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¿Estás conociendo a alguien? 5 consejos

Cuando decimos que estamos “saliendo” o conociendo a alguien, hacemos referencia a la etapa previa al noviazgo, en la cual aún no hemos asumido el compromiso propio de la relación, pero en la cual tampoco podemos afirmar que nuestra intención es la de ser solo amigos. Dado lo importante que es esta etapa, quisiera compartirte algunos consejos que podrán ayudarte a sacarle el mejor provecho posible.

 
 

Ni fingir, ni idealizar: conocer

 

Decir que “nos estamos conociendo” debe ser realmente eso: un conocimiento mutuo. En esta etapa es vital que dispongamos los medios para realmente conocer a la otra persona. Es importante también que permitamos al otro conocernos, no a través de una falsa imagen, no como queremos que nos perciba para atraer su atención y gustarle. Por el contrario, mostrémonos auténticos y sinceros.

 

Exponernos a ser vulnerables ante el otro, siempre con prudencia y discernimiento, implica también asumir al otro tal cual es, sin idealizarlo o cargarlo con nuestras expectativas acerca de quién puede llegar a ser, sino estando atentos a todo lo que nos revela quién realmente es. Solo en la sinceridad del mutuo conocimiento progresivo podremos realmente reconocer si el otro es una persona idónea para entablar una relación afectiva.

 

Evita citas distractoras

 

Como el objetivo fundamental de esta etapa es el mutuo conocimiento, es importante no dejarnos llevar únicamente por la emoción de compartir experiencias con esta persona: en el noviazgo podrán construir y compartir muchas experiencias juntos. En las primeras citas, procuren evitar situaciones distractoras que impidan entablar conversaciones que son necesarias y vitales para el discernimiento inicial; más bien, busquen escenarios de citas que les permiten entablar diálogos profundos. El cine, los museos, las discotecas, los bailes o las cabalgatas pueden esperar para ser disfrutados en etapas posteriores de la relación.

 

Reevalúa con antelación tus “no negociables”

 

Un error demasiado común es apresurarnos a entrar en relaciones de pareja por el deseo de evadir la soledad, por escapar de situaciones personales o por pretender que alguien más llene los vacíos de nuestro corazón. En estos casos, resulta muy fácil ceder los puntos no negociables, los principios propios y las convicciones, para conseguir la relación o para conservarla. Por el contrario, para mantenerse fiel a las propias convicciones es importante conocerlas primero, y reevaluar aquello que no estamos dispuestos a negociar durante una relación.

 

Preguntar a tiempo te ahorra tiempo

 

El diálogo es vital en las etapas iniciales. Muchos sufrimientos de las parejas que tienen años juntas vienen porque consideran que hay aspectos del otro que no conocían y que, si los hubieran conocido a tiempo, no habrían aceptado en el compromiso de una relación. Ser claros desde el principio sobre nuestras expectativas —¡y hacer las preguntas difíciles a tiempo!— nos ahorra tiempo a los dos.

 

No te saltes etapas

 

Tenemos una fuerte tendencia a saltar etapas, por el afán de amar. Pretendemos dejarnos guiar sólo por la emoción, por la idealización del amor romántico y por las pasiones. Construir la intimidad desde una sólida amistad, buscar el conocimiento muto con paciencia y cuidado, entrando respetuosamente en la vida del otro y dejando poco a poco al otro entrar en el terreno sagrado de nuestra vida, requiere tiempo. El tiempo de las etapas iniciales es el que menos aprovechamos, pero el más provechoso para construir los cimientos sólidos de una futura relación sana.

 

* * *

 

La etapa inicial de una relación es fundamental dentro del proceso de discernimiento. ¡Espero que estos consejos te hayan ayudado!

3 errores que cometemos en la búsqueda de pareja

¿Estás teniendo problemas a la hora de encontrar pareja? ¡Ojo!, no vaya a ser que estés cometiendo alguno de estos errores. Pero no te preocupes: si los estás cometiendo, ¡todo tiene solución! Lo principal es reflexionar acerca de lo que estás haciendo mal, para así poder corregir el rumbo. ¿Quieres saber cuáles son los tres errores que he identificado como los más comunes a la hora de buscar pareja? ¡Vamos allá!

 

#1 No saber lo que queremos

 

Con frecuencia solo sabemos que queremos “algo”, pero no sabemos en concreto lo que queremos. A veces llegamos a obsesionarnos con tener pareja, pero en verdad terminamos buscando pareja para llenar un vacío, para no sentirnos solos, para escapar de la presión social o para evitar los comentarios de nuestros familiares.

 

Esto nos lleva a escoger mal, y luego, a tener que pagar las consecuencias de nuestra mala elección. De allí la importancia de entender que el noviazgo debe tener un por qué y un para qué. Un propósito. Y este propósito es el de discernir si esa persona es la adecuada para casarnos, para crear un proyecto de vida en común y para formar familia.

