Categorías.

Resultados.

¿Cómo proteger a tus hijos de los males del mundo?

En la actualidad, una preocupación recurrente para quienes somos padres, es saber adoptar medidas efectivas que protejan a nuestros hijos de caer en el mal que ofrece mundo. Una buena noticia es que diversos estudios han revelado que sí existen ciertos factores que reducen significativamente la probabilidad de que nuestros hijos se vean involucrados en comportamientos de riesgo.

Comencemos mencionando algunos de estos comportamientos de riesgo: consumo de alcohol, tabaco y drogas, inicio temprano de actividad sexual, embarazos inesperados, comportamientos agresivos, conductas delictivas, alteraciones mentales, deserción escolar.

¿En qué consiste la protección? Podemos agrupar estos factores protectores en cinco categorías.

1. Presencia, cuidado y protección de los padres

La conexión constante y activa con nuestros hijos se convierte en un escudo robusto contra las influencias negativas. Los estudios mencionan los siguientes aspectos: acompañar y supervisar sus actividades diarias, tener reglas en casa, mantener una buena comunicación, ofrecer apoyo emocional y hablar favorablemente del matrimonio.

2. Mayor nivel educativo

La educación escolar no solo les proporciona conocimientos. También, les brinda herramientas para tomar decisiones informadas. A su vez, los ayuda a enfrentar los desafíos de la vida con mayor madurez.

3. Actividad física regular

Que nuestros hijos se mantengan en movimiento promueve su salud física. Además, contribuye a su bienestar mental. La actividad física ayuda a canalizar la energía. Reduce el estrés. Les proporciona una forma positiva de ocupar su tiempo libre, alejándolos de otras situaciones.

4. Buenos amigos

Las amistades de nuestros hijos influirán de forma decisiva sobre su comportamiento. Estarán a salvo quienes se sienten menos presionados por sus pares para realizar conductas de riesgo. Así, confían más en su capacidad de resistir la presión social.

5. Prácticas religiosas 

Los estudios han demostrado que los adolescentes que acuden con regularidad a la iglesia se mantienen más firmes en sus valores y convicciones. Una vida espiritual los sostiene en momentos de incertidumbre. Les sirve como guía moral a lo largo de su vida.

***

Los 35 estudios que respaldan esta información están enlistados en el capítulo 9 del libro Abrazo de Amor de la Dra. Rosario Laris, que puedes encontrar gratuitamente en internet. Hay formas de proteger a nuestros niños del mal. ¡Vamos! ¡No nos desanimemos! 

El problema de la desconfianza infundada en las relaciones

Alertamos que el siguiente contenido puede afectar la sensibilidad de algunas personas. 

Cuando hablamos de desconfianza, es importantísimo diferenciar cuándo está fundamentada y cuándo no. Muchas veces proyectamos en nuestra pareja o en otras relaciones las heridas que traemos del pasado por traiciones o maltrato que hemos sufrido, aunque nuestros seres queridos no tengan la culpa.

En este contexto de heridas propias, la desconfianza se origina en la expectativa de que las personas nos maltratarán, nos abandonarán, nos engañarán o se aprovecharán de alguna manera. Estas suposiciones nos impiden abrir el corazón a otras personas. Nos llevan a pensar el peor escenario. Nos conducen a establecer relaciones superficiales. También, a estar a la defensiva y, o a comportarnos nosotros agresivamente.  Además, puede pasar que, inconscientemente, nos sintamos atraídos hacia personas que nos traten mal, perpetuando el ciclo vivido anteriormente de maltrato, desconfianza o ira.

Las heridas emocionales que pueden causar desconfianza

Cualquier tipo de maltrato o abuso puede estar influyendo en que veamos peligro en nuestras relaciones. Por ejemplo, puede ser que tengamos heridas causadas por agresiones, como por ejemplo, haber sufrido castigo físico, insultos, humillaciones, burlas, comparaciones, etiquetas, manipulación, victimización, ley del silencio, invisibilización, etc. 

Por otro lado, puede ser que tengamos heridas por abuso sexual, como tocamientos, frotamientos, violación, exposición a contenido sexual (consumo de pornografía, haber presenciado las relaciones sexuales de los padres o de otras personas, etc.). O puede ser que nuestros padres no nos hayan creído o no hayan hecho nada para defendernos ante un abuso. 

Por otra parte, puede ser que nuestros familiares hayan expuesto nuestras confidencias. Es posible, además, que nos hayan infundido la idea de que no se puede confiar en nadie o que no nos hayan cumplido las promesas hechas.

Además del maltrato en sí mismo, todas estas situaciones tienen en común que, por lo general, las personas que debían protegernos eran las que nos estaban lastimando, como familiares o el círculo cercano. Esto provoca una ruptura de la confianza y genera un sentimiento profundo de desprotección y desamparo. 

Se puede sumar, a su vez, el sentimiento de impotencia, al no poder tomar distancia de estas personas, pues para un niño es mejor estar en una relación abusiva que no tener ningún tipo de relación. 

Las emociones que están detrás de la desconfianza

Comúnmente, las emociones que están detrás de la desconfianza son el miedo, la ira y la tristeza. Estas emociones permanecen aun cuando no hay una razón para que florezcan. Pareciera que el cuerpo, en esta instancia, está constantemente preparado para el peligro; se encuentra en un estado de hiper vigilancia y de hiper alerta, porque nos sentimos vulnerables. 

