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4 hitos de la Revolución Sexual

Cuando se habla de revolución sexual, se suele hace referencia a un proceso iniciado en la década de los sesenta que produjo un profundo cambio en la moral sexual dominante de la sociedad. Nosotros vivimos hoy en un mundo hipersexualizado, y esto en gran medida es consecuencia de los cambios producidos en aquella época.

 

A fin de entender mejor el mundo el rumbo que la revolución sexual viene tomando en nuestros días, me gustaría presentar cuatro hitos o momentos importantes de dicha revolución. No se trata de pasos cronológicos, pues algunos de ellos pueden darse simultáneamente, sino de objetivos o conquistas importantes de esta revolución, los cuales vienen afectándonos hasta el día de hoy.

 

#1 Separación entre relaciones sexuales y reproducción

 

Un primer gran hito de la revolución sexual fue la separación entre las relaciones sexuales y la reproducción. Esto se logró de la mano de la invención y fabricación masiva de diversos tipos de anticonceptivos producidos en la segunda mitad del siglo XX. Con esto, se hizo de la fertilidad algo accesorio, algo que podía estar o no, algo que se podía encender o apagar a voluntad durante un encuentro sexual.

 

Paradójicamente, los anticonceptivos hoy se promueven con el rótulo de “salud sexual”, cuando en realidad lo que hacen es anular un elemento que hace a la salud del ser humano: su fertilidad. Un cuerpo fértil es un cuerpo saludable. La fertilidad, que es un signo de salud, se trata como una enfermedad o un enemigo que hay que anular.

 

#2 Separación entre relaciones sexuales y amor

 

El segundo hito de la revolución sexual fue la separación entre placer y amor. En este marco, la intimidad sexual dejó de verse como algo reservado al matrimonio, o al menos a personas unidas por un vínculo de amor, y pasó a entenderse como una actividad orientada a la maximización del placer.

 

Las relaciones sexuales dejaron de ser un momento de intimidad o de profunda comunión, para convertirse en un intercambio superficial; y hasta casi en un deporte de contacto. En este contexto, ya no tiene sentido hablar de relaciones íntimas —pues la intimidad supone una apertura al mundo interior del otro—, sino simplemente de tener sexo.

 

Se puso en el centro de la sexualidad la satisfacción del cuerpo, quitándole su potencial de aportar una gran plenitud a la persona en su totalidad —cuerpo y alma—. Esto último sólo puede hacerse poniendo en el centro de la sexualidad al amor.

 

#3 Reemplazo del “sexo” (como algo dado) por el “género” (como una elección)

 

Un tercer hito de la revolución sexual, en el cual se viene avanzando agresivamente en la actualidad, consiste en el reemplazo de la noción de “sexo”, como algo dado, por la idea de “género”, como algo que depende enteramente de la propia voluntad.

 

Cuando hablamos de sexo, nos encontramos únicamente frente a dos posibles opciones: varón o mujer. El ámbito del sexo es el ámbito de la primacía de la realidad sobre la idea. En lo que se refiere a la diferenciación sexual, lo que soy me viene dado: soy varón o mujer; y se trata de algo que no puedo cambiar.

 

El ámbito del género, en cambio, es el de la primacía de la idea sobre la realidad. En lo que se refiere a la diferenciación sexual, nada me viene dado: soy lo que quiero ser, y las opciones no se limitan a la combinación binaria de varón o mujer.

 

Lo paradójico es que el término “género”, en sus inicios, se usó con la excusa de visibilizar y defender a la mujer, acuñando expresiones como “violencia de género” o “igualdad de género”. Sin embargo, actualmente se vuelve contra la propia mujer, pues afirma que alguien nacido varón puede ser mujer con sólo desearlo.

 

Con esto, se niega que haya un esencia del ser mujer, y lo femenino termina diluyéndose y perdiendo valor. Si cualquiera puede ser o dejar de ser mujer con sólo quererlo, “ser mujer” se convierte en una expresión vacía, y nada hay intrínseco por lo cual ser mujer resulte valioso.

 

#4 Prescidencia de los padres para engendrar nueva vida

 

Un cuarto hito de la revolución sexual es que no se necesite más a los padres para engendrar una nueva vida. La anticoncepción introdujo un primer elemento de dominio respecto de la gestación de los hijos: uno podía elegir si tenerlos o no.

 

Con esto, se empezó a recorrer un camino en el que la vida del hijo dejó de verse como un don, y se empezó a ver como un producto. No se recibe al hijo como alguien a quien amar en cualquier circunstancia, sino como alguien —o algo— que llega sólo en las circunstancias en las que uno así lo quiere. En suma, se trata de un elemento que contribuye a la propia realización personal.

 

Esta mentalidad de objetivación respecto de los hijos derivó en prácticas como los vientres de alquiler, los diagnósticos prenatales en orden a descartar aquellos niños que vinieran “fallados”, o la inseminación artificial con la posibilidad de elegir a los espermatozoides de un catálogo de donantes.

 

Con esto, poco a poco se fue instalando la conciencia de que no eran necesarios ambos padres para gestar una nueva vida. De hecho, ser padre o madre podía llegar a ser una elección completamente personal: si quiero engendrar un hijo en soledad, pago por tenerlo.

 

El siguiente paso en esta progresión lo constituyen los intentos por engendrar y gestar nuevas vidas en vientres completamente artificiales. Con esto, se avanzaría todavía más en este proceso de objetivación del ser humano.

 

* * *

 

Espero que este post nos haya ayudado a reflexionar acerca de la revolución sexual y ver cómo hoy ha dejado de ser una propuesta que se hace bajo la bandera de la búsqueda de una mayor libertad. En cambio, aspira a generar un profundo cambio en la concepción que se tiene del ser humano.

 

Por cualquier duda, puedes contactarme por Instagram: @ama.fue y @daniel.torrec

¿Es obligatoria la sexualidad en el matrimonio?

Quiero continuar mi artículo anterior, para profundizar acerca de que la sexualidad humana va mucho más allá del instinto conservador y de los apetitos físicos, pues se centra en la unión con la pareja y la formación de la familia. Aquí tomaremos en cuenta los extremos a los que podemos llegar por —supuestamente— defender esta idea. Estos, como todo extremo, resultan perniciosos. Y los llevaremos hacia un lugar más saludable, menos… extremo. El objetivo es encontrar el espacio de una sexualidad bien entendida en el matrimonio, y darnos cuenta de si estamos obligados a ella como esposos o no. ¡Veamos!

#1 Para tener relaciones sexuales, hay que casarse

Ciertamente, vista en blanco y negro, esta frase es verdadera por completo. Pero estamos hablando de exageraciones. Sí: la sexualidad dentro del matrimonio entraña el compromiso, la confianza y la entrega requeridos para que, en este marco, ésta busque el bien de los cónyuges. Sin embargo, se produce un problema cuando la llevamos al extremo: si la mayor razón de contraer matrimonio es contar con “permiso” —social, legal, religioso…— para poder acceder a una vida sexual activa, la sexualidad se transforma en una moneda de cambio. En un arma que condiciona la relación completa.

