Categorías.

Resultados.

La amistad, el menos celoso de los amores

«Hace tiempo no sabemos nada de tal matrimonio, seguro ya no quieren ser nuestros amigos» me dice Johi en broma. ¿Qué tanto fue una broma? 

Conversamos y nos damos cuenta que las etapas de la vida, a veces, nos distancian de algunos amigos. En nuestro caso particular, parejas de amigos, ya sea porque aún no se casan, o porque aún no tiene hijos, o los tienen, pero en edades distintas. Todo eso los hace buscar naturalmente un círculo de amigos distinto.

La amistad crece cuando un tercero se une

En vez de entristecernos y llorar su partida, recordamos las palabras de C. S. Lewis cuando dice que la amistad es el menos celoso de los amores. Todo lo contrario, la amistad crece cuando un tercero se une a dos amigos.

Hoy, que vemos cómo algunos amigos forman parte de nuevos grupos y comunidades matrimoniales más cercanas a su etapa de vida, nos apena un poco no compartir cada momento con ellos. No obstante, nos alegra ver que crecen con estos nuevos y buenos amigos.

Dice también Lewis que, si de tres amigos, uno desapareciera, la pérdida no sería solo de ese amigo. Sería una falta de todo lo que ese amigo generaba en los otros. Al final, en vez de tenerse más mutuamente, los amigos restantes, tendrían menos de cada uno, al perder lo que revelaba de ambos el amigo faltante. Esa es la experiencia expansiva del amor-amistad que crece cuándo se reparte.

Alegría genuina por el otro

Esta visión nos ayuda a entender mejor el don que es la amistad y a no caer en el egoísmo, sino alegrarnos genuinamente. Nos tiene que poner felices el ver que, quien fuera en algún momento un amigo cercano, empieza a participar de otro grupo. Nos tiene que alegrar, sí, siempre que esas amistades busquen la virtud y no promuevan lo contrario. Esto es una etapa de la vida.

Al final de la reflexión que suscitó la curiosidad por saber de nuestros amigos, decidimos llamar al matrimonio que despertó la escritura de este artículo. Nos vimos a los pocos días. La amistad seguía intacta, más aún, su nueva experiencia de amistad ha crecido. Así, nos alegra verlos cada vez más felices y maduros. 

***

Concluimos el post con una frase de Los cuatro amores de Lewis: «la amistad no es una recompensa por nuestra capacidad de elegir y por nuestro buen gusto de encontrarnos unos a otros, es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás”. 

3 consejos para crecer en la amistad

Las amistades están en crisis. En este mundo hiperconectado, nos sentimos cada vez más solos. Estamos desconectados. Desconfiamos los unos de los otros. Las personas tienen cada vez más facilidad para hablar con muchas personas al mismo tiempo virtualmente. También, se incrementa la dificultad para construir vínculos profundos y estables. Se dificulta establecer relaciones que no se queden en lo superficial. Por eso, aquí te comparto tres tips para construir mejores amistades.

1. No idealices a nadie

Es común que no construyamos amistades. Usualmente, tenemos la idea de que todo el mundo nos va a traicionar o abandonar. Igualmente, también es frecuente idealizar a aquellos con quienes sentimos conexión o afinidad. Así, ponemos sobre esa persona el peso de nuestras expectativas. Nuestras expectativas, en algunos casos, suelen ser poco realistas.

El problema está en que esperamos perfección de personas que, al igual que nosotros, son seres humanos imperfectos y heridos. Además, anhelamos que llenen nuestros vacíos más profundos. También, que cubran nuestras inseguridades. No queremos que se vayan. Suponemos que siempre van a tener la palabra perfecta. Conjeturamos que están disponibles cuando nosotros los necesitamos. 

Recuerda que nadie tiene por qué cumplir nuestras expectativas. Los otros tienen todo el derecho de actuar como ellos lo harían y no como tú lo harías. 

¿Por qué esperamos que los demás nunca se equivoquen? ¿Acaso somos nosotros esas personas perfectas que no se equivocan ni lastiman a nadie? La amistad no está exenta de sufrir desacuerdos, engaños, traiciones y decepciones. 

Es clave que pongas límites. Comunica lo que te está incomodando. Perdona y pide perdón. Sé humilde para reconocer tus errores. No te alejes sin haber intentado resolver el conflicto. Tampoco le exijas al otro que llene tus vacíos.

Por otro lado, sufrir decepciones nos hace recordar que no debemos endiosar a nadie. No es correcto poner a ningún ser humano en el lugar de Dios.  Los otros, por buenos que sean, no tienen la capacidad de llenar nuestros anhelos más profundos. Solo Jesús los llena.

2. Invierte tiempo

Toda relación necesita ser alimentada. Si no inviertes tiempo porque estás ocupado, por pereza o por comodidad, la amistad, eventualmente, morirá. No esperes que sean siempre los demás los que te escriban. Toma la iniciativa de preguntarles cómo están. Esto no significa que debas estar disponible constantemente, sino que estés dispuesto a dar de ti. 

Demuestra un interés genuino en la otra persona. Aprende a apoyarte en ella cuando lo necesites. No obstante, no la idealices. No esperes que esa persona resuelva tu vida. Las relaciones por definición son recíprocas y bidireccionales. Por lo tanto, permítete dar y, a su vez, recibir. Por el contrario, si no encuentras reciprocidad o interés de parte del otro, comunícalo y evalúa si realmente vale la pena seguir allí. 

3. Mantén firmes tus valores y aprende a soltar a quien ya terminó el paso por tu vida

Es común que las personas que tienen miedo al abandono tiendan a ser complacientes. Suelen sacrificar su identidad para asumir la identidad o las ideas de otras personas. Siendo sinceros, lejos de agradar, generan el rechazo que temen. A nadie le gusta que o lo imiten o que no tengan criterio propio. 

