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El amor verdadero trae paz y no conflicto

El amor es algo complicado, pero “complicado” no como sinónimo de “conflicto”, sino como implicatura de renuncia, entrega, perseverancia, lealtad, vulnerabilidad, construcción y decisión. Así entendido el conflicto trae como fruto un estado de paz que parte de intenciones sanas, genuinas y se da en un contexto de reciprocidad.

Amar no siempre es fácil

Amar, a veces, se siente como una fuerza innegable, irrompible y lineal hacia una visión clara. Otras, es maleable, cuestionable y flexible. Es ese tesoro que se encuentra dentro y entre innegables obstáculos externos y circunstancias internas. Habla de quienes somos porque somos lo que damos. Entonces, amar siempre nos pone en un punto de inflexión. Nuestra labor como verdaderos amantes es procurar que de ese punto de inflexión comience un camino exponencial de crecimiento para que el desenlace no sea una pendiente negativa. 

“Conflicto”, en primer lugar, puede ser entendido como “oportunidad”. Es la forma más intensa de resolver las contradicciones de intereses, de objetivos, de puntos de vista, que se producen en el proceso de interacción en una relación. En esta instancia, se evidencia el nivel de madurez de la pareja, cuando tenemos que renunciar a nuestros impulsos y emociones para pensar en el bien del crecimiento, cuando es necesario filtrar los sentimientos que afloran del alma para priorizar el razonamiento de nuestra mente en proyección a la construcción de la relación. 

En nuestra mente radica el pensamiento, el razonamiento, el argumento, la justificación, las ideas, la creatividad, la resolución de problemas. Por lo tanto, coincidir en la mente no se trata de pensar de la misma forma, se trata de que los pensamientos del otro no entren en conflicto con los míos. Se trata de que el propósito de uno no pisotee al del compañero. Se trata de poder construir complementándose y no boicoteándose. 

Una armonía que requiere trabajo

Cuando “conflicto” implica una situación en la cual ambas partes entran en confrontación, oposición o emprenden acciones mutuamente antagonistas, se pierde la visión de la causa que es el acuerdo y el bien común. Reducimos la relación a, orgullosamente, ganar razones, pasando por encima de los límites morales. Así, se arrolla la dignidad y la autoestima de la otra persona con acciones individualistas que dañan a quien decimos amar. 

Estos son síntomas de un punto de inflexión que da inicio a una caída libre. Por ende, el “conflicto” experimentado roba la paz y, cuando no triunfa la paz, no triunfa el amor. El libro más sabio de la historia, La Biblia, dice: 

El amor es paciente, el amor es bondadoso, el amor no es celoso, ni orgulloso ni ofensivo, el amor no pretende que las cosas se hagan solamente a su manera. No se irrita, ni lleva una lista de las ofensas recibidas. El amor no se alegra cuando hay injusticia, se alegra cuando triunfa la verdad. Nunca se da por vencido, más bien se mantiene firme ante toda circunstancia. (1 Co 13, 4-8). 

Menos que eso, no permitas.

Negociables y no-negociables

Los parámetros fundamentales que tenemos para discernir qué tipos de conflicto harán crecer la relación y cuáles son los conflictos-síntoma para tomar decisiones radicales para salir de ella, son nuestros valores, es decir nuestras creencias y convicciones. Gracias a nuestros valores, tomamos decisiones y regimos nuestras acciones: esta es la parte a la que yo llamo innegociable. 

Vamos a tener que ceder en muchas áreas por amor a la otra persona. Ceder se trata de entregar y renunciar por amor. Podemos tener muchas diferencias: ello no implica que lleven al fracaso a la relación, pero en el campo de los valores las diferencias son inadmisibles. Si los de uno van a chocar con los del otro, ahí no es. En esta instancia, el vínculo contrapone “conflicto” a “paz”.

¿Paz en la relación?

Experimentar paz en una relación no significa una vida color de rosa, ni que estén de acuerdo en todo. Supone que, ante el conflicto, prime la buena comunicación, es decir se priorice la confianza, la honestidad y el respeto mutuo. Implica sentirse cómodo y libre con la otra persona, sin miedo a expresar sus pensamientos, valores y directrices. 

El conflicto así entendido no es malo. Por el contrario, lo malo es no saber gestionarlo adecuadamente. Se comienza por escuchar, aceptar las diferencias y entender lo que el compañero me quiere transmitir. Es necesario aprender a interpretar los conflictos como transiciones hacia un nuevo nivel de amor a conquistar. 

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Para concluir, involucrarse con alguien es una decisión que debemos pensar, y no tomarlo a la ligera. ¡Amar es un compromiso, implica responsabilidad y es una determinación que exige madurez!

Finalizamos con una cita de Barbara Angelsis: “Las relaciones no funcionan por una de las dos razones siguientes: estás con la persona adecuada pero la amas de forma equivocada o, directamente estás con la persona equivocada.” ¿Deseas una relación donde prime la paz? Tomate el tiempo para cultivar el amor todos los días. 

No entres en conflicto por posturas, por aquello que pretende robarte el amor que has conquistado, es decir por nuestros propios impulsos; por egoísmo, orgullo, altivez, falta de madurez emocional. Que cada conflicto que se presente sea un desafío para conquistar un nuevo nivel de amor y compromiso. Fuera de eso, no hay conflicto que valga un estado de intranquilidad, dolor y guerra. Que el amor sea tu meta más alta. Se trata de buscar tanto el bien común que uno se entrega por completo.

El amor requiere esfuerzo

El amor verdadero no es un hallazgo fortuito, una coincidencia afortunada, un estado de gracia que cae sobre nosotros sin más. Aunque Dios nos lo presente, el amor auténtico es el fruto de la dedicación continua. 

El amor se cimienta con la elección

La elección de amar va más allá de la euforia inicial. Se sumerge en las profundidades del compromiso genuino. Es, en su más pura esencia, el producto del esfuerzo consciente, una construcción diaria que se cimienta en la decisión de amar activamente a la otra persona. Este esfuerzo se refleja en la paciencia para entender, en la voluntad de perdonar, en la disposición de apoyar y de servir, en la valentía para crecer juntos, aunque el camino a veces se torne difícil.

El amor verdadero es, entonces, el fruto de la dedicación continua, donde la elección de amar va más allá de la euforia inicial. Se sustenta en lo hondo del compromiso verdadero. Por ende, trasciende la noción romántica de los cuentos de hadas. Se arraiga en la realidad tangible de la vida cotidiana, manifestándose en las pequeñas acciones que construyen un puente sobre el abismo de los desacuerdos y las diferencias. 

Amar: trabajar en uno mismo y en la relación

El amor verdadero implica trabajar en uno mismo y, también, en la relación. Además, reconocer que los baches son parte del viaje compartido, una constante introspección y la voluntad de crecer tanto individualmente, como en pareja. Se basa en aceptar que cada error es una oportunidad para fortalecer los lazos que nos unen.

Así, el amor verdadero no busca la perfección. Celebra la belleza de lo real. Reconoce que cada imperfección es una faceta más de la singularidad de cada persona y de su relación consigo misma. Es tener la capacidad de mirar más allá del yo, de ver y atesorar la esencia del otro, de apreciar la riqueza y el valor que enriquece tanto a la relación como a nosotros como individuos. 

