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Los «ex» que siempre aparecen…

Si bien el furor de los zombis en los medios (cine, literatura, videojuegos) ha bajado un poco en el último lustro, admitamos que la imagen de una persona que vuelve a la vida para aterrorizar a su entorno está muy presente en nuestros cerebros. Y, ya que hablamos de cerebros, que es el alimento preferido de estos seres, pensemos en este órgano como el lugar donde reside nuestra psicoafectividad.

 

Por tanto, no es extraño encontrar en la vida a criaturas que, luego de morir en nuestros afectos, regresan buscando saciar su apetito psicoafectivo. Y regresan, efectivamente, a comerse nuestro cerebro. ¿Algún ex ha vuelto de la tumba de los sentimientos para acecharte? Te doy unos datos que pueden ser de ayuda, basados en las premisas básicas de la era dorada del género zombi. ¡Veamos!

 

El motivo de este regreso de los muertos suele ser desconocido

 

Así como, en la ficción, los medios y los científicos se rompen la cabeza para descifrar la causa de la plaga zombi, no entendemos de dónde viene el deseo de esta persona de revivir una relación rota. En realidad, quizás no exista una sola razón, sino que pueden ser múltiples variables. Pero se suelen resumir en inseguridad: “tengo miedo de no lograr encontrar a alguien más, así que voy a intentar conquistar de nuevo a mi ex”. Este es un mensaje a nivel inconsciente, que termina en la reanimación del contacto perdido. ¡Ten miedo, ten mucho miedo!

 

Los walking dead poseen una capacidad de raciocinio muy limitada

 

Al igual que una de estas criaturas, lo que mueve a esa persona a buscar una reconciliación no es un razonamiento: más bien, es el miedo a la soledad y al rechazo. Por eso mismo, no darán argumentos lógicos de por qué deberían volver, sino emocionales: “te extraño y sé que tú también”, “nos veíamos tan bien juntos”, “vi tu foto y me gustas cada vez más”. ¡Huye!

 

No son peligrosos por su velocidad, sino por su voracidad

 

Parecería que es fácil escapar de seres tan lentos y torpes; pero saben esperar ocultos y, si logran atacarte, es difícil que te zafes. Asimismo, aquel individuo que regresa del pasado no parecerá muy apurado, ni será particularmente ágil, pero sí intenso e insistente, del tipo cien mensajes en una noche, y silencio total por dos semanas. Y en cada uno de esos mensajes tratará de infundirte una alta nostalgia por su romance y un cargo de conciencia por dejarlo ir. ¡Alerta roja!

 

El único fin de los zombis es alimentarse de los vivos

 

En particular, de su cerebro. Van a tratar de comérselo y de dejarte sin voluntad… igual que ellos. Tal cual: cuando alguien quiere retomar una relación que nunca funcionó, lo que va a procurar es que te olvides de las razones por las que terminaron. Querrá engullir tu mente, tu capacidad de decisión, y parecerá que su única misión en la vida es mostrarse como tu pareja ideal y enseñarte lo descabellado que es perderlo. Se meterá en tus pensamientos igual que un virus y, aunque racionalmente sepas que esa persona nunca demostró compromiso, te preguntarás “¿y si…?”. ¡Corre por tu vida!

 

La única manera de deshacerse de ellos es dispararles a la cabeza

 

En la mitología zombi, puedes clavarles estacas en el pecho o partirlos en dos, que no morirán. Claro: ¡ya están muertos! Solo funciona volarles el cerebro. Del mismo modo, aquel ex que vuelve del pasado para robarse tu vida únicamente puede ser derrotado si le apuntas a su mente. No servirá pensar que ya no había amor, o que es una mala persona, porque así creíste que lo habías matado, pero no. Hay que ir directo a la masa gris: esas ideas con las que te bombardea, que te hacen sentir un ser vil si no accedes a su propuesta. Regresa al modo racional, y ponlo muy claro. ¡Directo al medio de los ojos!

 

* * *

 

Si esa persona con la que comprobaste que no puedes construir una relación sólida y saludable te calienta las orejas queriendo regresar, debes poner en tu mente la imagen del walking dead. Murió, así que no volverá siendo más bonito, bello o verdadero, sino todo lo contrario: se pondrá cada vez peor. Si alguien no te respetó ni valoró desde el inicio, es difícil que lo haga simplemente porque pasó el tiempo. No es imposible, cierto (los milagros existen), pero hay que ser realistas: una reanimación de este tipo puede terminar dejándote muy dañado. Lo óptimo es enterrar esos cadáveres y cerrar las etapas. Ya vendrán tiempos mejores y, si estás abierto a conocer más a la gente, es probable que pronto llegue esa persona indicada para juntar sus vidas a través del amor, con fe y esperanza.

 

Si te interesa conocer más sobre estos temas, puedes buscarme en Instagram: @pedrofreile.sicologo

¿Realmente “se acabó el amor”?

Habremos escuchado en múltiples ocasiones —entrevistas de famosos, o hasta conversaciones con gente cercana a nosotros—, cuando lamentablemente se termina alguna relación amorosa, que ante la gran pregunta respecto de por qué fue, muchos mencionan un tema: “se acabó el amor”. Es curioso, ¿verdad? Porque, si hablamos de un amor que se acaba, hablaríamos de un Dios que también tiene su fecha de caducidad. Y pensar esto es realmente triste.

Pero, ¿realmente el amor se habrá terminado?, ¿o será simplemente una excusa para no hablar de nuestra falta de compromiso con el amor y con las relaciones? ¿O quizás será que lo que se acabaron fueron nuestras ganas de luchar en el día a día por un amor duradero?

 

Efectivamente, en lugar de decir que se acabó el amor, deberíamos ser más sinceros con nosotros mismos y decir la verdad.

 

El amor no se acabó: se acabaron los valores

 

El respeto, la empatía y la responsabilidad de vivir en una relación son valores que han de trabajarse en el día a día. Pero lamentablemente muchas veces los dejamos de lado, por momentos fugaces y sentimientos que desordenan nuestra mente.

 

El amor no se acaba en una relación así porque se quiera: somos muchas veces nosotros quienes volteamos a ver a otro lado, y damos paso a otras personas a nuestras vidas, personas que, de manera fugaz, ingresan para desequilibrar nuestros valores.

 

La infidelidad existe, así sea de solo pensamiento; y muchas veces es por este tipo de situaciones que culminamos nuestra relación para decir tontamente, “el amor se acabó, ya no era lo mismo”. Y claramente eso no fue así, porque quien permitió el desliz quien faltó a sus valores, fue quien dejó de amar primero.

 

El amor no se acabó: se acabó nuestro compromiso

 

El amor es concreto y está en el sentido de responsabilidad que adquirimos por nuestra pareja. En ese sentido, entenderemos que aquellas promesas que se hicieron al inicio de la relación han de cumplirse hasta el final. Y, aunque existan inconvenientes y momentos de dureza espiritual, nunca ha de olvidarse el compromiso de amar en la adversidad.