Además, al sacrificar nuestros valores, tendremos siempre la herida de habernos traicionado a nosotros mismos. Sentiremos que nos hemos fallado. Nos convertiremos en la sombra de alguien más. Habremos perdido nuestra unicidad y nuestra identidad. Por eso, mantén siempre el respeto y la honestidad. Nunca traiciones tus principios, tus valores ni tu fe por pertenecer a un grupo.

Igualmente, ten presente que las personas cambian. Al enfrentarse a nuevas experiencias en su vida como, por ejemplo, cambios de ciudad, matrimonio, hijos, variaciones en la forma de ver la vida, la amistad no se mantiene exactamente igual a lo largo del tiempo. Últimamente ha tomado fuerza el tema de la tusa por amistad. Por supuesto que una amistad perdida duele muchísimo. Requiere un duelo. Sin embargo, debemos comprender que, a diferencia del matrimonio, la amistad no exige exclusividad ni el mismo nivel de compromiso. Así, esperar que las amistades duren toda la vida o se mantengan siempre iguales no es una idea realista.

***

Muchos hemos experimentado cómo las personas que considerábamos amigas se alejaron de nosotros. A su vez, hemos vivido nosotros el distanciarnos de algunos, sobre todo, después de que comenzamos nuestro proceso de conversión. Es normal que así sea. Ya no se comparten valores en común. Quizá los planes que se disfrutaban antes ya no forman parte de nuestra nueva cosmovisión. Tal vez, las conversaciones que antes se tenían ya no son de nuestro agrado. Cambiamos lo que consideramos que se corresponde con los valores que hemos adquirido. Por eso, es importante aceptar con humildad que las amistades pueden terminar. Podemos construir nuevos vínculos con personas que nos ayuden a acercarnos a la virtud. 

Encuéntrame en Instagram como @psicoalexandraguzman

El problema de la desconfianza infundada en las relaciones

Alertamos que el siguiente contenido puede afectar la sensibilidad de algunas personas. 

Cuando hablamos de desconfianza, es importantísimo diferenciar cuándo está fundamentada y cuándo no. Muchas veces proyectamos en nuestra pareja o en otras relaciones las heridas que traemos del pasado por traiciones o maltrato que hemos sufrido, aunque nuestros seres queridos no tengan la culpa.

En este contexto de heridas propias, la desconfianza se origina en la expectativa de que las personas nos maltratarán, nos abandonarán, nos engañarán o se aprovecharán de alguna manera. Estas suposiciones nos impiden abrir el corazón a otras personas. Nos llevan a pensar el peor escenario. Nos conducen a establecer relaciones superficiales. También, a estar a la defensiva y, o a comportarnos nosotros agresivamente.  Además, puede pasar que, inconscientemente, nos sintamos atraídos hacia personas que nos traten mal, perpetuando el ciclo vivido anteriormente de maltrato, desconfianza o ira.

Las heridas emocionales que pueden causar desconfianza

Cualquier tipo de maltrato o abuso puede estar influyendo en que veamos peligro en nuestras relaciones. Por ejemplo, puede ser que tengamos heridas causadas por agresiones, como por ejemplo, haber sufrido castigo físico, insultos, humillaciones, burlas, comparaciones, etiquetas, manipulación, victimización, ley del silencio, invisibilización, etc. 

Por otro lado, puede ser que tengamos heridas por abuso sexual, como tocamientos, frotamientos, violación, exposición a contenido sexual (consumo de pornografía, haber presenciado las relaciones sexuales de los padres o de otras personas, etc.). O puede ser que nuestros padres no nos hayan creído o no hayan hecho nada para defendernos ante un abuso. 

Por otra parte, puede ser que nuestros familiares hayan expuesto nuestras confidencias. Es posible, además, que nos hayan infundido la idea de que no se puede confiar en nadie o que no nos hayan cumplido las promesas hechas.

Además del maltrato en sí mismo, todas estas situaciones tienen en común que, por lo general, las personas que debían protegernos eran las que nos estaban lastimando, como familiares o el círculo cercano. Esto provoca una ruptura de la confianza y genera un sentimiento profundo de desprotección y desamparo. 

Se puede sumar, a su vez, el sentimiento de impotencia, al no poder tomar distancia de estas personas, pues para un niño es mejor estar en una relación abusiva que no tener ningún tipo de relación. 

Las emociones que están detrás de la desconfianza

Comúnmente, las emociones que están detrás de la desconfianza son el miedo, la ira y la tristeza. Estas emociones permanecen aun cuando no hay una razón para que florezcan. Pareciera que el cuerpo, en esta instancia, está constantemente preparado para el peligro; se encuentra en un estado de hiper vigilancia y de hiper alerta, porque nos sentimos vulnerables. 

Por otro lado, puede ser que hayamos aprendido a desconectarnos de nuestras emociones y a entrar en un estado disociativo (desconectarnos de nosotros mismos) con el fin de protegernos. Sentimos, así, que estamos fuera de nosotros mismos o que llegamos a olvidar por completo la situación del trauma, sobre todo cuando el maltrato ha sido repetido en el tiempo. 

Si bien todos estos mecanismos de defensa nos protegen durante la infancia, posteriormente, en la adultez, se convierten en un obstáculo para construir relaciones sanas. A su vez, nos impiden poder cumplir nuestro proyecto de vida. Aunque hayamos borrado estos eventos de nuestra conciencia, nuestro cuerpo nos sigue avisando que algo no está bien. Entonces, persistimos en un estado excesivo de alerta. 

Consecuencias 

Como consecuencia de todo lo expuesto, aprendemos erróneamente a asociar amor con agresión. Maltratamos a nuestro cónyuge, a nuestros hijos, o nos dejamos maltratar, nos enfadamos desproporcionalmente, permitimos que nos burlen o nos rebajen. Esto puede suceder, incluso, en la relación con nuestros jefes o con cualquier otra persona que no sea nuestra pareja. 