Por otro lado, puede ser que hayamos aprendido a desconectarnos de nuestras emociones y a entrar en un estado disociativo (desconectarnos de nosotros mismos) con el fin de protegernos. Sentimos, así, que estamos fuera de nosotros mismos o que llegamos a olvidar por completo la situación del trauma, sobre todo cuando el maltrato ha sido repetido en el tiempo. 

Si bien todos estos mecanismos de defensa nos protegen durante la infancia, posteriormente, en la adultez, se convierten en un obstáculo para construir relaciones sanas. A su vez, nos impiden poder cumplir nuestro proyecto de vida. Aunque hayamos borrado estos eventos de nuestra conciencia, nuestro cuerpo nos sigue avisando que algo no está bien. Entonces, persistimos en un estado excesivo de alerta. 

Consecuencias 

Como consecuencia de todo lo expuesto, aprendemos erróneamente a asociar amor con agresión. Maltratamos a nuestro cónyuge, a nuestros hijos, o nos dejamos maltratar, nos enfadamos desproporcionalmente, permitimos que nos burlen o nos rebajen. Esto puede suceder, incluso, en la relación con nuestros jefes o con cualquier otra persona que no sea nuestra pareja. 

También tendemos a tener una valoración negativa de nosotros mismos. Experimentamos vergüenza, vulnerabilidad, inutilidad o culpa sin motivo real. Es posible que hayamos perdido parcial o totalmente la capacidad de sentir empatía o de conectar con el dolor propio y el ajeno.

La indefensión aprendida puede aparecer. Se trata de la creencia de que hagamos lo que hagamos no podremos salir de una situación abusiva, de que se sale totalmente de nuestro control y de que, por tanto, debemos asumir una posición pasiva.

En la sexualidad, es posible que tengamos la tendencia a replicar el abuso con otros, que las relaciones sexuales en el matrimonio se vean como una obligación, que perdamos la capacidad de experimentar el placer que de ellas se desprende. Incluso, puede ser que hayamos desarrollado disfunciones sexuales.

***

Recomendaciones

  • Busca ayuda profesional y espiritual. Aunque cueste, apoyarse en otras personas es indispensable. Debemos reconocer con humildad que no podemos solos.
  • Es normal no querer recordar, pero lo necesitamos para poder volver a conectar con el dolor y sanar. Hacer esto con apoyo de otras personas es importante.
  • La ira, el miedo y la tristeza deben ser expresados de formas sanas: buscando justicia, valorando las pérdidas, comprendiendo que ya no estás en peligro, llevando un diario como forma de escritura terapéutica, etc. 
  • Sin ponerte en una situación de victimismo, es clave que comprendas que nada de lo que pasó fue tu culpa, no lo provocaste, ni lo merecías. 
  • En la medida de lo posible, toma distancia de las personas abusadoras, puesto que cuesta más sanar en el mismo ambiente del trauma. 
  • El perdón es indispensable para sanar. No esperes que el ofensor cambie, pida perdón o pague por lo que hizo para poder perdonar. Sin embargo, perdonar de todas formas sí es una condición indispensable sin la cual no es posible la reconciliación. 
  • Evita proyectar, en las otras personas, esos maltratos, puesto que ellos no los han causado, las culpas no son de ellos. 
  • Abre el corazón a quienes han demostrado ser dignos de confianza. No maltrates a las personas a tu alrededor y pide perdón con humildad si lo has hecho. 

Encuéntrame en Instagram como @psicoalexandraguzman

A mi mamá no le gusta mi pareja

Continuando con estos artículos que vengo escribiendo sobre la desaprobación familiar hacia la pareja, ahora tocaremos el tema en la adolescencia desde la perspectiva del hijo (o hija). Hablamos de una etapa de la vida llena de cambios, aprendizajes y nuevas experiencias. Una edad en la que afirmamos nuestra personalidad y —por lo mismo— muy emocional. 

Parte de esa vida emocional es el descubrimiento del enamoramiento, que suele ser una montaña rusa. Así, es muy común que al atravesar estos años empecemos relaciones de pareja que nuestros padres no aprueban. ¿Debemos, entonces, evitarlas por obedecerlos ciegamente? ¿O acaso pelearnos con ellos para mantenerlas con rebeldía? Lo saludable, como siempre, es el equilibrio. Y lo voy a poner en términos de confianza. ¡Veamos algunos consejos!

1- Confía en el amor

Si tus padres se oponen a tu relación es porque te aman. Tal vez no lo están expresando de forma correcta o no estás abierto a escucharlos, pero detrás hay un deseo de que encuentres lo mejor para ti. 

Si bien es cierto que “lo mejor” según ellos no siempre coincide con tu visión, debes aceptar que ahí hay amor. Como cuando eras chico y te alejaban de la llama de la cocina, hoy no quieren que sufras ‘quemaduras’ sicológicas.

2- Confía en el proceso

La vida es un proceso y las relaciones también lo son. Vamos creciendo no solo en lo visible, sino además en cuanto al desarrollo neuronal. Si bien la masa cerebral ha llegado a su máximo al inicio de la adolescencia, la corteza prefrontal es una de las últimas partes en madurar (alrededor de los 24 años). 

Esta área es responsable de la planificación, de establecer prioridades y la toma de decisiones. Por esto, puedes llegar a pensar que puedes ‘vivir del amor’ y mudarte con tu pareja apenas cumplas 18. Es probable que no hayas terminado de madurar como persona —ni dentro de la relación—, y eso les asusta a tus papás.