Amar es entregarse

Por ende, el amor verdadero es el compromiso de poner el bienestar de ambos por encima de las necesidades particulares cuando la situación lo requiera. Es entrega pura. Es la ternura con la que se nutre cada día la conexión íntima que une a los dos. Es, por tanto, un trabajo constante, un elegir permanecer, un querer amar, un esforzarse por ser mejor para uno mismo y para el ser amado. Es la relación que ambos deciden construir porque el amor está en la entrega y en el servir.

Por último, el amor verdadero no es un amor estático. Se nutre y evoluciona con el tiempo. Se fortalece ante las adversidades. Florece en la alegría compartida. Es el compromiso de construir juntos un futuro, un pacto renovado cada día de mutuo apoyo y crecimiento.

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El amor verdadero es un pacto que perdura mucho más allá de las palabras pronunciadas en un instante de pasión. Es un viaje continuo de maduración compartida. Su obra maestra final es una relación que, con el transcurso de los días, deviene en un vínculo más sólido, profundo y verdadero, porque -insistimos- el amor verdadero no nace: se construye.

4 consejos para saber si realmente me ama

Ana es una joven de 25 años, profesional, llena de vida, ama profundamente a Dios, pero tiene un problema: le ha ido terrible en el amor. Cada vez que se enamoró y entabló un noviazgo con un chico, al final, la han terminado dejando porque se aburrieron de ella, o porque se fueron al seminario, o porque simplemente un día “dejó de ser lo mismo”.

Actualmente, Ana ha iniciado una relación bonita con un chico mayor por 3 años. Las cosas avanzan bien, se siente feliz, escuchada y respetada pero se levantó con una duda muy grande: ¿Verdaderamente será amor lo que siente por mí? ¿Y si se va con otra y me deja? ¿Cómo puedo saber si esto es amor?

Si tu caso es similar al de Ana, quiero que sepas que las dudas que tienes sobre ese amor bonito que vives hoy son totalmente normales. Es natural tener ciertos miedos, pues has tenido una historia particular. Esas dudas hay que atenderlas, hay observarlas, escucharlas y darles respuesta; de lo contrario, no te dejarán vivir ese amor bonito.

Quiero regalarte 4 consejos para explorar en tu relación y descubrir si lo que se vive allí es amor, amor del bueno.

#1 Tu pareja respeta tu autonomía y no intenta controlarte o dominarte

El amor, nace de la voluntad, de la voluntad libre de dos personas que desean construir un “nosotros”. Si tu pareja está obsesionada contigo y desea controlar a dónde vas, con quién, qué vistes y poco a poco te aíslas para que no se moleste… no es buena señal.

Un amor sano respeta la individualidad del otro y es capaz de compartir el poder en la toma de decisiones sin que alguno se sienta presionado o controlado.

#2 Tu pareja desea tener un proyecto de vida contigo

Tu pareja desea proyectar un futuro contigo, hay potencial a la ancianidad. Esto da miedo lo sé, pero toda relación sana tiene potencial para proyectar un futuro juntos. Con una persona que no te ofrezca una posibilidad de futuro, que vaya en la vida “fluyendo”, sin metas claras, sin aspiración a tener una familia, con miedo a un compromiso mayor… Ahí no es.

Se dice que muchos hombres tienen miedo al compromiso. Parte de ello es real. Sin embargo, cuando un hombre encuentra el amor, es capaz de “sacrificar” su libertad por la persona amada. Hay que entender este “sacrificio” como el hecho de subordinar la libertad al amor en una jerarquía de valores.

#3 Tu pareja respeta tus opiniones y cuida tus sentimientos

El respeto es fundamental en una relación sana, y permite que el amor se fortalezca y florezca. Cuando el respeto a las opiniones del otro no existe, puede llegar a haber burlas o incluso violencia psicológica.

Las faltas de respeto, la ridiculización de las opiniones, la burla a los pensamientos o sueños, las humillaciones públicas o privadas, todo ello forma parte de un contexto tóxico y nocivo, donde el amor no es sano.

Un amor sano y bonito cuida los sentimientos del otro, busca agradar e impactar positivamente al otro. Las relaciones exitosas y extraordinarias tienen en cuenta los sentimientos de la pareja. Esto lleva a controlar las propias palabras y gestos para que el otro se sienta cuidado.

#4 Tu pareja está dispuesto a hacer cambios para que la relación gane

Aquí no sólo es tu pareja, sino tú también. Existe un criterio que los terapeutas de pareja utilizamos para medir el compromiso en una relación. Ese criterio es la capacidad para cambiar o ceder para que la relación gane.

Cuando se inicia una relación de pareja, al inicio todo es maravilloso, no hay fricciones. Sin embargo, conforme van avanzando las semanas y los meses, cada persona mostrará sus imperfecciones. Cuando hay un deseo de caminar juntos, estos puntos incomodos o diferencias se dialogan y se trata de llegar a acuerdos donde cada uno tendrá que ceder o cambiar a favor de la relación. En efecto, si la relación gana, ganan los dos.

Si uno no está dispuesto a ceder o a cambiar para que la relación gane, probablemente la persona carece de disposición a compartir el poder, y querrá instaurar una dictadura en la relación. Esa señal no es buena, pues la relación se puede volver totalmente asfixiante.

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Querido lector, que estos 4 consejos sean una guía. Escucha tu corazón, vive plenamente y no tengas miedo de ser tú misma —o tú mismo— en todo el sentido integral de tu ser.

Italo Macha
Psicólogo Católico y Terapeuta de Parejas
@entrenandoelamor

Los gustos, ¿se pueden educar?

“El hombre light, debido a su hedonismo y permisividad, no se preocupa por su estado afectivo y se deja elevar por la inercia, no tiene principios, va a la deriva. Se convierte en espectador de sus propios ríos emocionales interiores, pilotados por dos motores: el placer sin restricciones y la no presencia de prohibicionismo.” (Dr. Enrique Rojas)

“Bueno, pero si a él le gusta…”, “ya crecerá…”, “sobre gustos no hay nada escrito”, “si te gusta, hacelo…”. A lo largo de nuestra vida convivimos con ese tipo de expresiones, que más que expresiones, son una forma determinada de ver las cosas. Y muchas veces lo pensamos y decimos: “pues sí, los gustos son relativos, al fin y al cabo, cada uno siente de distinta manera”. Y no nos detenemos a pensar si eso tiene sentido o no.

Cuando hablo de “gusto” aludo a una cuestión mucho más amplia de la naturaleza humana que es la dimensión de los afectos. Ahí, quedarían incluidas además nociones como “sentimientos”, “emociones”, en definitiva, todo lo que tenga que ver con nuestra afectividad. Psicológicamente puede ser discutible, así que menos mal que acá estamos hablando de filosofía.

Considerando que como seres racionales podemos no solo “pensar”, sino también “fundamentar lo que pensamos”, escuchemos que tiene para decirnos el buen C. S. Lewis al respecto, y los invito a hacerse la pregunta: ¿En serio los gustos son relativos?

