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¿Qué hacer con el sufrimiento de tu familia?

Por estos días he venido reflexionando mucho sobre esta realidad: el sufrimiento en la familia. Se trata de un tema tan amplío que con seguridad no lograré abarcarlo en su totalidad; pero sí puedo compartir algunas luces que nos ha ido regalando nuestra madre la Iglesia. Bien dice el Papa Francisco, en su exhortación apostólica Amoris Laetitia, que actualmente los desafíos de las familias son muchos. Algunos de los que menciona son “el individualismo, empujado por una cultura exagerada de la posesión y el disfrute que generan dentro de las familias dinámicas de intolerancia y agresividad”. También menciona las crisis de los esposos, que desestabilizan a la familia y que difícilmente se afrontan con paciencia, con diálogo sincero, con perdón recíproco, y con ánimo de conciliar y de sacrificar.

 

Otro de los grandes sufrimientos en las familias en estos días es la soledad, fruto de la ausencia de Dios en la vida de las personas. A ello se une la fragilidad de las relaciones entre los papás, y entre los papás y sus hijos. La enfermedad, definitivamente, constituye otra realidad de sufrimiento, que ha estado y estará dentro de la vida familiar; pero ahora también se le suman muchas enfermedades de salud mental, como la depresión y la ansiedad, que afectan tanto a los papás como a los hijos. ¡Y cuánto dolor vemos en familias que emigran por la fuerza o por la necesidad!

 

Encontramos también el sufrimiento de los matrimonios que no pueden tener hijos, o de los que perdieron alguno… No podríamos parar de hablar de tantas y tantas realidades por las que sufre actualmente la familia. Y la pregunta es: ¿qué hacer con tanto dolor? ¿Dónde está Dios cuando la familia sufre? Definitivamente, estas preguntas conllevan una gran cuota de misterio, pero también dejan mucho de claridad. Y aquí te diré algunos puntos al respecto.

 
 

Estar vivo implica siempre una cuota de sufrimiento

 

El sufrimiento vivirá con nosotros hasta el último día que estemos en la tierra. No es ajeno, y tampoco es algo que podamos evitar. Por una u otra cosa, la vida —algunos días, o en alguna etapa— duele. ¡Es parte de estar VIVOS! Es parte de sentir.

 

La clave es la aceptación

 

Muchos no se han dado cuenta que de nada vale gastar la vida intentando huir del sufrimiento, o tapándolo con placeres de diferente tipo que nos hagan olvidar el dolor. Entonces, ¿hay que vivir llorando? No, pero no aceptar esa cruz que te duele de tu familia traerá aún más dolor a tu vida.

 

Que nuestra vida sea una misa constante

 

Escribo este artículo a tan solo unas semanas de haber celebrado Semana Santa, durante la cual, por pura gracia, llegó a mis manos una reflexión del libro Sí a Cristo, de Mariano Sánchez Anguiano.

 

Esta parte me llamo mucho la atención: “Cada vez que Cristo se eleva en las manos sacerdotales sobre el altar se ofrece al Padre por ti. Hoy, mañana y hasta el final de los tiempos. Toda tu vida ha de ser una hostia de ofrenda. Tu alma, un altar, y sobre ese altar vas ofreciendo al Padre la oblación de ti mismo. Tus esfuerzos diarios. Tus actos de obediencia, humildad, caridad. Tus alegrías y tristezas, tus enfermedades y pruebas morales. Tus renuncias interiores y exteriores. Las ingratitudes, calumnias, ruindades. Vas ofreciendo en el correr de las horas del día. Así harás de tu vida una misa constante, que glorifique al Padre celestial”.

 

Nuestro sufrimiento cobra sentido en la cruz de Cristo. Es decir: en el ofrecimiento diario que podemos hacerle de nuestra vida misma al Padre.

 

Seamos felices en medio del dolor

 

Hay que darnos el permiso de ser felices en medio del dolor. Parece contradictorio, pero, ¡claro que se puede! Aprender a disfrutar de tu familia y de los momentos bonitos que se presentan en la vida te reconfortará para las luchas diarias.

 

Tener otra mirada y perspectiva del dolor le dará consuelo a nuestro corazón. ¿Por qué? Porque nos ayudará a saber que ese dolor no es eterno, y que hay muchísimas cosas que agradecer. No cuando termine tal problema por el que estamos atravesando, sino que hay mucho que agradecer hoy: aquí y ahora.

 

Aprovechemos para estrechar lazos

 

Los momentos de dificultades pueden llegar a estrechar lazos más fuertes y auténticos en una familia, donde cada uno debe ser libre para mostrarse vulnerable y recibir el apoyo de los demás. Puede ayudarlos a crecer juntos como familia, a ser más humanos y a salir de cada uno de sí mismo para ver las necesidades del otro. Además, debería movernos a replantearnos nuestros objetivos como familia, para qué estamos y hacia dónde vamos.

 

Confiemos en la gracia de Dios

 

Tenemos que despertar la confianza en la gracia de dios, en esa capacidad que Él nos regala para afrontar la vida y las luchas que se nos presentan en la familia. Cuando no puedes cambiar una situación, porque no está en tus manos, te toca hacer lo que naturalmente puedes y debes hacer. A Dios le toca lo sobrenatural, y créeme: esa Gracia te va a sostener, te va a empujar a sacar fuerza de donde no creías que había.

 

Para aportar a esta idea, te contaré rápidamente una experiencia personal. Me pasé toda mi adolescencia viendo una película romántica de dos enamorados que tienen que afrontar el cáncer de la chica. Cada vez que terminaba la película decía “No hay forma de que soporte algo así, me muero”. Pues a los 17 años lo viví con mi enamorado, ahora mi esposo. ¡Y pude! Con un poquito de nuestro esfuerzo, y sobreabundante gracia y amor Dios: ¡tú también vas a poder!

