Una mirada afirmativa de
la sexualidad,
vista a la luz
del amor.
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Desde el inicio de la humanidad, la desnudez ha tenido un significado profundo. No se trata solo de estar sin ropa, sino de una verdad mucho más grande: la desnudez del cuerpo es reflejo de la desnudez de la persona. La Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II nos invita a redescubrir el sentido original de la desnudez, aquel que se nos revela en el Génesis: “estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza” (Gn 2,25).
¿Qué significa esta desnudez primigenia? ¿Por qué hoy en día la desnudez a menudo viene acompañada de vergüenza o de deseos desordenados? ¿Cómo podemos volver a encontrar el verdadero significado de la desnudez para vivir el amor en su máxima expresión?
Reflejo del amor puro
Al principio, antes de la caída, la desnudez era un símbolo de confianza total. Adán y Eva no sentían vergüenza porque se veían a través de los ojos de Dios. Sus cuerpos eran una expresión sincera de sus almas, y al mirarse, se percibían como un regalo, un llamado al amor. No había miedo al rechazo ni deseo de poseer al otro, solo la certeza de ser amados en su totalidad.
Hoy todos anhelamos esa experiencia. En el fondo, el deseo más profundo del corazón humano es ser amado tal como es, sin máscaras ni defensas. Queremos desnudarno no solo físicamente, sino también, en lo más íntimo de nuestro ser, sin temor a ser utilizados o rechazados.
Sin embargo, el pecado ha nublado nuestra visión. Así, muchas veces, la desnudez se ha convertido en un espacio de vulnerabilidad, miedo o incluso manipulación.
Donación sin reservas
Solo, cuando sabemos que somos amados verdaderamente, podemos desnudarnos sin miedo. El lugar propio para esta desnudez total es el matrimonio, donde el amor se ha sellado con una promesa: «me entrego a ti para siempre». En la entrega matrimonial, la desnudez del cuerpo expresa la entrega total de la persona, alma y cuerpo. Es un lenguaje que solo puede hablarse con verdad cuando hay un amor comprometido y fiel.
San Juan Pablo II nos advierte que la desnudez sin la entrega del alma puede llevar al uso mutuo. Si el cuerpo se desviste sin antes haber desnudado el corazón ante Dios, el riesgo de instrumentalizar al otro es grande. La entrega total en el amor conyugal no puede separarse de Dios, porque solo Él nos enseña a amar con un amor auténtico, un amor que no busca usar, sino entregarse.
Cristo desnudo en la Cruz: el Esposo que se entrega
La desnudez no es solo una realidad del matrimonio humano. Hay un matrimonio más grande: el de Cristo con su Iglesia. En la Cruz, Jesús se entrega completamente por nosotros. Allí, en su desnudez, nos muestra el amor más puro y total. No se reservó nada, no se protegió, sino que se dio completamente: «este es mi cuerpo, que se entrega por ustedes» (Lc 22,19).
La Cruz es el lecho nupcial de Cristo. Allí, como el Esposo divino, se une a nosotros y nos da vida. Eeste misterio se hace presente en cada Eucaristía. Cuando comulgamos, recibimos su Cuerpo entregado, su amor total. Es un acto de intimidad mucho más profundo que cualquier unión humana, porque en la Eucaristía entramos en comunión con el Amor infinito.
Recuperar la mirada pura
Para entender la desnudez en su verdadero sentido, necesitamos aprender a mirar con el corazón de Dios. Solo cuando vemos a nuestra pareja a través de los ojos del Creador, la desnudez deja de ser un simple objeto de deseo. Se transforma en un acto de amor y entrega.
En el matrimonio, invitar a Dios a nuestra intimidad no es solo una opción, sino una necesidad para que el amor sea genuino. La Teología del Cuerpo nos hace una invitación clara: para poder desnudarnos de verdad ante otra persona, primero debemos desnudarnos ante Dios.
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Solo cuando nos permitimos ser mirados y amados por Él, sin máscaras ni excusas, podemos aprender a amar de verdad y a recibir amor. Al final, la mayor felicidad del ser humano es ser visto y amado tal como es, sin miedo ni vergüenza, con un amor que perdura.
En la Cruz, Cristo nos enseña que la desnudez es el lenguaje del amor total. A través de la Eucaristía, nos invita a entrar en esa comunión de amor. Así, en el matrimonio, nos llama a vivirlo en una entrega mutua. ¿Nos atrevemos a mirar con su mirada y a amar con su amor?
