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Buscando embarazos: ¿sexo obligatorio en días fértiles?

Programar u organizar las relaciones sexuales no tiene nada de malo. Entonces, ¿por qué cuando un matrimonio lleva ya tiempo buscando embarazo puede convertirse en un obstáculo en la donación de sí mismos?

Para entender este título hay que comprender el contexto en el que se encuentran los esposos que desean concebir un hijo pero que ven que éste no llega. 

Comprendiendo mejor el problema

Hay alrededor de la infertilidad un tabú social enorme: ni las parejas se sienten libres de decir “por ahora no hemos podido” ni la sociedad es amable con ellos. A todo esto, hay que sumarle una gran carga emotiva y sentimientos de tristeza, angustia, incluso llegar a la depresión. Idas y venidas a especialistas, el coste que todo ello conlleva y la preocupación de que haya un problema de salud y de que puede que los hijos no lleguen nunca.

Si crees que es imposible lidiar con todo esto, te equivocas. Una de cada seis parejas ha pasado por la infertilidad y el número, por desgracia, va en aumento. 

¿Programar las relaciones sexuales?

Programar las relaciones sexuales no es de por sí algo malo, pero puede convertirse en algo que dañe la relación. ¿Cuándo? Cuando la unión es obligatoria en los días de fertilidad de la mujer y no se tiene en cuenta la regla número uno: el respeto hacia el otro.

Es cierto que cuando existen dificultades para concebir un hijo las relaciones se suelen programar en los días de fertilidad para aumentar las probabilidades de concebir, y esto es un hecho innegable. Existe la creencia de que las relaciones siempre tengan que ser espontáneas, cosa que se adhiere poco a la realidad. 

En la mayoría de los matrimonios que conozco, es bastante frecuente que haya determinados momentos en los que las relaciones sean “planificadas” porque no se tiene tiempo, por los hijos, porque se requiere un periodo de abstinencia, por X motivos…

¿Y si los hijos no llegan?

A medida que el tiempo pasa y que los hijos no llegan, he notado que hay una cierta exigencia hacia el acto sexual por parte de los cónyuges. Es decir, hay días “imperdonables” en los que la relación tiene que darse sí o sí. A veces, sin tener en cuenta el estado de ánimo tanto de uno como de otro, u otros factores como el cansancio.

Si la frecuencia de las relaciones la marca única y exclusivamente el matrimonio, qué menos que se tenga en cuenta que es, por encima de todo, una donación completa. Libre de pretensiones y de exigencias.

Entonces, ¿cómo abordar los momentos de intimidad?

Ante la pregunta, ¿cuándo mantener relaciones para quedarme embarazada? O, ¿cuándo mantener relaciones para tener más posibilidades de embarazo? Respondo siempre esta premisa: preparemos el acto con ternura y amor. Como decía mi compañera Eva Corujo: a la cama se llega con el amor hecho. 

También las parejas que pasan por la infertilidad tienen que aprender a amarse en esta dimensión, recordando que nuestra vocación primera y última es el amor y no hay nada más contrario al amor que la posesión. En el momento en el que la unión es obligatoria en determinados días, entran en juego toda una serie de juicios, de murmuraciones hacia el otro. 

He visto incluso parejas no poder mantener relaciones a causa de la presión que sentían en esos días fértiles porque tenían que hacerlo sí o sí. Entiendo que cuando sufrimos, podemos equivocarnos —y quien me conoce sabe que intento visibilizar la infertilidad desde hace muchos años—. El sufrimiento nos lleva a hacer cosas que ni siquiera nos habíamos pensado antes.

***

Con este post lo que quiero es hacer un llamamiento a quien está pasando por este valle de lágrimas que es la infertilidad y recordarle que el matrimonio es ya una familia, incluso si no vienen los hijos; y que, por encima de todo, mi salvación irá de la mano de mi marido. Cultivemos nuestro matrimonio y respetémonos con amor sincero.

¿Por qué hay tanto miedo a tener hijos?

El deseo de tener hijos es inherente al ser humano. Nuestro deseo de donación y entrega y de vivir un amor que da vid, se puede expresar de muchas maneras. Sin embargo, una de sus expresiones más plenas es la maternidad y paternidad. 

En el matrimonio, la maternidad o paternidad se expresará con hijos biológicos o adoptivos, mientras que en la vida religiosa hablaremos de una paternidad o maternidad espiritual.  Sin embargo, muchas personas ven este deseo opacado en sus vidas por distintas razones. A continuación, me gustaría hablar de algunas de ellas.

1. Heridas emocionales

Las experiencias o ejemplos de crianza en la propia familia pueden influir en la percepción sobre la paternidad o maternidad. Por ejemplo, haber tenido que hacerse cargo de los hermanos, haber presenciado las peleas de papá y mamá y/o atravesar su separación, la ausencia total o parcial de alguno de los padres, actitudes despectivas de mamá hacia su maternidad, etcétera. 

Si ha habido dificultades en la familia en relación con la crianza, esto podría generar algunos miedos. Por ejemplo, miedo al compromiso, miedo a asumir responsabilidades, miedo a la incertidumbre y a lo desconocido, miedo al cambio y a donarse al otro.

Estos miedos finalmente nos hacen ensimismarnos, encerrarnos en nosotros mismos. Sanar las heridas emocionales en nuestra historia es indispensable por dos razones: 

1) Nos permite vencer el miedo al compromiso, a donarnos y a tener hijos.

2) Nos ayuda a no repetir con nuestros hijos los mismos patrones nocivos de crianza que pudieron habernos herido, de manera que no repitamos la historia. 

2. Propaganda antinatalista

Para nadie es un secreto que estamos bombardeados de propaganda que infunde temor y odio hacia la maternidad. Todos los días recibimos este tipo de mensajes. Desde la clásica frase de “para qué traer un niño al mundo si va a sufrir” hasta las campañas más agresivas que promueven el aborto. 

Y es que recibimos este mensaje tan frecuentemente que cuando vemos una mujer embarazada o una familia numerosa, empezamos a juzgar en nuestra mente. Casi inconscientemente pensamos en lo “irresponsables” que están siendo y tomamos actitud de rechazo hacia ellos.  

3. Experiencias traumáticas con la maternidad

Tampoco es un secreto que la mayoría de las mujeres embarazadas sufre violencia obstétrica durante el embarazo. Es común que el personal médico y de enfermería trate con agresividad o frialdad a las mujeres o que las juzguen por tener un hijo más. También puede ocurrir que no sean compasivos con el dolor que las mujeres pueden experimentar durante el trabajo de parto. 

Igualmente, muchas mujeres son víctimas de procedimientos obsoletos o innecesarios, como cesáreas a conveniencia del médico de turno, pudiendo haber tenido un parto natural. Todas estas experiencias y muchas otras pueden hacer que las mujeres tengan mucho miedo a repetir una experiencia de ese estilo en un nuevo embarazo. 

Bonus track: Cuidado con caer en el otro extremo

Hemos hablado del miedo a la maternidad, pero también existe otro extremo, que es querer ser madre o padre a costa de lo que sea. Lamentablemente, esta situación lleva a muchas personas a instrumentalizar a sus hijos para llenar vacíos propios. Así, muchos acuden a métodos de reproducción asistida —como inseminación artificial, fecundación in vitro, congelación y vitrificación, entre otros— que son moralmente ilícitos dado que traen consigo innumerables abortos y muchos otros dilemas morales. 

Igualmente, muchas personas solteras acuden a estas técnicas para tener hijos sin importarles que ese bebé no tendrá una familia bien constituida, no tendrá a uno de sus padres, tendrá conflictos de identidad al no saber de dónde viene —a lo sumo sabrá que su padre es un donante anónimo—, entre otras heridas emocionales. Sabemos que los seres humanos no se usan, pero estamos usando a nuestros hijos para llenar vacíos propios, causándoles heridas indescriptibles por nuestro egoísmo, creyendo que ellos son extensiones de nosotros mismos. 