 

Probablemente esto en el enamoramiento pueda ser aún un vaivén de emociones, pero en el matrimonio, ese compromiso es incluso con Dios. Así pues, decir simplemente que el amor se ha terminado es como decir que Dios nunca estuvo en medio de ustedes, y creer que aquella premisa era falsa es como no creerle a Dios. Por tanto, es necesario cuidar los compromisos que adquirimos, y más cuando se pone en juego la felicidad de otras personas.

 

El amor no se acabó: nos cansamos de seguir luchando por él

 

“El alma que anda en amor no cansa ni se cansa”, ha dicho San Juan de la Cruz. Nuevamente quisiéramos hacer hincapié en la lucha real por un amor real. El amor es de sacrificios, de entrega total y servicio; no podemos pretender amar sin nada de ello.

 

No hay nada más fácil que decir que ya no hay amor, y continuar en modo “descartables y desechables”. En tanto que lo complicado es decir que efectivamente nos cansamos, nos agotamos, y que ya no damos más. Nos seguimos excusando en la falta de amor, cuando quizás el problema seamos nosotros, algunos por no luchar, y otros por hacer que nuestra pareja luche tanto que al final ya no le quede más remedio que tirar la toalla. Sería bueno recordar que la fortaleza viene de Dios, y que con Él lograremos cosechar el amor que sembremos.

 

* * *

 

Dicho todo esto, recuerda, por favor: el amor jamás se ha esfumado, sino que hemos sido nosotros los que hemos permitido que siga siendo invisible en nuestros actos y palabras.

 

Pero, ¿qué hacer, entonces, si ya no existen esas ganas de seguir luchando? El remedio: seguir amando. Como decía santa Teresa de Calcuta, “ama hasta que te duela, y si te duele, es amor”.

 

Atentamente,

Los Compis.

¿Estoy listo para tener una relación?

El deseo de amar y ser amados está inscrito en nuestro ser desde el principio, y nos acompaña durante toda nuestra vida. En la medida en que amamos y nos sabemos verdaderamente amados. podemos realizarnos plenamente en nuestra humanidad, ya que la vocación principal del ser humano es el amor. Sin embargo, lo primero que debemos comprender es que el amor no puede comprenderse exclusivamente en los términos de las relaciones amorosas de pareja.

 

La absolutización de los gestos externos

 

Por muchos años, a través de historias famosas, libros clásicos, películas y series taquilleras, y demás representaciones mediáticas, se nos ha vendido una idea del amor reducido a sus signos más externos: una relación de ensueños, besos, abrazos, caricias, pasión, locura, detalles, regalos… Todas estas cosas son manifestaciones o signos externos del amor, pero el amor no se reduce solo a eso.

 

Por ello, confundir el amor verdadero con los signos externos del amor romántico conlleva un grave peligro, porque nos puede llevar a amar de una forma inadecuada o a conformarnos con situaciones que parecen amor, pero no lo son realmente. El amor es donación total por el bien del ser amado: es una decisión que va mucho más allá del sentimiento, del romanticismo o de la singularidad de una sola persona.

¿Te amo o te necesito?

 

No pretendemos desconocer que este deseo de amor puede vivirse en la vocación particular al matrimonio, y que, para aquellos que se reconocen llamados a vivir esta vocación, es importante hacer un alto para preguntarse: ¿quiero amar, o estoy usando el amor como excusa para llenar un vacío personal?

 

Amar implica siempre que me entrego al otro por su Bien eterno, y que siempre lo acojo como un fin en sí mismo, y nunca como un medio. Cuando —debido a nuestras propias heridas y al bombardeo mediático al que estamos sometidos respecto al mito del amor romántico y sus gestos externos— empezamos a idealizar y a romantizar el amor de pareja, eso tiene consecuencias negativas. De hecho, llegamos hasta el punto de sentimos incapaces de amar, o indignos de ser amados, si no tenemos una pareja, si estamos solteros, si nuestras relaciones fracasan o si nuestra relación no cumple nuestras expectativas.

 

Pero no somos amados por tener o no una pareja, y tu capacidad de amar no depende de estar o no en una relación. Cuando ansiamos entrar o permanecer en una relación porque nos sentimos solos, porque no nos sentimos amados, o porque pensamos que solo cuando vivamos la idílica historia romántica podremos experimentar el amor, entonces no estamos deseando amar a alguien como un fin en sí mismo. Por el contrario, lo convertimos en medios que satisfacen nuestros deseos o llenan nuestros vacíos.

 

El amor que buscas ya se te ha dado

 

La realidad es que nuestro deseo irrenunciable de amor infinito solo puede ser llenado y saciado por el amor infinito de Dios infinito. Eso significa que ese amor que anhela nuestro corazón no es algo que debamos esperar de alguien: es algo que ya nos ha sido dado, y que se renueva en cada instante de nuestra vida: ¡ya somos amados hoy!

 

Y nuestra felicidad depende de que aceptemos el llamado diario a amar, aun cuando no estemos en una relación o aun cuando nuestra vocación particular no sea la del matrimonio. El amor es más grande y profundo que cualquier relación amorosa.

 

¿Esto significa que debemos renunciar al deseo del amor humano? Por supuesto que no. El amor de pareja es un signo hermoso del amor divino, y es perfectamente natural que deseemos experimentarlo y soñemos con construir una relación que nos ayude a crecer como personas y a ser un verdadero don. Sin embargo, más que el deseo de estar en una relación, deberíamos preguntarnos si estamos listos o no para entrar en una relación, y si estamos dispuestos a trabajar en nosotros mismos antes de hacerlo.

 

Algunos criterios de discernimiento

 

Las situaciones de vida y las circunstancias de cada persona son únicos, por eso no podemos pretender abarcar todos los escenarios posibles. Pero al comprender estas claves sobre el verdadero amor, y los mitos que rodean las relaciones, quiero proponerte algunos criterios para saber si estás realmente listo o no para entrar en una relación.

 
  • Si en tu vida tiendes a encerrarse en ti mismo, a vivir para ti y a buscar tu propio interés a expensas de los demás.

  • Si tu idea del amor se ha visto seriamente impactada por los modelos del amor romántico y sus gestos exteriores, o de un “amor” utilitarista (consumo de pornografía y la banalización del sexo y de la dignidad de los demás).

  • Cuando en tus relaciones interpersonales tiendes a buscar el provecho o el beneficio que los demás te dan, y así conservas o no amistades.

  • Cuando sientes que vales como mujer o como hombre en la medida en que eres deseado, y buscas satisfacer esta carencia en una relación amorosa.

  • Cuando en tus pasadas relaciones has generado vínculos de dependencia emocional, en donde sientes que “te mueres sin él/ella”.

  • Cuando ya estás en una relación afectiva con otra persona, pero estas buscando encontrar en alguien más lo que no encuentras en tu relación.

  • Cuando piensas que tu soledad y tristeza se acabarán el día que conozcas a tu pareja ideal y experimentes ese amor romántico.