También tendemos a tener una valoración negativa de nosotros mismos. Experimentamos vergüenza, vulnerabilidad, inutilidad o culpa sin motivo real. Es posible que hayamos perdido parcial o totalmente la capacidad de sentir empatía o de conectar con el dolor propio y el ajeno.

La indefensión aprendida puede aparecer. Se trata de la creencia de que hagamos lo que hagamos no podremos salir de una situación abusiva, de que se sale totalmente de nuestro control y de que, por tanto, debemos asumir una posición pasiva.

En la sexualidad, es posible que tengamos la tendencia a replicar el abuso con otros, que las relaciones sexuales en el matrimonio se vean como una obligación, que perdamos la capacidad de experimentar el placer que de ellas se desprende. Incluso, puede ser que hayamos desarrollado disfunciones sexuales.

***

Recomendaciones

  • Busca ayuda profesional y espiritual. Aunque cueste, apoyarse en otras personas es indispensable. Debemos reconocer con humildad que no podemos solos.
  • Es normal no querer recordar, pero lo necesitamos para poder volver a conectar con el dolor y sanar. Hacer esto con apoyo de otras personas es importante.
  • La ira, el miedo y la tristeza deben ser expresados de formas sanas: buscando justicia, valorando las pérdidas, comprendiendo que ya no estás en peligro, llevando un diario como forma de escritura terapéutica, etc. 
  • Sin ponerte en una situación de victimismo, es clave que comprendas que nada de lo que pasó fue tu culpa, no lo provocaste, ni lo merecías. 
  • En la medida de lo posible, toma distancia de las personas abusadoras, puesto que cuesta más sanar en el mismo ambiente del trauma. 
  • El perdón es indispensable para sanar. No esperes que el ofensor cambie, pida perdón o pague por lo que hizo para poder perdonar. Sin embargo, perdonar de todas formas sí es una condición indispensable sin la cual no es posible la reconciliación. 
  • Evita proyectar, en las otras personas, esos maltratos, puesto que ellos no los han causado, las culpas no son de ellos. 
  • Abre el corazón a quienes han demostrado ser dignos de confianza. No maltrates a las personas a tu alrededor y pide perdón con humildad si lo has hecho. 

Encuéntrame en Instagram como @psicoalexandraguzman

El amor verdadero trae paz y no conflicto

El amor es algo complicado, pero “complicado” no como sinónimo de “conflicto”, sino como implicatura de renuncia, entrega, perseverancia, lealtad, vulnerabilidad, construcción y decisión. Así entendido el conflicto trae como fruto un estado de paz que parte de intenciones sanas, genuinas y se da en un contexto de reciprocidad.

Amar no siempre es fácil

Amar, a veces, se siente como una fuerza innegable, irrompible y lineal hacia una visión clara. Otras, es maleable, cuestionable y flexible. Es ese tesoro que se encuentra dentro y entre innegables obstáculos externos y circunstancias internas. Habla de quienes somos porque somos lo que damos. Entonces, amar siempre nos pone en un punto de inflexión. Nuestra labor como verdaderos amantes es procurar que de ese punto de inflexión comience un camino exponencial de crecimiento para que el desenlace no sea una pendiente negativa. 

“Conflicto”, en primer lugar, puede ser entendido como “oportunidad”. Es la forma más intensa de resolver las contradicciones de intereses, de objetivos, de puntos de vista, que se producen en el proceso de interacción en una relación. En esta instancia, se evidencia el nivel de madurez de la pareja, cuando tenemos que renunciar a nuestros impulsos y emociones para pensar en el bien del crecimiento, cuando es necesario filtrar los sentimientos que afloran del alma para priorizar el razonamiento de nuestra mente en proyección a la construcción de la relación. 

En nuestra mente radica el pensamiento, el razonamiento, el argumento, la justificación, las ideas, la creatividad, la resolución de problemas. Por lo tanto, coincidir en la mente no se trata de pensar de la misma forma, se trata de que los pensamientos del otro no entren en conflicto con los míos. Se trata de que el propósito de uno no pisotee al del compañero. Se trata de poder construir complementándose y no boicoteándose. 

Una armonía que requiere trabajo

Cuando “conflicto” implica una situación en la cual ambas partes entran en confrontación, oposición o emprenden acciones mutuamente antagonistas, se pierde la visión de la causa que es el acuerdo y el bien común. Reducimos la relación a, orgullosamente, ganar razones, pasando por encima de los límites morales. Así, se arrolla la dignidad y la autoestima de la otra persona con acciones individualistas que dañan a quien decimos amar. 

Estos son síntomas de un punto de inflexión que da inicio a una caída libre. Por ende, el “conflicto” experimentado roba la paz y, cuando no triunfa la paz, no triunfa el amor. El libro más sabio de la historia, La Biblia, dice: 

El amor es paciente, el amor es bondadoso, el amor no es celoso, ni orgulloso ni ofensivo, el amor no pretende que las cosas se hagan solamente a su manera. No se irrita, ni lleva una lista de las ofensas recibidas. El amor no se alegra cuando hay injusticia, se alegra cuando triunfa la verdad. Nunca se da por vencido, más bien se mantiene firme ante toda circunstancia. (1 Co 13, 4-8). 

Menos que eso, no permitas.

Negociables y no-negociables

Los parámetros fundamentales que tenemos para discernir qué tipos de conflicto harán crecer la relación y cuáles son los conflictos-síntoma para tomar decisiones radicales para salir de ella, son nuestros valores, es decir nuestras creencias y convicciones. Gracias a nuestros valores, tomamos decisiones y regimos nuestras acciones: esta es la parte a la que yo llamo innegociable. 