 

Por eso es tan importante establecer una lista de lo que no negociarías. Esto no se trata de conseguir que el otro se amolde a nuestra lista, sino de que seamos fieles a ciertos principios y tomemos decisiones coherentes. De igual manera, es importante establecer aquellos aspectos en los que podemos ser más flexibles, y entender que no se trata de solo conseguir una relación, sino de poder sostenerla.

 

#2 Tener asuntos no resueltos que cierran el corazón

 

También puede haber asuntos no resueltos, como heridas emocionales de la infancia o heridas de relaciones pasadas, adicciones, fornicación, secretos graves —por ejemplo, secretos familiares, sexuales, económicos— que intervengan en nuestra búsqueda de pareja.

 

Podemos tener heridas respecto de nuestros padres: heridas por abandono, ausencia, maltrato, abuso, entre otras cosas. Como consecuencia, el niño con estas heridas pierde el respeto por sí mismo y por los demás, se siente indigno de amor, y hace una valoración negativa de sí mismo. Por eso, siente que debe haber hecho algo mal para que no lo quieran, considera que no vale, se siente solo y culpable. De hecho, en algunos casos, hasta siente que debe proteger al adulto débil. Además, es presa fácil del abuso sexual, porque está solo y acepta fácilmente cualquier muestra de afecto. Estos patrones se repetirán en la adultez si no son sanados.

 

Por ejemplo, una herida por abandono nos predispone a sentirnos atraídos por personas evitativas —es decir, personas “abandonadoras” y con miedo al compromiso—, a depender emocionalmente de otros, o a ser nosotros mismos los evitativos; mientras que una herida por agresión nos predispone a sentirnos atraídos por personas maltratadoras, y a ser sumisos, o por el contrario, a ser nosotros mismos los agresores.

 

A veces terminamos buscando un papá en lugar de una pareja, o terminamos desarrollando dependencia emocional de nuestros padres, de su opinión y de sus decisiones. Así, una persona herida tenderá a unirse a otra persona herida, mientras que una persona sana —o en proceso de sanación— no aguanta tener como pareja a una persona que no ha sanado.

 

#3 Dejarle la responsabilidad a Dios

 

Está muy bien confiar en Dios y en sus tiempos, pero podemos caer fácilmente en dejarle toda la responsabilidad a Dios o al “destino”, y creer que no debemos hacer ningún esfuerzo. Esto, a su vez, puede hacer que nos pongamos excusas para no mejorar ni trabajar en nosotros mismos.

 

Por ejemplo, podemos caer en excusarnos con ser introvertidos para no salir, no hablar y no exponernos, o en magnificar nuestros propios defectos y sentir que no tenemos nada que ofrecer, o en creer que ya trabajamos lo suficiente en nosotros mismos, y que ya no debemos trabajarnos más. Esto, finalmente, nos lleva a creer que Dios tiene la culpa si escogemos mal, o si no conseguimos pareja.

 

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Es necesario entender que lograr conseguir pareja y ser una persona sana son objetivos que sí requieren de nuestro esfuerzo, y no debemos creer que ya lo hicimos todo o que ya estamos acabados. No abandonemos las prácticas espirituales, la oración, la lectura espiritual, y tantas otras. Seguir poniendo nuestro esfuerzo implica salir, socializar, congregarse en comunidades, cuidar de nosotros mismos, sanar nuestras heridas y defectos dominantes, y estar conectados con Dios.

 

Encuéntrame en Instagram como @psicoalexandraguzman

¿Por qué siempre me va mal en el amor?

Seguramente conoces a alguien a quien le ha ido mal en el amor en múltiples ocaciones, o puede ser que te haya pasado a ti. Constantes relaciones en las que te involucras no funcionan por x o y razón, y, aunque pareciera mentira, son situaciones similares similares entre sí. Es decir: a pesar de que fueron diferentes momentos de tu vida y con distintas personas, existen similitudes que provocan que fracase la relación.

 

No se trata de mala suerte o del destino. Más bien va relacionado a nuestro inconsciente, con lo que se nos hace conocido y cómodo, a pesar de que pueda hacernos daño. Esto sucede por los famosos “patrones”. Los patrones son cosas que vemos o aprendemos en la niñez, principalmente en casa de nuestros padres, y es lo que nosotros conocemos relacionado al amor, la pareja, familia, etcétera. Son aprendidos en la infancia e inconscientemente son repetitivos.

 

Existen patrones que te llevan a relaciones que no te hacen realmente feliz; por ejemplo, si tu viste que en casa tus padres sufrían problemas de celos y no trabajas en soltar ese patrón, lo más probable es que te llame la atención una persona celosa —aunque esto no se note a simple vista—. Después de un tiempo de relación, empezará a mostrar su inseguridad y a actuar de manera celosa, y es claro que esto destapará en ti esa herida, y por consiguiente, te alejará de la paz y la felicidad.