 

* * *

 

Si algunas de las situaciones descriptas arriba se dan en tu vida, ello no significa que estés incapacitado para amar, pero son signos concretos de que, antes de buscar entrar en una relación, sería más sano y provechoso para ti hacer un alto, trabajar en tu proyecto de vida, en tu idea del amor y en desarrollar tu capacidad diaria de donarte a otros y no vivir para ti. Solo en esta medida podrás ponerte en camino para donarte en una relación particular.

 

Para contenido similar, @somos.sos

La sexualidad como arma

Recuerdo que, al final de mi adolescencia, leí un libro que cambió mi perspectiva sobre muchos aspectos de las relaciones de pareja. Recuerdo también el día en que ese título entró en mi plan de lectura: estaba conversando sobre literatura y música con un amigo, sentados en el piso de su sala de estar, entre volúmenes que contenían letras y pentagramas de diversos autores de todas las épocas. Uno de estos atrajo mi vista. Era la cubierta en rojo y negro de un libro de Esther Vilar que había sido muy famoso en la década anterior (los años 70 del siglo pasado), tanto que mis papás también tenían un ejemplar en su biblioteca. Cuando lo tomé, mi amigo dijo: “¿El varón domado? Tienes que leer ese libro, te va a dejar pensando”. Y así fue.

 

No menciono este título para entrar en aquella polémica que ya lleva medio siglo entre el feminismo ortodoxo y el de Vilar (que ella llama “feminismo femenino”). Quiero tratar sobre una idea que encontré en aquella lectura: la mujer ha utilizado su sexualidad para amaestrar al hombre, y obtener así seguridad y comodidad. Y creo que conviene ampliar esta noción, porque esta instrumentalización del sexo por parte de la mujer tiene su contraparte en el hombre, cuando, con bases similares, este lo usa como herramienta de sumisión hacia la mujer.

 

Roles que ayudan a la supervivencia

 

Pero veamos si esto, lejos de ser una teoría loca de la sicóloga, socióloga y escritora germano-argentina Vilar, tiene sustento. Lo primero es recordar que en las distintas especies animales tanto la hembra como el macho cumplen roles definidos según mecanismos adaptativos, y lo más común es que la hembra proteja a las crías, mientras que el macho procrea y se va. En especies con sistemas sociales, estos roles dependen además de jerarquías; en la mayoría de ellas, los individuos dominantes son machos. Sin embargo, estas no son reglas fijas que se cumplan en todas las especies: dichas interacciones entre los sexos dependen totalmente de lo que más conviene a la supervivencia de cada especie en particular.

 

En concreto, el homo sapiens sapiens ha cambiado muy poco en decenas de miles de años. Por ser un ente carencial, sin armas naturales (colmillos, garras, etcétera) para defenderse de un entorno hostil, tuvo que depender no solo de su inteligencia y capacidad de utilizar herramientas, sino sobre todo de una sólida estructura social. En ella, es fundamental el rol de la hembra como educadora y protectora de las crías y administradora de los recursos, y el del macho como procreador, proveedor y protector. Es decir que, en lugar de ver estos roles como imposiciones conscientes de las civilizaciones, podemos considerar que fueron estructuras que se sostuvieron en el tiempo pues han permitido nuestra supervivencia como especie.

 

La búsqueda de estabilidad y la búsqueda de provecho

 

De todas formas, debemos mantener en mente que el ser humano no es una especie animal más, sino un ente racional de esencia espiritual. Es decir que no todas sus acciones dependen de una motivación instintiva que responda a una necesidad de supervivencia y perpetuación de la especie. Aun así, es claro que en algunos casos sigue actuando esa hembra homínida que buscaba atraer al macho para que le dé hijos, con el fin de obtener la estabilidad y comodidad que necesitaba para poder dedicarse a cuidar a sus crías.

 

Ello se traduce hoy en una mujer que usa sus atractivos sexuales para procurarse seguridad económica y la comodidad de no necesitar salir a buscarse el sustento. Recordemos, por cierto, que la palabra “economía” significa “administración de la casa”. Del mismo modo, inmediatamente se puede pensar en un hombre que, teniendo presentes —aun cuando sea inconscientemente— esas intenciones, abusa de ese poder protector para hacerse de los favores sexuales de la mujer. Aunque ella no se sienta del todo cómoda.

 

Sexualidad: ya no es entrega, sino armamento

 

Es verdad que cada vez resulta menos frecuente esta utilización de la sexualidad como arma para tirar abajo la barrera que supone el cuidar nuestra integridad en cuanto personas, a través de la entrega libre y responsable del propio cuerpo a otro que hace lo mismo con el suyo. Sin embargo, no sé si somos tan conscientes como deberíamos respecto de qué está detrás de esa instrumentalización de ese don hermoso que es la sexualidad dentro de la pareja.

 

Así, es posible que, por buscar que no nos controle el sexo opuesto, terminemos siendo nosotros quienes buscan controlar, quienes usan ese mismo armamento. Entonces, la mujer pasa a ser la que compra placer, a través de regalos o experiencias emocionantes, cuyo objeto es el de que ella no se sienta sola o poco atractiva. Y, por su parte, el hombre pasa a emplear su cuerpo como mercancía para salir de una situación inestable.

 

La solución es el amor

 

¿Cómo evitar que la sexualidad sea utilizada como herramienta o armamento? La respuesta es simple en teoría, pero no tanto en la práctica. Simple, porque nuestra sexualidad es un regalo que le damos a nuestro esposo o esposa, por amor. Compleja, porque no siempre podemos actuar de manera racional y ser capaces de impedir que nuestros impulsos más primarios tomen el control. Y, como se vio, cuando hablo de “primarios” no me refiero únicamente al instinto de conservación, sino a esos roles utilitarios que están en la base de nuestro comportamiento como especie. Aun así, cuando el amor —que consiste en el deseo del bien del otro— es el timonel de nuestras acciones, es mucho más fácil conducirnos a buen puerto. Juntos.

 

El amor no puede estar privado del sexo en la relación conyugal, porque es una relación que precisa un equilibrio entre lo físico, lo psicoafectivo y lo espiritual. El esposo busca su espacio de intimidad con su esposa, y ello les permite unirse más sólidamente y mirar juntos —no solo como pareja, sino como familia— hacia el futuro. Hacia un futuro que está tensionado en pos del infinito. Y la esposa también busca ese encuentro.

 

Pero, cuando uso el cuerpo como moneda de cambio o como arma arrojadiza, ese egocentrismo termina minando la relación. En estos términos, el vínculo no tarda en romperse, con consecuencias muchas veces devastadoras para los involucrados.

 

* * *

 

Amar significa darse. Y darse significa hacerlo por completo, sin cálculos ni avaricias. El amor dentro del matrimonio nos permite sentir que ese compromiso se ve sustentado en respeto, diálogo y un proyecto de vida compartido. Es posible, porque lo he visto en otros, y porque lo vivo en mi matrimonio.

 

Ya no compramos el cuerpo del otro a cambio de placer, pues ya no nos aferramos a las falsas seguridades económicas que parecen darnos el consumo y el confort. Estamos conscientes de que solo podemos hallar la seguridad real en la confianza entre dos personas que proyectan una existencia, juntos, hacia la eternidad. Con amor, por amor.