La respuesta sana es entender que el sexo es una parte de nuestro cuerpo, y el cuerpo, uno de los componentes de nuestra individualidad. Por esto, la sexualidad constituye un aspecto inseparable de la unión de los esposos, sí, pero no el único. Así como la persona es una integralidad de cuerpo, mente y espíritu, la relación conyugal es un equilibrio entre lo físico, lo psicoemocional y lo trascendente. Y el acto sexual debe ser, a la vez, una suma de estos tres aspectos, y una arista del poliedro conyugal.

#2 El llamado del ser humano es a casarse y tener hijos

Es verdad: esto también parece correcto. Una vez más, el problema es caer en extremismos. No todas las personas tienen la vocación a la familia, ni están preparadas para tener una. Si bien el último punto es modificable a través de un proceso individual, el primero no lo es. Pues la vocación es un llamado interno a cumplir con un proyecto vital, y si este sólo toma en cuenta mis aspiraciones personales —y no un posible propósito compartido—, es probable que el matrimonio y los hijos no sean más que un requisito social.

Podemos ver esta realidad de una manera saludable; primeramente, conociéndonos. Si descubro que tengo una vocación a unir mi vida a otra persona y formar una familia, y descubro esa misma vocación en ella, la sexualidad tendrá sentido dentro de este proyecto de vida. Un sentido que construiremos y sostendremos juntos. Por tanto, cada acto sexual se enmarcará en esta vocación que compartimos, abiertos a la procreación y conscientes del vínculo indisoluble que se forma y se afianza.

#3 El débito conyugal

Asimismo, visto superficialmente, aquí hay algo real. Asimismo, a veces se exagera. Cuando llevamos al extremo del abuso el concepto de que el esposo se debe a la esposa —y viceversa—, hemos desbaratado el principio básico de la donación mutua que reside en dicho concepto. Entonces, como tu cuerpo ya no es tuyo, sino mío, tienes que rendirte a mis urgencias. El otro ya no es una persona que toma decisiones libres, y se vuelve un oscuro objeto de deseo. Por esto mismo, resulta descartable cuando ya no me sirve.

Lo sano es ver al otro como eso… Como otro individuo, distinto de mí, con sus propios apetitos, necesidades, historias y sueños. Luego, ya no lo uso, sino que dialogo para entender esa realidad que tengo frente a mí, y para que también entienda la mía. Descubrimos puntos de encuentro, tanto en la actividad sexual como fuera de ella. Encuentros físicos, no únicamente en la genitalidad, sino en la corporalidad entera, en una caricia, un abrazo, al tomarnos la mano. Me debo al otro, pero no como un esclavo de su placer, sino como un ser libre con sus propias circunstancias.

#4 No puede haber matrimonio sin relaciones sexuales

También esto es verdad, en principio. El extremo está en considerar que una vida sexual activa es un requisito para tener un matrimonio sólido. El matrimonio se define en el compromiso mutuo y en el acto corporal consumado, cierto; pero esto no significa que, cuando las circunstancias condicionan los encuentros sexuales, la pareja ya no pueda sostenerse. Y que, por tanto, se justifica que busquen otra relación donde sí existan estos encuentros.

La visión saludable es que dicho compromiso y actos corporales se deben mantener en el tiempo fundamentados en el amor. El amor que todo lo soporta y todo lo espera. El amor que comprende que hay momentos y momentos en la vida conyugal. Que, así como hay etapas en la existencia de una persona, las hay en las relaciones. Que no es lo mismo la pasión ardiente de la luna miel que la calmada afectividad de un matrimonio maduro. Que yo sigo siendo yo, y te sigo amando, aunque mi manera de expresarlo físicamente haya cambiado.

#5 Una pareja de casados normal tiene mucho sexo

A diferencia de los anteriores, en este pensamiento hay poco de real, y está basado más bien en una apreciación errada, por lo que vemos en las películas. Primero, el concepto de “normalidad” en este aspecto de la sexualidad no es tan fácil de determinar, considerando todo lo anterior, pero mayormente porque mi realidad no es igual a la de otra persona. Incluso dentro de la misma pareja. Entonces, si nos comparo con la idea que tengo de una frecuencia “normal” de relaciones sexuales, es evidente que habrá una discrepancia, si la de mi matrimonio es menor que esta. Y le meteré presión a la sexualidad.

El amor nos da la medida de qué es normal. Si busco el bien del otro y mi bien para, partiendo de ahí, seguir construyendo una relación conyugal sólida, no me preocupará que alguien diga por ahí que no tenemos suficiente sexo. Es más: si hiciéramos una encuesta entre todos los conocidos casados, es probable que nos sorprenda que la frecuencia promedio está muy por debajo de esa “normalidad”, y que aun así se sienten plenos. Porque la sexualidad nos une, pero no es la única manera de unirnos.

* * *

¿Estamos, entonces, obligados por el matrimonio al acto sexual? No. Estamos, sí, obligados a buscar una respuesta saludable a la realidad de nuestra relación a través del puente del amor. Porque la sexualidad debe ser el encuentro de dos seres que ya son uno, no el mero uso del otro en beneficio propio. Aunque este beneficio sea el cumplir el deseo de tener hijos, o la búsqueda de apoyo. Y, como seres libres, no estamos obligados a nada que no apunte al bien. Al bien mío, del otro, de la familia… Sin egoísmos. Ahí está nuestra única y definitiva obligación.

 

Si te interesa conocer más sobre estos temas, puedes buscarme en Instagram: @pedrofreile.sicologo

¿Cuándo me tengo que ocupar de mi fertilidad?

Vivimos en una cultura en la cual la fertilidad parece ser un interruptor que se prende y se apaga. A las mujeres, en particular, se les habla de ciclos —no de fertilidad— durante la preadolescencia y la primera adolescencia; se les habla de anticonceptivos durante su adolescencia y hasta los 30 años; y recién a partir de los 30 comienzan los consejos respecto de la fertilidad.

 

¿Es este el cuidado que debemos tener de nuestra fertilidad? La respuesta a esta pregunta tiene 4 nociones importantes.

 

#1 La fertilidad es salud

 

La fertilidad no es un interruptor: no se prende y se apaga, no se saca y se pone. Tanto mujer como varón nacen con un sistema reproductor especifico, que tienen desde el vientre materno, y que irá madurando a lo largo de su vida. En cada uno funciona de manera distinta, madura de manera distinta, y estos órganos siempre aparecen como desarrollo normal y sano del cuerpo humano. Ello no nos exime de llevarlo responsablemente, tanto para buscar el embarazo como para evitarlo. La fertilidad es parte del desarrollo saludable de nuestro cuerpo. Esto es obvio para la infancia, dado que nadie impediría el desarrollo sexual de su hijo.

 

#2 Los ciclos tardan hasta 3 años en madurar

 

En el desarrollo de la pubertad y primera adolecencia, es importante entender que en la mujer los ciclos llevan hasta 3 años en llegar a su madurez. Es normal la irregularidad en el ciclo, justamente debido a su inmadurez. En los comienzos, hay un tiempo de prueba y error del cuerpo, tiempo en el cual va adaptándose a lograr un ciclo maduro, con niveles hormonales esperables. Durante este tiempo, es importante tener una consulta con un médico que logre acompañar y resolver posibles dudas. Pero lo importante es comprender que no es necesaria la regularidad, y que no se justifica el uso de anticonceptivos para buscarla.