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En resumen, la maternidad y la paternidad son dones que implican una gran responsabilidad y que requieren de nosotros madurez psicológica y espiritual. Ni el extremo de tener miedo a tener hijos ni el extremo de querer tenerlos a toda costa son sanos: ambos vienen de las heridas, del egoísmo y del ensimismamiento. Así que evaluemos lo que hay en nuestros corazones, purifiquemos nuestras intenciones, busquemos ayuda profesional y espiritual para sanar nuestras heridas y salgamos de nosotros mismos. 

Para más consejos, encuéntrame en Instagram como @psicoalexandraguzman.

Una mamá es como una casa

“Una mamá es como una casa”, dice el hermoso libro-álbum que lleva esta frase como título. Es de la autora e ilustradora francesa Aurore Petit, y se los recomiendo mucho a todos aquellos que no le tienen miedo a emocionarse. Gracias a la particular relación entre las imágenes y el texto, la autora va describiendo la vida de la mamá y el bebé, desde la panza hasta los primeros pasos del niño.

 

A ella siempre podemos volver

Leemos en el libro: “Una mamá es como un castillo”, “Una mamá es como un remedio”, “Una mamá es como la luna en la noche”… Al final, mientras en la ilustración vemos cómo el niño se aleja caminando solito, el texto confirma: “Una mamá es como una casa”.

 

Repite el título. Como si dijera: “Una mamá es esta casa de la que se puede salir, y a la que siempre se podrá volver». Recomiendo enfáticamente esta hermosura de libro, pero además de hacer eso, quiero compartirles algo en lo que estuve pensando. Estuve redecorando un poco mi casa y, como siempre que uno hace algo que lo apasiona y que le insume tiempo, a veces las ideas se me van para ese lado.

 

Entonces, se me ocurrió algo que vale tanto para mamás como para papás. Si somos como una casa, ¿no deberíamos estar siempre «redecorándonos»? ¡Claro! Siempre deberíamos estar dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos, a hacer los cambios que sean necesarios para crecer.

Mirar hacia nuestro interior

Por supuesto, al decir que debemos “redecorarnos” no me refiero a que debamos recurrir a un centro de estética corporal, a pasar horas en la peluquería o a comprar maquillaje nuevo. Si queremos dar lo mejor de nosotros mismos, si queremos ser la casa más hermosa que podamos ser, tenemos que empezar por medirnos espiritualmente, para ver cómo estamos y qué necesitamos cambiar. Y entonces, sí, poner manos a la obra.

* * *

Sobre todo ante los desafíos de la paternidad, tenemos que estar dispuestos a mirar hacia nuestro interior, para corregir lo que hay que corregir, para explotar al máximo los talentos que Dios nos dio. Tenemos que estar dispuestos a rediseñarnos y a tirar todas las paredes que haya que tirar, para que finalmente las virtudes hagan que nuestras almas brillen, en acciones concretas, con sus mejores colores. Y vos, ¿estás dispuesto a redecorarte?

 

Si te gustó este artículo, no dejes de seguirme en @conluznodespertada, y no te pierdas mi libro Con luz no despertada, en el que hablo mucho de temas como este, a través de mis poemas.

Antes de decirle “te amo”, lee esto

Era el cuarto o quinto día luego de haber vuelto de la clínica con Paz. La casa, pequeña ya para dos personas, ahora estaba llena de biberones, llantos y una personita que, necesitándonos para todo, nos cambiaba la vida —¡para mejor!— cada día más.

 

Los pañales llenaban el tachito de basura, los platos se acumulaban poco a poco en el lavadero y nuestros cabellos estaban cada vez más despeinados. A eso de las 8 de la noche, bajé hasta el sótano para sacar toda la basura acumulada, mientras Pía le daba de comer a Paz. Una vez que entré de nuevo en el departamento y escuché el llanto de nuestra pequeña, en un acto casi impulsivo, me metí al baño y prendí la ducha.

 

Me quedé ahí unos 5 minutos, prácticamente inmóvil. El agua lo más fría posible, porque la idea no era escaparme ni relajarme para tener un merecido descanso. Lo que necesitaba era recargarme para salir de ahí y seguir amando. Y mientras, la cañería se llevaba el calor y las pocas horas dormidas, recordé las palabras del Padre Marco el día de nuestra boda. Aquí te las comparto, paso a paso.

 

“El amor no es la caricatura de los cuentos de hadas”

 

No quiero echarle la culpa a Disney, pero nos hemos acostumbrado a los “finales felices”. La pareja se casa, tienen un hijo o hija o por fin se dicen “te amo”, e inmediatamente se sobreimprime en letras grandes y con un fondo musical alegre la palabra “Fin”.

 

Pero la realidad es que ni la boda, ni los hijos, ni el atreverse a decir “te amo” son la meta a alcanzar, sino todo lo contrario. Son solo el inicio de otra etapa: el siguiente escalón para que el amor sea cada vez mayor.

 

“El amor es recio, sacrificado”

 

Y admitámoslo: es fácil decir “te amo” cuando la mayor exigencia es elegir dónde comerán. O cuando sientes toda clase de bichos y animalitos en el estómago. Y, aunque bello y hermoso, no hay amor si no hay Cruz.

 

Y, claro: no es Cruz si no implica renuncias, exigencias y un constante morir a mí mismo, para poder entregarme cada vez más. Ya lo decía Santa Teresa de Calcuta: “Ama hasta que te duela, si te duele, es buena señal”. Abracemos profundamente ese amor que nos pide todo de nosotros, y luego, nos pide un poquito más.

“Enormemente gratificante, realmente plenificante”

 

Entonces ¿solo se trata de sufrir? ¡NO! Por supuesto que no. Hemos sido creados por el Amor, en el Amor y para el Amor. No hay nada que nuestro corazón anhele más que el amor.

 

Sin amor, uno “permanece para sí mismo un ser incomprensible” y nuestra vida se ve “privada de sentido” (Papa San Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis, n. 10). Por ello, en esos momentos en que nos sentimos exigidos más de lo creíamos posible, en los que preferiríamos que la carga no fuera tan grande, entonces es cuando el Señor nos está pidiendo “amar hasta el extremo”. Como Él lo hace con nosotros, y para revelarnos quiénes somos.

 

* * *

 

Y sí: necesitaba esos 5 minutos bajo la ducha. Necesitaba esos minutos para que Dios me renovara en la hermosa misión que me ha encomendado. Para que, al salir, mi “te amo” no sea un sentimiento, sino una convicción. Algo dicho por un corazón decidido a morir a sí mismo.

 

Los necesitaba para poder repetir con San Pablo: “muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente”, por Pía y por Paz.

 

Te amo, Pía.

 

Te amo, Paz.

 

Nos vemos en el siguiente artículo.

La mujer según la Teología del Cuerpo

Frente a un contexto contracultural en cual se habla en abundancia sobre la mujer, pero en el cual se desdibuja y desaparece de modo imperceptible la esencia de la feminidad, creemos oportuno reflexionar sobre su significado. Lo haremos desde una visión amplia y medular, concentrándonos en los elementos femeninos esenciales y no en particularidades, ya que el objetivo es echar luz sobre aquello que caracteriza lo femenino.

 

1. La diferencia sexual

 

Somos testigos de movimientos que, intentando reivindicar ciertos derechos de la mujer, terminan por igualarla al hombre en actitudes y formas que sólo tienen por resultado una obscena masculinización de lo femenino. Esto se fundamente en la creencia de que se debe tener características masculinas para ocupar ciertos espacios. Por otro lado, abundan también las filosofías que anulan toda diferencia ontológica entre varón y mujer, al sostener un discurso según el cual aquellas serían meramente un resultado cultural. Así, varón y mujer tendrían las mismas características y potencialidades, tanto psicológica como físicamente.

 

Sabemos que varón y mujer tienen la misma dignidad. Esto no quita que la expresen de modo diverso. Llegamos ahora a un punto que es crucial: el asunto de la diferencia sexual. Si hablamos de diferencia, es justamente porque no son iguales. Y esto está comprobado por la experiencia, la ciencia y el sentido común.