 

Si te interesa conocer más sobre estos temas, puedes buscarme en Instagram: @pedrofreile.sicologo

Lo que no te dicen cuando estás soltero

Seré muy honesta. Hay dos formas de vivir la soltería; considerándola una gran bendición y un tiempo propicio para crecer en diferentes áreas, o viéndola como una especie de purgatorio que hay que padecer antes de entrar “al cielo”. Si estás en este momento soltero, es probable que vivas ambas sensaciones, porque lo cierto es que la vida no es plana, y las emociones tampoco lo son.

 

Antes de tener novio, duré 5 años y unos cuantos meses soltera. Puedo decir con toda transparencia y sin vergüenza que tuve mis altas y mis bajas, tuve días en los que me sentía completamente plena, y otros tantos en los que sentía que nunca llegaría alguien para mí.

 

Por eso, si estás pasando por “las bajas” o si sientes que ya se te “pasó el tren”, quiero contarte detalles que se viven del otro lado. Puede sonar chistoso, pero lo cierto es que a mí me hubiese encantado escuchar a alguien que me recordara ciertas cosas. Aquí te dejo tres claves.

 
 

#1 Deja de idealizar las relaciones

 

Intenta no pensar en que la persona perfecta existe y en cómo será o no será tu futuro noviazgo. Lo que se ve en redes sociales, en películas, en libros y hasta en algunas relaciones cercanas no es todo perfección: la vida real está llena de subidas y bajadas. Y, así como en la soltería hay días buenos y días regulares, en cualquier noviazgo y relación madura también sucede lo mismo.

 

Tener claro esto desde la soltería te evitará muchas lágrimas y frustraciones. Un noviazgo puede ser hermoso, pero al mismo tiempo tiene que ser real.

 

#2 Nunca estamos listos

 

Aunque suene fuerte es lo más cierto que te puedo estar escribiendo. En la soltería se pueden sanar muchísimas heridas desde la parte psicológica, y también desde la espiritual. Sin embargo, eso no garantiza que estés completamente sano y listo para emprender un noviazgo.

 

De hecho, es justo cuando inicias una relación que comienzas a descubrir un montón de heridas, actitudes y situaciones personales por sanar. Así que no te afanes: disfruta tu proceso y recuerda que todo tiene su tiempo bajo el sol. Esta última idea me lleva a lo tercero que te quiero compartir.

 

#3 Un noviazgo también es terreno fértil para sanar

 

Definitivamente, un noviazgo significa poner en práctica todo eso que has sanado en la soltería, claramente si permites que tu proceso sea así. El caso es que la práctica a veces nos prueba que tener conocimientos no es suficiente. Por eso, desde la soltería puedes prepararte para fallar algunas veces en un noviazgo. Si dejas de idealizar las relaciones y eres consciente de que en cualquier relación las diferencias son completamente normales, podrás vivir un futuro noviazgo en el que tus heridas puedan doler menos, y hasta sanar.

 

* * *

 

Para concluir, quiero invitarte a disfrutar este tiempo que estás viviendo con una gran dosis de realidad, entendiendo que las cosas casi nunca suceden como las imaginamos, y previendo que cualquier persona que llegue a tu vida tendrá virtudes y pecados. Las relaciones más hermosas no son las aparentemente perfectas, sino aquellas en las que hay crecimiento y sanación mutua.

 

Si quieres conocerme un poco más, me encuentras en Instagram: @mydailydate

El amor que no soñamos

Toda mi vida soñé con el amor.

 

¿Tendría ojos azules? ¿Sería rubio, alto y fuerte? ¿Llegaría en una carroza, o timbraría en mi puerta para decirme que él era el indicado y que siempre me había soñado?

 

¿Lo conocería en un avión, o acaso en un tren? ¿Hablaríamos sin parar hasta el amanecer, o al menos hasta la media noche? ¿Sería mi vecino, o un extranjero de un país lejano? ¿Estaría dispuesto a dejar todo por mí? Muchas de estas preguntas me invadieron desde que veía historias de “amor” en televisión. Y lo pongo entre comillas porque, al igual que muchos, confundí por varios años lo que es realmente el amor.

 

Los antónimos del amor

 

Yo siempre había soñado con un “amor” que estuviera dispuesto a sobrepasar todos los límites por mí, incluso si ⎯como en las telenovelas⎯ romper esos límites implicaba romper el mundo entero… Porque ansiaba vivir mi propia comedia romántica, sin reparar en que, en la ficción, el chiste está en que todos a tu alrededor se dan cuenta de lo tóxica que es la relación, menos tú. Tú estás enceguecido por la toxicidad de las mariposas del momento.

 

Porque nos vendieron la idea de relaciones desordenadas, posesivas, ciegas y enfermizas como algo llamado “amor”, cuando en realidad no hay un antónimo mayor que eso. Fíjense: “el amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor 13, 4-7). En la primera carta a los Corintios, san Pablo nos deja clarísimo lo que es verdaderamente el amor, y ahí en ningún lado vemos el amor como nos lo presenta hoy la industria del entretenimiento. O mejor dicho: en ninguna historia vemos guionistas, directores o compositores que cuenten una verdadera historia de Amor, una que no esté enceguecida por el placer excesivo y los afectos desordenados.

 
 

Yo creía que el amor no estaba en mí…

 

¿Alguien más ha pasado su vida creyendo que está tan roto y dañado que jamás podrá amar? Yo viví 27 años con esta idea en la cabeza. Y solo cuando conocí realmente a Dios comprendí una verdad: que nosotros amamos, porque Él nos amó primero. Y no solo lo comprendí, sino que lo viví y lo sentí.

 

Cuando descubrimos el Amor de Dios, cuando lo experimentamos en toda su fuerza, no hay una parte de nuestro cuerpo que no quede invadido por Él, y no hay un solo ámbito de nuestra vida que no sea transformado completamente por Él. Cuando conocemos el Amor, nuestra historia no vuelve a ser la misma: hay un punto de giro, eso que en el ámbito del cine y la televisión se conoce como un “punto de no retorno”.

 

Para mí, eso es la conversión. Se trata de conocer a Dios y reconocerlo en todo, para no volver a ser los mismos, para no volver al punto cero, para no retornar al lugar del que nos sacó.

 
 

El amor siempre ha estado en ti

 

En ti, y en mí. Somos creados por amor, y para amar como Él nos amó. Porque no solo fuimos un desborde del amor creador de Dios Padre, sino también un desborde de amor de Cristo, nuestro Salvador, quien vino a enseñarnos cómo amar y que quiso quedarse para siempre con nosotros a través del Espíritu Consolador. Lo hizo para asegurarse de que pudiéramos amar de verdad: solos, jamás podremos, pero con Él todo lo imposible se hace posible.

 

Y eso implica amar de una manera sorprendente y divina, de una manera que traspasa toda frontera y todo límite humano. Amar con un amor que solo viene de Él, del encuentro crucial con ese amor que es el único que puede calmar nuestra sed ilimitada de amar y de ser amados.