3- Confía en la experiencia

En el mismo sentido, cuando tus padres ven riesgos en tu enamoramiento, es porque han desarrollado esa capacidad de proyectar hacia el futuro, basados en sus experiencias o en las de otros. Si bien es posible que estén viendo monstruos donde no hay —por traumas personales, por ejemplo—, sí te están haciendo ver aspectos que debes tomar en cuenta, aunque sea para desmentirlos.

Con mucha más razón esa experiencia se demuestra cuando tienen argumentos sólidos. Por ello, dado el caso, puede que lleguen a buscar una ayuda externa que se los dé de una manera más objetiva —un psicólogo o un sacerdote, por ejemplo—.

4- Confía en los límites

Aprender a relacionarse implica aprender a poner y respetar límites. No solo en lo físico, sino también en lo psicoafectivo o lo espiritual, es necesario ir definiendo fronteras, y los padres saben cómo hacerlo porque así te fueron ayudando a crecer. 

Por consiguiente, tal vez necesitas aceptar los límites que te están poniendo (horarios, lugares, etcétera). Gracias a ellos irás comprobando el compromiso de tu pareja contigo y su responsabilidad afectiva.

5- Confía en tus emociones

Es cierto, lo primero que te dirán tus sentimientos es que amas a tu pareja y tus padres no quieren tu bien porque no la soportan. Sin embargo, más allá de esa primera emoción, es importante que trates de discernir si lo que sientes por ella es solo pasional. 

Tampoco deja de ser primordial la emoción que tienes por tus padres, pues te duele precisamente porque son importantes. ¿Qué te interesa que tu novio no le guste al vendedor de la esquina? Por esto hay que buscar la salida más saludable de este desequilibrio emocional.

6- Confía en tu razón

Así como el amor es un sentimiento, es también una decisión que debe tomarse día a día, evaluando lo que tienes en la relación. A tu edad, todavía no resulta claro en muchos casos, porque la emoción a veces te supera. Por esto conviene confiar en alguien que sea la voz de la razón. 

Sí, está bien oír a los amigos o a otro adolescente en una red social, pero rara vez tendrán más claridad que tú, porque quizás estén pasando por algo parecido. Una vez más, tu razón se puede ver alimentada por la experiencia de otros: hermanos mayores, tíos, profesionales y consejeros espirituales, pero sobre todo tus padres. ¿Quién te conoce mejor que ellos que han crecido junto a ti y te aman de forma incondicional?

7- Confía en el respeto

El respeto nace de los límites, y es una expresión del amor. Cuando amamos, buscamos el bien del otro, lo cual significa saber hasta dónde debo llegar. Si tu pareja te respeta, respetará tus condiciones, aunque no le gusten. 

Muchas veces son los padres los que ponen esos límites, lo cual es natural: vives bajo su tutela, y buscan lo mejor para ti. Asimismo, si tus padres te aman, entenderán lo que sientes por tu pareja, y por eso pretenderán dialogar sobre ello con el objetivo de que tomes buenas decisiones.

* * *

Si a tu mamá no le agrada la persona con la que estás saliendo, no te pelees con ella: escúchala y dile de manera respetuosa lo que sientes y piensas, y lo que desearías en esa relación. Es cierto que los adultos tampoco son perfectos y se pueden equivocar, pero te aman y tienen la capacidad —basada en la experiencia— de aconsejarte con vistas a un mejor futuro para ti. 

Si en algún momento sientes que no eres capaz de dialogar, busca un mediador: una persona que pueda ayudar a que ustedes se entiendan. Esto te ayudará a tomar decisiones más adecuadas con respecto a tu pareja, además de fortalecer la confianza entre tus padres y tú. El amor siempre triunfará, si es amor y no capricho. Y el amor entre tú y tus padres es real, no lo dudes.

¿Qué hago si no me gusta el novio de mi hija adolescente?

Esta pregunta también se le puede aplicar a la novia del hijo y se la plantean tanto madres como padres, con sus matices. En este artículo, continuación de mi publicación anterior, nos enfocaremos en papás y mamás de adolescentes, pero seguiremos hablando de la aceptación de la pareja por parte de la familia, que es un tema muy amplio. Cabe anotar que, si bien al escribir usaremos solo uno de los sexos, lo hacemos por economía de lenguaje nada más. Comencemos, entonces, con algunas consideraciones en estos casos en concreto. ¡Vamos!

Define lo que no te gusta en la relación.

Es importante tener claro qué es puntualmente lo que te molesta. Debes poder distinguir los motivos racionales de los emocionales. No porque sean menos válidos para ti, sino que los últimos podrían relacionarse más con tu historia que con la de tu hija. Ocurre que la frase “mi hija merece algo mejor” puede tener que ver con las propias aspiraciones y no con el bien de la chica, y hay que tomarlo en cuenta. 

Algunos ejemplos de argumentos racionales pueden ser: una diferencia de edad muy grande, problemas de adicción, entorno familiar o social problemático, etc. 

En cambio, los argumentos emocionales podrían ser: es feo, pertenece a un grupo socioeconómico distinto al propio, su carrera no te parece respetable, etc.

Mira a tu alrededor.