Los hombres sin corazón

Les pido que se detengan un momento para traer a la memoria el amanecer más fascinante que hayan visto, o la noche más estrellada que hayan presenciado. Supongo que les vendrán a la mente palabras como “hermoso”, “grandioso” o incluso “sublime”. Y de seguro que, si alguien pudiese ver lo que ustedes vieron, esperarían una misma reacción.

Pues bien, ahora imaginen que una persona se nos acercase y nos dijese “esos adjetivos con los que calificas a esos fenómenos naturales, no es porque realmente lo sean, sino que es tu interpretación de esos fenómenos”. En otras palabras, nada es en serio “hermoso”, “sublime”, o “delicioso”, sino que tu percepción lo es. No se trata de algo calculable o medible, sino de algo que depende solo de nosotros mismos. Esa es, justamente, la concepción que nace en los siglos XVIII en la filosofía, y que perduró hasta los días de C. S. Lewis. A inicios de 1940, el famoso autor de Las Crónicas de Narnia dedicó su genio a analizar un fenómeno pedagógico al que bautizó “La abolición del hombre” (plasmado en una serie de conferencias, y más tarde, en un libro).

Formando ‘hombres sin corazón’

¿Cuál fue su planteo? En su trabajo notó cómo desde hacía tiempo había tenido lugar un menosprecio de la formación afectiva en los alumnos. Claro, eran instruidos en las matemáticas, las ciencias, y el Derecho. Pero al hablar de los afectos, primaba esta idea de que, el sentimiento que producen en nosotros las cosas no puede corresponder a un valor objeto y, por lo tanto, no es medible.

Desde esa base, se empezó a creer que el mejor modo de formar en la emocionalidad en los jóvenes era suprimiéndola. El motivo era claro: los afectos son irracionales, no tienen orden alguno, y por ende, son irrelevantes. “Ellos pueden sostener realmente que los ordinarios sentimientos humanos (…) son contrarios a la razón y desdeñables y deberían ser erradicados.”. Ante eso, la educación de los sentimientos pasaría a segundo plano. 

Esto conllevó a la formación de individuos frívolos, secos, indiferentes. Son los que llama “hombres sin corazón”. Las emociones quedan bajo la subjetividad de cada uno, porque realmente no aportan nada. Lo único que se exige es practicidad, pragmatismo, lógica, más allá de si “nos gusta o no”. No importa el paisaje en sí, sino lo que pueda ofrecernos: “ya no son… hombres en absoluto”.

La naturaleza hambreada

El individuo de los nuevos tiempos ha ido perdiendo poco a poco la creatividad, la solemnidad, el orden, el decoro, el buen gusto. Claro ejemplo es el afán por la practicidad que ha llevado a que las majestuosas construcciones medievales sean reemplazadas por ridículos y grises rascacielos. O la valoración de las ciencias sobre poesía o la música.

Lewis, visionario de su tiempo, predijo el resultado de ese proyecto: “Una naturaleza hambreada se vengará y un corazón duro no es protección infalible contra una cabeza blanda”. No se equivocó. A partir de los 50’s, las ideologías evolucionaron, llegando a una época de relativismo. La máxima “los afectos son subjetivos” permaneció, pero no con el propósito de eliminar el sentimiento, sino de “liberarlo”. Sigue sin existir un parámetro de nuestros gustos, pero ahora se celebra que “cada uno sienta y quiera como le guste”. Es otra abolición del hombre, más vulgar, hedonista, y superficial. La liberación sexual es una de sus muchas consecuencias.

Nuestros afectos siguen sin rumbo, y eso se refleja en las modas, las tendencias, las formas de entretenimiento. Por ejemplo, tenemos el caso del triunfo del placer sobre la sencillez, que ha reemplazado la delicadeza del vestido por la minifalda. O peor aún, la exaltación de la fealdad en un afán de “resaltar”, creando la moda de piercings y estrafalarios cortes de cabello. Y pensar que hay unos padres irresponsables que dicen “bueno, si a él le gusta”.

El valor objetivo de las cosas

A estas alturas del artículo, tal vez habrán notado cuál es mi punto (o la mayoría ya habrá huido espantada). Si decimos que existe una realidad objetiva, existente, ante la cual nuestra razón no puede hacer más que aceptarla humildemente, ¿no debería ser igual con nuestras emociones?

Contrario a sus contemporáneos, Lewis señala otra perspectiva: “La tarea del educador moderno no es desmontar junglas sino irrigar desiertos. La correcta defensa contra los sentimientos falsos es inculcar sentimientos rectos”. Citando a los grandes sabios de la historia, y las creencias de las distintas culturas, el autor sostiene que existe un criterio para el gusto, al igual que un criterio de “bien” y “verdad”. Es lo que él llama “Tao”, “la doctrina del valor objetivo, la creencia de que ciertas posiciones son realmente verdaderas, y otras realmente falsas”. Es, en definitiva, contradictorio decir “es real esta melodía”, y al mismo tiempo “no es real que esta melodía es hermosa”. Si es hermosa, lo es, aunque no la sintamos así.

En toda afección participa algo que afecta (un chocolate, por ejemplo), y algo que es afectado (nosotros). Ambas cosas son reales, caso contrario, no habría afección alguna. Pero todo lo que existe exige una reacción afectiva adecuada, objetiva, real. No podemos quedarnos impasibles ante un esplendoroso amanecer. Y para ello, es necesario educar nuestra sensibilidad. Y la educación, es decir, “saber alegrarse y dolerse como es debido” (Aristóteles), es un ejercicio racional. Educar es ordenar nuestra naturaleza bajo la luz de la verdad, descubriéndola y asimilándola. No hay que cortar las emociones, mas sí “pueden ser razonables e irrazonables según se conformen o no a la razón. El corazón nunca toma el lugar de la cabeza; pero puede, y debe, obedecerla”.

* * *

En resumen, ¿podemos decir que “los gustos son relativos”? Lo son, en cuanto que uno tal vez no reaccione afectivamente a algo de la misma manera que yo. Pero eso no significa que todas las reacciones valgan lo mismo, sino que algunas estarán menos educadas que otras, y menos acordes a la realidad. Lewis da un ejemplo muy gracioso al respecto: “Aquellos que conocen el Tao pueden sostener que llamar agradables a los niños (…) no es simplemente registrar un hecho psicológico sobre nuestras propias emociones, sino reconocer una cualidad que exige una cierta respuesta de nosotros, la demos o no. Yo mismo no disfruto con el trato de los niños pequeños: porque yo hablo desde el Tao reconozco esto como un defecto en mí —tal como un hombre puede tener que reconocer que es sordo o daltónico—”.

Actualmente, se cree que la “libertad” está en “querer como uno quiera” o “desear como uno quiera”. Eso no es más que “imaginarse libre”. La libertad es racional, y por lo tanto, acepta una realidad verdadera. Una realidad que exige nuestra humilde aceptación, y más aún, que seamos agradecidos por ella. Agradecer que solo existen dos sexos, y cuidar tan maravillosa armonía de lo natural. Solo quien eduque sus afectos, y acepte el orden de la realidad tal cual es, podrá ser libre. En síntesis: “La Verdad os hará libres”.