 

Madres e hijas deben entender que, en caso de necesitar atención médica, conviene buscar una respetuosa del cuerpo, su desarrollo y sus tiempos. Los métodos naturales son una gran herramienta de descubrimiento personal para estas adolescentes. Logran entender la simpleza del ciclo, atender a sus irregularidades esperables, y ser testigos de los cambios en su cuerpo hacia la madurez. El uso de anticonceptivos no regulariza el ciclo: más bien, lo elimina, impidiendo el tiempo que necesita para lograr ciclos sanos y maduros.

 

#3 De los 20 a los 30 años muchas mujeres acceden a los anticonceptivos

 

Los motivos son variados, y los casos más llamativos resultan los de quienes creen estar bajo un tratamiento hormonal, o quienes creen que de esta manera regularizaron el ciclo o las hormonas. Es también fuertemente incentivado el uso de anticonceptivos de larga duración. Incluso, muchas veces es promocionado como beneficio la “ausencia de menstruación”. La verdad es que cualquier anticonceptivo hormonal inhibe la ovulación, con lo cual no hay desarrollo hormonal, ni tampoco hay propiamente una menstruación. Es decir: todo anticonceptivo hormonal deja anulado todo el sistema de ciclos, incluido las funciones del cerebro que dan las órdenes de “comenzar” con el ciclo.

 

¿Afecta esto la fertilidad? Por supuesto. Muchos dirán que no tiene consecuencias a largo plazo, o que no hay una afección en la fertilidad; sin embargo, eso es simplemente una contradicción en los términos. La fertilidad se da por los ciclos. Y los anticonceptivos anulan los ciclos, con lo cual la afectan en ese momento, anulándolos. Querer evitar el embarazo no es equivalente a necesitar quedarse sin ciclos. Los métodos naturales son una herramienta gracias a la cual los dos fines pueden llegar a buen término: cuidan de tu ciclo, conoces tu ciclo, y evitan el embarazo sin comprometer tu salud.

 

#4 La fertilidad no es un momento, es un continuo

 

En efecto, no se trata de una “reserva”, sino un todo. Luego de los 35 años, suelen aparecer los carteles, las charlas y las sugerencias respecto de “preservar la fertilidad”. Desde las empresas, las amistades o los familiares, hasta los médicos. Sin embargo, la verdad es que cada mujer es distinta: la fertilidad no se puede preservar, porque no está ligada únicamente a preservar células reproductivos. La fertilidad, como la salud, es un todo. Implica, obviamente, reserva ovárica, pero de ninguna manera es la única incidencia. Es la salud del útero, de las trompas, del cérvix y su descarga, lo que compromete el “todo” de la fertilidad.

 

* * *

 

La fertilidad no debe estar relacionada a un cuidado “para” tener hijos —y, por ende, a algo que puede descuidarse si uno no busca un embarazo, o si no sabe si le interesa—. Debemos entendernos como personas integrales, también en sentido físico. Si cuido mi salud, cuido mi fertilidad. Si observo y registro mis ciclos, cuido de mi salud. Es indiferente si soy o no activa sexualmente, si busco o no un embarazo. Ser sano es ser fértil. Mis ciclos son mi salud, y mi primera responsabilidad es cuidar de mi cuerpo.

 

Para más información, podés encontrarme en Instagram: @fertilitycareargentina

La sexualidad humana: ¿una necesidad?

Hoy quiero enfocar este artículo en uno de los mitos más dañinos sobre nuestra sexualidad: la idea de que es una necesidad de la cual no podemos huir. Las consecuencias van desde la instrumentalización del sexo —que hemos visto en otros artículos— hasta el aumento de la dificultad para la superación de adicciones sexuales. Conviene, entonces, derribar los diversos aspectos que componen este mito. Hay que advertir que conscientemente no voy a topar los temas que tienen que ver con patologías más o menos complejas, como el abuso sexual, sino que me referiré al objetivo natural de una sexualidad saludable. ¡Veamos!

 

#1 El deseo sexual es un instinto básico

 

Bueno: convengamos en que en todo ser vivo existe un instinto de perpetuar la especie, y que, para cumplir con esto, el mecanismo más exitoso es el usado por los animales en la reproducción sexual. Sin embargo, en el ser humano el deseo sexual no proviene únicamente de este instinto. Un dato interesante al respecto es que, aunque se sospecha la existencia de feromonas sexuales en el ser humano, estas aún no han sido halladas. ¿Querrá esto decir que el mecanismo de atracción entre el hombre y la mujer va más allá de lo puramente fisiológico?

 

En realidad, es natural sentir atracción hacia miembros del sexo opuesto, algunos más que otros, no sólo como respuesta a una señal química, sino también como respuesta a señales psicoafectivas y espirituales. Y terminamos sintiendo una atracción especial, que tiende a lo exclusivo, hacia ese individuo que hemos elegido para formar pareja para toda la vida. Puede comenzar por lo físico, o bien por “querer comerse el cerebro” (al mejor estilo zombi), pero terminará juntando todos los aspectos humanos en una atracción integral. ¿Es, entonces, nuestro deseo sexual igual al impulso instintivo de cualquier animal? Es evidente que no.

 

#2 El instinto es irrefrenable

 

Los seres vivos tienden a buscar el equilibrio (homeostasis), que es garantía de supervivencia. Por esto, si el perro tiene hambre, come hasta saciarse, no espera. El homo sapiens es el único ser que va más allá de la homeostasis: luego de encontrar el equilibrio, su sed de infinito le lleva a una inestabilidad que le hace perseguir su crecimiento y perfeccionamiento constantes.

 

Es decir que el hombre es capaz de evitar sucumbir a sus instintos por un bien superior. Entonces, hacemos dieta o ayunamos: el fin de la comida ya no es solo sobrevivir. ¿Querrá esto decir que podemos frenar los instintos básicos?

 

Si lo pensamos, ya que el ser humano posee la capacidad de planificar —y de planificarse—, el encuentro sexual no se queda en la inmediatez y en el mero hecho de reproducirse. Tiene en mente el futuro de ese encuentro: no piensa en una cría más, piensa en una familia; no piensa en satisfacer el instante, sino en unirse más a su pareja. El instinto está presente, claro, pero se analiza y se transforma en un acto de amor. ¿Es, entonces, la atracción sexual sólo una respuesta instintiva, que no podemos encauzar voluntariamente? Es evidente que no.

 

#3 El cuerpo humano va acumulando energía sexual

 

Comencemos por aceptar que el concepto “energía sexual” tiene poco de científico, aunque podríamos relacionarlo con las hormonas involucradas en la motivación sexual (testosterona, estrógenos, oxitocina, etcétera). Sin embargo, y aunque no podemos reducir todo lo relacionado con estas hormonas en unas pocas frases, debemos tener claro que sus funciones van mucho más allá del desempeño sexual. Además, como todo químico en nuestro cuerpo, estas tienen un período de vida útil, antes de —digamos— reciclarse. ¿Querrá esto decir que podríamos no acumular el impulso sexual que no se usa?

