otro en ese proceso, si primero no vemos la realidad.

 

Una de mis ocupaciones es corregir y editar textos —entre ellos, algunos de los que se leen aquí, en AmaFuerte.com—. Y una de las cosas que más me gusta de esta tarea es que, cuando termino de corregir un texto ajeno, es habitual que el autor me comente: “¡Ahora sí que dice lo que yo quería decir!”. Muchas veces, los errores de redacción o de estilo no nos permiten ver la luminosidad del sentido del texto; entonces, cuando los corregimos, esos errores desaparecen, y el texto brilla en todo su esplendor. Queda —me gusta pensarlo así— como siempre debió haber sido, es decir: ahora, cambiado, es más fiel a su esencia originaria.

 

Y pienso que es posible que a las personas nos pase algo parecido: cuanto más virtuosas somos, más nos parecemos a nuestra esencia. A esa esencia que, en definitiva, es la forma con la que Dios nos pensó desde el principio.

 

No irse al otro extremo

 

¡Ojo! Lo que acabo de exponer está lejos de proponer que no tengamos que aceptar al otro. Y digo “aceptar”, y no “tolerar” —en verdad, el que tolera se siente superior: este es un término que, disimuladamente, termina haciendo hincapié en los defectos del otro—. Por supuesto que tenemos que aceptar a la persona que amamos; de hecho, esa aceptación afectuosa, esa aceptación total, constituye una de las mejores expresiones de amor.

 

¡Y da mucha paz! Tanto como la da realizar ese otro paso importante, hacia adentro: aceptarnos a nosotros mismos. La aceptación consiste en comprender, desde la caridad, las virtudes y los defectos. Cuando aceptamos, no idealizamos ni demonizamos: vemos la realidad tal cual es, agradecemos su existencia, y nos comprometemos a poner manos a la obra para que esa realidad —sea la propia, o la de nuestra pareja— mejore.

 

* * *

 

¿Volverías a decir una frase como “¡Nunca cambies!”? Creo que ha quedado claro que no es lo mejor que podés desearle a una persona amada, ¡sino todo lo contrario! Te propongo que, a partir de ahora, en vez de invitar al otro a permanecer siempre igual, con esa frase que es un latiguillo, te permitas desearle de corazón algo como esto: “Que mejores a cada paso, que seas cada día más virtuoso, que alcances la santidad”.

 

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¿Vivir según la razón o la emoción?

El corazón humano

 

Cuando hablamos sobre el corazón humano no nos referimos a aquel centro de puro emotivismo reactivo del que emergen todas nuestras emociones, como algunas veces suele pensarse. Se trata de la realidad más profunda y compleja del hombre. El lugar en el que razón y emoción son capaces de encontrarse e incluso comprenderse. No obstante, en más de una ocasión el hombre encuentra un “versus” en su interior que lo lleva a experimentar dos fuerzas, a veces opuestas, que pueden llegar a cuestionarlo. ¿Se debe vivir según la razón o la emoción?

 

La tiranía de la razón

 

Cuando una persona es excesivamente racional y elimina las emociones de su vida por considerarlas débiles, inestables o poco confiables, corre el riesgo de caer en el mundo tiránico de la razón. Bajo este influjo, el individuo tiene la necesidad de pensarlo, re-pensarlo y ordenarlo todo, poniéndose a sí mismo como el único punto de referencia. Pensar tanto puede llegar a ser agotador, pues terminamos girando en un espiral sin fin que nos deja sumidos en nosotros mismos. Creer saberlo todo nos cierra las puertas hacia el encuentro.

 

La montaña rusa de las emociones

 

Por el contrario, ser excesivamente emocional puede generar que la persona se lance hacia el mundo y hacia los otros sin ningún orden, meta o razón de ser, siguiendo el vano deseo del sentir por el sentir. También podría tener una necesidad imperiosa de manifestar su emotividad, recibirla e incluso exigirla de los demás, moviéndose en el plano de lo pasajero y lo cambiante, propio de la emoción.

 

La verdadera integración

 

La solución ante este dilema consiste en apuntar hacia la verdadera madurez personal, la cual se consigue cuando encontramos la manera de integrar ambas dimensiones. Emoción y razón deben ir de la mano para no guiar al hombre por caminos distintos u opuestos y terminar por fragmentarlo. Como seres humanos, es cierto que necesitamos ser capaces de pensar constantemente y comprender lo que nos sucede, tener orden en el pensamiento, responder al por qué de las cosas y cuestionarnos, pero también necesitamos permitirnos sentir, humanizarnos día a día, conmovernos, fiarnos de los demás, etc. Solo cuando aprendamos a integrar y no a enfrentar la razón y la emoción, sentiremos que actuamos en sintonía y con entereza, sin que una fuerza interior nos domine o nos arrastre.