 

Pero entonces, ¿estamos condenados a repetir lo que aprendimos en la infancia? Por supuesto que no. De hecho, creemos que es una obligación el que crezcamos y aprendamos a soltar esos patrones. Aquí te damos unos tips para hacerlo.

 

Identifica el patrón

 

Ponerle nombre es el primer paso para todo. Piensa en qué similitudes existen dentro de tus relaciones amorosas. ¿En que se parecen mis ex? ¿Hubo un problema similar en ambas relaciones?

 

Identifica de dónde viene ese patrón

 

Piensa que cosas son las que no te gustan de casa, de tu padre o de tu madre, cosas que no quieres repetir con tu pareja. Muchas veces esas actitudes o eventos vividos son los que te pueden dar la respuesta.

 

Soltar el patrón

 

No solo se trata de saber de dónde viene el patrón: se debe querer soltarlo. No a todos se les hace fácil dejar atrás lo conocido, porque eso nos saca de la zona de comfort y nos da miedo. Pero debemos tener claro y describir los NOs que no queremos de una relación, para así encontrar lo que sí queremos. Te recomendamos ir con un especialista.

 

Disfruta del cambio

 

Parecerá magia, pero en el momento en el que sueltas esos patrones, se vuelve más fuerte tu anhelo que tu inconsciente, y solo así es que encuentras a personas que sumarán en tu vida. Podrás ver a esa persona que relamente te ayude a crecer en felicidad.

 

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Entonces, no se trata de suerte: se trata de aprender a mirar con los anhelos del corazón. Puede estar frente a ti, pero no llama tu atención porque no has descubierto lo que realmente anhelas.

 

El amor se encuentra: solo descubriéndote a ti podrás encontrarlo.

 

Con cariño,

LOS NANDOS.

@nandeando

¿Quieres un amor verdadero, pero Dios no responde?

Es verdad que la etapa de la soltería tiene retos concretos y a veces es difícil comprender el sentido de la espera: tenemos ansias de amor, vacíos y carencias afectivas, nos sentimos profundamente solos, sufrimos la presión externa e interna por plenificarnos en una relación, vemos a Dios cumplir sus promesas en la vida de otros… pero en nuestra propia vida no hay respuesta.

Yo he experimentado todo lo anterior, y quisiera dejarte 4 reflexiones sobre la soltería que han sido la respuesta de Dios para mí.

 

#1 Dios ya te contestó

En cada signo de tu vida hay una respuesta divina. En la espera hay una respuesta, en la soledad le está hablando a tu corazón… No creas jamás que Dios no te oye o no le importan los anhelos de tu corazón solo porque no se dan las cosas como tú quieres. No hay NADIE más interesado en satisfacer tus anhelos que Él. Pero lo cierto es que te ama tanto que no te dará todo lo que le pidas, si no estás listo para recibirlo o si aquello que pides no será un bien para ti.

#2 No idealices el amor de una pareja

La idealización del amor romántico nos ha llevado a pensar que la única vocación deseable y plena es el matrimonio. Esto nos impide preguntarnos seriamente: “¿a qué vocación me llama el amor?, ¿de qué forma concreta podré amar y ser amado a plenitud?”. La mejor vocación será la tuya propia: confía en que AHÍ Dios quiere hacerte plenamente feliz. La idea de que solo seremos realmente felices estando en una relación “de película” hace que olvidemos que generalmente en las películas no muestran la cruz. Toda vocación tiene su cruz propia, y el amor humano en la vocación matrimonial es bello, verdadero y exigente. El solo anhelo no será suficiente para construir ese amor, si nuestras expectativas y capacidades no están aterrizadas y trabajadas adecuadamente.

#3 Dios no va a “mandarte” a nadie

Resulta que Dios no es un Rappi, y las personas no son productos que te mandan. Desmiente de tu corazón esa idea falsa de que alguien más tiene que venir, o “llegar” o “ser enviado” para saciar tu corazón.

El plan de Dios para ti, sí puede pasar por una persona —es decir, puede incluir a alguien específico—, pero no se limita ni se agota en una persona. Su plan para ti es la felicidad PLENA, la SANTIDAD. Y a veces, por estar esperando que alguien “llegue”, se nos olvida vivir la vocación al amor AQUÍ y AHORA. Recuerda que las personas no fueron hechas para ti: fuimos hechos para Dios. El amor humano es la vivencia mutua de ese llamado entre dos personas que no viven para sí mismos, ni para saciarse mutuamente. Viven juntos la plenitud que Dios ya le ha dado a dado a cada uno y que, edificados en la unidad, los conducirá a su presencia.

#4 La soltería es una espera ACTIVA

La soltería implica una espera, un discernimiento sobre la vocación particular de cada uno. NO es una espera vacía, ni tediosa, ni un castigo o un signo de que algo está mal en ti. No la desperdicies: es el tiempo de conocerte, de sanar, de prepararte para ser un don verdadero para alguien más.