 

Existe el viejo mito, sobre todo entre los corrillos de adolescentes varones, según el cual, si no vas liberando tu energía sexual, te vuelves loco. En términos crudos, eso significaría que, si no sentimos orgasmos, nuestro organismo no sabrá qué hacer con todo ese material sexual, y terminará enfermando.

 

Es cierto, más bien, que psicológicamente nos vamos condicionando a buscar excusas para “descargar esa energía sexual” como sea. Esto genera una adicción química a todos esos procesos hormonales, la cual podría conducir a un síndrome de abstinencia cuando no podemos hacerlo. Al contrario, si sabemos encauzar nuestros impulsos sexuales dentro de relaciones saludables —y esto incluye el celibato—, veremos que esas hormonas son usadas en otras funciones y no se acumulan. ¿Es, entonces, la energía sexual algo acumulable, y dañino en potencia? Es evidente que no.

 

#4 Una vida sin sexo es una vida desgraciada

 

Hay que tener claro que no es fácil manejar la ausencia de actividad sexual en ciertas condiciones: al inicio de nuestro despertar sexual y su bomba de hormonas, al querer encontrar una pareja y no hacerlo, al tener una relación sin el debido compromiso que permita la entrega total, al vivir dificultades en el matrimonio que condicionan los encuentros sexuales, y —por supuesto— en el celibato. De todas formas, y como todo en la vida, no depende tanto de lo que vivimos, sino de cómo lo manejamos. ¿Querrá esto decir que somos capaces de tener una vida plena, aun sin relaciones sexuales?

 

Por supuesto, si nos tragamos todos los mitos anteriores, es obvio que no podemos considerar la felicidad sin ese elemento básico de la existencia. Al revés, si entendimos todo lo que existe detrás de la sexualidad humana, nos daremos cuenta de que no es solo un instinto irrenunciable que nos termina enfermando por su ausencia. Entendemos que quien se abstiene con paciencia por esperar algo sólido y sano en el futuro puede darle una respuesta distinta a esa motivación natural. Tal como quien no se come el snack antes del almuerzo. ¿Es, entonces, la vida con una sexualidad disminuida o nula una fatalidad oscura? Es evidente que no.

 

#5 La vida sexual sana es la que da rienda suelta al deseo

 

A lo largo de mis años, leí y escuche a muchos sexólogos decir cosas como estas, y afirmar que la sexualidad saludable es aquella en la que uno se siente satisfecho. Bueno, esto último tiene sentido si lo miramos bajo la óptica de lo tratado antes. No podríamos decir que somos inteligentes, si no podemos entender que nuestros instintos pueden ser llevados a niveles superiores. Que no todo deseo debe ser saciado, a riesgo de dañarnos a nosotros mismos o a otros. Por ejemplo, si siento un irrefrenable impulso de comer gomitas, no voy a llevarlo a nada saludable si sucumbo siempre a él. ¿Querrá esto decir que estamos en capacidad de tener una sexualidad sana sin permitir que nuestros deseos nos conduzcan siempre?

 

1Al hablar de salud en el plano sexual, no podemos dejar de tomar en cuenta que hemos de partir del hecho de que un encuentro sexual no puede ser del todo satisfactorio si no se ha realizado como una entrega física, psicoemocional y espiritual de un hombre y una mujer que se aman. Por tanto, lo hacen por el deseo del presente, un deseo físico y afectivo, pero también con vistas al futuro de la pareja y la familia. Un deseo individual y social a la vez. ¿Es, entonces, sana una vida sexual que solo respeta las propias urgencias? Es evidente que no.

 

#6 El impulso sexual es uno de los más fuertes del ser humano

 

Debo admitir que no solo este concepto es más elaborado que todos los anteriores, sino que una rama de la ciencia de la mente la tiene por cierta, por venir de uno de los padres de la Sicología: Sigmund Freud. Para él, las pulsiones vitales humanas, contrarias —aunque inseparables—, se reducen al sexo y la muerte. Tendría sentido si nos manejara nada más la testosterona, cuyos efectos sobre la agresividad y la libido son comprobados. Sin embargo, ya que un complejo de emociones, pensamientos e interacciones influye en el ser humano, los impulsos se traducen en motivaciones conscientes e inconscientes. que superan el límite de aquel instinto de conservación. ¿Querrá esto decir que el impulso sexual es uno más entre los muchos que mueven a la persona?

 

No conviene reducir al Hombre a un ente cuyos únicos fines son el placer obtenido del encuentro sexual y la defensa con uñas y dientes de su propia vida. Lo que nos distingue de otros seres vivos es la capacidad de planificar una existencia que pueda trascender más allá de nuestros años. El acto sexual responde al impulso natural de aparearse con el fin de perpetuar la especie, llevándolo más allá, al amor que persigue el bien propio y el de la pareja, la familia y la sociedad entera. ¿Es entonces el impulso sexual algo tan poderoso que reduce al ser a un simple procreador, objeto de placer? Es evidente que no.

 

* * *

 

El resumen de todo esto es que la sexualidad humana va mucho más allá del instinto conservador y de los apetitos físicos. Se centra en la unión con la pareja y en la formación de la familia, núcleo de la sociedad (aunque suene a lugar común). Entonces, como individuo, puedo verme ante la realidad de que no tengo una pareja para alcanzar esos fines —por decisión, por circunstancia…— y no acudir a encuentros sexuales casuales, masturbación o pagar por sexo. Así como estoy en capacidad de decidir hacer ayuno para alcanzar una claridad mental o espiritual, también lo estoy de escoger dejar de lado mi deseo sexual por un bien superior (individual o social). Al no pensar que lo necesito de forma urgente, puedo dejar de lado esos pensamientos y ocupar mi mente en mi proyecto de vida, con fe, esperanza y amor. Y ser feliz. El sexo entonces no es un burro ciego que me arrastra sin que yo pueda hacer nada: es una ofrenda de amor conyugal.

 

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Luchar contra los vicios

Luchar contra vicios relativos al ámbito de la sexualidad no es sencillo. Vicios como la masturbación, la pornografía o la promiscuidad sexual son muy difíciles de abandonar, y dejarlos toma su tiempo. De hecho, Santo Tomás de Aquino dice que para evitar estos comportamientos hay que esforzarse mucho, porque se trata de una lucha que se da en nuestro interior, y el enemigo que está dentro de casa es el más difícil de vencer.

 

Frente a esto, me gustaría dejarles cuatro consejos que nos da Santo Tomás de Aquino en su Comentario a los 10 mandamientos para luchar contra estos vicios.

 

#1 Huye de las ocasiones de pecado

 

El primer consejo que nos da es el de huir de todo aquello que puede ser ocasión para cometer el pecado. Esto implica que trabajemos a fondo sobre nuestro entorno, pues cuando hablamos de esta clase de vicios, nuestra voluntad se encuentra muy debilitada y hay que ayudarla. Si frente a la tentación se nos hace muy difícil resistir, debemos mantener la tentación alejada.