 
 

El amor que no había soñado

 

Al final, el Amor que descubrí no solo había estado dispuesto a dejarlo todo por mí, sino a morir en una cruz por mí. Al final, el Amor que conocí no llegó en una carroza ni a timbrarme a la puerta para decirme que siempre había soñado conmigo: nació en un pesebre, para demostrarme cuánto me había amado.

 

Al final, el Amor que recibí llenó cada vacío que alguna vez había sentido, sanó cada herida que el camino me había dejado, y me limpió el barro del pecado, que tanto me había manchado. Al final, el Amor que conocí no solo era mucho mejor que el que había soñado: también me enseñó a amar de la manera en que siempre había anhelado.

 

* * *

 

Si hoy puedo amar en libertad es gracias a Él, gracias a que lo aprendí de Él. Si hoy ya no tengo miedo de amar es porque el amor perfecto echó fuera todo el temor. Y ese amor perfecto es perfectamente Él. Quizás no es un amor tal y como soñamos, pero sí es el Amor que siempre anhelamos.

 

Y este amor también te puede sanar a ti, también te puede liberar a ti. Este Amor también te está esperando para decirte que te puede dar la mejor historia de smor que hayas podido soñar. ¿Por qué la mejor? Porque probablemente no sea la típica historia que creíste que sería, pero te aseguro que será mucho mejor de lo que esperaste: esta historia realmente satisface los deseos de amor con los que fuiste creado.

 

Si te interesa más contenido como este, @dannyperez20

¿Miedo al amor?

¿Es posible que hoy en día se afirme que se le tiene miedo al amor?

 

Pensemos lo siguiente. Seguro que, en algún momento de la vida ⎯de forma expresa, o a través de acciones concretas⎯, hemos podido atisbar en cierta medida una máxima que el mundo nos ha venido proponiendo con cada vez más intensidad. Aunque tal vez no hayamos reparado en este presupuesto en el día a día, resulta sumamente común; pero, a la vez, es contradictorio a la naturaleza misma del hombre.

 

¿De qué se trata? Del principio “No ames”, “No al amor” —al amor de verdad—, o expresiones semejantes.

 

Me explico…

 

Se suele creer que el amor es opuesto al odio. Sin embargo, el principal motivo por el que no se va a amar a alguien, por el que se le va a amar menos, o por el que se le va a amar con menos perfección no es porque lo odies —poco o mucho—. Más bien, porque la cuota de egoísmo que todos tenemos, en ese momento, situación o etapa de la vida, va a ser de la medida suficiente como para llevarme a mí a la resolución concreta ⎯ya sea consciente o inconscientemente⎯ de limitarme a amar al otro como debería ser amado.

 

Ya vamos aterrizando…

 

En ese sentido, creo que coincidiremos en que vivimos en un mundo que tiende al egoísmo. Es más individualista, más encerrado en uno mismo: tiene como centro al “yo”, y todo lo demás gira en torno a él. Es el egoísmo el que se nos va vendiendo como algo normal, como parte de nuestra vida, como algo no cuestionable.

 

“Pero no creo que eso me pase a mí”, se podría decir

 

Nos pasa a todos: en diferentes momentos, situaciones, estados de vida… Por ejemplo: el amar genera necesariamente vínculos. Por lo tanto, a veces, por no sufrir, por no cargar la cruz, uno (se) dice —unas veces más conscientes que otras, y de las formas más variadas de acuerdo a la imaginación de cada persona—: “Mejor no ames”. Claro: porque, como te pongas a amar, eso genera vínculos, compromiso, salida de uno mismo y de donde me siento tranquilo y seguro, y donde no tengo que dar más de lo que estoy dispuesto a hacer por alguien más.

 

Algunos ejemplos concretos

 

Como primer ejemplo, pensemos en una chica joven, que ha decidido no vincularse sentimentalmente con ningún chico, ya que afirma: “Así estoy bien, estoy tranquila, y no tengo que darle explicaciones o rendirle cuentas a nadie”: Estas afirmaciones de autosabotaje podrían ser el termómetro o la forma en que se manifiesta la decisión de no amar, a partir del egoísmo normalizado, en un estilo de vida cómodo, que no sale de sí mismo. Un estilo de vida en el que no se está dispuesto a dar algo por alguien, sin la capacidad de intentar generar un compromiso duradero que, eventualmente, además me obligará a cambiar cosas y prácticas que creo están bien, y con las que me quiero quedar ⎯lo cual no sería necesario si me hubiese quedado en el primer momento, en el “así estoy bien”⎯.

 

En segundo lugar, pensemos en un varón joven en una relación de enamorados con una joven por cinco años. Ambos profesionales, independientes económicamente… Pero él afirma que no está preparado para casarse porque “así nomás está bien, y no va a hacer gran diferencia”, entre otras. El compromiso hacia un matrimonio y el matrimonio como tal implican un nivel de desprendimiento siempre superior, propio de la convivencia y las ganas de querer seguir mejorando siempre como nueva unidad, desde lo particular y como familia. Evidentemente, implica seguir limando defectos persistentes y nuevos que van apareciendo.

En tercer y último lugar, imaginemos a un matrimonio de tres años, que ha decidido conocer todos los países del mundo y cumplir todos sus sueños, maestrías, doctorados, haber alcanzado cierta cantidad de ahorros en su cuenta bancaria, antes de tener su primer hijo porque “el hijo se merece lo mejor”. Es verdad que se merece lo mejor y, si es posible darle todo eso que se quisiera, a buena hora: sin embargo, resulta egoísta pensar que todo eso es estrictamente necesario antes que uno pueda desprenderse, incomodarse, esforzarse más de lo que ya se esfuerza, para ser copartícipe de la creación de una vida, de un milagro, que, si bien es cierto, va a hacer salir a uno de la zona de confort, quitarte horas de sueño, etc., la recompensa de ese no egoísmo ⎯mejor dicho, de esa entrega amorosa⎯, que se manifiesta en una nueva vida, es indescriptible.

 

* * *

 

Como sostenía al inicio, se nos propone este principio, que no le es inherente al ser humano, pero que sí está normalizado como algo bueno, y enseñado de forma positiva. Por poner el caso: el preocuparse por uno mismo, que no es malo, sino todo lo contrario. Sin embargo, cuando ese uno mismo se queda ahí para no salir hacia el otro, nos quedamos a la mitad del camino.

 

¿Cómo se mejora en este sentido? ¿Cómo se aprende a amar mejor? Amando. Creo que ha quedado claro que no nos referimos al sentimiento bonito de las mariposas y todo eso, sino al entregarse cada vez que se tenga que hacer, y más allá de la medida que se crea que tenga que ser. No hay un límite: siempre se puede amar más, siempre se puede dar más, siempre se puede uno negar más en la línea de dar más por el otro, y sin esperar que el otro dé tanto para yo considerar la posibilidad de hacer lo mismo: si no, no sería amor.