 

Es importante tener en cuenta esta cita que nos regala San Agustín: “Siendo supremamente bueno Dios, no permitiría jamás que cualquier mal existiera en sus obras, si Él no fuera lo suficientemente poderoso y bueno para sacar del mal mismo el bien”.

 

No olvidemos, además, que “Dios está cerca de quebrantados de corazón” (Salmo 34, 18). Por lo tanto, apoyémonos en Él. y dejemos que sea nuestro gran aliado en etapas o días en los que el dolor y el sufrimiento pueden estar más presentes.

 

Mostremos caminos de felicidad

 

Para los que evangelizamos en el ámbito de las familias, Francisco nos invita a “no gastar energías pastorales redoblando el ataque al mundo decadente, con poca capacidad proactiva para mostrar caminos de felicidad. Jesús, al mismo tiempo que proponía un ideal exigente, nunca perdía la cercanía compasiva con los frágiles”. En este caso, nuestra cercanía y nuestro acompañamiento a las familias que sufren deben orientarse a ayudarlas a tener cargar más ligeras en ese proceso.

 
 

* * *

 

Espero haber podido sumar un poquito en nuestro entendimiento sobre esta realidad compleja, pero que a la vez puede ser un instrumento grande de conversión para alcanzar el Cielo. Deseo de todo corazón que las personas que estén atravesando tribulaciones y sufrimientos puedan encontrar consuelo en Dios, y sepan sostenerse gracias a personas de buen corazón que los acompañen en este camino. ¡Un abrazo fuerte!

 

@todaunavidablog

Paternidad responsable y el misterio de la «cocreación»

Hace algunos meses, Lenny y yo nos enteramos de que ella estaba embarazada. Pudimos presenciar a través de una ecografía el milagro de la vida que llevaba en su vientre. Y esto coincidió providencialmente con el hecho de que pudimos profundizar más —¡siempre se puede más!— en el misterio de la Sagrada Familia.

 

Son hechos externos que coincidieron en ese momento de nuestra vida, pero que nos dieron la oportunidad de reflexionar sobre el milagro de la vida y la paternidad. Estas son algunas de las reflexiones que hemos ido pensando en los últimos tiempos, con las cuales quisiera hacer un paralelismo —salvando las grandes distancias— entre un matrimonio y familia como la propia en particular, y la Sagrada Familia.

 

¿“COCREADORES”?

 

¿Por qué, siendo el hombre como es —con sus muchas imperfecciones y limitaciones—, se le confía la vida de un nuevo ser, indefenso y extremadamente dependiente, para que sea —no poca cosa— cocreador, es decir, para que Dios tenga “necesidad” del hombre para llevar a cabo esa labor? ¿Cómo puede esperarse que él participe de la creación de este nuevo ser con Dios mismo? ¡Como si uno llegase a dar la talla para tamaña tarea!

 

Y, por otra parte, ¿cómo, luego de la cocreación, confiarle al hombre el desarrollo, el cuidado, la educación y la guía de ese pequeño, para que llegue al Cielo? Que es, en definitiva, aquello para lo que finalmente fue creado.

 

Es decir: en mi propio camino del día a día hacia el Cielo, no soy yo ni el más constante, ni el más firme, ni el más ejemplar, ¿y se espera que sea capaz de guiar a alguien más? ¡Menuda responsabilidad, de la que se habrá de rendir cuentas!

 

En tal sentido, meditaba el hecho de que Dios, siendo Dios, haya decidido, por un lado, confiar en la naturaleza humana —que ciertamente, está lejos de ser la más perfecta— para encarnarse y ser uno más entre nosotros. Por otro, incluso quiso ser confiado para tal misión a una familia, para su cuidado y educación.

 

Si pienso que el hecho de ser bendecido con un hijo es más que desbordante en cuanto a lo que uno podría recibir como regalo y responsabilidad por lo indigno que uno es, ¡con cuánta mayor razón será el que ese Niño sea el Dios hecho carne!

 

“ME LO MEREZCO”

 

Si se le regalase la responsabilidad de una paternidad a un matrimonio a partir del merecimiento, ninguno de nosotros lo merecería. ¿Quién podría decir que merece ser padre? ¿Por qué? ¿Cuál es el o los requisitos para merecer aquello?

 

Como en todas las cosas de la vida, Dios escoge a los que Él quiere, y ya está. Es un regalo inmerecido, que conlleva mucha responsabilidad. Lo que nos toca a cada uno —otra vez, como en todas las cosas de la vida— es estar atento a las inspiraciones o gracias que nos pueda regalar, para así poder responder con prontitud y responsabilidad a lo que se nos va pidiendo. Entonces, deberemos ser generosos con ello: lo que trae como respuesta a nuestra respuesta es más provechoso para uno mismo que para Dios, que quiere lo mejor para uno, y nos va guiando hacia ello. Queda de nuestra parte el dejarse llevar, o bien, el rechazarlo y tomar un “mejor” plan.

 

* * *

 

Considero que cambia la perspectiva a la hora de ver y hacer las cosas el tener claro nuestro lugar, nuestra tarea, nuestra misión, nuestra responsabilidad en relación con la crianza de los hijos. Sólo así se podrá ver más allá de lo inmanente, sensible o inmediato, dar un paso más hacia lo trascendente, y ver qué fue lo planeado por Dios desde la eternidad. Está en nuestras manos responder con la fidelidad que se nos exige.

 

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¿Cómo puedo ayudar al otro ante el dolor?

Un tiempo atrás, en un artículo en el que entrevisté a mi marido, Pablo Grossi (@pieperactivos), comentábamos que, según el filósofo alemán del siglo XX Josef Pieper, el amor no es “el deseo de que el otro se sienta bien siempre y en toda ocasión, y que se le ahorre bajo cualquier circunstancia el sufrir dolor”. Por el contrario, el amor, según Pieper, no busca la simple calma del amado, sino su bien efectivo y real. En esta época pascual, tales claves para una buena vida cristiana resuenan en nosotros con más fuerza aún. ¿Cómo obrar, entonces, ante el dolor de alguien a quien amamos?