Necesidad de sentirse querido

Pasa muchas veces. Hay alguien que está pasando un mal momento en su relación, y el comentario es frecuentemente el mismo: “Es que… no me siento querido” o “no me siento querida”, o “siento que no me quiere”, o “no me quiere como antes”. ¿Qué está pasando? ¿Por qué se llega a esta situación? ¿Tiene remedio?

 

“No me siento querido”

 

La forma de expresarlo puede ser diferente, pero el fondo es el mismo. A veces parece una verdad objetiva: “ya no me quiere igual”, o “ya no le quiero igual”. Otras veces, tratan de darle un sentido más personal, más subjetivo: “ya no siento lo mismo”, “no siento que me quiera lo mismo” o “ya no sé si nos queremos”.

 

En cualquiera de los casos, a sensación es esa: una decepción ante un amor que ya no se siente igual que antes. Es como si ya no quedara llama en el fuego. Como si estuviera apagado.

 

El amor sigue ahí

 

Lo curioso es que, cuando se intenta adentrar un poco más en la relación, sí existen esa atracción, esa intimidad, ese compromiso… ¡Sí existe ese amor! Pero, de alguna manera, no consiguen verlo o demostrárselo el uno al otro.

 

El uno dice que quiere al otro, pero el otro no se siente querido. Y casi siempre se convierte en algo recíproco. Pero lo interesante es eso: se quieren. Se siguen queriendo. Quizás de manera diferente, o con intensidad distinta…, pero se siguen queriendo.

 

Si antes había un fuego ardiente que se veía claramente, ahora ya no se lo ve como antes. Pero, bajo los troncos ya consumidos, debajo de las cenizas, sigue habiendo un rescoldo incandescente, que solo hay que soplar y avivar para que vuelva arder.

 

Es el momento de no juzgar

 

Llegado este momento, es fácil juzgar y llegar a la conclusión precipitada de que se ha terminado el amor. Y darse por vencido. Pero, muchas veces, lo que se necesita es profundizar un poco más, y darse cuenta de que lo único que ha pasado es que las manifestaciones de amor no son las que el otro esperaba. Las que el otro necesita.

 

Y, como esas necesidades no se cubren, se llega a la conclusión de que se ha acabado el amor. Pero el amor sigue ahí.

 

Y también es momento de hablar

 

Es ahí cuando entra la comunicación. Es ahí cuando se torna necesario poder expresar lo que sentimos de forma sincera, pero cuidando mucho las palabras.

 

Porque las palabras son más importantes de lo que parece. Resultaría fácil decir las cosas tal y como las sientes, y recurrir a los reproches: “nunca me escuchas”, “siempre ignoras lo que digo”, “nunca me haces caso”, “nunca te preocupas de lo que me preocupa”… Pero los reproches matan el amor y distancian más que unen. Así que tendrás que evitarlos.

 

La fórmula mágica

 

Si quieres conseguir sentirte más querido, solo tienes que decirle al otro qué necesitas. Huye de los reproches y céntrate en lo que necesitas. No juzgues al otro. Sólo di cómo te sientes y qué necesitas.

 

La mejor forma de decir las cosas es partir desde el cariño y decir cómo te sientes, sin juzgar: “yo me siento X cuando tú Y. Y yo siento la necesidad de…” Así, por ejemplo, un “no me quieres, porque nunca me das un beso cuando llegas a casa” podría cambiarse por un “cuando llegas a casa y no me das un beso, yo no siento que me quieras —aunque sé que me quieres, que no lo dudo—. Y es que yo siento la necesidad de que me des muchos besos”.

 

* * *

 

Con estas sencillas palabras, en primer lugar, no se juzga al otro, ni se juzgan sus intenciones. En segundo lugar, se le quita culpa al otro: no es que no me quieras, sino que yo necesito que me des besos para sentir que me quieres. Y, en tercer lugar, normalmente se consigue lo que uno necesita para sentirse querido, porque a todos nos gusta querer como el otro quiere ser querido… aunque a veces se nos olvide.