Soy Juani Rodriguez pero

@decime.negro

Si no sé qué es una fiesta, no sé para qué existo

Hace poco, en un encuentro de catequesis para adultos, una persona comentó: “está bien si alguien quiere ser practicante e ir a misa todos los domingos, pero me parece que es más importante ser buena persona”. ¡Pareciera tener lógica! ¿Quién va a decir que no es importante ser buena persona? Pero, si eso es lo mejor que el cristianismo puede ofrecer, entonces cerremos las iglesias y abramos escuelas de moral.

¿Verdaderamente el cristianismo puede ofrecer algo más que simplemente “ser buenas personas”? Podríamos preguntarle eso al propio Cristo, para qué vino a la tierra y él nos respondería “he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). También podríamos preguntarle para qué nos enseñó un estilo de vida tan particular y él nos respondería “les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Jn 15, 11). Entonces, en resumen, ¡el cristianismo se trata de alcanzar una vida plena y un gozo absoluto!

El camino más allá del cristiano

Sabemos que quien participa de misa todos los fines de semana, se confiesa, reza, practica obras de caridad, etc. logra una paz y una alegría que el mundo no puede ofrecer. Sin embargo, ¿es esa la plenitud de la que Cristo habla? Ciertamente no, porque aun así seguimos enfrentando el sufrimiento y el cansancio. Pero estamos en camino. Esa vida de plenitud y gozo comienza en la tierra, pero va creciendo hasta realizarse definitivamente en el cielo.

Aquí nos encontramos con otra dificultad: entonces, ¿qué es el cielo? Muchos de nosotros crecimos con imágenes erradas del cielo. Quizás vimos dibujos animados o películas donde el cielo es representado con algunas nubes, música lenta y aburrida y sin mucho para hacer. ¡Eso por toda la eternidad! ¡Y nos dicen que es algo bueno! ¿Quién quisiera ocuparse de ir a un cielo así? Necesitamos desesperadamente imágenes más adecuadas del cielo. Pero no porque necesitemos cambiar nuestra estrategia de marketing para apelar mejor a nuevos públicos, sino porque realmente el cielo es otra cosa.

No vamos al cielo a morir de aburrimiento

El cielo, aún más que un lugar, es la plenitud de una relación de amor. Como afirmó el Papa Francisco: “Nosotros, mujeres y hombres de la Iglesia, estamos en medio de una historia de amor: cada uno de nosotros es un eslabón de esta cadena de amor. Y si no entendemos esto, no hemos entendido nada de lo que es la Iglesia” (Santa Misa, 24 de abril de 2013). Toda la Biblia nos relata esta historia de amor y lo hace en clave esponsal. Es decir, comienza con un matrimonio humano (el de Adán y Eva) y termina con un matrimonio divino (el de Cristo y la Iglesia). Jesús se refiere a sí mismo como el esposo que se unirá a su esposa, la Iglesia. Entonces el amor humano, nos habla de otro Amor aún mayor. 

En el punto culminante de esta analogía esponsal, San Pablo describe la unión “en una sola carne” de los esposos como un “gran misterio” que se refiere a Cristo y la Iglesia (ver Efesios 5, 31-32). Este “gran misterio”, nos dice San Juan Pablo II, es “el tema central de toda la revelación, su realidad central. Es lo que Dios, como Creador y Padre desea transmitir sobre todo a los hombres en su Palabra” (Teología del cuerpo, 93,2). 

Ser cristianos de verdad

Si esto es así, si vemos el cielo y nuestro camino así, entonces ser cristiano no significa aprender un conjunto de reglas y doctrinas para “ser buenas personas”. Mucho más aún, significa el ser aquello para lo que fuimos creados: ¡ser llenados con la Vida divina en una fiesta extática de Amor! Y la mejor imagen para hablar de esta fiesta son las nupcias celestiales. Éste es el anuncio “que responde a las necesidades más profundas de las personas (…). Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor” (Evangelii Gaudium, 265).

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La buena noticia del cristianismo es que el cielo en realidad se parece mucho más a una fiesta. Pero no a cualquier tipo de fiesta, sino a aquellas que seducen a todo el mundo, a esas fiestas que se reproducen en películas y salen en portadas de revistas: una fiesta de bodas.

Si el cristianismo no se presenta como tal –como el deseo apasionado de Dios de unirse con nosotros y nuestra búsqueda de la verdadera satisfacción del deseo de amor– eventualmente se vuelve incomprensible e incluso carece de significado. Más que eso, incluso puede transformarse en algo destructivo para nuestra verdadera humanidad.

No sólo se es infiel teniendo sexo

Pocas veces los esposos hablan entre sí sobre la fidelidad y, cuando lo hacen, suele ser para ponerla en duda. La desconfianza y la confianza se entrecruzan en un árido valle que podemos llamar conflicto. Los hábitos de vida y el modo de pensar que predomina hoy en día no conciben la fidelidad como un valor, sino todo lo contrario. Las numerosas series y películas que presentan la infidelidad como un “llamado del corazón” y “autenticidad de los sentimientos” promueven estas conductas ya adquiridas y permeadas en nuestra mente por una contracultura del amor.

Una falsa idea del amor

A esto se suma que la sociedad actual llama amor a una condescendencia afectiva ante el primer sentimiento que se presenta. Karol Wojtyła en sus Lecciones de Lublin criticaba fuertemente esta conducta proveniente del pensador Max Scheler. Sus palabras parecen haber vaticinado lo que hoy se vive con normalidad. Advertía sobre el peligro de que el hombre sea, simplemente, el lugar donde los sentimientos se manifiestan y que dejara de ser verdadero sujeto de acción y, por ende, de responsabilidad. Explicaba, a su vez, que la persona debe responder ante los demás por lo que hace, porque la acción es producto de su voluntad, no de sus sentimientos. En otras palabras, si bien uno no produce en sí lo que siente, sí elige qué hacer con ello y, aquí está el centro de la cuestión. 

La opinión general indica que la autenticidad del amor radica en “dejarse llevar” por los sentimientos, que demos libre curso como si fuésemos sólo un cauce, una tierra ahuecada por el transcurso de los años. Evidentemente esto sería bueno si la concupiscencia no existiese y si, por lo tanto, el pecado fuese imposible. Pero somos realistas y sabemos que no siempre sentimos cosas buenas. 

Permitir a estos sentimientos encarnarse en acciones concretas sin que medie nuestra inteligencia y voluntad sería peligroso. Hacer las cosas y escudarnos en que lo hemos sentido así es fácil, pero se hace difícil cuando el otro aplica el mismo criterio. 

¿Cómo podrá hablarse de fidelidad entonces? ¿Acaso tiene sentido una palabra tan firme en una sociedad tan fluctuante y líquida (metáforas de Z. Bauman)? Tal vez la fidelidad se haya convertido, para muchos, en un disfraz que el espíritu contemporáneo viste como quiere. Sin embargo, como todo lo referente al amor, la fidelidad tiene su significado verdadero. Y como las personas tenemos varias dimensiones que forman nuestro ser, del mismo modo a la fidelidad la debemos observar bajo distintas instancias.