 

¿La comodidad o el bien?

 

Según me ha enseñado Pablo, Josef Pieper afirma: “ningún amante puede consentir que la persona que ama prefiera la comodidad al bien […]. Amar a una persona no significa desear que pueda vivir libre de todo tipo de agobios, sino que en verdad le vaya bien”.

 

Un buen ejemplo que se me ocurre para ilustrar esta definición de amor es la relación entre Gandalf y Frodo, en El señor de los anillos. Gandalf lanza a su amigo Frodo a una aventura en la cual no le será evitada ninguna incomodidad. Sin embargo, lo hace por un bien mayor, y gracias al doloroso cumplimiento de su misión, Frodo se transforma en héroe.

 

¿Qué es “lo mejor”?

 

Por eso, pensemos: ¿en qué consiste que a alguien “en verdad le vaya bien”? Sin duda, siempre desearemos lo mejor para el otro. Pero debemos tener nuestra brújula del alma bien orientada para poder saber de qué estamos hablando cuando decimos “lo mejor”.

 

En el caso de Frodo, se trata del cumplimiento de la misión; en nuestro caso, creo que, análogamente, va por el lado del cumplimiento de nuestra vocación. Por supuesto que quisiéramos que nuestro ser amado tuviera todo lo que desea en la vida. Pero, si adoptamos una postura realista y confiamos en la Providencia de Dios, comprenderemos que quizás eso no es lo mejor para el otro.

 

Quizás aquello que lo hace más pleno, más verdaderamente feliz, es aquello que se obtiene atravesando un camino arduo. Y, sin lugar a dudas, “lo mejor” se identifica con la meta más ardua de todas: la santidad.

 

Acompañar el dolor en silencio

 

¿Acaso no tuvo que apartarse la mismísima Madre de Dios, y sufrir en silencio la Pasión de su hijo, para que Él cumpliera su misión sagrada, y nos librara así de la muerte y del pecado? Claro: el primer impulso del corazón de María debe haber sido hacer algo para aliviar o liberar a su Hijo. Sin embargo, ella comprendió que había algo más allá de ese dolor, algo más grande que ese suplicio, y se dedicó a acompañarlo desde su lugar.

 

De igual modo, debemos ser prudentes a la hora de responder ante una situación de dolor de nuestro ser amado. Muchas veces —y debo reconocer que esto es más habitual en los hombres, pero yo también suelo hacerlo—, cuando alguien a quien amamos nos cuenta un problema, respondemos intentando buscar automáticamente una solución. Pero esto no siempre es lo más acertado: a veces, el otro espera que simplemente acompañemos, como María, con nuestro silencio, con nuestra escucha.

 

Quizás, en esta misma actitud de servicio y silencio, podemos contribuir con pequeñas acciones cotidianas a la estabilidad y a la mejoría de nuestro ser amado, para que no se deje abrumar por los problemas, sino que también se mantenga realista, prudente y confiado en Dios, y así sobrelleve mejor las tribulaciones. Y aquí pienso, por ejemplo, en Sam, haciéndole la comida a Frodo, no tan lejos del Monte del Destino, o en Rosita Coto, la novia de Sam, esperándolo con heroica paciencia en la Comarca.

 

* * *

 

Las grandes historias de héroes literarios, las vidas de los santos, los relatos del Evangelio y nuestra realidad cotidiana nos indican que lo más habitual es que, para obtener el arduo bien de cumplir con nuestra vocación a la santidad —así como con nuestras vocaciones particulares—, en algún momento se nos presentará el dolor. El dolor, sí, pero como camino de santidad.

 

Si de verdad amamos al otro, nuestra lo mejor que podemos hacer no es evitarle el dolor, ese dolor que puede terminar ayudándolo a forjar su personalidad y a alcanzar su plenitud. Por el contrario, conviene ayudar con pequeños alivios, y con una escucha prudente y activa, que le permita atravesar ese sufrimiento conscientemente, para llegar a la meta final. Se busca, en definitiva, al decir de Pieper, que el amado “sea completamente ‘justo’, no meramente happy, sino perfecto y bueno”.

Tu cónyuge es el amor de tu vida, no tus hijos

Recuerdo que una vez, cerca de San Valentín, escuché en la radio un segmento en el que se dedicaban canciones románticas y una oyente llamó a dedicar “Tú me cambiaste la vida”. Seguramente saben quién la canta —yo no lo sé, pero seguro ustedes sí—. Lo anecdótico fue que en su llamada dedicaba la canción a un hombre, pero aclaraba que no era su pareja, sino su hijo.

 

No sé más detalles de la vida de esa mujer como para evaluar el caso, pero me hizo pensar en ese pensamiento generalizado “por mis hijos soy capaz de todo”. Ojo: me parece muy bien, pero…, ¡siempre y cuando no sea a costa del cónyuge (aunque me parece que es una frase más común en madres)!

 

Urgente e importante

 

Creo que, cuando llegan los hijos, es muy fácil desplazar —inconscientemente— la prioridad de tu vida de tu cónyuge a ellos. Es similar a la diferencia entre “emergencia” y “urgencia”, en términos médicos: uno de los casos implica riesgo de muerte, y el otro no. Pero ambos son importantes.

 

Cuando llegan estos bebés tan hermosos e indefensos, es natural y urgente atenderlos en todas sus necesidades, claro. Pero cuando su valor se pone por encima de la relación conyugal que les dio origen, la vida se desordena, y empiezan los problemas.

 

Renovar el amor

 

En nuestro caso particular, tener un recién nacido en casa me hace amar más a mi esposa, al ver su entrega y devoción por cuidarlo, sin dejar de lado sus demás obligaciones afectivas familiares.