 

Hombre y mujer, en su integridad de personas humanas, son inexorablemente diferentes en todas sus dimensiones —física, psíquica, emocional, social y espiritual—. En un mundo absolutamente egoísta y egocéntrico, no resulta extraño que este rasgo característico de la sexualidad sea eliminado del discurso.

 

¿Por qué es tan importante esta diferencia? Porque nos hace conscientes del hecho de que nos necesitamos mutuamente, de que no nos bastamos sólo a nosotros mismos para ser felices. Nos deja en evidencia que ni el varón ni la mujer agotan la humanidad completa en sí mismos, sino que cada uno de ellos expresa un modo único de ser humano: son dos formas diferentes de experimentar el cuerpo como apertura a la Trascendencia. Y es recién en la comunión entre varón y mujer cuando lo humano se expresa en su totalidad y perfección.

 

La diferencia sexual es una invitación a salir de uno mismo hacia el otro que, como es diferente, nos permite ver el mundo desde otro punto de vista, enriqueciendo nuestra experiencia. Esta diferencia es la que nos libera de una mirada encerrada sobre nosotros mismos y nos llama a movernos uno hacia otro para alcanzar un horizonte común.

 

Varón y mujer son complementarios porque necesitan del encuentro con el otro sexo para poder conocerse. Es imposible comprender el ser mujer sin conocer el ser varón. De este modo, la masculinidad y la feminidad se necesitan mutuamente para ser sí mismos y para afirmarse en su esencia.

 

Es importante aclarar que lo que estamos desarrollando no se limita exclusivamente a aquellos que viven el noviazgo o el matrimonio. Este dinamismo de la diferencia sexual se da desde el nacimiento, y en todos los estados de vida.

 

2. La feminidad

 

Como hemos visto antes, la mujer tiene una vocación propia en el mundo, con sus características que le son acordes. Y así como su cuerpo tiene rasgos diferenciales, también sucede con su psiquis, su emocionalidad, su modo de entablar relaciones sociales y su espiritualidad.

 

Desde esta última dimensión afirmamos que hay un modo femenino de vivir la Fe y la relación con Dios. Esto se da así porque la sexualidad no es algo “añadido” a la persona o algo que se pueda eliminar de ella, sino que es un elemento constitutivo e identitario. Es decir: el ser persona implica de modo necesario el ser sexuado. Entonces, todo lo que hagamos va a estar “teñido” de nuestro ser mujer o varón.

 

Para explicarlo mejor, así como el cuerpo es sacramento de la persona, la acción es sacramento del cuerpo. En otras palabras, el cuerpo manifiesta la naturaleza de la persona, y la acción refleja la dinámica del propio cuerpo, varón o mujer, que le permite obrar de determinado modo.

 

Para poner un ejemplo, pensemos en la acción de amamantar, que es un acto propio de la mujer. Se trata entonces acciones enraizadas en una lógica que podemos calificar como femenina o masculina, que tienen su posibilidad según el cuerpo de quien las realiza.

 

La acción revela la persona sexuada, y mediante la experiencia de esta acción podemos comprender el significado de nuestra propia naturaleza masculina o femenina. La feminidad es, justamente, este ser y actuar en base a la naturaleza de ser mujer.

 

Para referirse a esto, san Juan Pablo II hablaba del “genio femenino”[1]. Es cierto que se debe distinguir entre “mujer” y los valores que le son más propios a ella, ya que cada una es única. Pero, aunque estas cualidades sean variables, tienen un trasfondo de configuración natural evidente. Y la cultura debe responder a ese trasfondo de modo adecuado, para ser instrumento de vida plena para la mujer.

 

En su famosa carta a las mujeres, san Juan Pablo II afirma: “la mujer es aquella en quien el orden del amor en el mundo creado de las personas halla un terreno para su primera raíz”[2]. El orden del amor es la clave de las virtudes. Siendo que la mujer es su primera raíz, podemos afirmar que ella es “escuela de virtudes”, “escuela de perfección”.

 

La vocación femenina es, pues, grandiosa, y capaz de llevar a la perfección de vida a tantos. Vemos aquí un rol acogedor, no sólo del don de su feminidad, sino también de la capacidad de hacer mejores a los otros. Vale subrayar que el santo de las familias la llama “primera raíz”, refiriéndose a lo “profundo”, donde se arraiga y alimenta la planta. Sin la raíz no hallamos árbol. Así, la mujer es erigida por Dios como casa de la raza humana.

 

La mujer tiene como vocación especial el cuidado de la vida, en todos sus órdenes. La mujer guarda con la vida una intensa relación, lo cual genera en ella ciertas disposiciones particulares. Ella recibe y da vida, no sólo desde el punto de vista biológico, sino también desde lo social y espiritual. Tiene el propósito de velar por lo que está vivo, de cuidar lo que es frágil, de mostrar una delicada sensibilidad frente a los requerimientos ajenos, de ponerse al servicio de la persona. De estar atenta a los detalles pequeños y al sentir de los demás.

 

La mujer está ligada de modo especial con el mundo invisible: a ella le es más natural la religiosidad. Está llamada a hacer de su hogar y del mundo un santuario donde se resguarde la vida humana y divina.

 

3. Dimensión de esposa

 

Otra característica fundamental de la mujer es su dimensión de esposa. A medida que reflexionamos, comprenderemos que esta dimensión no se refiere de modo único a quienes están casadas, sino a todas las mujeres, en sus distintos estados de vida: se trata de una cualidad amplia, pero profunda a la vez.

 

En el pensamiento del san Juan Pablo II, la mujer es la evidencia de que la persona humana fue creada para la comunión con los demás. Ella es la muestra de que la plenitud de todo ser humano consiste en ser “don” para los demás. Decía Edith Stein: “Entregarse a otro ser por amor, llegar a ser totalmente el bien del otro y poseer totalmente a este otro corresponde a las necesidades más profundas del corazón de la mujer”[3]. La mujer, “ayuda adecuada” para el varón, es creada para dar y para recibir amor. Y no puede encontrarse a sí misma, si no es dando amor a los demás[4].

 

La mujer es portadora de alegría para quienes la rodean. Basta con recordar que las primeras palabras que pronuncia el hombre en toda la Biblia remarcan con júbilo la importancia de su presencia. Ella es para él motivo de humanidad, pues, en su “soledad originaria”[5], “no era bueno”[6]. Es decir: el hombre solitario no llega a entenderse como hombre, sino que se precisa la reciprocidad. Esta no remarca la dualidad como términos opuestos, más bien señala la unidad en la diferencia[7].

Además, ella desempeña un papel revelador para el varón: le permite, situándose frente a ella, tomar conciencia de su identidad. Y viceversa. Así, el santo polaco nos habla de un “recíproco para”, en tanto que varón y mujer son existencias que se refieren mutua y constantemente, compartiendo la base de la misma humanidad[8].

 

Esto se experimenta en el lenguaje del cuerpo que, en varios niveles, los señala como distintos y complementarios. Dios le confía a la mujer de modo especial el cuidado del varón, porque sabe que ella puede ponerse al servicio de la vida. Dios hace crecer en el varón el deseo de aquella a quien podrá darse completamente.

 

La mujer viene presentada como una “ayuda” que se traduce también como “auxilio”, palabra que se le aplica a Dios, cuando la Escritura dice “Dios es mi auxilio”[9]. Esto muestra de modo muy bello cómo la mujer, no sólo es compañera, sino también el auxilio enviado por Dios. Vale remarcar que se trata de una ayuda no en sentido servil; sino todo lo contrario, de un mutuo cuidarse en la reciprocidad del don, ya que el varón, a su vez, se entrega como apoyo de la mujer.

 

Esposa significa “mujer” en relación con el varón, en una relación ontológica precisa y constitutiva de la naturaleza humana. La mujer es el signo de la esposa, la imagen del llamado de la humanidad a los esponsales con Dios. El amor nupcial de los cónyuges humanos es la imagen del Amor Trinitario que se da en Dios mismo.

 

Y, a su vez, es semejante al llamado que tenemos todos los seres humanos a ser la esposa de Cristo, por medio de la Iglesia. La mujer, signo de la esposa, nos recuerda que todos —varones y mujeres— estamos llamados a recibir el amor de Dios y a unirnos con Él en el don total de nuestras vidas.