Vamos a tener que ceder en muchas áreas por amor a la otra persona. Ceder se trata de entregar y renunciar por amor. Podemos tener muchas diferencias: ello no implica que lleven al fracaso a la relación, pero en el campo de los valores las diferencias son inadmisibles. Si los de uno van a chocar con los del otro, ahí no es. En esta instancia, el vínculo contrapone “conflicto” a “paz”.

¿Paz en la relación?

Experimentar paz en una relación no significa una vida color de rosa, ni que estén de acuerdo en todo. Supone que, ante el conflicto, prime la buena comunicación, es decir se priorice la confianza, la honestidad y el respeto mutuo. Implica sentirse cómodo y libre con la otra persona, sin miedo a expresar sus pensamientos, valores y directrices. 

El conflicto así entendido no es malo. Por el contrario, lo malo es no saber gestionarlo adecuadamente. Se comienza por escuchar, aceptar las diferencias y entender lo que el compañero me quiere transmitir. Es necesario aprender a interpretar los conflictos como transiciones hacia un nuevo nivel de amor a conquistar. 

***

Para concluir, involucrarse con alguien es una decisión que debemos pensar, y no tomarlo a la ligera. ¡Amar es un compromiso, implica responsabilidad y es una determinación que exige madurez!

Finalizamos con una cita de Barbara Angelsis: “Las relaciones no funcionan por una de las dos razones siguientes: estás con la persona adecuada pero la amas de forma equivocada o, directamente estás con la persona equivocada.” ¿Deseas una relación donde prime la paz? Tomate el tiempo para cultivar el amor todos los días. 

No entres en conflicto por posturas, por aquello que pretende robarte el amor que has conquistado, es decir por nuestros propios impulsos; por egoísmo, orgullo, altivez, falta de madurez emocional. Que cada conflicto que se presente sea un desafío para conquistar un nuevo nivel de amor y compromiso. Fuera de eso, no hay conflicto que valga un estado de intranquilidad, dolor y guerra. Que el amor sea tu meta más alta. Se trata de buscar tanto el bien común que uno se entrega por completo.

El amor requiere esfuerzo

El amor verdadero no es un hallazgo fortuito, una coincidencia afortunada, un estado de gracia que cae sobre nosotros sin más. Aunque Dios nos lo presente, el amor auténtico es el fruto de la dedicación continua. 

El amor se cimienta con la elección

La elección de amar va más allá de la euforia inicial. Se sumerge en las profundidades del compromiso genuino. Es, en su más pura esencia, el producto del esfuerzo consciente, una construcción diaria que se cimienta en la decisión de amar activamente a la otra persona. Este esfuerzo se refleja en la paciencia para entender, en la voluntad de perdonar, en la disposición de apoyar y de servir, en la valentía para crecer juntos, aunque el camino a veces se torne difícil.

El amor verdadero es, entonces, el fruto de la dedicación continua, donde la elección de amar va más allá de la euforia inicial. Se sustenta en lo hondo del compromiso verdadero. Por ende, trasciende la noción romántica de los cuentos de hadas. Se arraiga en la realidad tangible de la vida cotidiana, manifestándose en las pequeñas acciones que construyen un puente sobre el abismo de los desacuerdos y las diferencias. 

Amar: trabajar en uno mismo y en la relación

El amor verdadero implica trabajar en uno mismo y, también, en la relación. Además, reconocer que los baches son parte del viaje compartido, una constante introspección y la voluntad de crecer tanto individualmente, como en pareja. Se basa en aceptar que cada error es una oportunidad para fortalecer los lazos que nos unen.

Así, el amor verdadero no busca la perfección. Celebra la belleza de lo real. Reconoce que cada imperfección es una faceta más de la singularidad de cada persona y de su relación consigo misma. Es tener la capacidad de mirar más allá del yo, de ver y atesorar la esencia del otro, de apreciar la riqueza y el valor que enriquece tanto a la relación como a nosotros como individuos. 

Amar es entregarse

Por ende, el amor verdadero es el compromiso de poner el bienestar de ambos por encima de las necesidades particulares cuando la situación lo requiera. Es entrega pura. Es la ternura con la que se nutre cada día la conexión íntima que une a los dos. Es, por tanto, un trabajo constante, un elegir permanecer, un querer amar, un esforzarse por ser mejor para uno mismo y para el ser amado. Es la relación que ambos deciden construir porque el amor está en la entrega y en el servir.

Por último, el amor verdadero no es un amor estático. Se nutre y evoluciona con el tiempo. Se fortalece ante las adversidades. Florece en la alegría compartida. Es el compromiso de construir juntos un futuro, un pacto renovado cada día de mutuo apoyo y crecimiento.

***

El amor verdadero es un pacto que perdura mucho más allá de las palabras pronunciadas en un instante de pasión. Es un viaje continuo de maduración compartida. Su obra maestra final es una relación que, con el transcurso de los días, deviene en un vínculo más sólido, profundo y verdadero, porque -insistimos- el amor verdadero no nace: se construye.

La importancia de los buenos amigos

Aquella canción de los Enanitos Verdes dice que “un amigo es una luz brillando en la oscuridad”, lo cual es coherente con el refrán, “quien encuentra a un amigo, encuentra un tesoro”, que ha salido del libro bíblico del Eclesiástico. Y no es algo menor. 

El ser humano es esencialmente social, y la amistad es una parte fundamental de nuestra naturaleza. Los buenos amigos son importantes por muchas razones, como proporcionar apoyo emocional, ser una fuente de consejo y orientación cuando se necesita y, en general, hacer la vida más agradable. 

Diversos estudios vienen demostrando que tener amigos puede reducir el riesgo de enfermedades como el Alzheimer o patologías del corazón y además mejorar la salud mental. En este artículo, exploraremos dicha importancia y cómo podemos cultivar este tesoro. ¡Veamos!

Apoyo mutuo

Los seres humanos requerimos la conexión interpersonal y el apoyo social para alcanzar nuestro bienestar. Todos tenemos una necesidad básica de ser aceptados y amados, y la amistad es una de las formas en que podemos satisfacer esta necesidad. 