 

Puedes seguir a Fernando Poveda en su cuenta de Instagram: @laparejaquefunciona.

En busca de la masculinidad escondida

¿Dónde están los hombres caballeros dispuestos a dar el lugar a las mujeres, o a abrirles las puertas a su paso, solícitos? ¿Hay todavía varones que puedan mostrarse orgullosos de su masculinidad? ¿Acaso será que ya no existen? ¿O simplemente están escondidos?

 

Vale realizarse estas preguntas —y muchas más—, en una sociedad pretende hacernos creer no sólo que la diferencia sexual por naturaleza no existe, sino incluso que ser varón es algo malo en sí mismo. Esto se lo debemos al feminismo radical y violento, que busca imponer su dialéctica de odio entre los sexos a las nuevas generaciones. El varón, junto a todas las características propias de su ser masculino, es presentado prácticamente como la causa de todos los males del mundo.

 

Claro: así las cosas, ¿quién se animaría a ser gentil o atento con alguna mujer desconocida, a riesgo de pasar un mal momento? Por eso, para comprender la relevancia de que tanto varón como mujer sean fieles a su verdadera esencia, a su diseño original, reflexionaremos sobre las características masculinas que nos ofreció San Juan Pablo II, a través de sus escritos, sus homilías y su maravillosa Teología del Cuerpo. Todo lo que mencionaremos será a modo de rasgos generales, sabiendo que cada varón es único e irrepetible con sus particularidades propias, pero con una esencia masculina que les es común. A su vez, lo que presentemos incluye a todos los varones en cualquier estado de vida: solteros, novios, casados, viudos, sacerdotes o religiosos.

 

Esposo

 

El varón está llamado a ser esposo. Es decir, a caminar junto a la mujer. A reconocerse a sí mismo, y a descubrir su identidad al reconocer la diferencia en ella. Es esposo en tanto que necesita la “ayuda adecuada” de la mujer para comprender la totalidad de lo humano, para darse cuenta de que su existencia no tiene sentido sin una “otra” a quien donarse y entregarse. Necesita de la mujer para ser capaz de salir de sí mismo, de su círculo cerrado y dirigirse hacia ella.

 

El varón es esposo porque su ser, expresado en su cuerpo, tiene un significado esponsal que con un lenguaje propio le indica que su vocación es la entrega a los otros. Este ser esposo, explica San Juan Pablo II, asume su plenitud cuando se da en la comunión con Cristo, quien es el Esposo del alma humana, de la humanidad y de la Iglesia.

 

De hecho, este lenguaje nupcial se presenta en toda la Biblia para describir la relación entre Dios y los seres humanos. En el Antiguo Testamento Dios es representado como el Esposo, y el pueblo judío es la esposa. En el Nuevo Testamento, Cristo se identifica con el Esposo que se entrega en totalidad fecunda hacia su esposa, la Iglesia. Es por tal motivo que los sacerdotes son imagen viva de la presencia de Jesús Esposo en la Tierra y entregan su vida al servicio de la Iglesia.

 

Por otro lado, cuando el varón toma el camino del matrimonio, su llamado a ser esposo toma sus rasgos particulares. En este camino, tiene que ocuparse siempre de ser “amigo del Esposo”, como afirma el Papa polaco. A esto se refiere al sugerir que el varón tiene que recordar que, antes de que su amor iniciase, aquella a quien ama era ya amada: ella era y es amada eternamente por Dios, antes de cualquier amor humano.

 

Este ser “amigo del Esposo” supone, entonces, ser consciente de que todo lo que la mujer es como persona, con sus cualidades propias, es un don de Dios. Y que el amor entre los cónyuges es también, antes que nada, regalo de Dios, a quien deben siempre volver su mirada agradecidos.

 

El varón está llamado, como consecuencia, a cuidar en su relación con la mujer y en sus acciones hacia ella su deber frente a Cristo Esposo, que la ha amado hasta dar la vida por ella. Como dice la Carta a los Efesios en el capítulo 5, el esposo es invitado a amar a su esposa a la medida que Cristo ama a la Iglesia y se entrega por ella.

 

Siervo y protector

 

El hombre, para ser esposo, debe ser siervo como Cristo. Él lavó los pies a sus apóstoles, poniéndose en el último lugar. Tiene que estar al servicio de la mujer, a su cuidado, ya que ella está al cuidado y al servicio de la vida. Él debe ser su sostén y refugio.