 

4. Dimensión de madre

 

Jossette Croissant explica que la palabra hebrea que se usa para referirse a la mujer durante la Creación en el Antiguo testamento es Nekeva, es decir, “hembra”. Éste vocablo significa receptáculo, cavidad, espacio interior[10]. La forma de referirse a la mujer es claramente una descripción del útero.

 

Resulta llamativo cómo el lenguaje corporal femenino se concentra en la sexualidad y en la maternidad. El cuerpo de la mujer está construido con forma de madre. La sexualidad femenina, ordenada a la maternidad y siendo constitutiva de la mujer, es mucho más compleja que la del varón. Su vida está marcada por un ritmo propio del ciclo de fertilidad e infertilidad, en el cual derrama su propia sangre. Este don de la sangre es parte de la naturaleza femenina.

 

La autora María Teresa Porcile incluso relaciona esto con la analogía entre la mujer y la Iglesia. Afirma que, así como en la Iglesia se celebra el gran sacrificio de la difusión de la vida, el cuerpo de la mujer expresa lo que significa dar vida, otorgando su sangre. Esto nos permite observar en la corporeidad femenina cierto lenguaje eucarístico[11].

 

La mujer, atravesando los dolores físicos y espirituales que conlleva la maternidad, se constituye ella misma en ofrenda y don para el mundo y para Dios. Muchas mujeres, ante la falta de sostén familiar y social, ven en esto una carga demasiada pesada para soportar, y rechazan la maternidad. Sin embargo, cuando la mujer no es abandonada a su sola fuerza, sino que es acompañada y contenida por una red familiar y social, la maternidad se constituye en una vía de realización femenina y en camino de santidad. Y en este camino es fundamental el rol del varón, desde los diversos espacios que ocupa, tanto en la maternidad biológica como en las demás formas de maternidad.

 

San Juan Pablo II afirma: “la maternidad está unida a la estructura personal del ser mujer”[12]. Es decir, no puede separarse la naturaleza de la mujer y la maternidad. Son una sola cosa y, si se elimina una, también queda eliminada la otra.

 

Contrariamente a lo que nos imponen hoy en día en el discurso global, la maternidad no es un anexo optativo de la mujer, por cierto, presentada dentro de las últimas opciones, y como un simple recurso para satisfacer deseos o necesidades. La dimensión de madre no se trata solamente de engendrar hijos biológicos, sino de la capacidad femenina de dar su vida, sea soltera, consagrada o casada con hijos biológicos o adoptados.

 

Esta dimensión se vive tanto en el propio hogar como en la comunidad a la cual pertenece, y en los diversos ámbitos laborales y profesionales en los cuales la mujer se desempeña. Esto es así debido a que la mujer no solamente tiene un cuerpo de madre, sino también un corazón, una psiquis y una espiritualidad de madre, que la llaman a ejercer una maternidad espiritual donde sea que ella se encuentre.

 

Y aquí llegamos al punto central de esta dimensión: la vocación de la mujer es el don desinteresado de su persona hacia aquellos a quienes ama. Cuando ella va en contra de esta llamada, se centra sólo en sí misma y se pierde en su interior. Pierde su rumbo, y pierde el sentido de su existencia.

 

***

 

Lo que hemos reflexionado puede resultar llamativo o desconcertante a los ojos del mundo. Es una mirada que va a contracorriente, y que se rebela contra una línea de pensamiento imperante desde hace más de medio siglo. Una línea de pensamiento que intenta deconstruir a la mujer, quitándole su esencia, bajo una falsa promesa de autosuficiencia egocéntrica.

 

Frente a un contexto tan hostil al amor humano, a la familia y a la vida, que engaña, confunde y oscurece la mente y el corazón de tantas generaciones, es esperanzador leer las palabras de Jossette Croissant sobre el tema: “La mirada de Juan Pablo II se une a nosotros donde estamos para liberarnos. Es una mirada que nos eleva, que nos revela a nosotros mismos, que nos cura de todas las demás miradas, y nos hace tomar conciencia del esplendor de nuestra vocación”[13]. Que esta mirada, que nos fue regalada por el papa polaco en la Teología del Cuerpo, sea faro para iluminar la vida de tantas mujeres y hombres.

 

A Guido y Maggie se los puede encontrar en @centrosanjuanpablo2.

 

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[1] San Juan Pablo II, Carta a las mujeres, 29/06/1995, 9-12. [2] San Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, 29. [3] Citada en: J. Croissant, La mujer y su misión de esposa, en: C. A. Scarponi (edit.), Nuevo Feminismo. La mujer en Juan Pablo II. Identidad – dignidad – misión. Coloquio Teológico Internacional, EDUCA, Buenos Aires 2006, 78. [4] Mulieris Dignitatem, 30. [5] Expresión tomada del primer ciclo de las Catequesis sobre la Teología del Cuerpo de san Juan Pablo II (en adelante C). Por ejemplo: C 10/10/1979. [6] Gn 2, 18 [7] Cf. Gn 4, 1 [8] Cf. C 14/11/1979, 1 [9] Cf. Salmo 28; 46; 54. [10] J. Croissant, La mujer y su misión de madre, en: C. A. Scarponi (edit.), Nuevo Feminismo. La mujer en Juan Pablo II. Identidad – dignidad – misión. Coloquio Teológico Internacional, EDUCA, Buenos Aires 2006, 84. [11] M. T. Pocile Santiso, La femme, espace de salut, Editions du cerf, 1999. [12] Mulieris dignitatem, 18. [13] J. Croissant, La mujer y su misión de madre, cit., 83.

Razones graves para posponer un embarazo

Antes de nada, enmarquemos este post desde el punto de vista de un matrimonio católico que desea vivir la sexualidad plenamente. ¿Esto realmente qué significa? Que tanto marido como mujer desean cuidar algo grande que les ha sido dado, en todas sus dimensiones: la biológica, la afectiva y la trascendental. Significa que el deseo de cuidar lo que nos ha sido regalado, la sexualidad, incluye necesariamente una actitud de acogida y, concretamente —a través de la relación sexual—, incluye también la posibilidad de que venga una nueva vida. Y esto claramente depende de la fertilidad de la pareja.

 

Por lo tanto, desear vivir la sexualidad plenamente conlleva estar abiertos a la vida. Porque el amor verdadero es así: es un amor que se expande, que engrandece. Y en ocasiones la fecundidad conyugal significa fecundidad biológica, cuando se dan las condiciones fisiológicas óptimas. Podríamos decir que los hijos son resultado del amor conyugal que se expande.

 

Qué significa la apertura a la vida

Podemos tener actitud de apertura a la vida siempre, en todas las circunstancias posibles: cuando somos fértiles, cuando somos infértiles (por el propio ciclo, por problema de fertilidad, o porque entramos en la menopausia) y también cuando necesitamos posponer o evitar el embarazo. Es decir —y esto es importante—: estar abiertos a la vida no lo determina la posibilidad biológica de tener hijos, sino la actitud interior de querer estarlo en todo momento, venga o no un hijo. Es la esencia del acto conyugal, la muestra de que nos lo damos todo, y lo demostramos con el cuerpo cuando el hombre eyacula en la vagina.

 

Con recta conciencia y delante de Dios

Es el propio matrimonio quien valora y decide si es conveniente esperar a un nuevo embarazo, incluso evitarlo indefinidamente. ¿Motivos? No existe ningún listado, como tal, de razones por las que posponer o evitar un embarazo, ya que en realidad son los esposos, con recta conciencia y delante de Dios quienes deciden cuándo es mejor esperar a tener un hijo. A veces pueden ser motivos económicos, de salud física o mental… Esos motivos se van renovando a medida que va pasando el tiempo. Es posible que, en un momento dado, los esposos necesiten no tener relaciones sexuales en días fértiles, pero que con el paso del tiempo cambien, y se abran a la vida biológica. Tiene que existir un discernimiento continuo a lo largo de la vida matrimonial.