Pregúntate si eres la única persona en tener reparos acerca de la relación de tu hija. Sobre todo, dialoga con tu esposo. Como padres, ambos tienen perspectivas similares y complementarias, pues a la vez que lo ven de cerca, en su relación paternofilial, cada uno lo mira con sus ojos; es decir, su propia historia, heridas, conocimientos, etc. Habla también con las personas que son cercanas a tu hija y en las que confía, como sus amigos u otros familiares (hermanos, primos). Escucha con atención sus consideraciones y muéstrate abierto a distintos puntos de vista. Tal vez te resulte difícil aceptar que un tercero pueda conocer la realidad de tu hija mejor que tú, y que por ello tenga una opinión distinta por completo.

Procura entender qué es lo que le gusta de su novio a tu hija.

Tal vez lo que para ti es importante, para ella no, y tus afinidades no tienen por qué coincidir con las de ella. Recuerda cosas que te hayan mostrado lo que a ella le atrae de él, aunque no opines igual. Ponte en su lugar, ¿tus padres estuvieron de acuerdo con tu relación cuando estabas creciendo?, ¿cómo te sentías con eso? Es útil dibujarte una idea de lo que podría estar viviendo tu hija, ponerte en sus zapatos, y así suavizar el juicio que puedas tener sobre la situación. De ese modo, si bien quizás no cambiará tu punto de vista, al menos no juzgarás de forma tan dura el suyo.

Entabla un diálogo con ella para que puedan expresarse

La parte fundamental de este proceso se basa en la comunicación. Haz saber a tu hija que estás a su disposición para escucharla y hablar, por embarazoso que sea. Quizás en un inicio le cueste estar disponible y puede resultarle incómodo abrirse con sinceridad, pero si le demuestras que buscas su bien y necesitas que ambas se entiendan, poco a poco lo logrará.

Respeta la decisión de tu hija… con límites

dUna hija adolescente puede tener muy claro qué es lo que busca en una relación y decidir con una libertad responsable. Pero es probable que esta sea una experiencia dolorosa al final porque le tocará aprender a distinguir entre lo que quiere o le gusta y lo que es bueno para su vida. Conviene, entonces, estar ahí para contenerla, ayudarla a enfrentar el dolor y aceptar la realidad, con esperanza de poder encontrar una persona con quien construir una relación saludable en el futuro. Eso sí, con límites: si ves, respaldada en las opiniones de otros, que en verdad este chico puede representar un serio peligro para ella, lo mejor es buscar disminuir esos riesgos poniendo reglas (horarios, espacios, supervisión, etc.). Siempre con diálogo, sin prohibir, pues ella se verá con él, te enteres o no; y así generas compromisos.

* * *

El hecho de que la pareja de tu hijo o hija te produzca algún temor o preocupación no es garantía de que esa relación termine mal y le cause un daño irreparable. Sin embargo, sea que acierte o equivoque, debe tener su propio espacio de libertad, sin dejar de acompañarle en el proceso de toma de decisiones responsables. Escucha a otras personas que conozcan la situación y, de ser posible, asesórate con alguien que tenga los conocimientos y el contexto necesario (psicólogo, director espiritual). Y nunca dejes de mantener el diálogo con tus hijos, brindándoles la confianza para que se puedan apoyar en tu consejo. Con fe, paciencia y mucho, mucho amor.

¿Qué hacer si los hijos no llegan?

Todos estamos invitados a cargar una cruz. A veces, esa cruz se materializa en lo físico; otras, en lo emocional; y otras, en lo espiritual; e incluso en todas a la vez. Las cruces pueden ser más o menos pesadas y adoptar infinidad de formas. Por ejemplo, con lo vinculado a los hijos. 

Una vocación tan sana y tan natural como la maternidad, cuando no se satisface, puede ser una cruz sumamente dolorosa. ¿Cómo puedo cargarla para sobrevivir? Aquí te dejo algunos consejos.

1. No te compares

Dado que tendemos a buscar aceptación social, evitar compararnos es una ardua tarea, y luchar contra la envidia requiere fortaleza. Sin embargo, compararse es un absurdo porque Dios nos ha hecho a todos y cada uno de nosotros —con nuestras circunstancias y nuestros tiempos— únicos e irrepetibles. 

Muchas veces, compararse genera dolor y frustración; sin embargo, en el fondo, carece de sentido. El por qué ocurren las cosas debemos encontrarlo a la luz de nuestra propia vida, aunque de primeras no podamos entenderlo.

2.  Cuídate y aprovecha el tiempo

Es fácil que un proceso complejo nos absorba hasta el punto de que todo parezca girar en torno a eso. Intenta no olvidar cuidarte en lo físico, lo emocional y lo espiritual. Intenta rescatar todo aquello que te hace disfrutar de tu día a día, porque es un regalo inmenso que a veces perdemos de vista. 

Si, por ejemplo, los hijos no llegan, intenta aprovechar ese tiempo para fortalecer el vínculo en el matrimonio o para buscar otras maneras de darte a los demás. Termina ese proyecto que tenías en mente y, sobre todo, intenta que esa cruz que cargas sea fuente de fortaleza y una oportunidad para crecer. Así, poco a poco, irás encontrando su sentido.

3. Comparte

El ser humano es un ser social porque tiende al amor. Por eso, pide ayuda. Puede ser un ayuda profesional, o simplemente alguien a quien quieras o en quien confíes. No tienes por qué cargar esa cruz en silencio. El amor es la base y respuesta a todo, y resulta fundamental cultivarlo en cualquier circunstancia. 

La sociedad no tiene por qué condicionar nuestras vidas.  Ella no tiene por qué marcar nuestros ritmos, el numero de hijos que hay que tener, el tipo de casa o de coche, el sueldo que hay que ganar. Nuestro entorno debe ayudarnos a dar y recibir amor. Pedirlo —porque lo necesitas— está bien. 