 

El varón cuida, auxilia y guía. El varón es, en general, más fuerte físicamente que la mujer, por eso siente la invitación a protegerla de modo especial, a ayudarla y a buscar su bienestar. De aquí surge la caballerosidad de los hombres y su trato especial hacia las mujeres.

 

¡Atención! Esto no es porque se las considere inferiores o menos capaces, sino porque se tiene conciencia de la grandeza de la vocación a la cual ellas son llamadas, del misterio que encierran, y se actúa en consecuencia. La mujer que acepta con gratitud el cuidado de los otros es una mujer capaz de dar, también ella, protección a quienes lo necesiten. Porque es sensible a los requerimientos de su entorno.

 

En cambio, cuando avanza el erróneo pensamiento de que no existe diferencia entre los sexos, caemos en una estéril soberbia narcisista, que nos hace creer que nos bastamos a nosotros mismos. Y eso termina ahogándonos.

 

La protección masculina se da también —y fundamentalmente— como protección hacia el amor humano. San Juan Pablo II escribe: “[el varón] se descubrirá continuamente a sí mismo como custodio del misterio del sujeto, es decir de la libertad del don, hasta el punto de defenderla de cualquier reducción a la posición de un mero objeto”. [1] Más adelante, nos recuerda: “el hombre «desde el principio» debería haber sido custodio de la reciprocidad del don y de su auténtico equilibrio”. [2]

 

También se presenta una cierta custodia de los propios e íntimos impulsos, de modo tal que se “abra el espacio interior de la libertad del don”. [3] Si bien esta tarea es común a ambos sexos, se señala que sólo podrán comprender el significado del cuerpo, es decir, el significado de la feminidad y masculinidad, en la “esfera de las reacciones interiores del propio «corazón»”. [4]

 

Vemos, entonces, que la primera tarea del custodio se da en la des-objetivización del amor: en buscar que sus impulsos y su actuar no reduzcan al otro a una cosa. En el caso de no lograrlo, se vería imposibilitado de redescubrirse como varón, y permanecería incógnito para él mismo.

 

Esta situación impediría la donación y, por ende, el descubrimiento de la grandeza [5] del varón en la plenitud de su masculinidad. Podemos observar un bello ejemplo de esto en Tobías.[6] Antes de consumar su matrimonio, él pide a su esposa levantarse del lecho nupcial para rezar a Dios. Le piden a la Fuente del Amor que su eros esté integrado en un ágape profundo. En definitiva, piden que su amor conyugal pueda ser vivido según la gracia de Dios, haciéndoles conscientes del verdadero significado esponsal de sus cuerpos y de la donación que iban a realizar. Aquí es el varón quien frena cualquier tipo de impulso que pudiese menoscabar la belleza de aquel amor: él cuida a su esposa de no caer en aquello que él previene para sí mismo.

 

Padre

 

San Juan Pablo II indica que el hombre “debe ser no solamente un ser social, organizador, anunciador y defensor de la idea, sino que también, sobre todo esto, padre y protector. De lo contrario, no realiza toda la entera plenitud moral de su individualidad masculina”.[7]

 

La paternidad es la característica más importante de la masculinidad. Ella no se refiere exclusivamente a la paternidad material, sino a la fecundidad de una misión dada por Dios. Sólo mediante la realización de estas acciones llega a comprenderse como tal.

 

La paternidad espiritual comienza, entonces, siendo custodios del “amor verdadero”, derrotando todo egoísmo[8] y fortaleciéndose ante cualquier dificultad.[9] Este «amor verdadero» constituye el único contexto adecuado para comprender el “sentido íntegro de la donación y la procreación humana”.[10]

 

En otras palabras: es tarea del varón proteger tanto el amor conyugal como a los hijos. Se trata de una paternidad que se orienta a favorecer el “amor verdadero”, el cual permite, a su vez, que el hombre y la mujer vivan el amor conyugal de una manera íntegra y fructuosa.

 

Por otro lado, es evidente la importancia del calificativo “padre” respecto a los hijos de la carne y espirituales. El padre cuida sus hijos como el fruto precioso del amor conyugal y divino. Ellos son para él, como afirman varios padres de la Iglesia, el signo de ser “una carne” con su esposa.

 

En efecto, san Juan Pablo II remarca que la paternidad bíblica de Adán refiere a la “humanidad”, mientras que la de Abraham puede verse de “todos los creyentes”. [11] Podríamos hacer una analogía de la procreación del hombre a través del cuerpo y la del alma. Esta última, creada por Dios al igual que el cuerpo, mediante la educación, forma parte de una paternidad espiritual que conforma, de a poco, la cultura humana.