 

Con amigos, siempre bromeamos con que los hijos de unos y otros son “unos santitos”, y en parte es verdad, pues en su inocencia no caen en el pecado al nivel que nosotros, los adultos. Así visto, qué fácil es amar a nuestros hijos —que, fuera de alguna pataleta o llanto difícil de manejar, no presentan los defectos de carácter de tu cónyuge—, ¿no?

 

Sin embargo, los hijos, fruto del amor conyugal, deben renovar este amor que les dio vida, no competir con él. Qué bonito sería poder pensar que justamente esa “versión bebé” de tu cónyuge, que tiene los ojos de tu esposa o la risa de tu esposo, es un condensado de las características que te hicieron enamorarte en un primer lugar.

 

* * *

 

Si amas a tus hijos, lo mejor que puedes darle es un matrimonio sano y unos padres que se aman y se entregan el uno al otro, cada día, hasta el extremo. Esto construirá su mundo y su seguridad, más que ponerlos en un lugar que no les corresponde como “el amor de tu vida”. Y sí: los hijos te cambian la vida, pero no te pueden cambiar las prioridades; Dios, cónyuge, hijos es el orden a seguir. ¡Ellos te lo agradecerán!

 

Para más consejos, pueden buscarnos en Instagram: @minutoymedioblog.

El trabajo y el hogar

Hace unos meses, tuve la maravillosa oportunidad de ver el documental del matrimonio Alvira, españoles en proceso de beatificación. En vida pertenecieron al Opus Dei y supieron muy bien aplicar en su vida ordinaria lo que aprendieron de rodillas. A lo que San Josemaría le llamaba “unidad de vida”: empapar todo (hasta lo más mínimo) con la fe que uno tiene.

 

Y te preguntarás “¿Por qué hablo de los Alvira en un artículo sobre el trabajo?”. Pues lo que más me impresionó sobre su vida fue la actitud que tenían frente al trabajo en todas sus formas: en las tareas domésticas, en la oficina, con los hijos…

 

Naturalidad

 

Esta palabra resonó mucho en mí cuando escuchaba hablar a sus hijos y conocidos sobre este hermoso matrimonio. Naturalidad para hacer lo que toca hacer, para entender que el trabajo es parte del camino del ser humano y que conviviremos con él hasta nuestros últimos días. ¿Será que este es un buen motivo para aprender a tener una buena relación con el trabajo?

 

Tener una relación forzada y resignada con el trabajo hará que no le encuentres sentido a los deberes diarios, que evadas poner acción en ellos e incluso que vivas tirando las responsabilidades a tu cónyuge y a los demás para liberarte de ellos.

 

El trabajo en la vida laboral

 

Es tan común ir a una reunión social y escuchar a tus amigos quejarse de “todo el trabajo que tuvieron en la semana”. Cansados, muchas veces hablando mal de su jefe y de la empresa donde trabajan. ¡La catarsis laboral es tan usual en los primeros minutos de conversación con algún amigo…! Y los lunes vienen las historias en Instagram de “otra vez lunes”. ¿Qué sucede con nuestra sociedad, que no encuentra alegría y satisfacción en la vida laboral?

 

Cuando el trabajo se convierte en un fin y no en un medio, es bastante común que esto suceda. También sucede cuando nos acostumbramos a buscar el placer en todo lo que hacemos y huimos del sacrificio. El trabajo es un medio de santificación, donde podemos enriquecernos grandemente como personas y ponernos al servicio de los demás. El dinero que ganamos es necesario para vivir, pero no es un fin en sí mismo. Me encantó esta cita de San Josemaría en el libro Surco 483: “Estudio, trabajo: deberes ineludibles en todo cristiano; medios para defendernos de los enemigos de la Iglesia y para atraer —con nuestro prestigio profesional— a tantas otras almas que, siendo buenas, luchan aisladamente. Son arma fundamentalísima para quien quiera ser pastor en medio del mundo”.

 

El trabajo en casa

 

Me gustaría empezar hablando desde mi experiencia. Cuando recién me casé, tengo que reconocer, cuidaba mucho lo que podía dar en mi servicio en casa. No quería dar más que mi esposo para “que no se acostumbre”. Escuché este consejo de algunas personas y, sin reflexionarlo, terminé por aplicarlo inconscientemente.

 

Al final, me di cuenta de que la que se acostumbró a ser mezquina al momento de servir en casa fui yo. Luego de 5 años de matrimonio, tengo en claro que ese consejo no aplica en un hogar donde el esposo da todo con amor, y cuando se convierten en un equipo.

 

Espíritu atento

 

Es clave para poder darnos cuenta sobre las necesidades de mi cónyuge y de nuestros hijos. Una de las hijas de los Alvira decía sobre sus papás “nunca los escuché quejarse, y eso me hacía sentir que teníamos todo lo necesario para ser felices”. Palabras muy sorprendentes, y que muestran cómo el trabajo en casa con alegría y paz puede transmitir a los hijos un mensaje tan poderoso.

 

La familia es nuestra iglesia doméstica y debemos atenderla con el cariño y amor que nos manda Jesús cuidar a la Iglesia. Decía San Josemaría: “Ante Dios, ninguna ocupación es por sí misma grande ni pequeña. Toda adquiere el valor del Amor con que se realiza”.

 

* * *

 

El trabajo dignifica al hombre, nos ayuda a crecer en muchos ámbitos de nuestra vida, nos permite ver la mano de Dios y nos enseña a confiar en Su providencia todo tiempo: en los buenos, y en los no tan buenos.

 

Aprendamos a abrazar el trabajo diario con sencillez, con una sonrisa que acoge y que multiplica amor en rincones donde a veces no lo hay, donde es tan necesario.

 

@todaunavidablog

¿Qué es la paternidad responsable?