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Hay parejas que lo intentan todo: oran, esperan, se someten a estudios, tratamientos, cambios de hábitos. Llevan años soñando con un hijo que no llega. Viven la ilusión de cada ciclo como una pequeña esperanza y, también, el dolor de cada resultado negativo como una pérdida silenciosa.
Con el tiempo, algunas de esas parejas —después de mucho discernimiento, acompañamiento y oración— llegan a una conclusión difícil pero profundamente liberadora: no van a tener hijos.
Aceptar
No se trata de una renuncia amarga, ni de un fracaso. Es una aceptación que nace del amor y de la fe. Una aceptación que no borra el deseo, pero sí lo transforma. No niega el dolor, pero deja de pelear con la realidad para empezar a vivirla con paz.
Dios responde siempre
Desde una mirada de fe, esta experiencia no significa que Dios ha guardado silencio. A veces, simplemente responde de otro modo. En ese otro modo, también, hay un llamado, una vocación, una forma única de fecundidad.
“Sean fecundos”
Hay muchas maneras de dar vida. Es decir, hay muchas formas de amar, de acoger, de dejar huella. No tener hijos no equivale a tener una vida estéril.
Muchas veces, estas parejas son capaces de entregar un amor profundo, creativo y generoso en otras direcciones: en su entorno, en sus comunidades, en sus trabajos, en sus familias extendidas. Su amor no está condicionado por la biología.
Aceptación que libera
Aceptar esta realidad lleva tiempo. Duele. Exige desaprender expectativas, reconstruir sueños, resistir presiones sociales y, a veces, incluso, miradas incomprensivas dentro de la Iglesia misma. Sin embargo, puede abrir caminos de libertad y de profundidad que antes no se veían.
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Dios no ama menos a quienes no pueden ser padres. No los olvida, no los margina, no los deja sin propósito. Muchas veces, camina junto a ellos de manera silenciosa, pero fiel, como lo hizo con tantas personas en la historia de la fe que, también, conocieron la espera y la aparente ausencia de frutos. Aceptar que no se tendrán hijos no es el final de la historia. Es, muchas veces, el comienzo de una vida nueva. Una vida plena, fecunda, profundamente amada.
Algo que ayuda mucho a la relación con nuestra familia política es pensar en lo importantes que ellos son para mi pareja. Así, debemos recordar que son las personas a las que más ama después de nosotros. Tener esta mirada hace más sencillo relacionarnos con ellos. Incluso, cuando existe algún desacuerdo. En la medida en que amamos a nuestra pareja, buscamos hacerla feliz. Esto implica fomentar que disfrute con su familia.
Existen algunas bases claras para poder tener una mejor relación con ellos, porque los conflictos son de los humanos. Aquí les dejamos algunas de las pautas que a nosotros nos han funcionado.
1. Mantener sana distancia
Establezcan tiempos para ver a la familia política en los que no rompa con su dinámica en casa. También, es importante mantener una distancia emocional en donde las decisiones se tomen internamente, evitando que los demás interfieran. Recuerda que, en primer lugar, están tu pareja y tus hijos.
2. No actuar por complacer y poner límites sanos
Los acuerdos en pareja no se deben romper. Menos, para complacer a algún miembro de la familia política. Cuanto más se respete esto, mejor será la relación con la familia. Muchas veces querrán hacerte cambiar de parecer. Tienen las herramientas para saber cómo hacerlo, pero sé firme y fiel a los acuerdos de pareja o consúltalo con tu cónyuge.
3. Evita etiquetar y hablar mal de algún miembro de la familia de tu pareja
Recuerda que son las personas más importantes en la vida de tu pareja. Esto puede hacer que se lo tome personal y tocar una herida sensible. Cuida mucho lo que dices sobre ellos. Sé misericordioso y recuerda que todos tenemos defectos.
4. Comunicación
Hablen abiertamente si algo les molesta o si hubo un mal trato. Si es necesario, cada quien platique con su familia. Pongan límites y dejen claro que ahora su prioridad es la pareja. Podrá llegar a ser complejo. En ocasiones, se requerirá un pequeño distanciamiento, pero deben buscar siempre la paz y una sana convivencia.
5. No interferir
Si tu pareja tiene un conflicto con su propia familia, no debes interferir. Cuida ser siempre ecuánime y prudente, pero siempre estando de lado y apoyando a tu pareja.
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Recuerden que para tener una relación sana con las familias políticas se requiere el esfuerzo de ambos y ser un buen equipo. Platiquen sobre lo que ven conveniente. Si no funciona, vuelvan a establecer acuerdos que les permitan tener una relación armoniosa y pacífica.
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