Fidelidad del cuerpo

Si nosotros somos cuerpo, todo lo que demostremos con él debe ser reflejo de nuestra alma, de nuestra intencionalidad, de nuestra voluntad. Cuando se trata del amor, esto debería ser así siempre. Sin embargo, en un contexto que separa por completo alma y cuerpo, puede que nos acostumbren desde pequeños a falsear el lenguaje del cuerpo y a opacar su transparencia respecto a la totalidad de la persona que se expresa en él. Cuando hablamos de fidelidad, esto toma suma importancia.

Actualmente, vemos cada vez más a menudo que aquellos que tienen cierta influencia en la vida de las parejas, como algunos sexólogos, distinguen entre “lealtad” y “fidelidad”, escindiendo cuerpo y espíritu. “El encuentro sexual ha perdido significado y, por lo tanto, también sus interpretaciones más dramáticas. La diferencia entre la lealtad y la fidelidad es que la primera está relacionada con el vínculo afectivo de la relación; mientras que la segunda se centra en la exclusividad de la misma”, decía Santiago Frago, sexólogo y codirector de Amaltea, Instituto de Sexología y Psicoterapia, en Zaragoza[1].

Este modo de pensar reduce al hombre y a sus vínculos a un mero comportamiento, cerrando las puertas al misterio que la sexualidad implica. La frase de Frago se lee junto con la opinión difundida de las “nuevas monogamias”[2], es decir, la “apertura” sexual de la pareja. En definitiva, se propone que los esposos sean “fieles” a su promesa en el campo de la palabra, pero “libres” en las relaciones sexuales, es decir, en el ámbito de la materia, del cuerpo. Es un punto de vista que desintegra por completo la unidad sustancial de la persona. Para quien piensa así, una relación sexual fuera del matrimonio es signo de libertad y apertura. Hasta se llega a hablar de “seguridad” y “confianza”. 

Es interesante preguntarse, pues, si nos encontramos en una época en que el hombre vive de forma dividida: por un lado, su espíritu, lo “importante” en el matrimonio; por otro, el cuerpo, que puede dejarse guiar por sus impulsos sexuales como acciones que no comprometen todo su ser. 

Esta idea es errónea en su totalidad. Bien nos explica la Teología del Cuerpo de san Juan Pablo II que aquello que expresamos en nuestro cuerpo lo pronuncia toda nuestra persona, ya que nosotros somos nuestro cuerpo. De modo que, si engañamos a nuestro cónyuge a través de acciones que hacemos con el cuerpo, también lo engañamos con todo nuestro ser. El cuerpo tiene un lenguaje propio que expresa y debe ser coherente con nuestra interioridad. Cuando esto no sucede así, hay un quiebre en la persona y en la verdad de la acción.

Fidelidad del pensamiento

Ya vimos la importancia que tiene el cuerpo en la fidelidad del matrimonio. Y, como somos una integridad, también sabemos que nuestros pensamientos nos hacen ser fieles o no. La situación más obvia en la cual se estaría faltando al cónyuge es cuando se tienen reflexiones recurrentes sobre otra persona que nos agrada en alguna de sus diversas dimensiones, ya sea en lo físico, en lo afectivo o en lo social. 

Es cierto que no podemos elegir algunas de las ideas que vienen a nuestra cabeza, pero sí podemos decidir qué hacer con ellas. Si nos deleitamos en aquella imagen que se nos presenta y nos abrimos a una infinidad de fantasías con ella, estamos siendo infieles con el pensamiento de forma libre y deliberada. En cambio, si viene a nuestra mente una idea que sabemos objetivamente que daña el vínculo de amor con quien prometimos amarnos para toda la vida y firmemente la rechazamos y nos concentramos en otra cosa, estamos siendo fieles a pesar de la tentación. No hemos sucumbido a ella. 

Podemos preguntarnos cuánto espacio ocupa quien amamos en nuestra mente. Por ejemplo, si cuando no estamos en su presencia nuestros deseos e intenciones se dirigen, de todos modos, a su persona. Esto ocurre al pensar en algo que tenemos para contarle al llegar a casa, al tener en cuenta qué le gustaría para comprarle en el supermercado, o al considerar sus necesidades antes de tomar una decisión frente a otros. 

Fidelidad del corazón 

Aquí hablamos de los afectos, de aquello que deseamos y amamos. Jesús nos dijo: “Allí donde esté tu tesoro estará tu corazón” (Mt. 6, 21). La persona a quien hemos entregado toda nuestra vida debería ocupar un espacio privilegiado en nuestro corazón. En esto también se juega la fidelidad. ¿Cómo saber quién o qué está llenando nuestros afectos? Lo sabremos porque hacia esa persona/actividad estarán orientadas la mayoría de nuestras acciones concretas y de nuestro tiempo. 

Por ejemplo, si usamos gran parte de nuestras horas de trabajo buscando complacer a tal compañero o compañera y todo lo que hacemos nos remite a esa persona, significa que alguien que no es nuestro cónyuge está en el centro de nuestro corazón. Así sucede también con los pensamientos impuros, como dice Jesús en Mt. 5, 28, que sólo con desear a alguien que no sea nuestro cónyuge ya estamos cometiendo adulterio en el corazón. ¿Por qué? Porque, como ya hemos visto, somos una integridad.

Incluso, puede suceder con ciertas actividades o hobbies, por muy nobles que sean. Cuando éstas se convierten en el punto central de nuestra existencia y la gran parte de nuestra energía, tiempo libre, acciones concretas y afecto van destinados a esto, estamos faltando a la fidelidad matrimonial. ¿Por qué? Porque cuando decidimos donarnos para siempre a alguien frente al altar, estamos donando no sólo el cuerpo, sino también nuestro afecto, tiempo, dedicación, actos concretos de amor. Se trata de una vida compartida de modo integral, no solamente de compartir lo que sucede en la esfera de lo sexual. 

Claro está que es muy sano que los esposos tengan cada uno sus actividades sociales, comunitarias, hobbies, etc. Pero estos deben estar presentes en su justa medida, como algo accesorio, no como algo central que pasa a ocupar el lugar privilegiado de nuestra existencia. Porque cuando sucede esto, la donación que hacemos a quien prometimos amar en totalidad se vuelve fracturada, parcial, incompleta. Es decir, dejamos de darle todo el amor, atención, tiempo y cuidado que se merece.

El deseo natural de un verdadero amor

Si bien no pensamos que se trate de un debate religioso, notamos que la falta de brújula pierde a cualquiera y hace tropezar con la misma piedra dos veces. El ataque contemporáneo de la fidelidad como un estamento anticuado y necesitado de “actualización”, hace que nos preguntemos: ¿hasta dónde llegaremos o podremos soportar? ¿Es que acaso el hombre no siente la incomodidad de aquel amor libre que atenta contra la natural fidelidad?

Nos parece que la “incomodidad” que se despierta en aquel que vive la “relación libre” se debe a un claro deseo natural del verdadero amor. No existe alma alguna que no sienta el celo por lo más preciado. El amor matrimonial nace como exclusividad: «mi esposa…mi esposo». Las palabras litúrgicas coronan lo natural llevándolo hacia una perfección que supera a ambos esposos y que les es posible alcanzar por la gracia de los méritos de Cristo, perfecto Esposo. Las alianzas que se intercambian son un símbolo que suena “como un cántico entonado por todas las cuerdas del corazón”[3].