4. Pon el foco en lo que tienes, no en lo que falta 

La vida es una secuencia infinita de regalos. Cada día es un milagro en sí mismo. Sin embargo, estamos tan acostumbrados a “recibirlo” que lo damos por sentado, y no nos hacemos conscientes de lo muchísimo que tenemos. Solo nos detenemos a pensar en esos regalos cuando algo que queremos —no necesariamente que necesitamos— nos falta. Y esto es injusto e ingrato. 

Intenta hacerte consciente de todo lo que te rodea: de tu respiración, de los pajaritos, del trabajo, de tu pareja, de tu familia y amigos, de la oportunidad de estar comiendo esto en concreto, de la playa en verano, de la ropa en el armario, de la salud, del chiste que te hizo reír ayer, etcétera. Sé consciente de toda esa secuencia infinita de milagros que se dan en tu vida ahora mismo, así tal cual ella es.

5. Reza y confía en Dios

Esta es la última y más importante. Reza y abandónate a los brazos de Dios. Pídele, espera y confía. Llegue o no llegue lo que pides, Él siempre sabe más y te quiere feliz. Todo pasa por y para algo, por razones mucho más inmensas de lo que todavía hoy podemos imaginar, pero que algún día entendemos. 

Por supuesto, camina y pon los medios para cumplir tus anhelos, porque Dios te quiere trabajando: Él obra sus milagros a través de personas y de acciones. Pero, mientras tanto, pídele, y si es necesario, suelta. Él lleva tu cruz también.

¿Cómo educar en la fe?

En el mundo actual, nuestros hijos tendrán que enfrentar frecuentes desafíos sociales y espirituales. La fe cristiana será para ellos una brújula en el camino y un apoyo esencial para vivir de manera significativa y recta.

Estas cuatro claves nos ayudarán en el proceso de transmitir la fe a nuestros hijos

1. Rezar 

Fomentemos la oración en familia. Es importante rezar juntos por lo menos antes de comer y al acostarnos. Procuremos llevar a nuestros hijos a misa de forma regular, explicarles el significado de los rituales y las enseñanzas de la Iglesia. La oración nos ayudará a desarrollar una relación personal con Dios.

2. Inspirar 

Nuestro ejemplo es crucial. Vivamos nuestra fe de manera coherente y demostremos nuestros valores cristianos en la vida diaria. Los niños aprenden mejor de lo que ven que de lo que escuchan.

3. Conectar 

Busquemos que los momentos de oración y de asistir a la Iglesia sean siempre en un ambiente respetuoso y positivo, nunca lleno de regaños o malos tratos. Nuestros hijos descubren el amor de Dios primero a través de nosotros.

4. Ambientar

Procuremos un entorno de participación y aprendizaje continuo para nuestros hijos. Asistir al catecismo, a algún programa de formación religiosa, a un grupo de jóvenes o participar en algún servicio es importante para sentirnos parte de la Iglesia. Generar sentido de pertenencia es primordial, sobre todo en la adolescencia.

***

Recordemos que vivir y crecer en la fe es un proceso continuo que nunca termina. Guiemos a nuestros hijos para que desarrollen una hermosa y cercana relación con Dios.

¿Qué hacer si mi familia no acepta mi relación?

La relación de pareja es uno de los espacios más delicados de nuestra vida afectiva. Si tus familiares están en contra de que tengas una relación, eso significará un gran golpe para ti. Recordemos la historia de Romeo y Julieta, cuyo amor estaba prohibido por pertenecer a familias enemistadas. 

Ahora bien, no todas las oposiciones son iguales. En efecto, no es lo mismo hablar de una relación a los 15 años, a los 20 —aunque dependiente de los padres—, de alguien ya comprometido o de un matrimonio que lleva algunos años. Tampoco es igual si quienes se oponen son tus padres, tu hermana o el tío Olafo. 

Además, pueden existir muchas razones —unas más válidas que otras— por las cuales un chico o chica no le guste a nuestra familia. De todas formas, hay algunos consejos que te pueden ayudar, cualquiera sea la circunstancia en la que te encuentres. ¡Veamos!

1. Aceptación

Lo primero es entender que somos seres libres, y así como tú tienes la libertad de elegir quién está a tu lado, tu familia puede escoger no estar de acuerdo. Es necesario aceptar este hecho y no culparte a ti mismo, a tu novio o novia, ni a ellos. 

Haciendo un berrinche no vas a arreglar la situación, como tampoco lo vas a lograr dándoles gusto y abandonando a tu pareja. Aceptar significa darte cuenta de lo que no puedes cambiar y trabajar en lo que sí.

2. Respeto

Es importante que cada una de las partes respete la opinión y las creencias de la otra. Ambos deben estar abiertos al diálogo, comprendiendo y reconociendo que no pueden imponer sus ideas. 

No se trata de demostrar quién tiene la razón, sino de encontrar un camino de solución donde todos se sientan mejor que ahora. Siempre se puede fortalecer la relación entre las distintas partes, aunque no se esté del todo a gusto.

3. Gratitud

Si tomas la oposición de tus parientes como un ataque personal, no ganarás nada. Al contrario, si agradeces su opinión como una muestra de su preocupación y amor, te sentirás mucho mejor. Aun cuando los argumentos sean en apariencia los más retorcidos —tal cual los de los Montesco y Capuleto—, detrás de ellos hay un deseo de cuidarte de un posible peligro, sobre todo en algo tan delicado como escoger con quién vas a construir una relación.