Según el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, la amistad es esencial para el crecimiento y la felicidad humanos, y es un reflejo de nuestro vínculo con Dios (“ya no les llamo siervos, sino amigos”). Es una relación que se basa en la persona, donde dos individuos se unen en su deseo de ayudarse mutuamente en el camino hacia lo que es verdadero, bueno y bello. Los amigos nos brindan seguridad emocional y un sentido de pertenencia, lo que ayuda a reducir la ansiedad, la depresión y el estrés en momentos de crisis, al percibirnos escuchados y comprendidos.

Propósito y autorrealización

Tener amigos a menudo nos da una sensación de propósito y significado en la vida, lo que puede estimular sentimientos de esperanza y optimismo. Los amigos verdaderos no solo se preocupan por nuestro bienestar, sino que también nos ayudan a crecer como personas. 

Carl Rogers, uno de los padres de la psicología humanista, creía que la amistad proporciona una experiencia única donde podemos expresarnos libremente y ser aceptados por quienes somos. Esta aceptación es fundamental para lograr la autorrealización, es decir, la realización de nuestro potencial humano. La amistad no busca solo que nos sintamos bien, sino promover que seamos mejores, haciéndonos ver nuestros defectos y virtudes, sin juzgarnos.

Valoración de la persona

La amistad es una relación basada en la gratuidad y el amor mutuo, lo que la convierte en una expresión concreta del amor cristiano. La amistad auténtica no se enfoca en lo que hacemos o lo que tenemos, sino en quiénes somos. Por esto, ante un amigo podemos ser nosotros mismos, sin necesidad de montar una obra teatral ni ocultarnos tras una máscara. 

Con los amigos enseñamos incluso lo que no nos gusta de nosotros mismos, sin tener que mostrar solo el lado bonito, como podemos hacer con un desconocido. De esta manera, somos transparentes y nos apuntalamos en el crecimiento de cada uno.

Toxicidad y superficialidad

No todas las amistades son iguales en beneficios para la salud y el bienestar. Según varios estudios, las amistades de calidad, es decir, aquellas basadas en la confianza, el respeto mutuo y la conexión emocional, son las más beneficiosas para nuestra salud mental y física. 

Las amistades superficiales o tóxicas, por otro lado, pueden tener un impacto negativo en el bienestar e incluso aumentar el riesgo de enfermedades mentales y físicas. Cuando nuestra relación de amistad se parece más a una telenovela o una película de terror, más que un aporte resulta una fuente extra de estrés y emociones negativas.

Desafío gratificante

Cultivar amistades verdaderas puede ser un desafío. Requiere tiempo y esfuerzo que reflejan respeto y compromiso. Y debe ser recíproco, porque si no, se convierte más bien en una relación no correspondida. 

En primer lugar, es importante ser auténtico y no tener miedo a presentarse vulnerable, pues eso genera confianza y conexión. En segundo lugar, mostrar interés en lo que los demás tienen que decir abre la puerta a que podamos también sentirnos escuchados y valorados. En tercer lugar, es crucial ser generoso y amable con los demás, porque estos son los rasgos que traen alegría y felicidad a la vida de los otros y motiva la gratitud y la correspondencia.

Selectividad y evaluación

También es clave ser selectivo a la hora de elegir amigos. Los verdaderos amigos deben estar interesados en nuestro bienestar y apoyarnos en alcanzar metas y sueños, y no ser abusivos o manipuladores. 

Al elegir amigos, es fundamental tener en cuenta nuestras propias necesidades y limitaciones, y buscar aquellos que sean compatibles con nuestra personalidad, afectos y principios. Por esto, conviene hacer evaluaciones constantes de actitudes, palabras y obras de nuestros amigos para saber qué sitio darle a cada uno. No se trata de tener muchos amigos, sino de contar con buenos amigos.

* * *

Los amigos verdaderos son esenciales para nuestro bienestar psicológico y crecimiento personal. Cultivar amistades verdaderas requiere tiempo, esfuerzo y compromiso, pero vale la pena. Al elegir amigos, es importante buscar aquellos que demuestran voluntad en el apoyo mutuo y nos motiven a alcanzar nuestra plena potencialidad, aun haciéndonos ver nuestros defectos y errores, sin juzgarnos. 

A decir del famoso autor C.S. Lewis, «la amistad es innecesaria, como la filosofía, como el arte… no tiene valor de supervivencia, mas es una de esas cosas que dan valor a la supervivencia». Así que, no dudes en cultivar ese regalo maravilloso que son los amigos verdaderos.

Para más consejos, puedes escribirme a @pedrofreile.sicologo

¿Es posible la amistad entre varón y mujer?

Amigos, en el sentido amplio de la palabra, podemos tener muchos. De hecho, a veces somos demasiado generosos con el empleo del término y nos aventuramos a usarlo demasiado rápido. Así, hablamos de nuestros amigos del colegio, de la universidad, del trabajo, del deporte, etcétera. Y en sentido estricto, no todos ellos realmente son nuestros amigos.

 

Solemos emplear, en cambio, la expresión “buenos amigos” para referirnos a esos amigos que valen, a esos amigos con los que realmente podemos contar, a aquellos que siempre van a estar. Es decir, amigos en el sentido pleno del término.

 

Dicho esto, ¿es posible una amistad entre varón y mujer? Es decir, ¿es posible que un varón y una mujer sean buenos amigos o mejores amigos sin que haya una relación sentimental de por medio?

 

Para responder estas preguntas, me gustaría hacer cinco consideraciones que hay que tener en cuenta en la amistad entre varón y mujer.

 

#1 Si hay cercanía, los sentientos van a surgir

 

Cuando un varón y una mujer empiezan a compartir aspectos íntimos de su vida en plan de amistad, es muy probable que los sentimientos surjan. Esto puede ocurrir en alguno de ellos o en ambos. Sin embargo, esto no quiere decir que que haya que intentar una relación.