La fidelidad no se trata de un pacto afectivo o espiritual, sino de un pacto personal. El hombre es una integridad. Tanto su cuerpo como su alma dicen unidad bajo el mismo nombre propio. Nombre que remarca la individualidad para dar lugar a la donación de uno mismo, materia de la fidelidad. Esta se muestra como una sinceridad del espíritu humano que busca pertenencia. Los hijos mismos necesitan de este baluarte para crecer con seguridad.

Un amor para siempre

T. Styczeń proponía que la libre negación de la verdad del yo, que en este caso ansía la exclusividad del otro, pone en riesgo a todo el hombre. De hecho, pregunta: “¿Es posible pensar una mayor esclavitud que la auto-esclavitud que es el efecto de esta auto-hipocresía?”[4]. Evidentemente la mentira a uno mismo provoca la pérdida de sí e imposibilita al hombre reconocerse en la acción. Poniendo en peligro la fidelidad, arriesga su deseo de pertenencia íntegra y su posible amor propio. Esto se debe a que en definitiva no puede amarse porque no se reconoce en esta misma vivencia como lo que desea ser.

Para que sea posible un amor «para siempre» debemos reconocer que la única potencia que nos libera de la esclavitud del fluctuante oleaje de la pura emocionalidad es la fuerza de la verdad. El amor tiene una verdad que fue inscrita en nuestro corazón y en nuestro cuerpo desde el primer momento de nuestra existencia. Se trata de una verdad que nos supera porque no nos la dimos a nosotros mismos, sino que nos fue dada por el Creador. A su vez, nos trasciende por completo porque nos llama a colmar los anhelos más profundos del alma a imagen de Cristo, quien es Camino, Verdad y Vida[5]. Por este motivo, antes mencionamos la importancia de la gracia. Sólo en Cristo, verdadero Esposo, el hombre y la mujer encuentran el modelo que autentifica su vivencia ética y les permite obrar en la Verdad.

Basta con recordar como a lo largo de toda la Sagrada Escritura la fidelidad de Dios se mantiene incólume ante la apostasía y prostitución de su pueblo, como recriminaban los profetas. Por esa misma fidelidad, en espíritu y cuerpo, Cristo se hace carne. No es algo que se vive en la esfera afectiva, sino en el hombre entero, de donde el amor toma su “sabor”[6] y principio de donación recíproca. En definitiva, la fidelidad de Dios por su pueblo salvó el mundo de la muerte del pecado por la renovación de la carne del hombre en la Encarnación, otorgándole el sacramento del Matrimonio como posibilidad de vivir esta misma fidelidad como signo de salvación para todos los hombres. Los esposos estamos llamados a dar testimonio del amor fiel que salva.

Para más consejos, puedes encontrarnos en nuestra cuenta de Instagram: @centrosanjuanpablo2.


[1] La frase es tomada del periódico El País: https://elpais.com/estilo-de-vida/2023-02-12/y-si-valorasemos-la-lealtad-y-no-tanto-la-fidelidad-en-las-relaciones-de-pareja.html (11/08/2023)

[2] Como se observar en un estudio publicado en 2015 por el Journal of Sex Research. Puede verse la nota que lo menciona en el diario Infobae: https://www.infobae.com/tendencias/2018/10/05/nuevas-monogamias-existe-realmente-la-fidelidad-sin-exclusividad-sexual/ (11/08/2023)

[3] K. Wojtyła, La bottega dell’orefice, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2013, 37 (trad. pr.).

[4] T. Styczeń, Comprendere l’uomo. La visione antropológica di Karol Wojtyła, Lateran Univerity Press, Roma 2005, 34 (trad. pr.).

[5] Jn. 14, 6.

[6] K. Wojtyła, La bottega dell’orefice, cit., 48.

5 consejos si estás empezando a salir con alguien

El amor siempre nos compromete con el otro. Cuando pensamos en la experiencia misma del amor, no podemos desligarla de la responsabilidad que poco a poco empezamos a sentir por el amado. Bien decía San Juan Pablo II que “entre más grande sientas la responsabilidad por la persona que amas, más verdadero es el amor”, por ello, estos son dos elementos que no se pueden separar cuando se trata de construir un amor verdadero hacia alguien más.

Para empezar, necesitamos comprender en qué consiste la responsabilidad afectiva. Se trata del cuidado y diálogo entorno a los sentimientos y emociones que surgen en una relación.  Es hacernos responsables también de lo que vamos a generar en el otro con nuestros actos y decisiones. Esto nos conduce necesariamente a ver la realidad del otro, a contemplarlo como persona amada. De esto te quiero hablar a continuación.

#1 Conocerse y conocer al otro

Ciertamente para vivir la responsabilidad afectiva hay que conocerse a sí mismo y conocer quién es el otro. El amor abraza a la persona en su totalidad, es un encuentro de dos personas que quieren disponerse para entregarse. Sin embargo, la persona para ser amada necesita ser comprendida, acogida por quien es en sí misma. Por tanto, conocer al otro ya es una puerta de entrada para amarlo. Algo que a menudo recomiendo a las parejas es ¡conózcanse!

El mundo actual en su afán de avanzar y de vivir interconectado nos introduce a todos en una dinámica de relacionamiento muy superficial que nos dificulta ver la individualidad del otro.  

Muchas veces las parejas terminan porque “no sienten amor”, “no sienten lo mismo de antes”, “se murieron los detalles”, “no se prestan atención”, en definitiva, dejaron de sentirse especiales y abrazados.  Por eso, procuremos siempre ir al fondo de quién es el otro para que nuestro amor responda a lo que nuestras parejas necesitan.

#2 Hacerme cargo de mi historia

Ser responsables afectivamente ciertamente implica también hacernos cargo de nuestra historia personal. Piensa ¿cuál es tu mayor herida? Podemos estar heridos de diferentes formas: identidad, sexualidad, afectividad, espiritualidad, etc. Alguien herido simplemente hiere.

Las heridas interiores que cargamos no nos dejan vernos como somos, no nos permiten comprender lo que nos pasa interiormente y validar la experiencia que tenemos. Muchas veces sentimos que rompemos una relación tras otra y llegamos a la nefasta conclusión de que “el amor no existe”. Esta es una premisa que muchas personas plantean en consulta psicológica, sin embargo, vemos alrededor nuestro evidencias concretas de personas que sí viven un amor verdadero. Por tanto, podemos decir que no se trata de que el amor sea un ideal, sino que este va a abarcar la totalidad de mi vida, de mi historia, de mis virtudes y heridas. De ese modo, podemos decir que para amar como nuestro corazón quiere, tendremos que aprender a asumir los pasajes mas dolorosos y oscuros de nuestra vida, para así podernos hacer cargo de nuestras emociones, de nuestra lectura del mundo y de lo que ocasionamos en los demás con nuestras actitudes y acciones. 

El amor pasa, no por un ideal, sino por la realidad de nuestras vidas. Dios nos ha amado en la realidad particular de cada uno de nosotros, y el Señor se acerca a tocar nuestra realidad particular para caminar con nosotros, ¿no es eso lo mismo que estamos llamados a hacer en el amor?