Agradecer la posibilidad de tener otro punto de vista sobre una decisión tan trascendental te permitirá mantener sano el vínculo con tus familiares.

4. Escucha

Escuchar a aquellas personas que se oponen a tu pareja te ayudará a integrar su opinión en tu vida. Escuchar no significa necesariamente que vayas a estar de acuerdo con ellos, pero permite un diálogo y una comprensión que van a ayudarte a decidir lo que en realidad sea lo mejor para ti. 

Conviene también escuchar a alguien que sea capaz de ver tu situación con perspectiva y darle mayor contexto: un amigo, claro, pero es mejor un psicólogo o un sacerdote. Además, muchas veces puede haber una cuota de verdad en los argumentos de tu familia. Tener en cuenta su opinión te ayudará a tomar una decisión más madura en algo tan importante como tu relación.

5. Decide

Considerando todo lo anterior, debes decidir. Muchas veces, cuando alguien muy cercano no acepta a tu pareja, es necesario hacer un acto de humildad y comprender que, mientras más puntos de vista tengas, con más elementos de juicio contarás. 

El ejercicio de tu libertad es una responsabilidad. Estás llamado a elegir lo que es correcto, lo bueno, bello y verdadero, y no solo lo que te gusta o te hace sentir cómodo. Elegir lo mejor puede ser difícil, pero recuerda que tu vida no es un juego, y debes asegurarte de que tus elecciones te lleven por el camino del bien. 

Y no permitas chantajes: no se trata de elegir entre tu familia y tu pareja. Se trata simplemente de elegir si vale la pena continuar tu relación o no.

***

Siempre resulta doloroso sentir que las personas que más amas están enfrentadas, y te ves en medio de esa batalla. Pero si, a través del respeto, la comprensión y la escucha activa, logras mantener relaciones saludables con todos, ese enfrentamiento podrá ordenarse a un mayor bien. 

La decisión siempre estará en ti exclusivamente, aunque si valoras las opiniones de quienes se preocupan por tu bienestar, podrás elegir mejor. Así, podrás reafirmarte en tu relación de pareja o, por el contrario, podrás darte cuenta de cosas que no estabas viendo y que corresponde cambiar. 

En cualquier caso, el objetivo será que tú estés conforme con tu decisión y la sostengas asumiendo sus consecuencias, y además, puedas contar con el apoyo de tus familiares —por más que no estén del todo de acuerdo—. Por eso, siempre es importante proceder con amor. Con amor, siempre con amor.

Para más consejos, puedes seguirme en Instagram: @pedrofreile.sicologo.

¿Por qué los padres buenos tienen hijos malos?

Durante muchos años he tenido una pregunta asediando mi mente: ¿Por qué hay personas “buenas” que tienen hijos “malos”?

A lo largo de mi vida, he tenido la oportunidad de conocer numerosas familias, con padres de conductas ejemplares, buscando guiar a sus hijos por un camino recto. Muchos, lograron su cometido; mientras que otros, no.

Algunos tienen hijos rebeldes, que se pierden en la perversidad del mundo. He buscado la respuesta en diversas fuentes: ¿Qué marca la diferencia, entre educar hijos “buenos”, o “malos”?

#1 “La clave es la oración”, escuché de mi papá

El día que compartí con mi padre mi preocupación por no tener la sabiduría suficiente para educar bien a mis hijos, me contó que la mejor herramienta en su paternidad era la oración. En efecto, no podemos saberlo todo ni hacerlo todo bien, pero Dios siempre puede ayudarnos a ser mejores padres y siempre cuidará de nuestros hijos, que son primero suyos.

Aún así, sentí que faltaba algo a esta brillante respuesta. Estaba segura que la mayoría de padres con hijos “malos”, también oran incesantemente por ellos.

#2 “La clave es el ejemplo”, escuché de un sacerdote

¿Queremos tener hijos virtuosos? Busquemos nosotros la virtud. Inspiremos a nuestros hijos para que elijan el camino del bien. Seamos ejemplo de conducta recta, gestión emocional, valores firmes, devoción espiritual. Que nuestros hijos vean el amor entre sus padres y sientan el amor hacia ellos.

Cultivemos nuestra mente, dejando el celular y tomando un buen libro. Nuestra educación es una inversión en la salvación de nuestros hijos. Necesitamos ganar el respeto de nuestros hijos: moral e intelectual. Más que decirles qué pensar y qué hacer, modelemos cómo se piensa y se elige el bien.

Sin embargo, también he conocido papás que oran sin descanso y que son confiables modelos de conducta y aun así tienen hijos “malos”. Faltaba algo más.

#3 “La clave es la conexión”, escuché de un psicólogo

“Sólo quien se siente amado, puede ser educado”.  Nuestros hijos son libres, serán independientes y tomarán sus propias decisiones en la vida. Cuando logramos una fuerte conexión emocional con ellos, es más fácil que quieran hacer el bien que les transmitimos.

Atendamos sus necesidades. Pasemos tiempo con ellos de verdadera calidad: uno a uno, con atención y presencia plena, llenándolos constantemente de abrazos, detalles y palabras de amor. Construyendo su confianza y afirmando su capacidad.

Apartemos un momento del día, todos los días, para estar con ellos. Mantengamos un diálogo constante, seamos una fuente confiable de información, hablemos sobre emociones, demos respuesta a sus inquietudes, guiemos en valores, eduquemos sobre sexualidad. Hagamos preguntas que les enseñe a reflexionar y a elegir. Respetemos y honremos su individualidad.