 

El cariño naturalmente surge cuando los amigos empiezan a pasar más tiempo jutos y comparten aspectos de su vida. Ese cariño puede ser muy parecido al enamoramiento, pero no necesariamente quiere decir que uno se esté enamorando de la otra persona.

 

#2 Deja madurar los sentimientos antes de compartirlos

 

Como ese sentimiento de cariño que naturalmente empieza a surgir en la amistad se puede confundir con el enamoramiento, es importante dejar que ese sentimiento madure antes de hacer algo al respecto. En otras palabras, si uno cree que se está enamorando de la otra persona, no es prudente decirlo de inmediato.

 

Con el tiempo, ese sentimiento se irá definiendo y se podrá ver si es un cariño de amigos o si se trata de algo más. En los momentos en los que las cosas todavía no están calras es importante evitar acciones que puedan incrementar la confusión. Por ejemplo, excesivas manifestaciones de afecto, pretensiones de exclusividad, búsqueda de aislamiento y soledad con el otro, escenas de celos, etcétera. Hay que evitar aquello que, en la práctica, haga que los amigos empiecen a vivir situaciones propias de una relación de pareja.

 

#3 Busca objetividad para interpretar las “señales”

 

Puede que después de un discernimiento uno se dé cuenta de que realmente se está enamorando de la otra persona. Cuando esto ocurre, uno puede querer confesar lo que siente. Sin embargo, el riesgo de esta opción es que, si el sentimiento no es correspondido, muy probablemente la amistad no continúe siendo igual.

 

En ocasiones, uno trata de cerciorarse de los sentimientos de la otra persona lanzando indirectas, o tratando de interpretar “señales”. Bueno, con esto hay que tener mucho cuidado. Las indirectas no siempre transmiten el mensaje deseado. Además, uno interpreta las señales que cree ver en el otro pasadas por el filtro de sus propios sentimientos, lo cual puede llevar a conclusiones que no se corresponden con la realidad.

 

En este punto, para mantener la objetividad, uno puede pedir consejos. Pero estos se deben pedir a alguien mayor, más experimentado, que nos conozca —y, de ser posible, también a la otra persona— y que sepamos que realmente busca lo mejor para nosotros.

 

#4 La amistad no puede ser un “premio consuelo”

 

Cuando uno se enamora de la otra persona y sabe que ese sentimiento no es compartido, lo mejor es tomar cierta distancia. Uno puede saber que el otro no está interesado en una relación porque lo comunica de manera explícita diciendo que el sentimiento no es compartido. O puede ocurrir también de manera implícita, por ejemplo, cuando la otra persona empieza a salir con alguien más y empiezan una relación. Así, uno termina conviertiéndose en el “pañuelo de lágrimas”. Cuando esto sucede, ¿se puede seguir intentando una amistad?

 

Cuando uno usa la amistad para tener algo que de otra manera no podría tener, deja de haber amistad. La amistad supone que uno busca lo mejor para la otra persona de manera desinteresada. En cambio, el hecho de mantener la “amistad” queriendo en realidad “algo más” es una forma de mantener vivos esos sentimientos que no pueden ser satisfechos de la forma que uno quiere. Ya no se busca el bien de la otra persona, sino el propio bien.

 

Pero, ¿no podría haber un auténtico desinterés? Es decir, uno trata de buscar realmente lo mejor para la otra persona manteniendo la amistad al costo de sacrificar los propios sentimientos. Se ama a la otra persona en secreto, y se mantiene la “amistad” sabiendo que el amor no será correspondido. Bueno, esto no es saludable para uno, pues el contacto con la otra persona hará que los sentimientos sigan manteniendo su fuerza. Y manteniéndose “enganchado” con la otra persona, uno se priva de la posibilidad de vivir auténticamente un amor de pareja con alguien más. El que realmente ama sabe cuándo es el momento de dejar ir.

 

#5 Si la otra persona está con alguien más, hay que dejarle su espacio

 

Puede que uno descubra que el sentimiento que tiene hacia la otra persona es de una auténtica amistad. No hay enamoramiento. ¿Esta amistad puede mantenerse cuando la otra persona empieza una relación con alguien más?

 

Por supuesto que la amistad puede mantenerse. Sin embargo, las expresiones de esa amistad naturalmente tendrán que ser distintas. Ya no podrán pasar tanto tiempo juntos, hablar tantas horas, ni compartir las mismas cosas con tanta frecuencia. Esto es lo normal, y es saludable aceptarlo.

 

Ahora bien, a medida que el tiempo pasa y la relación se va tornando más seria, lo natural es que la pareja de uno se convieta en su mejor amigo. La amistad se basa en esa mutua búsqueda del bien del otro que se da sobre la base de algo que se comparte. Y en una relación de pareja, poco a poco se va compartiendo con más intensidad la propia vida. Esto establece la base de la más fuerte amistad, la cual encontrará su forma definitiva en el matrimoio.

 

* * *

 

A modo de síntesis, la amistad entre varón y mujer sí es posible. Sin embargo, una buena amistad es difícil de lograr por el riesgo de que los sentimientos se confundan. Ahora bien, cuando ambos tienen las cosas claras y se llega a establecer una buena amistad, esta enriquece enormemente la vida de ambos.

 

El autor de este artículo es el director general de Ama Fuerte. Puedes contactarlo en su cuenta de Instagram: @daniel.torrec.

¿Cómo puedo ayudar al otro ante el dolor?

Un tiempo atrás, en un artículo en el que entrevisté a mi marido, Pablo Grossi (@pieperactivos), comentábamos que, según el filósofo alemán del siglo XX Josef Pieper, el amor no es “el deseo de que el otro se sienta bien siempre y en toda ocasión, y que se le ahorre bajo cualquier circunstancia el sufrir dolor”. Por el contrario, el amor, según Pieper, no busca la simple calma del amado, sino su bien efectivo y real. En esta época pascual, tales claves para una buena vida cristiana resuenan en nosotros con más fuerza aún. ¿Cómo obrar, entonces, ante el dolor de alguien a quien amamos?