La paternidad responsable suele reducirse a un pensamiento materialista que gira en torno al número de hijos que es “correcto” tener. Se llega a pensar, incluso, que cuantos menos hijos tiene un matrimonio más responsable es. Pensamiento que prevalece hoy en día en el común de las personas, incluso dentro de ámbitos religiosos. Esta postura descarta una rica espiritualidad que surge de este concepto. [1] Frente a una sociedad bombardeada por campañas y políticas antinatalistas y ante el gran desconocimiento que hay sobre la enseñanza de la Iglesia en este tema, es conveniente refrescar algunas ideas que pueden aclarar muchas dudas. Siempre es bueno recordar que cuando la Iglesia nos aconseja sobre algún tema lo hace con la autoridad que el mismo Jesús le confirió y con el objetivo de guiarnos en las mismas enseñanzas de Cristo, quien es “Camino, Verdad y Vida”[2] para el corazón del ser humano que busca la plenitud.

 

Veamos las principales ideas que nos explican qué significa ser responsables en materia de paternidad.

 

#1 Saber responder al don de la sexualidad

 

La palabra “responsable” viene del latín responsum que significa “responder”. Según la Real Academia Española significa una persona que puede responder de algo o por alguien. Si vamos al tema que nos ocupa, los esposos, al casarse, son capaces y deben responder a la verdad del don que reciben. Es decir, a la verdad del regalo de la totalidad del don de sí mismos vivido en la sexualidad. Y sabemos que el acto conyugal, por su verdad misma, inscrita en el lenguaje del cuerpo del varón y de la mujer, tiene dos significados inseparables: el unitivo y el procreativo. Les llamamos «inseparables» porque en el momento en que se intente eliminar uno de los dos, el otro también se elimina. Cabe aclarar que esto ocurre en el campo de la intención, es decir en el ámbito moral.

Responder a esta verdad del acto conyugal implica vivirlo en la plenitud y en la totalidad de la entrega, sabiendo que no somos nosotros quienes creamos este don inmenso, sino que nos es dado por el Creador, quien nos muestra el modo pleno y verdadero de amarnos. Por lo tanto, la paternidad responsable implica, ante todo, saber responder de modo verdadero al don del amor y de la sexualidad.

 

#2 Vivir una conyugalidad responsable

 

Esto implica conocer el cuerpo del cónyuge y el propio y la dinámica de la fertilidad en ambos. El Creador, en su infinita sabiduría, nos ha dotado de conciencia sobre nosotros mismos y de inteligencia para poder conocer nuestro cuerpo. Hoy en día, la ciencia nos aporta una gran ayuda para comprender la lógica de la fertilidad masculina y femenina. Los métodos naturales de reconocimiento de la fertilidad son la herramienta para aprender sobre la riqueza del cuerpo femenino. Incluso, el Papa San Pablo VI, en la Encíclica Humanae Vitae, menciona varias veces que la paternidad responsable exige el uso de la inteligencia y de la voluntad de los esposos. Dios, en su Providencia, nos confiere de todo lo que necesitamos para poder comprender el lenguaje del cuerpo de la mujer y del varón. Es un acto de responsabilidad hacer todo lo que está en nuestro alcance para conocerlo y para actuar en consecuencia. De hecho, uno de los numerosos beneficios de los métodos naturales es el gran respeto que el varón gana por el cuerpo y por la emocionalidad de su esposa.

 

#3 Participar a Dios de nuestras decisiones sobre la paternidad

 

Humanae Vitae define la paternidad responsable de la siguiente manera: “La paternidad responsable comporta, sobre todo, una vinculación más profunda con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de valores”.[3] Vemos, por lo tanto, que la paternidad responsable subraya la dimensión de la respuesta. Es decir, del diálogo para con Dios. Puede observarse que Dios aparece en relación con el orden moral, en el plano de la acción humana. Así deja en evidencia que cuando la Iglesia aconseja sobre este tema no lo hace en carácter de un pensamiento reducido a una simple matemática que se encuentre subordinada a la economía. Por el contrario, se refiere a un reconocimiento de la voluntad del Creador, de un diálogo, de una oración entre los esposos ante Dios para saber qué espera de ellos en cada momento de la vida matrimonial. De esta manera, ser padre y madre conlleva responder de hecho a Dios, a su plan respecto a la vida de los esposos. El matrimonio se convierte, por ende, en el lugar privilegiado donde ellos viven la santidad, entendiendo la misma como la justicia delante del Creador y la cumbre de la caridad. Es un ámbito bello en el que los esposos escuchan a Dios y eligen, libremente, cumplir o no con Su Voluntad.

 

#4 Saber esperar cuando no es el momento

 

Suele suceder que en esta oración y diálogo que mencionábamos, los esposos consideren que no es prudente abrirse a la posibilidad de una nueva vida en determinado momento del camino conyugal. Frente a esta situación, la Iglesia aconseja optar por la abstinencia en los días fértiles del ciclo femenino. Sabemos que no es fácil, pero sí posible, bueno y conveniente. El impulso sexual que viven los esposos puede y debe ser dirigido por la razón y la voluntad. Esto no significa la supresión del mismo, sino una correcta guía hacia la plenitud del hombre, lo cual implica en el ámbito conyugal una atenta vivencia del acto matrimonial, alejado de todo amor concupiscente hacia la persona y enfocado en una donación total y recíproca. Si el impulso sexual no está mediado por la voluntad humana deja de ser un acto de amor para convertirse en un instinto que domina al hombre.

 

Cuando los esposos son capaces de abstenerse y esperar los días infértiles del ciclo femenino, muestran realmente la grandeza de un amor que es consciente, verdadero y libre en sus entregas y en sus actos. Cabe aclarar que la paternidad está unida al amor mutuo entre los esposos, haciendo así que ella brote de éste como de su fuente y tienda a Dios como a su fin.[4] Cuando el acto conyugal está privado de “su verdad interior… cesa de ser un acto de amor”.[5] En otras palabras, la irresponsabilidad frente a la ley natural inscripta en sus corazones provoca la ruptura de la comunión de amor, la cual tiende a convertirse en un mutuo “uso” de la persona. De esta manera, la única respuesta válida delante del valor personal es un acto que promocione dicho valor sobre cualquier medida utilitarista.