Esta respuesta ha sido la más sólida que recibí. Incluso creí haber completado la incógnita, hasta que descubrí algo más.

#4 “La clave es el entorno”, escuché de un filósofo

Los padres estamos en competencia constante con otros medios de educación y de entretenimiento: profesores, políticos, famosos, redes sociales, series, cine, etcétera.  Especialmente en la adolescencia, nuestros hijos tienen una gran necesidad de pertenencia. De poco servirá darles un buen ejemplo cuando pasan la mayoría del tiempo rodeados de malas influencias. Por tanto, es importante procurarles un ambiente que los proteja y los contenga.

No podemos, ni queremos, mantenerlos encerrados en una burbuja; pero sí podemos:

– Facilitar la convivencia con otros chicos de valores similares.

– Supervisar y limitar su tiempo expuestos a pantallas.

– Adelantarnos a los medios, educando sobre temas sensibles y vacunando a nuestros hijos contra los peligros del mundo, con argumentos e información confiable.

Si no educamos a nuestros hijos en temas sensibles, alguien más lo hará por nosotros y eso no lo podemos permitir. Es nuestro privilegio y responsabilidad como sus padres.

CONCLUSIÓN HASTA EL MOMENTO

Después de tantos años reflexionando y aprendiendo, mi conclusión hasta el momento es que la mejor forma de educar hijos de bien tiene que ver con la agrupación de estas cuatro claves. Como las patas de una mesa, son indispensables para mantenerla en pie:

1. Rezar: Tener a Dios como centro de nuestra vida, a través de la oración constante y la vida espiritual.

2. Inspirar: Ser modelos de conducta ejemplar para nuestros hijos.

3. Conectar: Construir un vínculo emocional sólido, basado en el amor y la confianza mutua.

4. Ambientar: Procurar un entorno de contención, educando y vacunando contra los peligros del mundo.

***

Nuestro mejor papel como papás es ofrecer a nuestros hijos esta educación RICA: Rezando, Inspirando, Conectando y Ambientando. Y aún con todo esto:

“No depende absolutamente de los padres”, escuché de un catequista

Nuestros hijos son individuos que construirán su propia vida e historia tomando sus propias decisiones, para bien o para mal. Podremos hacer nuestro mejor papel como padres y todavía sentir que nuestros hijos se han perdido, que han hecho caso omiso a nuestras enseñanzas y han seguido un camino contrario a lo que con esfuerzo intentamos transmitirles. Por eso es tan importante saber que la historia de cada hijo pertenece a Dios y no a los padres. Y los caminos de Dios son inescrutables, ciencia tan alta que no logramos comprender. 

Muchos hijos necesitan experimentar un camino momentáneo de perdición para reencontrarse con Dios y vivir un profundo encuentro personal con Él. Uno de los más grandes santos de la historia basta como ejemplo: San Agustín.

Dios es el dueño de la historia. Dios lleva la historia de nuestros hijos. Así, a pesar de los desafíos y peligros que se puedan encontrar en la vida, Dios, como padre protector y providente, no dejará que se pierda ni un sólo cabello de su cabeza, sino que los preservará para obtener la salvación. Amén.

Para más consejos, puedes contactarme en @mama.documentada

¡Dios no tiene hijos en serie: ¡tiene hijos en serio!

Hace unos días, en la homilía de la Eucaristía del domingo 30 de abril, el hermano Ángel de la Parroquia Cristo Salvador (Lima, Perú) mencionó esta frase; “Dios no tiene hijos en serie: ¡tiene hijos en serio!”. ¡Se me hizo tan profunda para reflexionar acerca de la maravilla de la vida, del sentido que tiene, de lo únicos que somos…! Por eso, quise compartirles algunos aspectos que me parecieron importantes al detenerme a pensar en esta frase.

 
 

Todos somos seres humanos, pero no somos iguales

 

Podemos pensar que todos somos seres humanos, pero nos diferencian muchos aspectos —sociales, culturales, demográficos…; pero sobre todo fisiológicos y de personalidad—. Cada uno de nosotros tiene rasgos y comportamientos completamente diferentes, lo que carecen de sentido frases típicas como “todos los hombres son iguales”: somos únicos e irrepetibles.

 

Somos únicos desde el momento de la concepción

 

En el momento en que se unen el óvulo (célula más grande de la mujer) y el espermatozoide (célula más pequeña del hombre), y ocurre ese momento sublime de la concepción, se forma la vida. No antes, no después. Y se trata de la vida de un ser único e irrepetible.

 

Nadie nace grande ni formado: somos parte de un proceso

 

En el momento en que se une el espermatozoide con el óvulo, no tiene forma humana, por supuesto. Se requiere de semanas en el vientre de la madre para formarse, e incluso de otros años más para terminar su maduración. Esto significa que estamos en constante crecimiento a nivel físico, intelectual y espiritual: incluso cuando ya somos “independientes” necesitamos evolucionar, mejorar, cambiar y aprender.

 

Debemos ser conscientes de la responsabilidad y consecuencias de nuestras decisiones

 

Si la pareja decide usar los días de fertilidad para tener intimidad, pero con la intención de no tener hijos, ello constituye una incongruencia, puesto que se parte de la base de la presencia en mayor proporción de la infertilidad a lo largo del ciclo. Por tanto, si se usan los días de fertilidad, simplemente la intención de uso es lograr el embarazo.