 

¿La comodidad o el bien?

 

Según me ha enseñado Pablo, Josef Pieper afirma: “ningún amante puede consentir que la persona que ama prefiera la comodidad al bien […]. Amar a una persona no significa desear que pueda vivir libre de todo tipo de agobios, sino que en verdad le vaya bien”.

 

Un buen ejemplo que se me ocurre para ilustrar esta definición de amor es la relación entre Gandalf y Frodo, en El señor de los anillos. Gandalf lanza a su amigo Frodo a una aventura en la cual no le será evitada ninguna incomodidad. Sin embargo, lo hace por un bien mayor, y gracias al doloroso cumplimiento de su misión, Frodo se transforma en héroe.

 

¿Qué es “lo mejor”?

 

Por eso, pensemos: ¿en qué consiste que a alguien “en verdad le vaya bien”? Sin duda, siempre desearemos lo mejor para el otro. Pero debemos tener nuestra brújula del alma bien orientada para poder saber de qué estamos hablando cuando decimos “lo mejor”.

 

En el caso de Frodo, se trata del cumplimiento de la misión; en nuestro caso, creo que, análogamente, va por el lado del cumplimiento de nuestra vocación. Por supuesto que quisiéramos que nuestro ser amado tuviera todo lo que desea en la vida. Pero, si adoptamos una postura realista y confiamos en la Providencia de Dios, comprenderemos que quizás eso no es lo mejor para el otro.

 

Quizás aquello que lo hace más pleno, más verdaderamente feliz, es aquello que se obtiene atravesando un camino arduo. Y, sin lugar a dudas, “lo mejor” se identifica con la meta más ardua de todas: la santidad.

 

Acompañar el dolor en silencio

 

¿Acaso no tuvo que apartarse la mismísima Madre de Dios, y sufrir en silencio la Pasión de su hijo, para que Él cumpliera su misión sagrada, y nos librara así de la muerte y del pecado? Claro: el primer impulso del corazón de María debe haber sido hacer algo para aliviar o liberar a su Hijo. Sin embargo, ella comprendió que había algo más allá de ese dolor, algo más grande que ese suplicio, y se dedicó a acompañarlo desde su lugar.

 

De igual modo, debemos ser prudentes a la hora de responder ante una situación de dolor de nuestro ser amado. Muchas veces —y debo reconocer que esto es más habitual en los hombres, pero yo también suelo hacerlo—, cuando alguien a quien amamos nos cuenta un problema, respondemos intentando buscar automáticamente una solución. Pero esto no siempre es lo más acertado: a veces, el otro espera que simplemente acompañemos, como María, con nuestro silencio, con nuestra escucha.

 

Quizás, en esta misma actitud de servicio y silencio, podemos contribuir con pequeñas acciones cotidianas a la estabilidad y a la mejoría de nuestro ser amado, para que no se deje abrumar por los problemas, sino que también se mantenga realista, prudente y confiado en Dios, y así sobrelleve mejor las tribulaciones. Y aquí pienso, por ejemplo, en Sam, haciéndole la comida a Frodo, no tan lejos del Monte del Destino, o en Rosita Coto, la novia de Sam, esperándolo con heroica paciencia en la Comarca.

 

* * *

 

Las grandes historias de héroes literarios, las vidas de los santos, los relatos del Evangelio y nuestra realidad cotidiana nos indican que lo más habitual es que, para obtener el arduo bien de cumplir con nuestra vocación a la santidad —así como con nuestras vocaciones particulares—, en algún momento se nos presentará el dolor. El dolor, sí, pero como camino de santidad.

 

Si de verdad amamos al otro, nuestra lo mejor que podemos hacer no es evitarle el dolor, ese dolor que puede terminar ayudándolo a forjar su personalidad y a alcanzar su plenitud. Por el contrario, conviene ayudar con pequeños alivios, y con una escucha prudente y activa, que le permita atravesar ese sufrimiento conscientemente, para llegar a la meta final. Se busca, en definitiva, al decir de Pieper, que el amado “sea completamente ‘justo’, no meramente happy, sino perfecto y bueno”.

De las cosas que más nos pueden estancar en la vida: compararse

Desde que existieron los primeros seres humanos en este mundo, encontramos ejemplos de comparación entre uno y otro. Caín y Abel se ven en una situación en la que la envidia se presenta luego de que Caín se comparó con su hermano Abel, y vio que su ofrenda había sido recibida por Dios de forma diferente.

 

Esto no es algo nuevo: siempre ha habido una tendencia a mirar al otro y encontrar las diferencias entre su vida y la mía. Ahora, es inevitable admitir que el creciente uso de redes sociales nos permite tener acceso a la vida de los demás las 24 horas del día. Por lo tanto, resulta mucho más fácil que nuestra mente acuda a la comparación con mayor frecuencia.

 

¿Qué puede pasar cuando nos comparamos?

 

Si nos limitamos a ser conscientes de esas diferencias y asumirlas como positivas, resaltando la riqueza de la diversidad de realidades, historias, decisiones y familias —entre otros—, nos pueden llevar a un aprendizaje. Pueden ser algo muy positivo, y no aterrizar en un problema para nuestra vida. Pero cuando, al reconocer estas diferencias o alguna puntal, ello despierta sentimientos de tristeza, cólera, ansiedad, miedo o envidia, esto puede generar muchos problemas de salud mental, problemas que ahora son tan comunes en adolescentes.

 

Los sentimientos no son “buenos o malos”

 

Alguna vez una psicóloga católica me comentó que los sentimientos no se pueden calificarse como “buenos o malos”, porque nosotros no buscamos que broten del corazón. Lo que sí puede definirse como positivo o negativo es la forma en que lo canalizamos o administramos: qué decidimos hacer con ellos.