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Más que agobiarte pensando en la persona que anhelas para tu vida, dedícate durante la soltería a ser esa persona que alguien más se merece: no puedes exigir del amor algo que no has dejado al amor construir en ti.

 
 

Maria Paula Aldana @somos.sos

¿Cómo elegir pareja?

Elegir pareja no es sencillo. Es una de las decisiones más importante de tu vida, si no la más importante. Si se toma en serio, se termina adquiriendo un compromiso que es para siempre y que, si no se acierta, puede hacerte sufrir mucho a ti y a los que te rodean —sobre todo a los hijos, si los hay—. Por eso conviene tener en cuenta estos sencillos consejos, que pueden ayudarte a elegir.

 

Si te atrae sólo físicamente, ahí no es

 

La atracción física suele ser el disparador, la chispa. “Me gusta su pelo, me gustan sus ojos, sus manos, su forma de andar, su forma de sonreír…”. Es lo que normalmente despierta la primera atracción, que entra por los sentidos y abre las posibilidades a una relación. Pero el aspecto físico cambia fácilmente con el tiempo —y lo normal es que vaya va a peor—. Y, si basas el enamoramiento fundamentalmente en el aspecto físico, corres el peligro de que, con el paso de los años, los rasgos se deterioren, la piel se arrugue, suban los kilos, se pierda pelo, se deteriore la forma física… y la atracción física deje de estar. Por lo tanto, diría que, si te atrae sólo físicamente, ahí no es.

 

Si te atrae como persona, ahí sí puede ser

 

La atracción personal suele venir después de la atracción física. “Me atrae su bondad, me enamoran su tranquilidad y su forma de afrontar los problemas. Me encantan su paciencia y su alegría; su afán por el trabajo bien hecho, su entrega por los demás…”. Estas son cualidades personales mucho más profundas que las meramente físicas, y… sí: son mucho más duraderas en el tiempo. Es cierto que cuesta más detectarlas, es cierto que son más racionales que sentimentales, pero son mucho más estables e importantes a largo plazo, para que una relación funcione. Si alguien te atrae personalmente, pero no físicamente, te recomiendo darle una oportunidad a esa relación. Muchas veces la belleza interior te hará ver atractiva la exterior.

 

Sentimiento y razón

 

A veces el sentimiento nos dice que sí y la razón nos dice que no. A veces sentimos mariposas en el estómago por alguien que la cabeza nos dice que no nos conviene. Te puede atraer físicamente, e incluso personalmente, alguien que luego tiende a manipularte, que te condiciona, que te quita la libertad o que puede hacerte daño. No lo puedes evitar, pero te atrae, física y personalmente. Sin embargo, sabes que no te conviene.

 

Entonces, ¿no hay que escuchar al corazón?, ¿no es bueno el sentimiento?, ¿no es muy frío dejarse llevar por la razón? La razón nos hace ver lo que hay de fondo en una persona, sus valores, sus principios, su concepción de la familia y de la vida en pareja, su forma de pensar la sociedad y las relaciones personales, la educación de los hijos… Todas estas cosas serán básicas para que la relación y la familia funcionen bien a largo plazo, y es importante intentar que sean acordes con las nuestras. Esto hará que os ahorréis discusiones y conflictos estériles (o incluso insalvables) en el futuro, sobre temas que resultan cruciales para vosotros y vuestra futura familia.

 

Entonces, ¿es bueno el sentimiento? El sentimiento es importante, pero hay que dejar a la razón que opine también. ¿Conviene tener muy en cuenta lo que nos dice la razón? Sin duda. Y, como cuando uno está enamorado la razón se ofusca, conviene pedir consejo a amigos y familiares, a aquellos que te conocen bien, para que te aconsejen con sinceridad. Y entonces, escucharlos, y tomar decisiones basadas en la razón, pero sin dejar de pensar en el sentimiento.

 

Por lo tanto, si la razón dice “sí” y el sentimiento dice “no”, probablemente sea “no”. Pero, si la razón dice “sí” y el sentimiento dice “quizás”, entonces a lo mejor conviene darle una oportunidad de conocerse más en profundidad. Para esto está el noviazgo.

 

No te enamores del que no es

 

Realidad y ficción… A veces puede pasar que quieras querer tanto y entregarte tanto que no veas con objetividad al otro, y te enamores de alguien que no es una realidad. Esto pasa mucho más de lo que parece: hay personas que se enamoran de quien le gustaría que fuera, y no es. Se vive con la esperanza de que el otro cambiará: “ya dejará de tener tanto genio, ya me tratará con más cariño más adelante, ya terminará teniendo mi fe…”. Y lo más seguro es que nunca cambie. Ni siquiera si te lo asegura y tiene una voluntad real de cambiar. Cambiar nunca ha sido fácil, y en su caso tampoco va a serlo.