#3 Conocer las heridas del otro

El amor es, en esencia, dialogo. Entramos en diálogo con la existencia del otro, con su drama, con sus anhelos, sus sueños y heridas. Por eso para ser responsables afectivamente también necesitamos comprender  cuáles son las heridas del otro, su historia. Las heridas del otro nos hablan de su recorrido en la vida, no nos hablan “del otro” sino de su historia, pues somos mucho mas grandes que nuestras heridas, y nuestro pasado no alcanza a expresar quienes somos.

Algo que he reflexionado en el último tiempo es que cada persona tiene un motivo diferente para amar, para buscar al otro. Todos buscamos amar, pero no todos nos vemos movidos por lo mismo a la hora de hacerlo. Muchas veces nuestra búsqueda afectiva está movida por nuestras heridas y eso nos lleva a establecer ciertas dinámicas en nuestras relaciones de pareja. Atrevernos a cuestionarnos, a conocernos y profundizar en estas dinámicas es clave si lo que queremos es aprender a tener relaciones afectivas más responsables.

#4 Aprender a reparar

Un elemento fundamental para la responsabilidad afectiva es aprender a reparar nuestros errores. Cuántas veces hemos tenido peleas con quienes amamos y no nos pedimos perdón y simplemente dejamos que el tiempo pase hasta que el conflicto parezca olvidado. 

Hacernos cargo de lo que ocasionamos a los demás es clave si queremos que nuestra relación nos lleve a asumir nuestros actos de manera responsable. Piensa por un segundo en un plato que rompes en tu casa, mientras no hagas algo por arreglarlo, el plato permanecerá roto, asimismo ocurre en las relaciones afectivas. Mientras no hagamos un acto de reparación, la herida seguirá abierta. 

Existen diversas estrategias para lograr esto: escribir cartas, una invitación a comer, invitar a un diálogo al otro, etc. Todo esto es importante, pero lo imprescindible siempre será algo que en sí es muy sencillo: hablar de como me sentí y no culpar al otro sino hacernos cargo de lo que a cada uno corresponde.

La irresponsabilidad afectiva esta cargada de eso, de no saber cómo se siente el otro cuando yo realizo ciertas acciones y comentarios que lo hieren.

#5 Purificar el corazón

Ciertamente hay que atravesar un proceso de purificación de nuestro corazón y de nuestras intenciones si queremos vivir la responsabilidad afectiva. Purificar la mirada del cuerpo, del dinero, de la persona, de la familia, de la paternidad, entre muchos otros temas para poder ver la realidad mas acertadamente. Esta es una oración que hay que hacer: Señor, purifica mi corazón. Lo que a menudo termina conflictuándonos es lo que se anida en nuestro corazón. Por eso, es importante también detenernos a hacer un exámen de conciencia, para así ver y valorar lo que hay en nuestro corazón y lo que motiva nuestras búsquedas en el amor.

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La responsabilidad afectiva es un proceso que hay que vivir gradualmente, en el ejercicio de crecer en esta responsabilidad tendremos que aprender a detenernos una y otra vez sobre nuestra historia para comprender el camino que hemos recorrido y lo que este nos ha marcado en el interior. No es posible vivir el amor si no nos conocemos y sin conocer quién es el otro, pues de lo contrario, terminaremos siendo dos desconocidos que comparten una vida en común pero sin más sentido.

La locura de la propuesta cristiana se revela en el cuerpo

El ser humano experimenta la realidad a través del cuerpo. Ninguna experiencia la vivimos aislados del cuerpo. El cuerpo es el fundamento necesario para vivir la vida terrenal. Entonces, si la fe es lo que me permite descubrir el significado de la realidad, el primer significado que debo descubrir es el del propio cuerpo. Comprender el sentido del cuerpo humano es la llave que me permite acceder al propósito de todo el resto de la existencia. El significado del cuerpo, por lo tanto, no es un extra dentro de la experiencia humana. Por el contrario, es parte fundamental.

La evangelización requiere de la teología del cuerpo

Jesucristo vino a cumplir con el deseo de San Pablo y, por lo tanto, el de toda la humanidad que afirma: “gemimos interiormente anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo.” (Rm 8, 23). Esto nos permite presuponer que hay algún problema con el modo en el que experimentamos nuestros cuerpos, como si nos hubiéramos alejado del significado del cuerpo.

Es por ello que la evangelización requiere de la teología del cuerpo. Cuando una persona o una cultura no están evangelizadas, eso se ve en cómo tratan al cuerpo humano. Y tal síntoma nos advierte de una enfermedad grave: si encontramos confusión respecto del significado del cuerpo o de cómo tratar al cuerpo, sabremos que allí es necesario anunciar la Buena Noticia.

Todo lo que afirma a Cristo encarnado viene de Dios

Esta relación inseparable entre el Evangelio y la experiencia del cuerpo humano es tan fundamental que, desde el principio de la historia, el enemigo ha intentado separar a Cristo de la carne. ¿Cómo puedo reconocer al enemigo presente en los temas relacionados con la carne? Es simple: todo lo que afirma a Cristo encarnado viene de Dios; todo lo que separa a Jesús del cuerpo viene del Anticristo.

Así lo declaran las Escrituras: “En esto reconocerán al que está inspirado por Dios: todo el que confiesa a Jesucristo manifestado en la carne procede de Dios. Y todo el que niega a Jesús no procede de Dios, sino que está inspirado por el Anticristo” (1 Jn 4, 2-3). Por ello, todo lo que separa al Evangelio de lo corporal se convierte en una abstracción, es decir: deja de ser cristiano, y se vuelve en su contra. Se convierte al cristianismo en una especie de propuesta intelectual e idealista.

El cuerpo humano es camino para la vida trinitaria

La locura de la propuesta cristiana es que el sentido y la causa de todo lo que existe —el origen y meta, el propósito, el amor, el gozo, la verdad, la bondad, la belleza…— se hizo carne. Todo lo que el corazón anhela con todas sus fuerzas se reveló a sí mismo en el cuerpo humano. Es por ello que Juan Pablo II habla del “sacramento del cuerpo”: habla de la capacidad que tiene el cuerpo humano de abrirse al misterio de la vida trinitaria y de ser el camino para llegar a participar en ella.

Debemos proteger también la vida divina que habita en nosotros

Quien acepte esta novedad de la propuesta cristiana debe saber que también sufrirá el ataque contra el cuerpo humano. Esto significa no sólo el ataque contra la vida humana, sino también contra el mismo misterio de la Vida divina en nosotros. Porque es el cuerpo humano —especialmente el de la Palabra hecha carne— quien nos regala la Vida eterna de Dios a nuestros propios cuerpos.

La plenitud se dio a nosotros en forma de carne

En el comienzo del Catecismo de la Iglesia Católica —en el inicio de su prólogo, ¡antes que cualquier otra cosa!—, leemos esta cita de las Escrituras: “Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3). Debemos prestar mucha atención a cuando la cita dice la palabra “esta”. De algún modo, es la Palabra fundante de todo lo demás. Sin esa palabra, la “Vida eterna” sería simplemente un concepto abstracto, una idea. ¡Y no es así!