 

* * *

En definitiva, en los esposos que viven así existe un deseo muy arraigado en su corazón de no convertirse en dueños absolutos de su fertilidad, sino en cuidadores de ella. Esto marca la diferencia con la anticoncepción, pues en ella se manipula intencionalmente la fertilidad, eliminándola con diversos medios (de barrera, hormonales…).

Cuando los esposos creen, con recta intención, que han de posponer un embarazo, pueden vivir la continencia periódica con los métodos naturales, con actitud activa de apertura a la vida. La continencia cuesta, pero es la manera de mantener esa recta intención y un deseo de resguardar el valor del acto sexual, que en definitiva es lo que nos interesa cuidar, vengan o no hijos.

 

Si te ha gustado el artículo o deseas encontrar más información al respecto, puedes buscarme en Instagram: @evacorujo_letyourselves

¿Cuándo se recomienda posponer el embarazo?

Desde la práctica médica como ginecóloga, acompaño a muchos esposos desde la consulta de fertilidad, y existe una interrogante que muchas de mis pacientes se hacen y que, como médicos, siempre estamos llamados a orientarles para que puedan tomar decisiones futuras como familia: ¿en qué situaciones, desde el punto de vista de la salud femenina, es recomendable posponer el embarazo? Y es que, desde la obstetricia, sí existen múltiples factores que pueden hacer que un embarazo resulte más riesgoso, por lo cual debemos identificarlos, idealmente desde la consulta preconcepcional, para que la búsqueda de la gestación se presente en el tiempo más propicio, de acuerdo con esta estratificación del riesgo y con un óptimo estado de salud femenino.

 

Por lo anterior, en algunas ocasiones como obstetras debemos recomendar el posponer el embarazo, ya sea de forma temporal o indefinida, cuando se presentan ciertas circunstancias que desde la medicina podemos considerar como “graves”. Esto, recordando siempre que la ponderación de buscar o posponer el embarazo está en el discernimiento de los esposos con Dios, pero que nuestro deber como ginecólogos —que hemos estudiado para servirles y guiarles— consiste en informar en totalidad, para que puedan tomar una decisión responsable y libre.

 

Es así como quisiera contarles algunas de las condiciones médicas en las cuales recomendamos posponer el embarazo para disminuir complicaciones maternofetales y desenlaces obstétricos adversos, y para que puedan conocer algunos conceptos con los que vale la pena familiarizarse cuando se trata de buscar un embarazo.

 

Aborto espontáneo

Cuando los esposos han tenido un aborto espontáneo, desde la experiencia médica usualmente recomendamos una espera de 3 a 6 meses para la búsqueda del siguiente embarazo. En efecto, aunque en lo atinente a la salud física no hay evidencia robusta que indique que sea necesario ese tiempo de espera [1] [2], como esposos deben realizar el duelo que implica la pérdida de un hijo que esperaban con amor. Por lo tanto, personalmente les aconsejo a quienes han vivido esta situación, primero sanar su corazón, para que puedan emprender la búsqueda cuando ambos se sientan preparados, sin presiones, recordando que la fertilidad es de los dos y que su decisión debe basarse sólo en lo que ambos, en oración, vayan dilucidando, y no en expectativas externas.

No obstante, sí es relevante mencionar que existe literatura que reporta un aumento de la tasa de aborto con periodos intergenésicos (entre gestación y gestación) menores a 6 meses [3] [4].

 

Periodo intergenésico muy corto

 

También es elemental que haya un periodo de tiempo prudente entre un embarazo y la búsqueda del siguiente. La evidencia científica establece que un periodo intergenésico menor a 18 meses o mayor a 59 meses se ha asociado a aumento de desenlaces perinatales adversos [5] [6], como parto pretérmino —antes de las 37 semanas de gestación—, bajo peso del bebé al nacer, y fetos pequeños para la edad gestacional [7].

 

Sin embargo, es importante individualizar cada caso, ya que, dependiendo de la edad de la paciente, de su deseo de fertilidad posterior, de sus antecedentes patológicos —en especial, ginecológicos— y de la existencia o no de diagnóstico de infertilidad, pueden hacer variar esta recomendación a periodos más cortos, menores de 18 meses, pero mayores a 6 meses [8].

 

Por otro lado, vale la pena mencionar que el periodo intergenésico prolongado (mayor a 60 meses) se ha asociado a distocia (anomalías en el curso del trabajo de parto) y a preeclampsia, enfermedad grave que puede afectar a las mujeres en gestación, por la cual se da una elevación en la tensión arterial, asociada a otras alteraciones orgánicas.

 

Antecedente de cesárea o cirugía uterina previa

 

En aquellas pacientes con 1 o más cesáreas previas, o con antecedente quirúrgico de miomectomía u otras cirugías uterinas que implican incisiones uterinas significativas, la recomendación es esperar al menos 18 a 24 meses para búsqueda del siguiente embarazo, por el riesgo de ruptura uterina, falla de un parto vaginal —en aquellas con sólo 1 cesárea y que cumplen otras condiciones necesarias para el parto vaginal— y parto pretérmino [9] [10].

 

Enfermedad materna grave

 

Cuando existe el diagnóstico de alguna patología materna —como cardiopatías específicas o enfermedades autoinmunes—, y esta se encuentra descompensada o en crisis, se hace necesario posponer el embarazo, ya sea de forma temporal, mientras se logra control de la enfermedad, o incluso de forma indefinida, según la severidad de la condición. En este punto, es muy importante seguir las recomendaciones de su obstetra, para identificar el momento en que resulte menos riesgosa la búsqueda del embarazo.

 

* * *

 

En el caso de que definan, en un dialogo abierto entre esposos, que pospondrán el embarazo, es primordial que sepan que a través del reconocimiento de la fertilidad podrán hacerlo por el tiempo que determinen, y que una vez que decidan buscar nuevamente un embarazo, reconocer su fertilidad les permitirá hacer una transición rápida a este nuevo objetivo, sin preocuparse por efectos adversos, y sabiendo que su fertilidad se ha mantenido intacta.

 

Por último, quisiera aclarar que estas son simplemente algunas consideraciones, que todos los esposos que buscan un embarazo deben tener en cuenta, según su situación particular, pero que siempre deben buscar una orientación médica especializada y personalizada en la consulta. Allí, los médicos los esperamos para poder resolver sus dudas, y que así puedan tomar la mejor decisión para conformar una familia de forma responsable y feliz.

 

Bibliografía.

[1] Baltra E, Estebeni, de Mayo G, Tomás, Rojas G, María de los Ángeles, & Arraztoa V, José Antonio. (2008). TIEMPO RECOMENDADO PARA UNA NUEVA CONCEPCIÓN POST ABORTO ESPONTÁNEO. Revista chilena de obstetricia y ginecología, 73(2), 79-84. https://dx.doi.org/10.4067/S0717-75262008000200002

[2] ACOG Practice Bulletin No. 200: Early Pregnancy Loss. Obstetrics & Gynecology: November 2018 – Volume 132 – Issue 5 – p e197-e207doi: 10.1097/AOG.0000000000002899

[3] Marston, C. Report of a WHO technical consultation on birth spacing. World Health Organization, 2005; 1-37

[4] DeWeger, FJ.,Hukkelhoven,CW, Serroyen, Jan.,Te Velde, ER, Smits,LJM. Advanced maternal age, short interpregnancy interval, and perinatal outcome. American Journal of Obstetrics and Gynecology. 2011;204:421.e1-9.

[5] ACOG Committee Opinion No. 762: Prepregnancy Counseling. Obstet Gynecol. 2019 Jan;133(1):e78-e89. doi: 10.1097/AOG.0000000000003013. PMID: 30575679.