 

La continencia periódica de la que habla san Pablo VI se refiere al ejercicio del dominio de sí para una entrega más madura en el amor. San Juan Pablo II comprende esta última como un “método «natural»”[6] porque permite a los esposos repensar su vocación y encontrarse mutuamente en la creatividad misma del amor, el cual encuentra un punto esencial en el acto conyugal, pero no el único.

 

La continencia no es un “no hacer”, sino una posibilidad para reafirmar el sentido basal del acto conyugal. Nótese que el Papa la adjetiva “periódica” por tratarse de un tiempo, no de un estado de vida. En otras palabras, es propio de los esposos el acto conyugal, los perfecciona en el sentido pleno de la donación que experimentan en el mismo.

 

#5 Ser generosos y respetuosos con la vida

 

Este último punto se refiere a la generosidad que Dios pide a los matrimonios en sus entregas. Sabemos que el amor de los esposos debe ser fecundo a imagen del amor de Dios que se multiplica y expande dando vida al hombre. Pues bien, Dios nos llama a ser generosos con la vida. No nos exige números determinados, pero sí solicita que nuestro amor no se cierre en nosotros mismos ahogándose, sino que se multiplique y expanda. Nos pide que la vida sea una prioridad en nuestro hogar antes que la comodidad y los excesos materiales. La vida de un hijo debería desearse más que cualquier otra realidad material. La fecundidad se vive tanto desde el llamado a ser una familia numerosa, como el llamado a dar la vida en un servicio a los hermanos.

 

Ser respetuosos con la vida implica ser conscientes de que el único dueño y Señor de aquella es Dios. Reconocemos, así, que ésta no nos pertenece ni debemos manipularla. Implica dejarle a Él la primera y la última palabra sobre nuestra paternidad, más allá de nuestros deseos y “proyectos”.

 

En ocasiones, debemos aceptar dolorosamente la voluntad de Dios cuando los hijos no llegan, y buscar otros modos de vivir la fecundidad sin acudir a la manipulación, al negocio y a la muerte de las técnicas artificiales. Significa también aceptar con alegría ese nuevo embarazo que no fue buscado, sabiendo que es un don inmerecido sea cual sea la circunstancia en la que nos encuentra.

 

* * *

 

Finalmente, podemos decir que ser responsables en materia de paternidad significa aceptar con humildad la verdad sobre el amor y la sexualidad creados por Dios y saber responder al camino de santidad propio que nos propone a cada matrimonio. Siempre confiando en Su Providencia y en Su Gracia que nos sostienen y que nos hacen capaces de llegar a la meta: la santidad.

 

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[1] Cf. San Juan Pablo II, Audiencia general 03/10/1984, 3a.

[2] Jn 14,6

[3] HV 10e

[4] Cf. HV 12b

[5] San Juan Pablo II, Audiencia general 22/08/1984, 6.

[6] San Juan Pablo II, Audiencia general 22/08/1984, 1c

La familia de Nazareth: una familia como la nuestra

No hay mejor época del año para hablar de la familia de Nazaret que cuando estamos cerca de Navidad. En los próximos días toca armar el nacimiento. Y es probable que disfrutemos ese espacio con mi esposo mientras escuchamos canciones navideñas Pero, ¿qué nos enseña la familia de Nazaret?

 

Una familia que supo de dificultades

 

El mundo ha sido influenciado por numerosas familias a lo largo de la historia, pero ninguna ha impactado tanto como la familia de Nazaret. Muchos podríamos pensar que ellos tuvieron la vida resuelta porque su hijo era Dios, pero en realidad no.

 

Si entramos un poco en su realidad, podemos entender que estaban muy lejos de tener la vida resuelta: José no era el padre biológico, y Jesús obedecía no sólo a sus padres terrenales, sino también a su Padre Celestial —lo que llevó a un conflicto cuando se perdió y fue hallado en el templo—. A esto se suma la persecución, la habladuría de la gente, la muerte de José, el trabajo duro en el taller, la situación económica difícil, un pueblo lleno de conflictos sociales y una esposa viuda que tendrá que presenciar la muerte dramática de su hijo.

 

¿Qué tan diferentes son las familias de hoy a ésta? Mira tu familia: ¿con cuántas cosas has tenido que luchar este año? Probablemente sólo tu familia y tú sepan lo difícil que es seguir de pie frente las situaciones que se presentan. La familia de Nazaret conoce muy bien todo eso porque lo ha vivido —como tú y como yo—.

 

Una familia con propósito

 

Pero, ¿cómo afrontaban ellos todo ésto? María, José y Jesús entendían que ellos habían sido unidos con un propósito que era mucho mayor que todos los problemas que se iban presentando, lo cual los hacía vivir con esperanza. Cuando las familias conocen y entienden el propósito para el cual han sido unidos, es mucho más fácil caminar en esa aventura. El propósito de la familia de Nazareth era nada más y nada menos que salvar a la humanidad. ¿Cuál es el tuyo?

 

Puede ser que tu familia hasta el día de hoy piense que su propósito es trabajar, estudiar, educar a los hijos y pasar buenos momentos. Sin embargo, de repente existe un propósito mucho mayor y más trascendente que todo eso junto.

 

Una familia para imitar

 

Algunos valores que se vivían en la familia de Nazaret fueron:

 

– Obediencia y respeto a los papás: Jesús, siendo Dios, respetó las normas de sus padres terrenales, según las cuales se trabajaba en el taller y se ayudaba en casa.

 

– Apoyo incondicional de los padres: María y José entendían que Jesús tenía un llamado que cumplir y desde temprana edad lo apoyaron, hasta la cruz —en el caso de María—.

 

– Gratitud hasta el final: Cuando Jesús estuvo en la cruz, dejó bajo el cuidado de Juan a su madre. Se aseguró de que esté acompañada y protegida siempre.