 

Por lo tanto, si todo lo basas en que el otro cambie, ahí no es. Si no quieres al otro como es ahora mismo, si el enamoramiento está fijado en quién te gustaría que fuera, y no en la persona que es de verdad, ahí no es. Si no quieres al otro con sus defectos, te pasarás toda tu vida queriendo que cambie, y no conseguirlo te frustrará. Y frustrará al otro también. Conseguirás no ser feliz tú y no hacer feliz al otro. No compensa, ahí no es. No te empeñes.

 

Hacernos felices el uno al otro

 

La felicidad es un ida y vuelta. La entrega también lo es, y está directamente relacionada con la felicidad. Y la felicidad debe estar volcada hacia la entrega al otro. Por lo tanto, antes de pensar si serás feliz tú, piensa primero si vas a ser capaz de entregarte y hacer feliz al otro. Así, como es él o ella. Sin cambiar muchas cosas, sin esperar a que tenga un trabajo distinto, ni a que deje de tener tanto genio, ni a que pierda peso, ni a que tenga tus valores o tu fe.

 

¿Vas a ser capaz de hacerle feliz? Y, después, ¿te va a hacer feliz a ti? Si crees que no va a hacerte feliz, no es la persona. Si crees que no vas a hacerle feliz, está claro que tampoco. Si no vais a ser capaces de haceros felices el uno al otro, ahí no es.

 

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Elegir pareja nunca fue fácil. A veces, hay un conflicto entre el sentimiento y la razón. A veces, andas buscando un príncipe azul o una princesa encantada, que tenga todas las bondades físicas y personales, pero que nunca termina de llegar. A veces queremos sentir mariposas o ver objetivamente una relación basada en una felicidad sin límites y sin problemas ni obstáculos, que no son realistas para la vida real.

 

Para buscar a la persona adecuada, está claro que debes de tener en cuenta la parte física, pero también te recomiendo que le des una oportunidad a quien no es tan agraciado físicamente, pero que es una bellísima persona por dentro. Puedes sorprenderte y encontrar a esa persona con la que podéis haceros felices mutuamente.

 

Puedes seguir a Fernando Poveda en su cuenta de Instagram: @laparejaquefunciona.

¿Vocación a la soltería?

Vocación viene del verbo latino vocare, que quiere decir llamar. Cuando hablamos de vocación, hablamos de un llamado, de un propósito, de aquello para lo cual uno ha sido creado. Se suele aplicar la noción de vocación a distintos ámbitos, por ejemplo, el de la elección de una profesión —vocación de abogado, vocación de médico—. Sin embargo, en su sentido más profundo, se usa para hacer referencia a las dos grandes vocaciones cristianas: vocación al matrimonio y vocación a la vida consagrada.

 

Puede que yo haya llegado a la conclusión —después de un período de discernimiento o no— de que la vida consagrada no es para mí. Entonces, ¿mi vocación debe ser el matrimonio? Pero, ¿qué sucede si pasan los años y la persona indicada no llega? ¿Es que acaso no podré hacer aquello para lo cual Dios me ha creado? ¿Dios me habrá creado para la soltería? Si creo que tengo vocación al matrimonio, ¿podré realmente ser feliz si no encuentro a alguien con quien casarme?

 

Una gran vocación

 

Es cierto que al hablar de vocación en su sentido más profundo solemos hacer alusión al matrimonio y a la vida consagrada. Sin embargo, San Juan Pablo II plantea la idea de que, en realidad, sólo hay una gran vocación: la vocación al amor. El matrimonio y la vida consagrada no serían otra cosa que dos concreciones de dicha vocación.

 

San Juan Pablo II dice que la vocación a la vida consagrada será más bien una vocación excepcional. En cambio, la manera “general” según la cual se expresa la vocación al amor es el matrimonio. Pero, ¿podría ocurrir que alguien no tenga vocación ni a la vida consagrada ni al matrimonio? Yo respondería a esta pregunta de la siguiente manera: todos —ya sean consagrados, casados o solteros— están llamados a vivir su vocación al amor. Pero para entender esto, es importante que reflexionemos acerca de qué es el amor.

 

¿Qué es el amor?

 

Debemos distinguir el amor de aquellas realidades que suelen acompañarlo, pero que no son amor. Es el caso de la atracción física —asociada al deseo— y del enamoramiento. Si bien ambos —especialmente este último— se suelen identificar con el amor, San Juan Pablo II dirá que son insumos para el amor, pero no son amor. ¿Qué es, entonces, el amor?

 

Más que un sentimiento o un deseo intenso, el amor es una decisión: la decisión de buscar el bien y lo mejor para el otro. Se trata de una elección que se nutre de la atracción y de los sentimientos, pues el hecho de sentir cosas fuertes por alguien me puede ayudar a querer buscar en todo su bien. Sin embargo, en su esencia más pura, el amor es una elección.

 

En el amor de pareja, la búsqueda del bien del otro progresivamente se va viviendo como una donación. En efecto, uno paulatinamente le va haciendo el don de su persona al otro, a la vez que recibe el don de su persona el otro le hace. Y esta misma dinámica se aplica a la vida consagrada, en la cual el “otro” al cual uno se entrega completamente es Dios —y en Él, a los demás—. En su forma más extrema, el amor adquiere la forma del don. Y es desde esta comprensión que se entiende la vocación al amor.