[6] Zavala-García, Abraham, Ortiz-Reyes, Heidy, Salomon-Kuri, Julie, Padilla-Amigo, Carla, & Preciado Ruiz, Raymundo. (2018). Periodo intergenésico: Revisión de la literature. Revista chilena de obstetricia y ginecología, 83(1), 52-61. https://dx.doi.org/10.4067/s0717-75262018000100052

[7] Conde-Agudelo A, Rosas-Bermúdez A, Kafury-Goeta AC. Birth Spacing and Risk of Adverse Perinatal Outcomes: A Meta-analysis. JAMA. 2006;295(15):1809–1823. doi:10.1001/jama.295.15.1809

[8] Op cit. 5

[9] Op cit. 5

[10] Op cit. 6

La maternidad en la sexualidad matrimonial

Un sacerdote amigo nuestro suele anticipar en las charlas prematrimoniales cuáles son las principales crisis que de modo inevitable van a atravesar los esposos. La primera, según él, es el mismo hecho de casarse. Adaptarse a la convivencia, pasar de pensar de modo más individual a pensar en los dos como “una sola carne” en todos los aspectos de la vida…, y un largo etcétera. El punto interesante viene cuando le preguntan por la segunda crisis a enfrentar. Y él afirma que esta se desencadena con el nacimiento del primer hijo. La experiencia, casi siempre, demuestra que este sacerdote tiene razón.

 

La llegada del primer hijo abre ese núcleo de dos hacia un “otro”. Pasamos de ser dos a ser tres. No se trata sólo de una cuestión de números. Aquí la cuestión radica en que hasta el momento eran dos, dos que ya tenían establecido un orden determinado para funcionar en el día a día. Se conocían muy bien y congeniaban sus intereses, gustos y necesidades de modo tal que se pudiera vivir más o menos armoniosamente. Pero, cuando llega esta tercera persona, nos encontramos frente a alguien que tenemos que conocer, que es sumamente dependiente y demandante y que por su condición de recién nacido viene a desarmar la estructura anteriormente establecida.

 

Es por este motivo que hablamos de crisis. No porque este hecho sea algo negativo —¡todo lo contrario!—, sino porque implica una situación que nos desafía como matrimonio, y que nos abre a la oportunidad de ser mejores. Para transitar esta etapa del modo más sano posible, tanto para los esposos devenidos en padres como para el hijo recién llegado, es fundamental tener en cuenta ciertos principios, que veremos a continuación.

 

La maternidad: un hecho sexual

 

La maternidad como tema es realmente complejo, y tiene tal infinitud de aristas que se vuelve inagotable al momento de abordarlo. Sin embargo, ahora nos centraremos en un aspecto. Más allá de las diversas construcciones sociales y culturales que hay sobre la maternidad, hay una realidad natural y, por lo tanto, objetiva que se impone: que la maternidad pertenece de modo intrínseco a la sexualidad de la mujer.

 

Así es. La concepción, el embarazo, el parto y la lactancia son todos hechos de la vida sexual femenina. Puede sonar muy extraño, y es que hasta el día hoy esto no se dice ni se enseña, a excepción de en algunos pequeños espacios de embarazo y crianza. Socialmente, sigue siendo un tema tabú. ¿Por qué es importante pensar en esta premisa acerca de la maternidad? Porque teniéndola en mente podemos comprender de modo más realista qué es lo que sucede en una familia cuando nace un hijo, qué es lo que le pasa a esa nueva mamá, qué puede sentir el papá, y cómo brindarle al bebé el apego y afecto que necesita.

 

El “paso a paso” de la sexualidad en la maternidad

 

Cuando sucede la concepción, todas las hormonas femeninas se reorganizan para dar lugar al embarazo, luego al parto, y finalmente a la lactancia y al puerperio. La principal hormona protagonista del parto es la oxitocina. Esta alcanza su punto de mayor presencia en el cuerpo materno al momento del alumbramiento de la placenta. Ahí se da el pico más alto de oxitocina que la mujer pueda tener en toda su vida. Luego, continúa presente en la lactancia, pero en menor medida.

 

Esta hormona es la encargada de generar entre madre y bebé un apego y amor sin iguales. Resulta interesante que esta misma hormona sea la que se hace presente en el cuerpo de los esposos durante el máximo placer alcanzado en el acto conyugal, generando de modo único un sentimiento de mutua pertenencia entre ellos. Claro está que, para funcionar, la oxitocina necesita un ambiente de intimidad absoluta, algo que parece obvio en el acto sexual, pero que no es obvio ni tampoco se busca garantizar siempre, dentro de las posibilidades, en los partos.

 

Otro suceso que une la maternidad con la sexualidad es el hecho de que la libido de la mujer, luego del nacimiento, se concentra casi por completo en su bebé. Y esto se debe a que es necesario que ese niño sobreviva sus primeros meses, y para ello depende de la atención continua que su madre le brinde. Por ello, es totalmente esperable que el deseo sexual de la esposa esté muy bajo o que sea inexistente, situación que puede desconcertar al esposo si se encuentra desprevenido. Pueden aparecer sentimientos de desplazamiento en el hombre, quien queda muchas veces a un lado en la tríada. Todo esto es muy común y esperable.

 

Conocimiento y aceptación de una nueva realidad

 

Cuántos problemas y angustias podríamos evitar si se hablara abiertamente de este proceso que implican la maternidad y la paternidad. Cuán fantasiosas y dañinas son las imágenes que sólo muestran idealizaciones y romanticismos. El nacimiento de un hijo cambia la vivencia de la sexualidad de la pareja, no sólo porque cambie su dinámica en el ejercicio de esta, sino —y principalmente— porque se inserta dentro de la sexualidad misma de ambos.

 

Los esposos, al devenir padres, abren su sexualidad, en sentido amplio, a otro, por un tiempo determinado. Aceptar esta realidad con amor es una entrega generosa al hijo y una adhesión al plan de Dios Creador, quien en su inmensa sabiduría hizo buenas todas las cosas. Esto implica también que el esposo, por su parte, tenga confianza en la esposa madre, y que le dé el ánimo y apoyo necesarios para atender al bebé. La esposa debe a su vez comprender al esposo padre, y tratar de integrarlo con afecto en la nueva dinámica.

 

Es en verdad necesario saber todo esto, y mucho más, para que la inmensa alegría que es recibir un hijo no nos encuentre en las nubes, sino con información certera y con sentido de la realidad. Así podremos poder transitar esta etapa del modo más pleno y responsable posible.

 

La Teología del Cuerpo

 

La Teología del Cuerpo desarrollada por el Papa Juan Pablo II nos ha enseñado de modo original y único que el cuerpo manifiesta a la persona: es la realidad visible de aquello invisible que es el alma. Nos recuerda también que somos una unidad sustancial de cuerpo y alma, es decir, que no “tenemos” un cuerpo para usar, sino que “somos” un cuerpo. Todo aquello que hacemos desde el cuerpo representa, o debería representar, lo que sentimos, pensamos o deseamos.

 

Pero la Teología del Cuerpo nos demuestra principalmente que este tiene un lenguaje propio, que es objetivo y que nos comunica una verdad. Por eso, a la luz de esta enseñanza, se nos ilumina una comprensión insuperable del amor entre varón y mujer. El cuerpo humano, en su diferencia sexual, nos revela el llamado de la persona a salir de sí misma, para entrar en comunión con otro, que en su diferencia nos atrae. Y esto mismo que sucede en el amor humano —y que hemos explicado a grandes rasgos— se da también en la experiencia de la maternidad.

 

El lenguaje del cuerpo en la maternidad

 

¿Cómo es esto? Ocurre que, a través del lenguaje del cuerpo de la madre y del bebé, Dios nos muestra una vez más su designio y voluntad. Este lenguaje llega a adquirir dimensiones fascinantes. El cuerpo femenino habla por sí mismo, con su lenguaje propio de la fecundidad y la capacidad de dar vida y de cuidarla. Podemos decir que la maternidad está inscrita en el ser mismo de la mujer. No sólo desde lo biológico, sino también desde lo psicológico y espiritual. Toda mujer está llamada a dar vida, en los diversos ámbitos donde se desempeñe.

 

En el mismo instante de la fecundación del óvulo por el espermatozoide ya comienza un diálogo entre el cuerpo de la madre y el del bebé, que continuará durante todo el embarazo. Cuando se inicia el trabajo de parto, también los dos trabajan de modo sincronizado para que se produzca el nacimiento. Y es a partir de aquí que comienza una danza circular entre madre e hijo. Cuando por fin se encuentran del otro lado de la piel, ambos cuerpos se reclaman mutuamente. Estuvieron unidos íntimamente durante nueve meses y, para poder preservar su funcionamiento y salud, necesitan estar juntos.