 

– Obediencia a Dios: A pesar de no entender los planes de Dios, los aceptaban y ejecutaban —como criar un hijo del cual José no era padre biológico—.

 

– Caridad: Jesús entendía las necesidades de su prójimo, por eso, al crecer, compartía el pan con los más necesitados.

 

– Amor por los demás: María, estando embarazada, corrió a ver a su prima Isabel que estaba a punto de dar a luz. La llenó de alegría y cariño.

 

– Vivir con esperanza: Frente a las preocupaciones, la Biblia dice que María guardaba todo en su corazón. Entendía que existía un plan mayor y esperaba en Dios.

 

Una familia que tiene en el centro a Dios

 

La gracia que se recibe en el sacramento del matrimonio fortalece a los esposos para sacrificarse el uno por el otro, y ambos por los hijos. Por lo tanto, es posible esforzarse por alcanzar las virtudes que vivió la Familia de Nazaret, la cual tenía en el centro a Dios. Padres e hijos están presentes en la mayoría de familias, pero no todas tienen al último y más importante integrante: Dios.

 

Si Dios no hubiese estado presente en la familia de Nazaret, probablemente no hubiesen podido cumplir el propósito para el que habían sido creados y cuánto bien hubiesen dejado de hacer por la humanidad. ¡La humanidad no habría sido salvada!

 

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Esta época del año es ideal para reflexionar, especialmente porque la navidad coincide con el final del año. Podemos evaluar cómo está viviendo nuestra familia y en qué áreas necesita recibir la esperanza que viene a traernos Jesús en Navidad. Esto es más que una cena familiar. Este cumpleaños que celebramos viene a traer lo que de repente está faltando en tu casa: alegría. En medio de los problemas, se puede ser feliz porque mientras esté Dios hay esperanza.

 

“Ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana pasó lo que Dios tiene preparado para los que lo aman.” 1 Corintios 2,9

 

Puedes contactarte conmigo a través de mi cuenta de Instagram: @todaunavidablog.

La trampa de la ideología de género

Lo propio de toda ideología es asumir una serie de principios o ideas que no se cuestionan y buscar aplicarlas ciegamente a la realidad. Me parece que era Chesterton quien decía que asumir una ideología era como construir un ataúd antes de ver al muerto. Y cuando traen al muerto, si es muy grande, se le cortan las piernas para que entre; y si es muy pequeño, se lo estira.

 

En toda ideología siempre hay una primacía de la idea sobre la realidad, y la ideología de género no es la excepción. En este artículo, me gustaría que veamos brevemente por qué.

 

Ideología de género

 

La ideología de género plantea que, en lo que se refiere a la diferenciación sexual, nada hay que venga previamente dado, sino que el ser humano puede ser lo que quiera hacer con sólo desearlo. Para instalar esta idea fue fundamental que la categoría género reemplace a la de sexo, que tiene una fuerte referencia a lo biológico.

 

El sexo es algo que viene dado, algo que no se puede cambiar, ni siquiera con una operación. Por eso se busca minimizar su importancia o incluso descartarla del todo, usando en su lugar la categoría de género, lo suficientemente líquida como para ajustarse a los gustos e ideas más extravagantes. De hecho, la lista de géneros posibles no está cerrada, y puede ir en aumento.

 

Dos casos significativos

 

Es en esa persistencia de desconocer el dato biológico de cara a la consideración de alguien como varón o mujer, que se han presentado ya algunos casos que nos hacen ver que el muerto claramente no calza en el ataúd, por más que se haga grandes esfuerzos por hacerlo encajar.

 

#1 Stephen Wood

 

Un primer caso que podríamos mencionar es el de Stephen Wood. En el 2016, fue condenado por dos violaciones y varios delitos sexuales, pero durante el juicio alegó sentirse mujer para ser trasladado a una cárcel de mujeres, adoptando el nombre de Karen White.

 

Le dieron la razón, y al ser trasladado a la cárcel de mujeres, abusó de 4 de ellas a los pocos días de entrar

 

#2 Will Thomas

 

Otro caso sin duda significativo es el de Will Thomas, quien durante tres años compitió en el equipo de natación masculino de la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos. Sin embargo, luego de ausentarse por un año, regresó en el 2021 a la natación pero en la liga femenina como Lia Thomas, integrándose al equipo femenino de natación de dicha universidad.

 

En este equipo obtuvo varias victorias, llegando incluso a ganar un campeonato nacional dejando en segundo lugar a una nadadora que había obtenido una medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Tokyo. Esto obviamente generó mucho descontento entre varias de las nadadoras.

 

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A modo de reflexión final, hablar del género desde esta perspectiva no es lo políticamente correcto. Sin embargo, la corrección política no puede ser una excusa para no reflexionar a profundidad y con honestidad acerca de un tema tan actual.

 

Para cualquier duda, puedes contactarme a través de mis redes sociales buscándome como @daniel.torrec.

Monotonía: ¿qué hacer?

Ya que es el tema del momento, vamos a platicar acerca de él. Resulta que, en la vida de pareja, es muy fácil caer en la rutina, que todo se vuelva muy monótono. Los niños, el trabajo, las ocupaciones, la familia política, el éxito profesional, el dinero, las deudas, esto y aquello siempre quieren llevarse el primer lugar. Así, muy fácilmente olvidamos nuestra prioridad: la persona a la que hemos elegido amar.

 

Sí, ¡a la que hemos elegido! Porque, si amas de verdad, te das cuenta de que el sentimiento, las mariposas en el estómago y todo eso se terminan, solo para dar paso a algo mucho más profundo: a un amor que es capaz de entregarse una y otra vez por el bien del que ama. Un amor fruto de una elección que ha nacido de conocer y de amar al otro profundamente. Si no tenemos clara esta elección que hemos hecho, el amor rápidamente termina por ahogarse. La monotonía de que cada uno esté en lo suyo termina por centrarnos tanto en nosotros mismos que despreciamos hasta a la persona en la que descubrimos una bondad tan maravillosa que la elegimos para que se quede para siempre en nuestras vidas.