 

Para hacerlo, es importante cuidar las personas que frecuentamos, las cosas que vemos, la música que escuchamos, los contenidos que consumimos en Internet, las personas a las que seguimos en las redes, etcétera.

 

Debemos identificar aquellos factores que nos hacen caer y eliminarlos de nuestro entorno. Es fundamental también ser conscientes de los estados de ánimo que nos pueden hacer más propensos a realizar esos actos, como la tristeza, el estrés, la depresión, ecétera. Y cuando estos se presenten, tener mucho más cuidado para alejarnos de aquello que desencadena la secuencia con la que terminamos cayendo.

 

Finalmente, si se trata de pecados que cometemos habitualmente con nuestra pareja, resulta fundamental evitar las situaciones que nos llevan a cometerlos. Si esto nos resulta muy difícil o no estamos dispuestos a hacerlo, debemos plantearnos si realmente nos hace bien seguir en esa relación.

 

#2 Renuncia a ciertos placeres físicos

 

Para explicar el segundo y el tercer consejo, Santo Tomás presenta una comparación. Si un amigo nuestro se está peleando con un desconocido y quisiéramos ayudarlo, le negaríamos nuestro tu apoyo al deconocido para dárselo a nuestro amigo.

 

Llevado esto al ámbito de la sexualidad, el Aquinate dice que en estos pecados se presenta una lucha entre el espíritu y el cuerpo. El cuerpo nos tensiona a realizar ciertos actos casi como una necesidad, mientras que nuestro espíritu trata de resistir a esos deseos, a veces en vano. Lo que hay que hacer, por decirlo así, es debilitar los deseos del cuerpo y fortalecer, en cambio, el espíritu.

 

De ahí que el segundo consejo consiste en castigar esos deseos reunciando a ciertos placeres. Y aquí es importante que la renuncia se dé de preferencia respecto de bienes que proporcionen un placer al cuerpo, porque ese es el ámbito en el cual se producen las tentaciones propias de la sexualidad —aunque esto no debe tomarse como una regla que no admita excepciones—.

 

Algunos ejemplos pueden ser el abstenerse de comer ciertos alimentos que uno disfrute mucho, o hacerse el propósito de levantarse apenas suena el despertador en vez de quedarse marmoteando en la cama. Y en ámbitos que no se limitan únicamente a lo físico, abstenerse de jugar algún videojuego, o evitar escuchar algún tipo de música que uno disfrute mucho.

 

Es importante que esta renuncia realmente suponga una dificultad, porque se trata de una lucha que busca debilitar a ese enemigo interior. Enemigo que no es el cuerpo —es importante recalcarlo—, sino los vicios que en se han instalado en nosotros y que miran a la satisfacción de deseos corporales

 

#3 Dedícate a la oración

 

Si el segundo consejo apunta a debilitar esos deseos que brotan del cuerpo, este tercer consejo apunta a fortalecer el espíritu, y consiste en dedicarle más tiempo a la oración. Una oración de 30 segundos cuando estamos metidos en la cama de noche, con sueño, antes de dormir, no nos va a ayudar a fortalecer el espíritu.

 

Por eso, es importante dedicarle un momento del día a la oración, ya sean 10, 15 minutos o media hora. Y aprovecharlos para meditar la Palabra de Dios, o rezar el Rosario, o rezar la Liturgia de las Horas, o incluso ir a adorar al Santísimo. Es bueno recordar que ir a misa y comulgar al menos los domingos y confesarse frecuentemente es fundamental.

 

Uno dirá que estas son muchas cosas, pero es importante que estas se vean en el marco de una lucha contra vicios que pueden haber adquirido mucha fuerza en nosotros, lo cual hace que sea necesaria una gran fortaleza en nuestro espíritu para hacerles frente.

 

#4 Ocupa bien tus tiempos

 

Finalmente, el cuarto consejo que da Santo Tomás es el de ocupar bien nuestro tiempo. En efecto, el deseo de recurrir a ciertos comportamientos aflora con más intensidad cuando no tenemos nada que hacer. Por eso ayuda mucho mantenernos en alguna actividad.

 

Ahora bien, no se trata de ocupar nuestro tiempo de cualquier manera, porque podemos estar tratando de combatir un vicio instalando otro si eso que hacemos no es algo bueno. Debemos buscar actividades que nos enriquezcan, que nos plenifiquen, que nos permitan explotar nuestros gustos y talentos y nos ayuden a florecer en cuanto seres humanos.

 

Hacer deporte, entrar a un grupo de baile, aprender pintura o a tocar un instrumento musical, son cosas que sin duda pueden ayudar. Y Santo Tomás recomienda en este punto aprovechar nuestro tiempo libre en la lectura y estudio de la Sagrada Escritura.

 

* * *

 

Finalmente, recordemos que así como los vicios toman su tiempo en formarse, requieren tiempo también para desaparecer. Por eso, estas luchas contra nuestros vicios no se ganan en lo inmediato, y uno tiene que estar preparado para sostener sus esfuerzos en el tiempo y no desanimarse si uno no ve resultados de partida. Y si en este proceso hay caídas, se debe recordar que uno no pierde todo lo que venía avanzando. Hay que confesarse, levantarse y seguir andando.

 

Por cualquier duda, puedes contactarme por Instagram: @ama.fue y @daniel.torrec

La sexualidad como arma

Recuerdo que, al final de mi adolescencia, leí un libro que cambió mi perspectiva sobre muchos aspectos de las relaciones de pareja. Recuerdo también el día en que ese título entró en mi plan de lectura: estaba conversando sobre literatura y música con un amigo, sentados en el piso de su sala de estar, entre volúmenes que contenían letras y pentagramas de diversos autores de todas las épocas. Uno de estos atrajo mi vista. Era la cubierta en rojo y negro de un libro de Esther Vilar que había sido muy famoso en la década anterior (los años 70 del siglo pasado), tanto que mis papás también tenían un ejemplar en su biblioteca. Cuando lo tomé, mi amigo dijo: “¿El varón domado? Tienes que leer ese libro, te va a dejar pensando”. Y así fue.

 

No menciono este título para entrar en aquella polémica que ya lleva medio siglo entre el feminismo ortodoxo y el de Vilar (que ella llama “feminismo femenino”). Quiero tratar sobre una idea que encontré en aquella lectura: la mujer ha utilizado su sexualidad para amaestrar al hombre, y obtener así seguridad y comodidad. Y creo que conviene ampliar esta noción, porque esta instrumentalización del sexo por parte de la mujer tiene su contraparte en el hombre, cuando, con bases similares, este lo usa como herramienta de sumisión hacia la mujer.

 

Roles que ayudan a la supervivencia

 

Pero veamos si esto, lejos de ser una teoría loca de la sicóloga, socióloga y escritora germano-argentina Vilar, tiene sustento. Lo primero es recordar que en las distintas especies animales tanto la hembra como el macho cumplen roles definidos según mecanismos adaptativos, y lo más común es que la hembra proteja a las crías, mientras que el macho procrea y se va. En especies con sistemas sociales, estos roles dependen además de jerarquías; en la mayoría de ellas, los individuos dominantes son machos. Sin embargo, estas no son reglas fijas que se cumplan en todas las especies: dichas interacciones entre los sexos dependen totalmente de lo que más conviene a la supervivencia de cada especie en particular.