 

Como vemos, el varón, en su pura masculinidad, está llamado a la paternidad, biológica o espiritual, como una acción que lo trasciende, y que deja su huella en el mundo. Como un modo de dejar cierta presencia en una Creación que le fue dada para trabajarla y para multiplicarse.

 
 

* * *

 

La actitud actual respecto del sexo masculino, que parece caer ya en una especie de demonización, está logrando que los hombres se avergüencen, poco a poco, de su propia esencia. Que la escondan. Sin embargo, las características masculinas con las que el varón fue creado son maravillosas en todo su potencial. ¿Y resultan perfectamente complementarias a las de la mujer! Los aportes de la virilidad permiten entablar vínculos sanos tanto en la familia como en la sociedad. Es fundamental dejar que los hombres sean hombres, así como también educar a los niños varones en la nobleza de la caballerosidad.

 

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[1] C 20/02/1980, 2.

[2] C 30/07/1980, 2.

[3] C 12/11/1980, 3.

[4] C 12/11/1980, 4.

[5] Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 24c: “Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”.

[6] Sugerimos leer Tobías y Cantar de los Cantares a la par para comprender la unión entre el amor agapático y el erótico. También recomendamos hacerlo junto a la Deus Caritas Est de Benedicto XVI que trata el tema de forma espléndida.

Si se desea más bibliografía, pensamos que es interesante la última parte del Ensayo sobre el amor humano de Jean Guitton.

[7] K. Wojtyła, San Giuseppe, 269. En: K. Wojtyła (a cura di P. Kwiatkowski), Educare ad amare. Scritti su matrimonio e famiglia, Cantagalli, Italia 2014.

[8] San Pablo VI, Humanae Vitae, 21. Citado por san Juan Pablo II en: C 08/04/1981, 6b y C 05/09/1984, 6.

[9] Cf. C 30/06/1982, 3.

[10] C 01/08/1984, 1.

[11] Cf. C 07/11/1979, 2.

La romantización del «tóxico/a»

¡Dejemos de romantizar la palabra “tóxico/a”!

Muchas personas se la adjudican voluntariamente como una especie de sobrenombre “dulce” de código de pareja; eso es muy grave, si vamos a la raíz de lo que significa.

 

¿Qué hace tóxica a una persona?

 

Cuando hablamos de una persona tóxica, nos estamos refiriendo a alguien que afecta negativamente a sus seres más cercanos, debido a su personalidad egocéntrica y narcisista.

Una persona tóxica es quien no ha madurado emocionalmente, por lo cual necesita entablar una relación absorbente que le permita descargar sus frustraciones.

 

Además, casi nunca asume la responsabilidad, y suele proyectar sobre los demás los conflictos internos que no puede resolver.

Por lo general, alguien que es tóxico busca entablar relaciones con personas que sean fácilmente manipulables y no ofrezcan resistencia. Con personas tan dañadas en su autoestima que acepten hacerse cargo de los conflictos emocionales de alguien más. En definitiva, con personas que caminan por la vida con su autoestima devastada, aceptando migajas de amor.

 

La violencia de las relaciones tóxicas

 

Para decirlo con claridad, una relación tóxica es una relación violenta, porque toda violencia persigue como objetivo afectar emocionalmente a la víctima, ya que esto hace que la persona se desgaste psicológicamente y desencadene una dependencia emocional. Este es el tipo de violencia más difícil de identificar, porque no deja rastros visibles. Pero sí genera estragos.

 

Tipos de relaciones tóxicas

 

Una relación tóxica se puede dar de diversas maneras:

 

Menosprecio y denigración: no lo hace directamente, es decir, nunca sus palabras o actitudes serán literales o explícitas. Pero sí indirectamente: a través de chistes, a través de gestos, a través de silencios, a través de no hacerte parte de las decisiones importantes, a través de comparaciones con otras personas, o haciéndote sentir invisible cuando estás en un grupo. Otra muestra de menosprecio es no creer o burlarse de tu sueños y/o metas, no apoyándote para que los alcances, pero siempre bajo la premisa falsa de que “es por tu bien” para que “no te frustres”.