 

Finalmente, creo que todos los problemas de la vida se resuelven amando más y mejor a los demás, siendo más desprendidos y menos egoístas, incomodarnos cuando se tenga que hacer, trabajar en nuestros defectos, mejorar en nuestras virtudes, estar dispuestos y disponibles al otro… ¿Se podría vivir al margen de todo esto? Es posible, pero la pregunta que nos debemos hacer todos es: ¿de qué nos sirve haber vivido, si no hemos amado?, ¿para qué todo esto? Por eso, ¡ámense mucho!

 

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¿Nuevo año, nuevos comienzos?

El mundo nos invita a empezar desde cero, a hacer “borrón y cuenta nueva” cada vez que deseamos que inicie una nueva temporada en nuestras vidas, cada que queremos cerrar ciclos. Pero sinceramente todos sabemos que es imposible, a menos que tengamos una memoria que se renueva y que da un paso al olvido, como un deseo que se hace realidad. Un deseo que esperamos se cumpla al cerrar los ojos, y que al despertar todo sea para estrenar.

 

Es que, en realidad, no hay forma de vivir y adquirir experiencia si no es a través de nuestros errores, de nuestro pasado, de todo lo que nos hirió y que tantas veces nos encadenó.

 

Dios mediante, aprendamos a vivir este tiempo, este nuevo año, con miras a un futuro que nos santifique, sin dependencia de un pasado que nos ate, pero sí que nos enseñe y nos dé lecciones. Porque, para ser feliz y querer iniciar un nuevo año, no necesitamos eliminar nuestro pasado, sino sacar lo mejor de él. Y para hacerlo, deberíamos tener en cuenta lo que les compartimos en el siguiente artículo.

 
 

Necesitamos construir un presente y un futuro con miras a la santidad

 

Todos tenemos muy en claro que existen metas a corto, mediano y/o largo plazo, pero ninguna de ellas nos dará la felicidad plena a la que hemos sido llamados desde nuestra creación. Lo cierto es que todos estos son bienes temporales que, como su nombre lo dice, me conducen a sentimientos positivos, solo temporales. Y, lamentablemente, acostumbrarnos a estos momentos puede ser perjudicial.

 

Y sucede porque la costumbre de buscar todo lo placentero momentáneamente, lo que me hace sentir bien por un rato, sólo me lleva a dejar de lado mi mirada hacia un futuro que me edifica. Me hace perder de vista lo más importante: mi búsqueda de la santidad. Esta búsqueda que solo se logra a través de esfuerzo, de pérdidas, de cargar cruces, de caídas y levantadas, de sentimientos positivos, pero también negativos.

 

Perderme en lo momentáneo casi siempre nos invita a querer destruir y desechar lo que no nos sirve, lo que nos trae recuerdos de infelicidad y/o dolor. Y qué difícil, porque en el intento de hacerlo, vamos a fracasar: el pasado no es algo que podamos destruir y desechar. El pasado sirve para aprender y para que, con ese aprendizaje, construyamos un presente y un futuro que nos aporten estabilidad en todas nuestras dimensiones. Pero, sobre todo, nos ayude a edificar una vida de gracia de la mano de Jesús y de María.

 

Cada experiencia está cargada de aprendizaje

Esto se nos ha sido dado al ser creados, es parte de nuestra naturaleza humana. Al realizar una acción muy sencilla, siempre aprendemos algo: desde no volver a comer el fruto prohibido del Edén, hasta el no volver a meter el dedo en el enchufe. Porque absolutamente todo error cometido nos enseña, pero sólo si lo permitimos. Porque finalmente la lección permanece. Lo que sucedió con Adan y Eva jamás pudo tener un borrón y cuenta nueva, solo nos llevó a aprender a obedecer y a ser más piadosos. Igual sucede con los bebés y su experiencia con los voltios. ¿Ven que el pasado no es algo que pueda eliminarse?

 

Es por ello que, de esta misma forma, deberíamos permitirle a nuestro pasado, que a través de nuestras experiencias, positivas o negativas, nos haga crecer. Es que, ¿por qué negarle a nuestras experiencias, la posibilidad de hacernos más fuertes? Recuerda que todo lo que realizamos en el día, nos brinda reflexiones inolvidables. Todo depende de cuánto nosotros seamos capaces de acogerlas.

 

Crecer en familia es el modo de compartir más santo del año

 

No hay mayor regalo que una comunidad, y qué mejor ejemplo que la familia. A lo largo de nuestras vidas aprendimos y seguimos aprendiendo a valorar esa comunidad que nos regaló el Señor, precisamente porque no la escogimos, sino que nos fue dada. Porque Dios sabe que la necesitamos. Esta familia en la cual cada integrante cumple un rol importante para nuestras vidas: allí puede existir un integrante que nos santifique a través del ejemplo y su compañía; y otro, que puede santificarnos, quizás, siendo esa cruz que nos pesa cargar.

 

Es que realmente querer empezar cada año desde cero es un error que a veces nos cuesta asumir, porque no somos capaces de seguir afrontando los sacrificios de cargar nuestra propia cruz. Es importante compartir, y eso lo experimenta cada uno con su propia historia vivida, distinta y especial.

 

Saca lo mejor de tu comunidad, de tu familia. Aprende de aquellos errores que se cometan, pero no te desligues. A veces sonaría más fácil ser indiferentes a las situaciones que experimentamos, pero la única verdad es que no hay nada como crecer acompañado.

 

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Recuerda que el verdadero ágape (“banquete”) está en compartir con amor, en donarte al prójimo, en anhelar la santidad en comunidad. Y qué mejor que hacerlo en este nuevo año civil que comenzamos. La vida no consiste en esperar a que pase la tormenta, sino en aprender a bailar bajo la lluvia.

 

Recuerda que hoy estamos aquí para iniciar un futuro en este nuevo año, sacando lo mejor de nuestro pasado, teniendo los pies bien puestos en este presente, y la mirada en el cielo, con un anhelo de eternidad.

 

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En búsqueda de un amor

Es cierto que entendemos que no somos “medias naranjas”, que no somos personas incompletas ni fraccionadas, sino que somos un entero: Dios nos creó con la cualidad de la completitud. Sin embargo, también es cierto que, como dijo el psicólogo Juan Varela, todos necesitamos de un “tú” que nos haga más conscientes del “yo”. Casi por inercia, nos vemos sumergidos en la búsqueda de un amor, porque todos florecemos cuando nos sentimos amados.

 

El tema de hoy es cómo buscar ese amor, y qué buscar en ese amor. Pero también hablaremos acerca de cómo ser yo ese amor correcto para alguien más.

 
 

Los cuatro factores a tener en cuenta

 

Existen 4 factores que deberíamos considerar al momento de buscar pareja:

 

#1 Que esté creciendo espiritualmente. Esto quiere decir que, si ama profundamente a Dios, te amará a vos. Busca a una persona que no solo te endulce el oído, sino que muestre frutos de crecimiento. La evidencia está en las muestras de cambios, en si deja moldear su carácter. No vas a encontrar al hombre perfecto o a la mujer perfecta, pero lo que más se asemeja es una persona que, ante una dificultad, esté dispuesta a cambiar lo que sea necesario para construir una relación sana. Si sus respuestas son “yo soy así y punto”, “qué querés que haga”, “me conociste así”, y si no está dispuesto a renunciar a lo que te hace daño, déjame decirte: “no es por ahí”.