 

En concreto, el homo sapiens sapiens ha cambiado muy poco en decenas de miles de años. Por ser un ente carencial, sin armas naturales (colmillos, garras, etcétera) para defenderse de un entorno hostil, tuvo que depender no solo de su inteligencia y capacidad de utilizar herramientas, sino sobre todo de una sólida estructura social. En ella, es fundamental el rol de la hembra como educadora y protectora de las crías y administradora de los recursos, y el del macho como procreador, proveedor y protector. Es decir que, en lugar de ver estos roles como imposiciones conscientes de las civilizaciones, podemos considerar que fueron estructuras que se sostuvieron en el tiempo pues han permitido nuestra supervivencia como especie.

 

La búsqueda de estabilidad y la búsqueda de provecho

 

De todas formas, debemos mantener en mente que el ser humano no es una especie animal más, sino un ente racional de esencia espiritual. Es decir que no todas sus acciones dependen de una motivación instintiva que responda a una necesidad de supervivencia y perpetuación de la especie. Aun así, es claro que en algunos casos sigue actuando esa hembra homínida que buscaba atraer al macho para que le dé hijos, con el fin de obtener la estabilidad y comodidad que necesitaba para poder dedicarse a cuidar a sus crías.

 

Ello se traduce hoy en una mujer que usa sus atractivos sexuales para procurarse seguridad económica y la comodidad de no necesitar salir a buscarse el sustento. Recordemos, por cierto, que la palabra “economía” significa “administración de la casa”. Del mismo modo, inmediatamente se puede pensar en un hombre que, teniendo presentes —aun cuando sea inconscientemente— esas intenciones, abusa de ese poder protector para hacerse de los favores sexuales de la mujer. Aunque ella no se sienta del todo cómoda.

 

Sexualidad: ya no es entrega, sino armamento

 

Es verdad que cada vez resulta menos frecuente esta utilización de la sexualidad como arma para tirar abajo la barrera que supone el cuidar nuestra integridad en cuanto personas, a través de la entrega libre y responsable del propio cuerpo a otro que hace lo mismo con el suyo. Sin embargo, no sé si somos tan conscientes como deberíamos respecto de qué está detrás de esa instrumentalización de ese don hermoso que es la sexualidad dentro de la pareja.

 

Así, es posible que, por buscar que no nos controle el sexo opuesto, terminemos siendo nosotros quienes buscan controlar, quienes usan ese mismo armamento. Entonces, la mujer pasa a ser la que compra placer, a través de regalos o experiencias emocionantes, cuyo objeto es el de que ella no se sienta sola o poco atractiva. Y, por su parte, el hombre pasa a emplear su cuerpo como mercancía para salir de una situación inestable.

 

La solución es el amor

 

¿Cómo evitar que la sexualidad sea utilizada como herramienta o armamento? La respuesta es simple en teoría, pero no tanto en la práctica. Simple, porque nuestra sexualidad es un regalo que le damos a nuestro esposo o esposa, por amor. Compleja, porque no siempre podemos actuar de manera racional y ser capaces de impedir que nuestros impulsos más primarios tomen el control. Y, como se vio, cuando hablo de “primarios” no me refiero únicamente al instinto de conservación, sino a esos roles utilitarios que están en la base de nuestro comportamiento como especie. Aun así, cuando el amor —que consiste en el deseo del bien del otro— es el timonel de nuestras acciones, es mucho más fácil conducirnos a buen puerto. Juntos.

 

El amor no puede estar privado del sexo en la relación conyugal, porque es una relación que precisa un equilibrio entre lo físico, lo psicoafectivo y lo espiritual. El esposo busca su espacio de intimidad con su esposa, y ello les permite unirse más sólidamente y mirar juntos —no solo como pareja, sino como familia— hacia el futuro. Hacia un futuro que está tensionado en pos del infinito. Y la esposa también busca ese encuentro.

 

Pero, cuando uso el cuerpo como moneda de cambio o como arma arrojadiza, ese egocentrismo termina minando la relación. En estos términos, el vínculo no tarda en romperse, con consecuencias muchas veces devastadoras para los involucrados.

 

* * *

 

Amar significa darse. Y darse significa hacerlo por completo, sin cálculos ni avaricias. El amor dentro del matrimonio nos permite sentir que ese compromiso se ve sustentado en respeto, diálogo y un proyecto de vida compartido. Es posible, porque lo he visto en otros, y porque lo vivo en mi matrimonio.

 

Ya no compramos el cuerpo del otro a cambio de placer, pues ya no nos aferramos a las falsas seguridades económicas que parecen darnos el consumo y el confort. Estamos conscientes de que solo podemos hallar la seguridad real en la confianza entre dos personas que proyectan una existencia, juntos, hacia la eternidad. Con amor, por amor.

 

Si te interesa conocer más sobre estos temas, puedes buscarme en Instagram: @pedrofreile.sicologo

La “sexualidad católica” está equivocada

La “sexualidad católica” es un error, porque no existe. Nos explicamos. Algunas veces, vemos anuncios de este tipo: “Sexualidad para católicos”. Ahora bien, ¿de verdad hay una sexualidad propia para católicos?

 

Derribando un mito

 

La verdad es que no. Nos encontramos con personas que dicen “Como soy católico, esto no me está permitido”: parece que, si no fueran católicos, vivirían su sexualidad de otra manera.

 

En nuestra opinión, hablar de “sexualidad para católicos” es una gran equivocación, y lleva a conclusiones muy erróneas. Es cómodo refugiarse en el Señor y ponerlo de “parapeto”, y que nos permita no cavilar acerca de la razón de nuestra forma de actuar. Es más fácil, ante determinada pregunta, contestar “Lo dice la Iglesia”. ¿Cuál es la razón por la que la Iglesia dice eso? Esa es la cuestión a reflexionar.

 

Con mirada divina

 

En nuestro libro Sexo para inconformistas hacemos el ejercicio de explicar la sexualidad humana sin poner a Dios de “defensa”. Dios quiere ⎯eso pensamos nosotros⎯ que:

 
  • Hablemos a la humanidad entera, no solo a los católicos. Tenemos que ser universales: es lo que significa católico, llegar a creyentes y no creyentes.

 
  • Atendamos a lo que Él nos dice que está bien y mal para el ser humano. Nosotros solamente tenemos que buscar una explicación de todo esto.

 
  • Disfrutemos de nuestra sexualidad. Para disfrutar de nuestra sexualidad, tenemos que conocerla y aceptarla. Disfrutar de nuestra sexualidad no es practicar sexo: es sentirse a gusto con nuestro cuerpo y con nuestra manera de sentir. No despreciar ni envidiar al otro sexo, y ver en él un complemento en vez de un enemigo.

Dar razones profundas del accionar propio

 

Debemos formarnos bien, y pensar el porqué de las cosas. Ahora bien, “Lo manda la Santa Madre la Iglesia” no sirve: Dios quiere que tengamos “don de lenguas” para todo el mundo. Es como aquel de la parábola que escondió la moneda y no negoció con ella. En nuestra opinión, si los católicos nos cerramos en nosotros mismos y formamos guetos católicos, nos estaremos equivocamos.