 

Proyección de culpa: este tipo de persona tóxica buscará la manera de invertir el orden de cualquier situación para que el otro resulte culpable. Aun cuando hagas algún tipo de reclamo por un mal que ha ocasionado, se ofenderá por el reclamo y manipulará la situación para ser la nueva víctima. Así, logrará que la verdadera víctima tenga que pedir disculpas y se cargue con el sentimiento de culpabilidad y responsabilidad. Como todos los comportamientos y dinámicas tóxicos, proyectar la culpa tiene la finalidad de controlar cualquier tipo de situación sin hacerse responsable por ninguna.

 

Único beneficiario: En la relación no hay reciprocidad, sino que siempre va en un solo sentido. La persona tóxica utiliza a la otra para obtener lo que desea. Ya sea en el área sexual o laboral, respecto del alcance de metas, de los deseos profundos, de la concreción de sueños o simples caprichos diarios. Siempre promete que la próxima vez la otra persona será la beneficiado, lo cual nunca ocurre. El tóxica también puede intentar mostrar cuánto se merece alcanzar tal o cual cosa, y argumentar que, si no lo hace, su vida se derrumbará de forma dramática.

 

Control absoluto: haga lo que haga la víctima para mostrar la transparencia de su amor y fidelidad, nunca será suficiente. La persona tóxica siempre verá “fantasmas” inexistentes en situaciones sanas y naturales. El control puede ser ejercido sobre su celular, redes sociales, vestimenta, horarios, dinero, amistades, y hasta el tipo de relación con sus familiares.

 

¿Estoy en una relación tóxica?

 

Para distinguirlo, tenemos que diferenciar una circunstancia en particular de un hábito recurrente. Puede suceder que alguna vez se experimente una situación injusta, ya sea de maltrato (verbal o no verbal), menosprecio, control o celo, y eso no significará necesariamente que la persona sea tóxica.

 

Ojo: hablo de “alguna vez”, es decir, de una vez. Una persona tóxica es recurrente en su acción, y esa acción comienza y siempre va en progresión.

 

¿Qué hago si estoy en una relación tóxica?

 

El primer paso, y el más difícil, es la aceptación de la situación. Muchas veces somos conscientes de que nuestra relación no es sana, pero aún así la esperanza del que “el amor todo lo puede” nos impulsa y da la fortaleza para continuarla.

 

No es fácil hacer un corte radical en una relación, ya sea de pareja o de amistad, porque, a diferencia de las películas de ficción, acá el villano (o la villana, claro está) no siempre es absolutamente villano: también tiene muchas cualidades buenas que deseamos valorar, y que a veces ponemos por sobre cualquier aspecto negativo. Pero una persona tóxica no cambia hasta que no tenga la necesidad de hacerlo.

 

El segundo paso es necesariamente pedir ayuda.

No intentes hacerlo solo. Es necesario que tengas en quién apoyarte cuando tomes la decisión de hacer algo al respecto. Buscá que sea una persona madura en todos los aspectos, sobre todo espiritualmente, para que pueda ser una guía, sustento y apoyo.

 

Y por último, te aconsejo ser radical en tu decisión. La Biblia dice: “Una cosa has determinado, eso harás” . Si decidiste poner un límite, mantenete en tu postura. Y a la hora de tomar la decisión, deberás evaluar la actitud de la otra persona. Si su respuesta es con manipulación, culpándote o simplemente te dice que es así, y que así la conociste; entonces, ¡salí de ahí urgente! Pero, si da muestras de cambio (dije “muestras”: no palabras, sino acciones, actitudes), entonces, con ayuda de alguien más, podrán darse la oportunidad de sanar y reconstruir.

 

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Nadie es tóxico con quien no se deje contaminar. Antes de entablar una relación de cualquier tipo, es importante procurar que el estado de tus emociones esté apto para ello. Si tu autoestima está dañado, si en tu alma tenés un vacío, si existe una carencia afectiva o arrastrás heridas de la infancia o de la adolescencia que aún no has sanado, no es momento para una relación. En este caso, tu condición te hará vulnerable a cualquier tipo de manipulación y maltrato que debas enfrentas. Y lo aceptarás, porque lo más probable es que desarrolles una codependencia respecto de la otra persona.

 

Por eso es tan importante, antes de pensar en un plural, ser un fuerte y sano singular. Esto nos ahorrará decepciones, dolores y heridas. Cultivar un autoestima sana es fundamental para decir un “no” a tiempo.

 

Por cualquier duda, podés consultarme por Instagram: @pepyecheverria