 

Entonces, la pregunta no es tanto qué hacer para salir de la monotonía, sino qué hacer para volver y volver a elegir a mi cónyuge.

#1 Abandonar el egoísmo

 

El matrimonio en sí es un acto de generosidad, de los más grandes… La raíz de los divorcios, las infidelidades y las peleas es el egoísmo. Ese que me lleva a olvidarme de quien amo y buscarme sólo a mí mismo.

 

#2 No dejar de conocerse

 

Cada experiencia que atravesamos como esposos y familia es una oportunidad para conocer algo nuevo y profundo de nuestra pareja. El problema es que perdemos el asombro y no ponemos atención a las pequeñas cosas. Por ejemplo: cuando nuestra pareja se enoja por algo, muchas veces también nos enojamos, y nos fijamos únicamente en su enojo. Pero, en realidad, nos está mostrando una vulnerabilidad, nos está dando una oportunidad para conocer algo que toca profundo en su corazón, al punto de despertar la ira en él o ella.

 

#3 Tener momentos de intimidad

 

Es súper importante pasar tiempo juntos donde puedan mostrarse su amor en plenitud, en una entrega total y generosa. Las relaciones sexuales son una buena forma de hacer esto; vale decir que no la única, pero sí una muy importante.

 

#4 Conservar la ternura

 

Hay que cuidar la ternura en el trato. No pueden faltar el “por favor”, el “gracias”, el “te amo”, el cuidarnos mutuamente, el intercambio de miradas, las sonrisas sólo porque sí, ser atentos…

 

#5 Buscar ayuda para evitar abrumarse

 

Busquen ayuda. Si en casa hay mucho desorden, busca ayuda con la limpieza; si tienes mucho trabajo, intenta delegar, o trabajar en equipo; si necesitas tiempo en pareja, busca un lugar seguro donde tus hijos puedan pasar un rato; si necesitan un consejo o guía, adelante, búsquenlo. No esperen a que sea demasiado tarde. En todo podemos encontrar ayuda externa, menos en amar a nuestra pareja y familia.

 

#6 Ser creativos

 

Salgan de paseo, hagan cosas nuevas, tengan detalles… No tiene que ser nada extravagante o híper planificado. No hay nada mejor que perder el tiempo juntos, para afianzar la elección de amor por el otro.

 

#7 Tener un corazón atento

 

Se trata de estar presente para el otro. Las parejas no se rompen de la noche a la mañana: de por medio hay mucho olvido e indiferencia.

 

#8 Hacer oración y buscar la verdad

 

No hay alimento espiritual más grande que hacer oración, y no debes dar por sentado tu fe, sino que buscar ir más profundo… ¡Y que mejor que hacerlo juntos! Ayuden juntos a los demás. Hay cosas que unen profundamente, espiritualmente.

 

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Ten en cuenta estos consejos: al final, la monotonía no se trata de si la culpa fue tuya o fue mía, sino de que juntos construyan una relación de amor profundo día a día. Se trata de ser fieles a una elección libre, consciente y voluntaria por el otro.

 

Giuliana y Mateo

@seamoslux

@little.ec.family

Llamados a ser madres y padres

Hoy en día, decir que todos tenemos un llamado natural a ser padres o madres puede sonar un tanto anticuado y cuadrado. ¿Acaso tener hijos es el único camino que podemos seguir? Si bien puede verse lejana la faceta de ser padres, no reconocer esta vocación en nosotros podría desaprovechar un gran potencial en nuestras vidas.

 

La maternidad y paternidad espiritual

 

Para ser padre o madre, hace falta más que procrear un cuerpo. Se necesita generar un vínculo espiritual y dejar huella en el hijo. Puede ser compartiendo lecciones de vida o enseñanzas que forjan la personalidad. Es la capacidad de transmitir algo de ti en el otro, que va más allá de un factor sanguíneo. Por eso se entiende que el acompañamiento de religiosas, curas, maestros, entrenadores, psicólogos y otras personas afines resulte tan significativo como el de los padres.

 

Implica crecimiento

 

¿Por qué importa saber que somos potenciales madres o padres espirituales? Porque cuidar a una persona que sabe menos que nosotros implica salir de nuestro egoísmo y de nuestras propias preocupaciones. Es un esfuerzo que desarrolla tu generosidad, tu escucha y tu empatía, y que incluso te obliga a interiorizar lo que enseñas. Ayudar a los demás aporta en tu propia madurez.

 

Se empieza desde hoy

 

Para cumplir nuestra vocación paternal o maternal, no hace falta que esperemos a enamorarnos, casarnos o tener hijos. Puedes fortalecerla desde hoy, y será mejor cuanto antes lo hagas. Es cuestión de encontrar las oportunidades de asumir el rol, y tomarlas como un reto. Quizás nos toque hacerlo con nuestros hermanos, primos o sobrinos pequeños. Quizás desde nuestro rol como líderes en el trabajo o en el equipo que tengamos a cargo. Reconozcamos que hay cosas que sabemos más que otros, y los contextos donde los podemos enseñar.

 

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¿Cuántas oportunidades tenemos hoy de desarrollar nuestra maternidad o paternidad espiritual? ¿Cómo nos hemos comportado hasta el momento en aquellos entornos, y cómo podemos mejorar? Reconocer esta vocación tiene la capacidad de descubrir nuestro potencial y pulirlo cada día más. Seamos cada día más perfectos en el amor al prójimo, y preparémonos en caso se nos regale el don de ser padres biológicos.

 

Este artículo está basado en el capítulo “Paternidad y maternidad”, de Amor y responsabilidad, escrito por Juan Pablo II, una referencia ineludible para temas como este.

 

¿Tienes alguna pregunta? Búscame en Instagram como @yoheigab.