 

Algunos consejos

 

Frente a esto, les quiero plantear algunos tips para poder hacernos responsables de estos sentimientos. Así lograremos evitar las comparaciones con un efecto negativo en nuestra vida:

 

1. Filtra adecuadamente las personas que sigues en redes sociales y el contenido que consumes. Si algún contenido despierta en ti sentimientos de envidia, tristeza, ansiedad, temor o algo semejante, opta por dejar de consumirlo. Y sé firme en esta decisión.

 

2. Practicar la gratitud te ayudará reconocer y recordar las bendiciones en tu vida, y a dejar de compararlas con las del resto.

 

3. La oración definitivamente te enfocará en entender tu camino de vida y el propósito único que Dios tiene para ti. Así, verás también el camino de los demás como enriquecedor para ellos, y el tuyo como pensando desde la eternidad para ti. Identificar la envidia y entregarla en oración también te dará una gracia especial para combatirla.

 

4. Tener citas de la Biblia o de santos a la mano te ayudará a combatir esos pensamientos de comparación que vienen hacia ti al mirar la vida de otro. Por ejemplo, Isaias 55, 8-10: “Mis planes no son como sus planes, ni mis caminos como sus caminos”.

 

5. Si constantemente estás comparándote con los demás y esto genera una tristeza o ansiedad que no puedes controlar, sería ideal buscar algún profesional que pueda guiarte en este camino de entender las causas y poder gestionar tus emociones. Muchas veces puede haber un trabajo por sanar la autoestima y conocer algunos otros factores.

 

* * *

 

Los animo a ser pacientes con ustedes mismos: tenemos una tendencia natural al mal, que nos empuja a mirar al otro con algo de envidia o egoísmo. Pero siempre se puede trabajar y orientar al amor, gratitud, generosidad. El primer paso, como suelo decir, es reconocerlo y aceptarlo, para empezar a trabajarlo.

 

@todaunavidablog

Me enamoré de mi mejor amigo, ¿le digo?

Así me pasó a mí. Cuando conocí a Daniel, nos volvimos súper mejores amigos. Teníamos una amistad increíble, hasta que, con el tiempo, empecé a verlo con otros ojos. Entonces, me cuestioné si debía decirle o no lo que sentía.

 

Una de las cosas que más me preocupaban era arriesgarme a perder su amistad, porque no sabía lo que él sentía por mí y si mis sentimientos serían correspondidos. Después de algún tiempo, he llegado a algunas conclusiones que quisiera compartir a modo de consejos o nociones previas a lanzarse a la piscina.

 

#1 Quien ha encontrado un amigo ha encontrado un tesoro

 

Una verdadera relación de amistad no debería romperse, pues está cimentada en la confianza y honestidad entre dos personas. Ambos cuidan ser totalmente transparentes con el otro. Ninguno pretende ser alguien que no es. Frente a esta relación tan sincera, ¿por qué sería raro que poco a poco uno de ellos vaya sintiendo que podría desarrollar una relación de pareja con el otro?

 

Una amistad verdadera no se pierde con el tiempo. Y aunque dejen de verse tan seguido o compartir espacios y tiempo juntos, se sostiene por lo real que es. Un verdadero amigo es un tesoro, y si ambos tienen claro eso, pase lo que pase, la amistad no se romperá.

#2 Sean amigos. Si es posible, mejores amigos

 

A veces queremos ir muy rápido. Conoces a alguien en una salida y ya sientes que algo más puede pasar. Poco tiempo después ya empiezan una relación y recién después se genera la amistad —o tal vez nunca—.

 

Definitivamente no existe la fórmula perfecta para iniciar una relación, pero sí creo que siempre será mejor darse un buen tiempo para conocerse, para ser amigos de verdad, para no aparentar ser alguien que no somos.

 

La persona con la que quieres empezar una relación debe ser alguien con quien tengas confianza, a quien puedas recurrir cuando más lo necesites y, sobre todo, que con quien haya un entendimiento mutuo en situaciones difíciles. ¡Qué mejor que sea un buen amigo! Puede ser beneficioso invertir un poco más de tiempo en esta etapa.

 

#3 Sentimientos, pero también decisiones

 

Si ha llegado el momento en el que te sientes de una manera diferente frente a la otra persona, considera y discierne tus emociones. Amar es una decisión, y en esta situación, implica ser sincero y decir lo que sientes y piensas sabiendo que podrías no ser correspondido. Claro está, sin dramas.

 

Es importante respetar lo que la otra persona te responda, pues tal vez nunca te vio con esos ojos, o no pensó en ti más allá de una amistad. Será importante que ambos tomen con madurez y respeto lo que se converse en ese momento, pues de eso también dependerá el futuro de su relación, ya sea que continúen como amigos o inicien una etapa de enamorados.

 

Bonus track: nuestra experiencia

 

Para contarles nuestra experiencia, yo me lancé a la piscina. Me moría de nervios cuando le expresé lo que sentía a Daniel. Él no se imaginaba nada de esto. Jamás había pensado algo así. Yo era su mejor amiga.

 

No pasó nada en ese momento, pero la amistad maduró. Y después de un tiempo, empezamos a salir. Construimos el siguiente paso de la relación y él también se lanzó a la piscina. No había duda del cariño que había entre los dos al ser mejores amigos. Este simplemente evolucionó de maneras distintas en cada uno y en etapas diferentes.

 

* * *

 

Creo que nuestro mejor consejo es que se den el tiempo necesario para conocerse, hacer crecer la confianza y ser transparentes para poder ser buenos amigos antes de empezar una relación.

 

Para más consejos, recuerden que pueden contactarnos a través de nuestra cuenta de Instagram: @no_eres_tu_ni_yo.