 

¿Vocación a la soltería?

 

Hablar de una vocación universal al amor implica afirmar que el ser humano únicamente alcanza su plenitud amando, es decir, haciéndose don. El ser humano sólo alcanza su perfección última —su felicidad, su “florecimiento” en cuanto persona, su unión con Dios— entregándose a otro. En el matrimonio, ese “otro” será el cónyuge; y en la vida consagrada, ese “otro” será Dios. Pero la vocación al amor puede trascender estas dos concreciones —matrimonio y vida consagrada— manteniendo en el centro la dimensión de la entrega, la dimensión del don para los demás.

 

Alguien que no está casado ni es consagrado no tiene una vocación a la soltería: está llamado a vivir su vocación al amor. ¿De qué manera? Entregándose, haciéndose don para otros. Para eso ha sido creado, a eso es llamado por Dios. Y esa entrega podrá adquirir las formas más variadas.

 

La vocación al amor puede vivirse en el cuidado de los padres, de algún familiar enfermo, de sobrinos o ahijados. Puede vivirse también en una entrega a los otros en la tarea docente, en algún apostolado, o constituyendo un hogar de acogida. Puede vivirse también desde una dedicación a la política o a alguna obra de impacto social. Pero siempre en el marco de la entrega de la propia persona a los demás.

 

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La Escritura dice que hay más alegría en dar que en recibir (Hc. 20, 35). Y mientras uno más se entrega al dar, más plenitud experimenta. No son el matrimonio o la vida consagrada por sí mismos los que aportan dicha plenitud, sino el amor que uno es capaz de vivir en ellos. Y ese amor puede vivirse también fuera de ellos.

¿Por qué tengo mala suerte para encontrar pareja?

No nos sorprende leer esta frase, porque la hemos oído demasiadas veces, incluso de nuestros propios labios. El otro día la escuché en forma de chiste: “tengo tal mala suerte que, si me enamoro de una viuda, resucita el esposo”. Me viene a la mente la canción de Dua Lipa “Break My Heart”, en la cual, luego de haber admitido que ha amado y perdido cien millones de veces, se pregunta: “¿Me estoy enamorando de aquel que podría romperme el corazón?”. Es decir, aunque se sienta bien en la relación que comienza, es pesimista acerca de su futuro, porque hasta hoy no han hecho más que dañarle. ¿Por qué puede pasar algo así? Veamos.

 

Seguir patrones

 

Ocurre que, si nos sentimos atraídos por cierto tipo de personas y no procuramos profundizar en las individualidades, es probable que repitamos la misma historia eternamente. Porque esas cosas que nos enganchan en un primer momento también pueden ir acompañadas por los defectos que nos derrumban siempre. Así que no es mala suerte: es que estás buscando la misma clase de gente.

 

Ilusión de sanar heridas del pasado

 

En un extraño juego de la mente, es común que de forma inconsciente busquemos arreglar con nuestra vida presente lo que nos hizo daño ayer. Fue tanto el dolor que no nos resignamos a que quede así, de manera que el subconsciente elige parejas que puedan llevarnos a un lugar similar al que vivimos mientras crecíamos. Así que no es mala suerte: es que tienes la idea de que el matrimonio de tus papás puede no ser como fue, gracias a ti.

 

No salir del mismo círculo social

 

El ser humano es un animal de costumbres, y esto se refleja muchas veces en el círculo de amigos que nos termina llevando a las parejas que escogemos. Suele ocurrir que los grupos humanos se juntan porque comparten valores y objetivos, y si tus amistades se rodean de gente que no cuadra contigo, o si en un punto de tu vida dejaste de sentirte cómodo con sus principios, puede que sientas que no eres capaz de encontrar las personas adecuadas. Así que no es mala suerte: es que no te has permitido suficientes opciones.

 

Estándares muy altos (o bajos)

 

Siempre tenemos ideales de nuestra pareja anhelada —el príncipe azul o la dama de los sueños—. Y está bien. Lo malo es que no enfrentemos la verdad, y esta es que no hay relación perfecta, ¡porque no hay ser humano perfecto! Nos vamos a topar con gente que dista en mayor o menor medida de esos parámetros. Pasa que eso nos podría llevar a la desilusión y a que terminemos pensando que no existe la pareja adecuada, o bien, que nos tenemos que conformar con lo que hay. Así que no es mala suerte: es que estás sacrificando el realismo por el optimismo o el pesimismo.

 

Buscar pareja por razones equivocadas

 

Esta es, tristemente, una de las causas más comunes y más devastadoras para no encontrar la persona óptima. Si nos sentimos presionados por hallar quien “nos dé hijos”, nos alcance una seguridad económica, o nos saque de la casa paterna donde se vive un infierno —o cosas por el estilo—, lo más probable es que no nos fijemos mucho en quién está al frente. Así que no es mala suerte: es que aún no has aprendido qué significa una relación de pareja.