 

#2 Que trate a los demás con respeto. Es importante tener una mirada no sesgada a cómo se comporta con vos, sino una mirada integral y no parcial. Observá como es su comportamiento en diferentes ámbitos: si es cortés y amable con sus padres, si los trata con respeto, cómo reacciona frente a diferentes tipos de autoridades, cómo reacciona con ellos, y muchas cosas más. El trato que tenga con los demás es una pequeña muestra de cómo te tratará a vos.

#3 Que haya conquistado su propia vida. Esto está relacionado con el dominio propio. Una persona indisciplinada en la soltería lo será en la pareja y en el matrimonio.

 

#4 Que muestre actitudes saludables. En este tiempo se ha hablado mucho de la toxicidad de las personas e, inconscientemente, se ha convertido en moda ser “el tóxico” o “la tóxica”. ¡Ojo con esto! La toxicidad es un indicio de violencia: no naturalicemos ni aceptemos ninguna actitud violenta, por más pequeña que parezca. Porque la violencia es un proceso que se va acentuando e intensificando en el tiempo.

 

Soy el mejor partido

 

Ahora, paralelamente, tenemos que trabajar en nosotros mismos. No podemos encontrar un gran amor sin ser nosotros primero ese gran amor. Antes de pensar en plural, tengo que ser un buen singular. Más que buscar la persona correcta, tengo que ser la persona correcta.

 

Y también tengo que evaluar cuando estoy preparado para iniciar una relación. Si busco llenar un vacío u opacar emocionas negativas con “el amor de alguien”, sólo estoy utilizando a la otra persona, imponiéndole que venga a mi vida a cumplir una función. La búsqueda de un amor debe ser la búsqueda de una construcción en conjunto. Mi meta debe ser potenciar la vida de la otra persona.

 

¿Se puede iniciar una polibúsqueda de amor?

 

La búsqueda de un amor no debe ser la excusa para tener amoríos sin compromiso. Sñe respetuoso con la otra persona, no generes falsas expectativas y, sobre todo, no juegues con los sentimientos de alguien.

 

Muchos hoy llaman despectivamente “ganado” a las personas que les demuestran cierto interés. A ellos no les interesa el “ganado”, pero les gusta mantenerlo para inyectarse una dosis diaria de autoestima. Mantener tu autoestima a costa de otras personas puede ser letal para ellos. Pensar en la satisfacción que me puede otorgar la otra persona, en el área que sea, es un pensamiento egoísta, y muestra la falta de madurez emocional.

 

Abrir tu corazón es una opción: ocultar es mentir.

 

En esta búsqueda de un amor, cada uno elige hasta dónde abrir su corazón mientras se conocen. No hace falta que le cuentes tus historias más íntimas a alguien que recién estás conociendo, pensemos que desnudar el alma nos hace vulnerables. Cuando puedas depositar toda confianza en la otra persona, ahí si: no te guardes nada!

 

Pero ojo, esto no quiere decir que “ocultes información”: hay cosas que la otra persona, quien también te está conociendo, tiene que saber. Y le tenés que otorgar el derecho a saberlo, para que cuando decida pueda hacerlo sin trampas, con convicción y genuinamente. La mentira le pone fecha de vencimiento a cualquier relación. Una relación que inicia o se fundamenta a base de mentiras nunca podrá prosperar. Más la verdad nos hace libres!

 

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¿Deseas encontrar un amor que funcione? Tomate el tiempo para cultivar la amistad y conocer a fondo a esa persona. Elegir con sabiduría disminuye el porcentaje de errores. Busca consejos, hablá con Dios y escuchá sus respuestas. Todos queremos un gran amor, sí, pero también tenemos que estar dispuesto a ser un gran amor para alguien más.

 

Por cualquier duda, podés consultarme por Instagram: @pepyecheverria

Qué bello es vivir: tres enseñanzas de vida, en menos de tres minutos de film

Hacia el final de mi último artículo, en la reflexión que sumé a mi cuento “El regalo”, mencioné muy de pasada, de entre el corpus tradicional de películas navideñas, esa obra maestra que es Qué bello es vivir (1946, dirigida por Frank Capra y protagonizada por James Stewart y Donna Reed). A riesgo de resultar demasiado autorreferencial, reconozco que hablé de ella simplemente porque moría de ganas de volver a verla. Aprovechando que esta época es ideal, ya la vi. ¡Y cómo la disfruté! Apenas la terminé, me dije: “¡Tengo que escribir algo sobre esta peli para Ama Fuerte!”.

Claro: entre lo citado que está este clásico de Hollywood en mil series y películas, y la necesidad de no spoilear nada, se me hacía que podría resultar difícil referirme a ella sin hablar de aquello que da sentido a toda la trama, es decir, acerca del final. Porque no cabe duda de que, si por el lado de lo estético y de lo narrativo Qué bello es vivir resulta impecable, su mensaje también es, a las claras, de una grandeza encomiable.

 

Así las cosas, podría haber terminado el presente artículo sencillamente recomendándoles que vayan a ver esta maravilla, que es ideal para Año Nuevo y que les va a colmar el alma casi tanto como un buen reel del padre Cox. Pero no: lo genial de clásicos como este es que, como en una degustación de vinos, cada pequeño sorbo nos llena de sabor. Y hay una escena en particular —una escena que dura menos de tres minutos— que, aunque no hace explícitamente al corazón de la película, está llena de esos ricos detalles que, si miramos con ojos de contemplación, nos dejan pensando. Para aquellos que la hayan visto, me refiero —aunque podría haber elegido muchas otras— a la escena del concurso de charleston en el gimnasio del colegio.

 

La escena en sí

 

Apenas pasados los veinte minutos de película, se nos muestra cómo el protagonista, George Bailey (James Stewart) —quien ha demostrado tener una bondad acompañada de prudencia, un gran don de gentes, y un ánimo generoso y respetuoso— asiste a la fiesta de graduación de su hermano menor, en el gimnasio de su colegio. Allí, se encuentra con Mary, y es amor a primera vista, apenas empiezan a bailar. Así es como los encuentra el concurso de charleston: encandilados, e intentando quedar bien con el otro y lucir cada uno su mejor perfil.

 

Mientras ellos se divierten entre galanteos y pasos absurdos, al loco ritmo de la música de los años locos, Freddie, quien había estado bailando antes con Mary, mira con odio hacia George. Entonces, un amigo le revela un plan maestro: debajo de donde baila la reciente pareja, se abre el piso del gimnasio, para revelar una pileta olímpica. Lleno de celos, Freddie acciona la palanca que abre el piso, y se desata un pandemonio. Algunos huyen apabullados, muchos siguen bailando sin notarlo. A este último grupo pertenecen Mary y George. “¡Nos aplauden! ¡Debemos ser buenos!”, exclama George, confundiendo por aplausos los gritos de pánico de quienes los rodean. Bailando hacia adelante y hacia atrás, George y Mary terminan por llegar al borde del piso, y caen a la pileta que estaba debajo.