 

Dios nos ha dicho cómo se vive bien la sexualidad, y nosotros decidimos si queremos o no vivirla así. El Señor propone: no obliga. La experiencia nos dice que, si la vivimos así, somos más libres y felices.

 

Reflexiona por qué haces las cosas, para explicarlo a todo el mundo y a ti mismo. Nosotros creemos que reducirlo a “Dios lo ha prohibido”, en los tiempos que vivimos, resulta tan cómodo como inútil.

 

Vivimos una época muy interesante, en la que o sabemos dar razones de nuestra forma de actuar, o la propaganda antirreligiosa nos arrinconará. Refugiarnos en la parroquia, en la asociación religiosa, en el club católico como recurso para aislarnos de la realidad es, eso pensamos, un error inútil. Porque nosotros, queramos o no, somos parte de esa realidad.

 

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Los católicos tenemos mucho que decir en el tema de la sexualidad. Hay que dar luz, ser farolas, donde la gente vaya a buscar claridad para su oscuridad y dudas. Es una misión de todos los católicos.

 

Para más artículos como este, podéis seguirnos en nuestra cuenta de Instagram: @lonuestro.info.

Moral sexual, ¿una imposición?

En materia de sexualidad, muchas veces decimos: “no hagas tal o cual cosa porque es pecado.” Y entonces, para alguien que quiere vivir la sexualidad de una manera que sea compatible con su fe, la moral sexual puede sentirse como una imposición. En realidad, si la moral sexual se vive como una imposición, se está viviendo tremendamente mal.

 

En este pequeño artículo me gustaría desarrollar cuatro ideas que nos van a permitir tener una comprensión adecuada de la moral sexual.

 

#1 No es una cuestión de fe solamente

 

Santo Tomás de Aquino desarrolla un principio clave para entender este punto. Él decía que la gracia supone la naturaleza: la eleva y la perfecciona, pero no la anula. Es decir, todo lo que se afirma a un nivel sobrenatural debe tener también un fundamento natural, y la moral sexual no es la excepción.

 

Aterrizando esta idea, si desde una perspectiva sobrenatural decimos que algo es pecado, es porque daña la naturaleza del ser humano; es decir, si acaso algo está mal es porque me hace mal en cuanto ser humano. De manera similar, si algo me hace bien en cuanto ser humano, no puede ser pecado.

 

#2 El bien y el mal dependen de la naturaleza del ser humano

 

Desde una perspectiva cristiana, lo bueno y lo malo no vienen definidos por una norma externa. Si así fuera, la moral podría llegar a vivirse como una imposición. E incluso se le podría obligar a alguien a hacer algo que le hiciera daño o impedir hacer algo que le hiciera bien.

 

En cambio, cuando hablamos de lo bueno y lo malo nos situamos en el terreno de la plenitud a la que estamos llamados en cuanto seres humanos. ¿Qué es lo bueno? Aquello que me perfecciona, que me acerca a dicha plenitud, que me hace florecer en cuanto ser humano. ¿Y qué es lo malo? Aquello que me aleja de esa perfección.

 

Nótese que hablamos de aquí de la perfección a la que estamos llamados en cuanto seres humanos, y no de gustos o preferencias particulares. De hecho, aquello que uno puede querer en un determinado momento no siempre es lo que le hace ser una mejor persona o hace aflorar su mejor versión. Por eso, la determinación de lo bueno y lo malo requiere un discernimiento desde la razón, y no desde los gustos o sentimientos del momento.

 

#3 Lo bueno en sexualidad: amar

 

En el terreno de la sexualidad, ¿qué me hace florecer en cuanto ser humano? Es decir, ¿qué me perfecciona, qué me acerca a mi plenitud? Vivir el amor. Amor entendido no como un deseo fuerte o un sentimiento intenso, sino como una decisión: la decisión de buscar el bien y lo mejor para la otra persona. Esta es la norma que rige la moral sexual: si quieres ser feliz, debes amar.

 

Nótese que no se trata de algo que viene impuesto “desde afuera”, sino que de algo que responde a los deseos más hondos que todos tenemos en cuanto seres humanos. Se trata de algo que está inscrito en nuestra propia naturaleza. Es decir, podemos vivir nuestra sexuaidad como queramos, pero únicamente en el camino del amor vamos a encontrar esa alegría, esa paz, y esa plenitud que tanto anhelamos.

 

#4 Lo malo en sexualidad: usar

 

Si un comportamiento es una auténtica expresión de amor, entonces es bueno. Frente a esto, ¿qué hace que un comportamiento sea malo? Que se trate de un acto contrario al amor; es decir, un acto que exprese una actitud de uso hacia otra persona.

 

Esto es así porque, en el ámbito de las relaciones interpersonales, lo más opuesto a amar es usar. En efecto, cuando amo busco el bien de la otra persona; cuando uso, en cambio, busco a mi bien a costa de la otra persona. Cuando amo, la otra persona para mí es un fin: la quiero por ella misma y no para conseguir algo más; en cambio, cuando uso, la otra persona para mí es un medio: la quiero para conseguir algo más. Cuando amo, trato a la otra persona como un sujeto: es para mí un alguien para amar; en cambio, cuando uso, trato a la otra persona como un objeto: es para mí un algo para usar.

 

A partir de lo expuesto, se ve que amar y usar son actitudes absolutamente incompatibles, pues no puedo considerar a la otra persona un sujeto y un objeto al mismo tiempo y respecto de lo mismo. Y si trato a la otra persona como un objeto, estoy obrando mal y me hago daño, pues voy en contra de mi propia inclinación a amar.

 

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Nadie ha dicho que amar sea sencillo. De hecho, en más de una ocasión se sentirá como andar cuesta arriba. Sin embargo, por más que a veces resulte arduo, es el único camino que nos llevará a una vivencia plena de nuestra sexualidad.

 

Por cualquier duda, puedes contactarme por Instagram: @ama.fue y @daniel.torrec

«Derecho a decidir» que no es otra cosa más que opresión

La práctica del aborto ha atravesado todas las épocas de la historia, y es importante alertar sobre los riesgos a los que se han sometido muchas mujeres al buscar abortos en lugares clandestinos, en los que se pone en peligro su vida. La realidad es que, por muchas situaciones de opresión y desventaja, a la mayoría de las mujeres no se le garantiza la protección debida en su niñez y adolescencia, no se les da acceso a educación sexual integral para ellas y sus parejas, y no se les otorgan los mínimos necesarios en vivienda, alimentación y salud. Incluso ocurre que muchas veces no se les dan garantías legales a la hora de denunciar a sus abusadores. Y, además, cuando deciden tener a sus hijos, se les niega el acceso a cuidados prenatales que les ayuden a continuar dignamente con su embarazo.

 

En estas circunstancias, vemos que muchos niños nacen en familias no preparadas, sin estabilidad económica, o incluso sin disposición real de acogerlos con amor y darles una vida digna y feliz. Por ello, aunque al hablar de aborto resulta imposible no remitirnos a la inmensa polémica que lo envuelve, el día de hoy queremos abordar el tema desde el amor.