“ÉSTA (¡que está aquí!) es la Vida eterna”. ¿A qué se refiere? En primer lugar, en la Biblia la Vida eterna no es simplemente algo que dura para siempre: la Vida eterna es quien Dios es. Vida eterna significa que el eterno se hace uno con nosotros para responder a nuestros deseos más profundos. En particular, el deseo de lograr un amor y una felicidad que sean absolutamente fieles y que nunca se agoten, que colmen mis expectativas de Vida.

Esta plenitud, esta Vida vino a nosotros de forma concreta, en la carne. Se ha convertido en “esto”. No es meramente un concepto. Es algo que puedo señalar con el dedo, tocar y ¡hasta saborear en la Eucaristía! La Vida eterna se ha convertido en una realidad concreta.

Podemos encontrar la vida eterna con nuestros sentidos corporales

“Esta” es la Vida eterna: conocer experiencialmente e íntimamente al Dios verdadero. ¿Cómo? “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” (Gal 4, 4). Se nos habla de algo que ocurrió en un tiempo específico y en un lugar concreto: “El Verbo se hizo carne” (Jn 1, 14). Esto no es una abstracción: es un hecho.

Si no logramos ver la concreción de este evento en el tiempo y el espacio, no lograremos ver al Evangelio. ¡Es absolutamente crucial! “Esta” es la Vida eterna, dice Jesucristo. La Vida eterna no es un concepto, no es una idea. Es algo que podemos encontrar con nuestros sentidos corporales.

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Hay un pequeño detalle que nos quiere ayudar a recordar ésta realidad fundamental. Dentro de la Basílica de la Anunciación en Nazaret, lugar donde el Ángel Gabriel anunció a María que el Verbo se haría carne en ella, hay un altar que debajo tiene la siguiente inscripción: «Verbum caro hic factum est». Es decir, «el Verbo se hizo carne AQUÍ».

5 tips para detectar a un infiel

¿Tienes miedo de iniciar una relación de pareja por miedo a que te traicionen o te pongan los cuernos? ¿Qué pasaría si te digo que puedes disminuir significativamente ese riesgo?

 

Sí, sé que suena mágico, pero es real. En el Laboratorio del Amor del Dr. John Gottman se han estudiado a más de 3 mil parejas por 30 años. Esto permitió identificar 5 filtros que disminuyen significativamente el riesgo de una posible traición.

 

Estos filtros funcionan como “red flags” (banderas rojas) que, si las tienes presentes, podrías evitar un dolor tan profundo y traumático como es una infidelidad.

 

Dirijo estos consejos a una persona soltera que ya tiene un candidato potencial a pareja (con nombre y apellido). Si tienes miedo o algo no te cuadra, estos consejos serán una guía y darán gran alivio.

 

1. La sinceridad

 

Es vital que esta persona viva en la Verdad, que no mienta. Si tú observas que este candidato miente -—ncluso por tonterías— es la primera alerta que debes tener en cuenta.

 

2. La transparencia

 

Debes tener la capacidad y el permiso de conocer su vida, su entorno, su familia, sus amigos. Es real que el conocimiento mutuo es un proceso y tiene un tiempo, pero cuando observes que él no tiene apertura a mostrar su mundo, esta es la segunda alerta.

 

3. Capacidad para rendir cuentas

 

¿A dónde vas? ¿Con quién vas a estar? ¿Qué hiciste ayer en la noche?

 

Si frente a este tipo de preguntas se incomoda, dice que lo quieres controlar, que no te pongas “tóxico” y no tiene tranquilidad y apertura a compartir qué ha hecho, esa es la tercera alerta.

 

4. Sentirte cómodo con su moral

 

La moral es lo que marca qué está bien y qué está mal. Es lo que rige nuestra conducta. Mira cómo se comporta en su entorno, cómo responde a su familia, cómo trata a las personas de servicio, cómo se relaciona con sus amigos. Si no te sientes cómodo con su conducta esa es la cuarta alerta.

 

5. Capacidad de dar apoyo

 

Cuando él tiene un problema, tú sales a su encuentro, te preocupas por estar presente y que se sienta bien y estable. Pero cuando tú tienes un problema o te sientes mal ¿esa persona está ahí para ti?

 

Si sólo tú tienes disposición de dar apoyo, preocúpate, esa es la quinta alerta.

 

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En la medida que esta persona te muestre más red flags, el riesgo de traición será mayor.

 

La vida de pareja es única, maravillosa y descubrir ser complemento es extraordinario. Estos filtros que te he brindado no son absolutos, lamentablemente. Así una persona pase positivamente por todos ellos, no garantiza que te sea siempre fiel. Sin embargo, estas red flags te serán útiles para no avanzar más cuando se vea el peligro.

 

Para más consejos, puedes seguirme en mi página de Instagram: @entrenandoelamor.

No pongas el corazón en cualquier parte

El llamado a amar a todos y entregar nuestro corazón en todo lo que hagamos y a donde vayamos no es lo mismo que entregarle el corazón a cualquier persona sin límites ni reservas.

 

El mandamiento de amar a otros como a nosotros mismos exige, primero, ese componente personal: no podrás amar a otro si primero no te amas a ti mismo; no podrás cuidar de otro, si no te cuidas a ti mismo; y no podrás ser responsable con la vida afectiva de alguien más si no eres responsable con la tuya propia.

 

Terreno sagrado

 

Por eso el amor exige la capacidad de cuidar del propio corazón, protegiendo la intimidad profunda de nuestra alma, en donde habita Dios mismo y donde ha depositado nuestros sueños, anhelos, aspiraciones, proyectos y deseos más profundos. Es terreno sagrado. Ahí no entra cualquiera, sino solo aquellos que han visto arder en él su valor sagrado y la misma presencia divina, aquellos que se han descalzado para entrar cuidadosa y respetuosamente en el santuario de tu intimidad. Aquellos que se han comprometido a abonar y cultivar vida, verdad y libertad en ti, no los que quieren entrar a destruir y arrancar los frutos de amor ya sembrados en tu corazón.

 

Sé selectivo

 

Estamos llamados a amar profundamente a todos los que nos rodean, y, también, a ser selectivos con las formas que toma este amor. La soledad, la desesperación, la idealización del amor romántico, las heridas emocionales, la precipitación y los desordenes afectivos pueden impulsarnos a ser imprudentes en nuestra entrega, abriéndole el corazón a personas que no conocemos bien, considerando amigos íntimos y confidentes a personas no confiables, entrando en relaciones de pareja sin establecer limites sanos ni habiendo hecho un correcto discernimiento del otro.

 

Aprende de tus errores

 

El dolor que hemos experimentado, la traición, la no correspondencia, y la frustración de relaciones pasadas deben ser para nosotros una guía de tendencias y un medio de autoconocimiento. Si reconoces que tiendes a entregarte muy rápido, si le cuentas tus secretos a personas que apenas conociste, si te cuesta ir despacio a la hora de establecer vínculos… ¡ya sabes suficiente! Esto te permite anticipar tus inclinaciones y regular tus comportamientos.

 

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Cuidar tu corazón no es una opción negociable: él anhela entregarse y reposar en lugares seguros, no lo deposites en cualquier parte.