 

El cuerpo del bebé necesita del de su mamá para poder sobrevivir. Hasta el momento, ese fue su hogar, el lugar donde se nutrió, donde se sintió seguro y confortable. Ahora que está fuera llama a gritos por ese mismo cuerpo-lugar, que le asegura su existencia: los pechos que lo nutren, los brazos que le dan calor y el sostén que antes le proporcionaba el útero; los latidos y la voz de su mamá le dan la calma y la seguridad que necesita. A su vez, regula su temperatura, su frecuencia cardíaca y su respiración según los parámetros de su mamá.

 

El niño recién nacido tiene es sus genes el instinto de sobrevivir, que lo lleva a querer estar junto a su madre todo el tiempo. Por el otro lado, está la mujer, cuyos pechos comienzan a llenarse abruptamente de leche y necesitan ser vaciados; su útero debe contraerse para evitar hemorragias, y esto se lo facilita la succión del bebé al seno, y su psiquis en plena deconstrucción requiere la presencia de su hijo para mantener el mayor equilibrio posible.

 

¡Qué situación tan compleja! Pero tan simple a la vez, si a ambos se les da aquello que necesitan: tenerse mutuamente, todo el tiempo que requieran. Son simplemente dos personas que se necesitan tanto en el alma como en el cuerpo. Sólo hace falta dejar tantos elementos artificiales, y volvernos hacia la fisiología y la naturaleza que tan sabiamente creó nuestro Dios Padre.

 

* * *

 

Luego de comprender un poco todo este mundo bastante desconocido, ya se nos manifiesta cuán erróneas pueden resultar aquellas visiones —presentes todavía entre muchos creyentes— según las cuales una crianza basada en el respeto y la atención a las necesidades fisiológicas y psicológicas del bebé podrían dañar al matrimonio —por ejemplo, el colecho o el amamantamiento prolongado—. Todo lo contrario: el amor al hijo une a los esposos.

 

Los esposos que son conscientes de esto y se ocupan de procurar al bebé aquello necesario para su sano desarrollo están multiplicando su amor y haciéndolo fecundo. Saben abrir generosamente el espacio de su intimidad al hijo, y saben donar el cuerpo de la mujer para la vida nueva que llega. Y hablamos en plural porque ambos deben saber hacer esta entrega: la mujer se dona a sí misma al bebé, incluido —momentáneamente— su cuerpo, y el varón acepta como propia esta donación que hace su esposa, sin recelos ni egoísmos.

 

Dios Trinidad nos ha enseñado que el amor que se comunica se multiplica. Así sucede con los hijos. Cuando el matrimonio supera todo egocentrismo, para ir más allá de ellos dos aún en la intimidad y en el cuerpo, su amor se hace todavía más perfecto y abundante.

 

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Recién casados: ¿es muy pronto para tener hijos?

¿Qué es un hijo? O más bien, ¿qué supone tener un hijo? Nos ha tocado vivir en un mundo que trata a los hijos como “cosas”, “impedimentos al desarrollo personal”, e incluso como “algo contaminante”. ¿No pensáis que todos esos calificativos hacia los futuros retoños esconden un planteamiento de enorme individualismo egoísta? Porque, ¿qué hay más verdadero y bello que un amor que se expande? Cuando un matrimonio que se ama tiene un hijo, solo le cabe la sorpresa, un atisbo de eternidad que le sobrepasa tanto que solo sabe expresar un interminable agradecimiento. La admiración sigue creciendo a medida que se tienen más hijos, porque el amor no se agota nunca. De hecho, en contra de lo que pueda parecer, los hijos no son obstáculos al amor de los esposos: en todo caso, lo favorecen. ¿Cómo puede un hombre llegar a ver a su hijo como un objeto de estorbo, como un contaminante? En este artículo No tener hijos, de opción a deber podéis leer más sobre las corrientes actuales: veréis que no exagero.

 

Quizá haya algún matrimonio joven (o no tan joven) que no esté en el extremo de ver al hijo como un mal, pero que simplemente esté pensando en posponer su llegada. ¿Por qué? Porque quieren conocerse mejor, porque quieren asentarse bien en su reciente compromiso, o por la razón que sea. Una mujer que se iba a casar me decía: “Si tenemos hijos pronto, no vamos a disfrutar juntos”. En este artículo veremos las tres situaciones que, por lo que he podido ver hasta ahora, más suelen plantear los matrimonios jóvenes, y algunos consejos al respecto.

 

¿Los hijos nos quitan intimidad?

 

En muchos ambientes se habla de que el hecho de tener hijos puede dañar fácilmente la relación. Pienso que esto es como todo: si no hay comunicación, desde luego que puede dañar; pero no será por el hijo en sí mismo. Además, es preciso recordar que tener hijos no puede ser nunca la vía de escape para huir o tratar de solucionar un problema conyugal previo. Resulta fundamental tener claras las prioridades, y en el matrimonio hay una básica: el amor de los esposos siempre está por delante.

 

Diría, en todo caso, que tener hijos nos mantiene en el deseo de seguir trabajando la tan necesaria intimidad conyugal. La intimidad es crear hogar: ¿por qué, entonces, los hijos la van a impedirla? Es posible que no ayuden momentos como, por ejemplo, nada más dar a luz, o en la lactancia. Pero son circunstancias puntuales y naturales, en las que, si existe ese deseo de unión, el matrimonio siempre sale reforzado.

 

¿Los hijos nos quitan tiempo?

 

Sin duda, los hijos nos quitan tiempo de estar a solas con nosotros mismos, de esto nadie tiene duda. Antes de casarnos nuestros hobbies casi no tenían horario. Desde que tuvimos hijos y mientras han sido muy pequeños, no ha sido tan sencillo encontrar espacio para nuestras apetencias de solteros. Pero el tiempo en sí mismo no nos ha sido quitado.

 

Todo lo contrario: creo que, al tener hijos, hemos cambiado la forma de gestionarlo de forma positiva. Ahora el deporte se hace acompañados, leemos mientras juegan, cocinamos con ellos… Por otro lado, me parece importante que tengamos en cuenta que, con hijos o sin ellos, el tiempo no nos pertenece; debemos aprender a adaptarnos y a sacarle el mejor partido, en cualquier situación de la vida.

 

¿Los hijos impiden la progresión laboral?

 

Aquí dependerá de lo que cada uno entienda por progresión o mejora laboral. Desde luego, este punto lo resolverá cada cual, en función de sus prioridades: ¿qué es más importante para ti: tu mujer/marido o tu trabajo, tus hijos o tu trabajo?

Cierto es que la sociedad actual no favorece la paternidad. Sin embargo, al menos en nuestro caso, ser padres nos empuja a trabajar mejor, a querer promocionar, a buscar trabajos en los que la familia tenga lugar, a luchar para que la familia siga teniendo un espacio especial y fundamental en este mundo.

 

En definitiva, diría que la progresión laboral no queda coartada por tener hijos: al revés, queda obligada a ser progresiva. No solo por un tema económico, sino en la búsqueda que te permita desarrollarte en tu vida personal, para poder pasar tiempo con tu familia. Esto es así, sea con más, con menos, ¡o con ningún hijo! Conozco matrimonios sin hijos que apenas se ven, porque dedican la mayor parte de su tiempo a trabajar.

 

Dos consejos puntuales para matrimonios jóvenes

 

A los matrimonios recién salidos del horno, o a esos novios que están próximos a casarse y que no saben cómo plantear la cuestión de cuándo han de llegar los hijos, les diría lo siguiente. Primero, que los hijos no son parte de las tareas que hay que “cumplir” para ser una familia. Familia ya son ellos dos, que la acaban de formar.