 

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¿Qué hacer, entonces, para cambiar la suerte? Deja de elegir el mismo número. Quizás has estado repitiendo conductas que te llevan a terminar siempre igual. Como se suele decir, si quieres obtener resultados diferentes, no hagas las cosas de idéntica manera.

 

Entonces, fíjate si estás volviendo de forma recurrente al mismo tipo de gente, de relaciones, de actitudes. Si es así, enfócate en conocer a los demás, y date la oportunidad de amar y dejarte amar; es decir, de buscar el bien del otro, y que este lo haga contigo. No importa si esa persona aparece en el lugar menos pensado, cuando no te lo esperas, y con un perfil que ni imaginarías.

 

Que tu historia, a partir de hoy, no sea la misma, ni pretenda repetir la que vivieron tus padres. No va a ser perfecto, pero puede optimizarse si ambos tienen la voluntad de ser cada día una mejor versión de sí mismo y construir una relación que crezca cotidianamente. El amor no es ciego, y tiene que darse cuenta de dónde puede florecer y dónde no, para no seguir apostándole a sembrar en terrenos secos.

 

Si te interesa conocer más sobre estos temas, puedes buscarme en Instagram: @pedrofreile.sicologo

El mito del amor de Hollywood

No sé si les pasa que miran a su alrededor y parece que cada vez es más difícil encontrar el amor, no solo porque cada vez estamos menos dispuestos a donarnos, sino porque hemos aprendido del amor como un mito del que Hollywood nos habla, acerca del cual nos enseña cómo debería ser. Ser mejores duele, crecer duele, perfeccionarnos duele, pero en este mundo de placeres momentáneos, no estamos dispuestos a tomar nada que nos implique dar un poco más. ¿Cómo podemos ser don para otro? ¿Cómo podemos amar realmente al otro?

 
 

Tener cuidado con las expectativas

 

Si bien sabemos cómo queremos ser amados y hay cosas que no podemos permitir, hay que tener cuidado, porque muchas veces no amamos al otro desde lo que es, sino desde nuestras expectativas. Desde lo que queremos el otro que sea para nosotros, y no desde lo que es.

 

Desde dónde amamos: ¿desde nuestras expectativas, o desde la libertad? No está mal esperar algo del otro, porque las relaciones son recíprocas, sólo ocurre que hay que reflexionar de dónde viene lo que esperamos, de nuestras carencias, de Hollywood, de la historia de mis papás o de dónde. Son cosas necesarias de saber para poder amar con libertad.

 

Aceptar al otro por quien es

 

Creo que uno de los problemas que trae el idealizar a alguien es que llegamos a no amarlo por quien es, sino por lo que quiero, creo o me gustaría que fuera. Eso no es justo para ti, pero mucho menos para la otra persona. Una cosa es que todo el tiempo queramos ser mejores, y otra es querer cambiar todo de la otra persona porque no es quien YO quiero que sea. Esto es fundamental, por ejemplo, para elegir a la persona con la que vamos a pasar el resto de nuestra vida. Porque no podemos decir que sí a medias, queriendo que la otra persona cambie todo lo que es solo porque no cumple con nuestras exigencias.

 

Ser auténticos

 

Una de las cosas por las que de repente es tan drástico el cambio de personalidad hoy en día, cuando conocemos a alguien, es porque estamos construyendo una sociedad de apariencias. Hay que ser auténticos: a veces nos da miedo que a la otra persona no le guste cómo somos, y por eso somos auténticos mucho tiempo después. Pero lo único que estamos haciendo es retrasar una relación fallida; es decir, si no es para ti, no lo será desde el principio. Pero en ese afán de querer mostrar que somos perfectos para que nos amen, solo retrasamos, en caso de que así sea, el proceso de ruptura, cuando ya hay incluso hasta más tiempo de convivencia y un contexto alrededor que hace más difíciles las cosas.

 

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Hoy en día, llegamos a creer lo que Netlfix, las redes sociales y las novelas nos cuentan acerca del amor, como una verdad que está rigiendo nuestra vida. Si queremos de verdad amar y ser amados, no tengamos miedo de abandonar nuestras expectativas irreales, valoremos al otro por quien es, y seamos siempre nosotros mismos.

 

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El amor es paciente, pero a veces yo no

Hace como tres años comencé a leer un libro de Christopher West que se llama Love is patient but i´m not; debo confesar que lo elegí por las razones equivocadas, estaba segura que se trataba sobre la espera edificante o el esperar sin desesperar. Sin embargo, creo que el autor desarrolla un tema alrededor de la afectividad súper ganador, pero no específicamente sobre lo que yo esperaba. Sin embargo, el título del libro me sigue llevando a pensar en lo impacientes que podemos llegar a ser con nuestros procesos y en especial con el asunto de esperar por una ayuda idónea. Aquí te van mis consejos para vivir una soltería plenamente feliz y esperanzada.