 

¿Qué hacen, entonces? Siguen bailando, vitoreados por el resto, y lo hacen con tal estilo que todos —¡incluso Freddie y su amigo!— se suman a la fiesta, lanzándose al agua. El último en hacerlo antes de que cierre la escena es ni más ni menos que el director del colegio, quien, tras fingir imponer el orden con un ademán, se arroja de clavado a la piscina.

 

¿Cuáles son, entonces, las tres enseñanzas que nos deja esta escena? Vamos allá.

 

#1 En caso de emergencia, siga bailando

 

Cuando los protagonistas caen a la piscina, el don de gentes del joven George y la seguridad con que Mary lo sigue parecen sorprenderlos incluso a ellos mismos. Así, no permiten que esto consiga aguarles la fiesta, sino todo lo contrario: George despliega su carisma en un baile encantadoramente exagerado, y Mary —con su elaboradísimo peinado y su arreglado vestido estropeados por el agua— luce una sonrisa que revela que está pasando uno de los mejores momentos de su vida.

 

Recordemos que los gritos de alrededor les avisaban que tuvieran cuidado, pero ellos no escucharon. ¿Por qué? Porque, en el fondo, sabían que nada podía arruinar esa felicidad. ¿Cuántas veces, cuando estábamos, quizás, a punto de casarnos, nos han dicho cosas como “Miren que en unos años esto no va a ser así…”? ¿Cuántas veces, cuando vimos a alguien tras nuestra luna de miel, han querido advertirnos: “Miren que esta etapa no dura para siempre…”? Y aún más: “Ya van a ver cuando tengan chicos, cuando tengan más gastos, cuando tengan…”.

 

Debo aclarar que esto no se dice siempre con mala intención: a veces, solo hay detrás de esas advertencias una preocupación genuina por los novios o recién casados, o una vocación natural por el realismo más prosaico. Pero es cierto que, en ese momento, no suele resultar muy constructivo.

 

Ahora bien, encandilados por el baile del amor, quizás no notamos el hueco en el piso que se nos abre detrás. Quizás no prevemos la aparición de aquellas cosas que, según quienes nos advertían, podrían arruinarnos la noche de graduación, es decir, acabar con nuestro amor. Tomados de la mano a un ritmo a veces algo loco, nos vemos de pronto inmersos en una piscina anunciada por otros, pero inesperada para nosotros: el paso del tiempo, los chicos, los gastos…

 

¿Qué hemos de hacer? Ante todo, seguir tomados de la mano. Seguir bailando. Que lo inesperado de verse envuelto en esas situaciones —situaciones que son, en verdad, pequeños hitos en el camino de nuestra vocación matrimonial, y que acarrean sentimientos y tomas de decisiones que el más precavido no puede ni sospechar— no nos haga perder la calma. ¿Somos exactamente los mismos que cuando nos casamos? No tanto: ahora estamos empapados hasta el alma, algo despeinados, y ciertamente sorprendidos. Pero eso no quita que seamos nosotros. Y nuestro modo de seguir bailando definirá cómo nos conduciremos en los avatares de la vida. Que sea juntos, y con una sonrisa.

 

#2 El bien es difusivo

 

Me resulta fascinante ver cómo, cuando los protagonistas siguen bailando, muchos, luego de aplaudir, se les empiezan a sumar. ¿No estamos cansados de ver esas representaciones del matrimonio como algo agobiante que, lejos de plenificarnos en su sentido de la entrega, aplasta las individualidades y nos absorbe la energía? Eso sería —¡imagínense!— la triste imagen de un George y una Mary empapados, rodeados de jóvenes que se burlan de ellos por haber caído a la piscina. Lógico: nadie se arrojaría a la pileta ante esa imagen, nadie seguiría ese ejemplo de matrimonio.

 

Por el contrario, cuando las pruebas del matrimonio son superadas con amor, cuando los esposos siguen juntos hacia adelante, danzando alegres, si bien algo grotescos, en su camino al Cielo…, ¿cuánto puede tardar para que otros se les unan? Hasta Freddie —en quien confluyen circunstancialmente dos estereotipos: el celoso, al mejor estilo Othello, y el burlador burlado— se alza de hombros y se suma.

 

El bien es difusivo, nos dice Santo Tomás: es sencillo comprobar empíricamente cómo, cuando un matrimonio es fuerte y se muestra fuerte frente a los embates de la vida cotidiana, su luz contagia, y reluce de distintos modos. En los hijos, en las amistades sinceras que llenan el hogar, en los proyectos compartidos…

 

#3 Hay que disfrutar las cosas buenas de la vida

 

Un último cuadro, que podría perfectamente ser una pintura de Norman Rockwell, nos propone dos actitudes frente a la vida. Cuando el viejo director se arroja de clavado a la piscina, en verdad no lo vemos meterse: se trata de un “fuera de cuadro” exquisito, que lo muestra arrojarse hacia la cámara, para revelar, sobre todo, la reacción de quienes estaban detrás.

 

Las que más me llaman la atención son las de un matrimonio mayor, que aparece a la izquierda del cuadro. Mientras que la señora se ve horrorizada, casi en pánico, por el accionar del director, el marido estalla en una gloriosa carcajada.

 

Y es que es así: por más que una visión posible de la vida sea la de tomarse a la tremenda los sucesos —agridulces, o grotescos, o dudosos, o incluso mínimamente desalineados respecto del statu quo—, Dios ha puesto muchas cosas, y muy buenas, en el mundo, para que las disfrutemos. Disfrutémoslas, pues, y juntos como matrimonio. Esto nos fortalecerá para las verdaderas tragedias, pues también sabemos que existen: entonces, el recuerdo de las carcajadas nos dará ánimos.

 

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Como se darán cuenta, hay mucha, mucha tela para cortar en esta película. Nuestro comentario es acotado, y da para más. A modo de conclusión, no puedo dejar de recomendarles a todos que vean Qué bello es vivir, pues es un peliculón para ver más de una vez…, o incluso más de una vez al año. Encontrarán allí razones para vivir, diálogos rápidos y profundos, héroes cotidianos, momentos para atesorar la amistad y el amor, y una potente reflexión acerca de la oración.

 

Recordemos, por ahora, la importancia de seguir bailando juntos, la naturaleza difusiva del bien, y la alegría de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Todo lo que se hace por amor, en definitiva, no tiene límite. Así parece saberlo Mary, en uno de sus primeros diálogos con George:

 

George: ¿Qué es lo que deseas, Mary? ¿Qué deseas? ¿Quieres la luna? Tan solo dilo, y la enlazaré y la jalaré hacia abajo para ti. Oye…, ¡esa es una buena idea! Te daré la luna, Mary.

 

Mary: Acepto eso. ¿Y luego qué…?

 

“¿Luego qué?”, preguntémonos con Mary, en cada etapa de nuestro matrimonio. Porque amar nos lleva a siempre querer más para el otro, sin importar cuanto tiempo haya pasado… Después de todo, el destino es el Cielo.

 
 

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