 

Y lo segundo, que nadie nunca está perfectamente preparado para recibir a los hijos. Me gusta muchísimo cómo lo plantea Fabrice en su libro ¿Qué es una familia?: “Nadie está capacitado para tener un hijo (…) Pero aparece la unión de los sexos. Aparece esa generosidad que nos traspasa (…)”. Coincido absolutamente con Hadjadh cuando explica que los hijos nunca pueden ser fruto de nuestros cálculos, tan humanamente limitados, y que nunca estamos listos para educar. Al revés: son nuestros hijos los que nos educan y nos hacen ser conscientes de la responsabilidad que ha sido puesta en nuestras manos.

 

El caso de la infertilidad biológica

 

¿Y si no podemos tener hijos por infertilidad? Podríamos hablar de esto mucho más, pero por no extenderme, y por no querer omitir este punto tan necesario, diré brevemente lo siguiente:

Es muy doloroso vivir la infertilidad deseando que lleguen los hijos. Pero el deseo de amor no se ve truncado. ¡No debería! El amor de los esposos, como decía antes, está por delante de todo, y en la búsqueda de la felicidad cada matrimonio encuentra, de una forma u otra, el camino de fecundidad al que está llamado.

 

La fecundidad espiritual es algo de lo que no se suele hablar: nos solemos limitar a la biológica, quizá por lo aparente. Espiritual y biológica constituyen dos caras de la fecundidad, que no se contraponen, ni mucho menos. De hecho, la biológica necesita a la espiritual para tener sentido. Sin embargo, la espiritual no tiene por qué ser siempre biológica, tal y como se muestra en matrimonios infértiles. Todos estamos llamados a una abundante fecundidad espiritual, tan necesaria para crecer en el amor y transmitirlo a quienes tenemos cerca. La fecundidad biológica es la muestra palpable.

 

* * *

 

Ser padre no solo te hace más responsable. Además de ello, los hijos necesariamente te sacan de ti mismo. Una vez me contaba un compañero de trabajo que él y su mujer se habían esterilizado para no tener más hijos. Tenían ya dos, y tener más hubiera supuesto “cambiar de casa, cambiar de coche…”. Pero al mismo tiempo, al verme con unos cuantos hijos más que él, me transmitía su pena por no haber “podido” tener más. La realidad es que, en el fondo, la felicidad no es tener tiempo o cosas para uno mismo y cumplir los sueños individuales. Radica en otras cosas: en la entrega, en el poder dar el tiempo a los demás, en aprender a compartir…

 

Si me preguntan, siempre contesto lo mismo: los hijos, cuantos antes, mejor. ¿Por qué? Porque así podremos, cuanto antes, construir con ellos un mundo mejor.

 

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La búsqueda del embarazo y la comunicación entre los esposos

A veces, la búsqueda del hijo se prolonga por meses; a veces, por años. Puede volverse tiránica y absorber todo lo que tiene la pareja: sus conversaciones, sus preocupaciones, sus finanzas, sus rezos, sus silencios… Sin darse cuenta, a veces los mismos esposos empiezan a verse como utilidades que lo acercan a la gran meta: el hijo. Al modo de un objeto de deseo, muchas veces se deposita en el hijo futuro la solución a todos los problemas.

 

Sin embargo, un hijo no soluciona heridas pasadas, soledades transitadas con resentimiento ni corazones endurecidos. Más bien lo contrario: el hijo merece tener unos padres dispuestos y amorosos, un hogar cálido y abierto para recibirlo. Pero lo que parece tan simple de escribir y leer no lo es en el frío camino de una búsqueda que se prolonga, en ocasiones, por demasiado tiempo.

 
 

De la fertilidad no se habla

 

La fertilidad pasa de ser una gran desconocida a ser un gran tabú. A veces, pasamos la vida teniendo pavor, para después entrar en pánico por no poder alcanzar el embarazo. A los que les costó lograr el embarazo esto les parece la gran ironía de la vida: ¡haber estado evitando el embarazo…! Una ironía cruel y sin gracia, porque el camino para buscar un hijo iba a ser mucho más largo y duro de lo que habían imaginado.

 

La fertilidad no se habla en cuanto tal: muchas veces, se asume que el embarazo se evita. Las primeras conversaciones serias suelen ser levemente incómodas: ¿qué espera el otro?, ¿qué piensa?, ¿qué idea tiene?, ¿cómo nos encontraremos en un punto común?

 

La decisión de buscar un embarazo también suele estar teñida por un “quién sabe…”. No son muchos los que proclaman la frase “vamos a buscar un hijo”, sino que se recurre a una que los hace sentirse más cuidados: “Que pase lo que pase”; “Veremos qué pasa…”. La verdad es que afrontar el costo emocional de decir “buscamos un hijo” implica tener también la espalda para recibir la noticia de que no llega.

 

El silencio que puede ser distancia

 

Cuando los meses pasan y el embarazo no llega, uno lo toma como un “podía pasar”; y en general, uno se pone a nombrar las estrategias a través de las cuales quiere implicar que no va a enloquecer, que no va a centrar toda su vida en esa búsqueda. En general, ambos en la pareja intentan transmitir al otro tranquilidad, y una manera liviana de tomárselo.

 

Pero si los meses siguen pasando, si el tiempo se estira, muchas veces acontece un gran silencio. No querer preguntar o no querer decirle al otro cómo uno se siente, por temor a ver las heridas. Heridas de las expectativas, heridas de lo que no fue, o simplemente no saber qué contestar a la vulnerabilidad del otro…

 

Si ese silencio crece, se puede convertir en distancia, y después en abismo. Lo que al principio fue un silencio después puede transformarse en una incomodidad que crece como una sombra. Incomodidad cuando se ven sobrinos u otros niños, incomodidad por preguntas relacionadas, incomodidad cuando están solos, y más aún a la hora de tener relaciones.

 

El camino del silencio muchas veces lleva a que cada uno termine transitando por su lado, peleando su propia batalla. Entonces, el otro pasó a ser uno más. El temor de preguntar o hablar surge también de no saber cómo lidiar con el propio peso, de creer que “no voy a poder” con la carga suya y con la mía. El riesgo de este silencio, muchas veces, es pasar a transformarse en dos desconocidos.

 

La oportunidad del encuentro

 

Sea el diagnóstico que sea, la fertilidad, como la infertilidad, no son de uno exclusivamente: no poder concebir es una acción de la pareja. Son ambos los que no pueden. Es verdad que no lo transitan por igual la mujer y el varón. La mujer es sede, en su propio cuerpo, del anuncio que recibe ciclo tras ciclo: “no hay embarazo”. El varón no. Él debe esperar la noticia de la mujer. La mujer transita el dolor y la ausencia en su propio cuerpo; el varón lo transita como espectador. No lo viven igual, pero ello no significa que el sentimiento sea menor, o que no lo transite.

 

La distancia natural que tiene el varón y su diferencia con la mujer no deberían ser vistas como una condena o un abismo infranqueable. De lo contrario, ellos simplemente quedan como víctimas de un “No lo entenderías”. Justamente esta distancia es el camino de la invitación. Es un recorrido que uno tiene que estar dispuesto a caminar: si lo hace, tiene una oportunidad de encuentro. Ambos, varón y mujer, pueden decir, de un lado y del otro: “No lo entiendo, pero te quiero contar. Para que estés conmigo”.

 

El precio de ese encuentro es lograr salir de uno mismo, hacer el esfuerzo de encontrar lugares, momentos y palabras para poder salir al encuentro. No es fácil, no es lineal, y no siempre sale bien. Pero vale la pena salirse de uno mismo, en busca del otro. Quizás no sepamos palabras de consuelo, quizás no haya una solución para ofrecer, pero sí está el tiempo compartido. El esfuerzo de poder estar con el otro. La oportunidad de encontrarse en el dolor, y seguir creciendo en el amor.

 

* * *

 

El embarazo que no llega no es una condena: es un tiempo para el encuentro. Un encuentro fructífero entre los esposos, porque es un encuentro amoroso y esperado, en el que se confirma que la familia ya existe, en el que ambos se saben y se reconocen como fuente de vida y de frutos.

 

Para más información, podés encontrarme en Instagram: @fertilitycareargentina