 

¿Sigo mi plan o escucho a Dios?

 

Mi primer consejo es que ores mucho: la oración revela al alma lo que habita en el corazón de Dios. Muchas veces nuestros planes son sumamente diferentes a los planes que Él tiene para nosotros. En libertad, debemos descansar en la esperanza de que tener a Cristo debería ser suficiente y en que la posibilidad de que llegue o no llegue alguien a acompañar nuestro caminar no debería determinar lo que nos da felicidad.

 

Honestamente, sé que suena bonito, pero es difícil de hacer. Mi propuesta es que te des la oportunidad de dejar de esperar que llegue alguien y más bien te pongas en la ardua tarea de disfrutar el presente tal y cómo viene. Agradecer es un excelente paso para dejar de poner la mirada en lo que no tenemos y sí en aquello que se nos ha sido dado.

 

Una etapa para crecer

 

Algunos días atrás conversaba con una amiga que se casó hace poco más de un año y que ya tiene una bebé hermosa; me compartía que, aunque es feliz y plena, a veces sí extraña tener el mismo tiempo que tenía cuando estaba soltera. Yo meditaba en lo importante que es aprovechar cada una de las etapas que vivimos.

 

Esperar con felicidad también es reconocer que cada momento que vivimos es sin duda la posibilidad de aprender, crecer y ser mejor; pero sobre todo, de vivir algo que más adelante ya no estará. Es como cuando pasamos del colegio a la universidad y extrañamos algunas cosas que ya no tenemos. Mejor dicho: disfruta tu presente tal y cómo viene, dejando a un lado esa ansiedad que a veces se asoma por temor a lo que vendrá en el futuro.

 

Rodéate de personas de valor

 

Algo que me ha servido muchísimo para darle propósito al presente ha sido rodearme de personas que no solo llenen mis momentos de felicidad, sino que también llenen mi alma de virtud; encontrar amigos que te acerquen a ser cada día mejor es un regalo enorme. Dicen por ahí que somos las cinco personas con las que más nos juntamos; entonces, elije bien las personas que llenan tus días, conversaciones y rutinas.

 

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Espero que estos consejos te ayuden a disfrutar la etapa que vives, y también a prepararte para esa relación que tanto anhelas.

 

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Soltería con propósito

El mundo nos vende que ser soltero y no tener compromisos es lo máximo, porque significa ser un alma libre. Pero…, ¿qué hay de los que tienen un anhelo en su corazón de encontrar a alguien con quien compartir su vida y no lo encuentran? Recordemos que Dios nos llama a la santidad y nos pide esforzarnos. ¿Les hace sentido un matrimonio sin esfuerzo ni donación al otro? Claro que no. ¡Y lo mismo pasa con la soltería! A veces damos por hecho que es un simple estado de vida y que hay fluir, pero en realidad la soltería debería ser para todos una etapa de profundo autoconocimiento y discernimiento, porque solo sabiendo quienes somos podemos salir al encuentro con los demás. Ahora bien, seguro te preguntarás “¿por qué a mí? ¿No soy valioso? ¿Nadie va a querer andar conmigo?”. La soltería no debería ser negativa, pero para entender su propósito debemos cambiar nuestra forma de mirarla.

 

Discernir

 

Sin duda, cada uno tiene una vocación, y Dios nos revela dónde y cuándo podemos servir más, si nuestra vocación es el matrimonio o no. Pero tenemos que confiar en el plan divino, aunque no podamos verlo. Por eso, acompaña el discernimiento con mucha oración, formación y autoconocimiento.

 

Ser don para los demás

 

La soltería es una gran oportunidad de ser fecundos; a veces, cuando estamos solteros podemos llegar a tener más tiempo para los demás que cuando tenemos una familia. Probablemente los dones que tienes en este momento haya muchas personas que los necesiten: no les quites la oportunidad de servirles por concentrarte en cosas negativas sobre si eres valioso o no… ¡Sabemos que lo eres! Donarnos a los demás en la soltería, también da frutos en el matrimonio.

 

Prepárate

 

Ya hablamos del autoconocimiento, la formación y discernimiento. Pero conocer a la persona que te va a acompañar toda la vida, en caso de que sea tu vocación, necesita más que eso. Ya que trabajaste en los aspectos más profundos de ti, busca madurar. ¿Qué hábitos tienes que no te ayudan? ¿Cómo puedes ser mejor todos los días? Es decir, si ya tuvieras enfrente a esa persona especia, ¿cómo te gustaría que te encontrara?

 

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Lo último que quiero decirles es que no se preocupen por la edad: vivimos tan preocupados por eso que mucho se casan con la persona equivocada. Sólo por la inmediatez de no casarse más grandes. Dios dirá… El día de la boda es fácil, pero para un matrimonio de toda la vida hay que esforzarse.

 

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