 

No somos dueños de la vida de nadie

 

No tenemos derecho a elegir la vida o no. Pensar que —dentro de las primeras horas de fecundación o con algunas semanas de gestación—podríamos elegir que siga la vida del óvulo fecundado, embrión o bebé no tiene sentido. Somos hijos de Dios, y es Él quien decide luego que los diferentes factores fisiológicos estén de manera adecuada. Bendecir a esa pareja con un nuevo integrante es donarles un hijo amado, y como tal, es bienvenido.

 

* * *

 

Llegar a pensar que podemos decidir sobre la vida del otro, sustentados en la creencia de que “sólo es un embrión” —que no tiene forma ni alma— desvirtúa completamente los parámetros de la vida, del respeto a ella y de su cuidado. Somos hijos únicos de Dios: Él nos ha enviado a este mundo por una razón, con una misión. Por tanto, Dios no tiene hijos en serie: ¡tiene hijos en serio!

La educación sexual de los hijos

Es una preocupación de todos los padres: ¿cuándo hay que empezar a explicar este tema?, ¿de qué modo, con qué palabras? La realidad es que desde que nacemos empezamos a formarnos, de forma directa o indirecta.

 

Desde pequeños

 

Desde pequeños tenemos que enseñarles a guardar su intimidad, respetar su espacio, etc. Para eso los padres debemos ser ejemplo. En nuestra opinión, no se puede ir de cualquier manera por la casa. Cuidar nuestra intimidad y, por ejemplo, no ir desnudos por casa, es un buen modo de empezar a enseñar.

 

Cuidar lo que decimos

 

Cuidado con los chistes en que se ironiza sobre el sexo o la relación varón-mujer. Los niños son esponjas, y nosotros, su referencia en este y otros temas. Cuando los varones se juntan y hablan con soltura sobre los “atributos” de ciertas mujeres, los hijos pueden asumir que esa es la relación varón-mujer. Y lo mismo cuando se juntan las mujeres y hacen esos tipos de comentarios sobre los hombres.

 

Hablar con normalidad y claridad

 

¿Nuestro concepto del sexo es limpio, algo morboso, o directamente sucio? No nos daría vergüenza explicar las relaciones sexuales matrimoniales si las viéramos verdaderamente limpias. Nos cuesta porque es lo habitual, pero no debería serlo. Si en nuestro matrimonio hablamos con normalidad y claridad de sexo, lo haremos con normalidad y claridad con nuestros hijos.

 

Todo por su nombre

 

Llamar a cada parte de los órganos sexuales por su nombre. Por ejemplo, no llamemos “colita” o “cosita” al pene. Al brazo se le llama “brazo”, y a la pierna, “pierna”. ¿Por qué, entonces, parece que llamar “pene” a esta parte es de mala educación?

 

En este tema hay mucho que hacer. En cierto modo, viene de culturas con poca formación, que desconocían sus nombres y le daban otro. Pero hoy tenemos suficiente educación y sabemos sus nombres: pene, vagina, testículos, clítoris, vulva… Es muy importante nombrarlos así, todo en su debido contexto, y sin chabacanería.

 

Un ejemplo que refleja esta importancia sería el lamentable caso de un abuso: ante una situación como esta, resulta fundamental que, para expresarse, los niños sepan explicar con claridad qué zona les han tocado, y lo que han sentido. Ellos solos sabrán explicarse, sin la traducción de la madre o del padre.

 

No caer en simplificaciones

 

Hay que inspirar en las cabezas de los niños grandes sueños, y no caer en simplificaciones que no consiguen colmar sus preguntas. Nosotros pensamos que conviene tener cuidado con el uso de metáforas a la hora de explicar cómo vienen los niños al mundo.

 

Si les explicamos a los niños no sé qué de una abejita y unas flores, o lo de la famosa cigüeña o tantas otras cosas, ellos —en su inocencia— se lo creen. Y pasar de “la abejita” a la realidad es muy complicado.

 

¡No digamos si se enteran fuera de casa, y se dan cuenta de que se les ha mentido, o de que no se les ha considerado capaces de entenderlo! De esta forma, un acto de amor maravilloso se convierte en algo oscuro, ya que “mis padres me lo ocultaron”. Se impide hablar con claridad de estos temas, y el resultado es que nuestros hijos no nos preguntarán, porque piensan que no sabremos contestarles, o directamente, que les vamos a mentir.

 

* * *

 

Hay muchísimo que decir acerca de este tema; estas solo son unas pequeñas notas. En el ámbito cristiano, vemos que en algunos casos esto no se habla con claridad. Tampoco se diferencia entre la afectividad, la sexualidad y la práctica del sexo. Están relacionadas, pero, en nuestra opinión, una buena educación sexual es aquella que consigue que los niños las diferencien perfectamente. Nos encontramos con jóvenes que meten muestras de afectividad en el ámbito del sexo, y que, por lo tanto, se equivocan con su orientación sexual. Creen que ciertos sentimientos que están en el ámbito de la afectividad entre los varones o entre las mujeres son deseos sexuales, cuando no lo son normalmente.

 

Vemos con alegría ciertos intentos de cambiar todo esto. Pero todavía encontramos también demasiada autocensura para no molestar, o “censura de los sensatos”. Nuestro libro Sexo para inconformistas busca facilitar hablar de sexo sin complejos. Vuestros comentarios privados dándonos las gracias nos animan a seguir por este camino.