 
 

El aborto como reivindicación

 

La capacidad de decisión también le ha sido negada a la mujer por muchos años: decidir sobre su vida y su futuro, decidir sobre su cuerpo y las relaciones que quería vivir, decidir en el ámbito social, cultural y político. La reivindicación de los derechos de la mujer y el libre ejercicio de su capacidad de decidir es un logro de toda la humanidad, y todos tenemos la obligación de defenderlo de cualquier injerencia y atropello.

 

Sin embargo, este es el panorama que nos introduce el aborto, no solo como una opción, sino como una necesidad. Necesidad de solucionar aquellas situaciones de vulnerabilidad en que se encuentras nuestras mujeres, necesidad de reparar los abusos y violaciones de las menores, necesidad de alcanzar igualdad y libertad para la mujer oprimida, que encuentra en el aborto una garantía para su decisión de no ejercer una maternidad que no desea.

 

Pero, aunque no podemos de ninguna manera negar estas situaciones que enfrentó la mujer de ayer y que siguen enfrentando las mujeres de hoy, resulta imposible afirmar que el aborto sea una solución, un derecho o una decisión de amor. Con el aborto, la primera que pierde sus derechos y su capacidad de decisión es la mujer.

 

Los derechos

 

No podemos hablar del “derecho a decidir” sin hablar de los derechos humanos. Estos son inherentes a la dignidad de las personas, son universales a inalienables. Nadie puede renunciar voluntariamente a ellos, y ninguna persona o Estado puede arrebatárselos a otra persona. En los derechos hay interdependencia e interrelación: el ejercicio de un derecho depende del ejercicio de otro; como el derecho a la libertad, que no podría ejercerse si primero no se garantizara el derecho a la vida.

 

Los llamamos “derechos humanos” porque son inherentes a todos los miembros de la raza humana. A todos, pues se comprende que somos miembros de la raza humana desde el momento de la concepción. Pensemos simplente en esto: no nos hacemos automáticamente humanos apenas después de nacer.

 

Con este panorama en mente, podemos preguntarnos: ¿cómo puede ser un “derecho de elección” un acto que priva a otros seres humanos de su derecho a la vida?, ¿cómo puede ser un “derecho de elección” uno que menoscaba considerablemente el derecho a la salud física, psicológica y emocional de las mujeres que lo practican?, ¿cómo puede ser una decisión de amor para la mujer un acto con el cual lucra millonariamente un cierto sector económico, pero que deja a la mujer en las mismas condiciones sociales, culturales y emocionales de vulnerabilidad y opresión en que se encontraba antes del aborto?, ¿cómo puede ser un logro para el feminismo, cuando a millones de niñas se les impide nacer, cuando se legitima que sus vidas acaben de forma violenta y dolorosa cuando están en su estado máximo de indefensión?

 

Digámoslo sin miedo: el aborto ni es derecho, ni es libertad de decisión, ni es un acto de amor. El aborto es la bandera sutil de la opresión femenina de los últimos tiempos.

 

Los datos irrefutables

 

Los resultados de las más fidedignas encuestas muestran que las situaciones que empujan a una mujer a abortar tienen que ver con problemáticas sociales prevenibles. El 44.4 % aborta por presión familiar o de su pareja; el 22.8 %, por interferencia a expectativas de vida; el 20.4 %, para ocultar el embarazo por temor; el 2.1 %, por abuso sexual reiterado y el 1.9 %, por abandono de la pareja.

 

Tras ver estas cifras, pensemos algo: si nuestras leyes y nuestras luchas no están dirigidas a solucionar estos problemas sociales de raíz, ni aunque legalicen el aborto en el mundo estos problemas dejarán de ocurrir.

 

En efecto, lo que pretenden negar aquellos que defienden el aborto no es la religión, sino la ciencia. La medicina moderna y los avancen en embriología demuestran que desde el momento de la fecundación se inicia la vida humana de un nuevo individuo. Desde la semana 12 de gestación, el feto siente dolor, ya que el tacto es el primer sentido que desarrollamos los seres humanos. No es un simplemente un embrión, o un “cumulo de células”, porque desde la semana 8 de gestación el feto ya tiene todos los órganos internos, como el corazón, que se desarrolla en la tercera semana de gestación.

 

Es un ser humano diferente, con órganos propios, con una carga genética (ADN) distinta y con un ritmo cardiaco diferente del de la madre. En el aborto. la mujer no decide sobre su cuerpo: decide sobre el cuerpo de alguien más. En el aborto, la mujer no ejerce libremente sus derechos, sino que es convencida de atropellar el derecho más importante de alguien más: el de la vida.

 

Y así, la mujer misma pasa a ser una víctima del negocio del aborto que, solo en Estados Unidos, cuesta alrededor de $ 1500 USD por procedimiento quirúrgico. Teniendo en cuenta que sólo en lo corrido de este año llevamos 6´970.600 abortos en el mundo, vemos que es un negocio redondo.

 

Un negocio que, además, es utilizado desde sus inicio, como herramienta de control poblacional, ubicando las más grandes clínicas de abortos en lugares de población afrodescendiente, de migrantes, de países del tercer mundo, entre otros sectores minoritarios. Un pequeño ejemplo de esto es que cerca del 96 % de los casos de Síndrome Down terminan en aborto. El mensaje es claro: no toda vida vale igual, ya que pareciera que sólo son dignas las vidas de aquellos que son deseados. Los demás pueden ser desechados.

 

Por otro lado, es una “decisión” en la cual la mujer misma no está segura: de hecho, un estudio en Finlandia demostró que hay un aumento significativo en el riesgo de muerte por enfermedades cerebrovasculares en mujeres que han abortado. La universidad de Cambridge logró determinar en su estudio que las mujeres que abortaron tienen 55 % mayor probabilidad de suicidio que aquellas que no abortaron, y el incremento en mujeres que consultan el psiquiatra después de un aborto es del 160 %.

 

Por su parte, The British Journal of Psyquiatry determinó que las mujeres que abortan tienen 81 % mayor probabilidad de sufrir enfermedades mentales. El Journal of affective Disorders encontró que el comportamiento suicida en mujeres adolescentes está directamente relacionado con procedimientos abortivos previos. Y, como si fuera poco, en Estados Unidos el 30 % de las víctimas sobrevivientes de tráfico sexual afirman haber sido llevadas a abortar en clínicas legales, sin que se hubieran llegado a descubrir jamás las situaciones de explotación en las que se encontraban.

 

La verdadera decisión de amor

 

Es por esto que nos permitimos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que el aborto no representa un logro para el feminismo y su capacidad de decisión, sino todo lo contrario. El aborto es el culmen de la opresión a la mujer, de la vulneración sistemática de sus derechos, de la mercantilización de sus cuerpos, del uso del feminismo como maquinaria política y de la legitimación de la violencia más atroz contra las mujeres, todo esto disfrazado de derecho y de libertad. La dictadura mejor consolidada es la que mayor control tiene sobre sus oprimidos, porque consigue que sus esclavos sientan placer en serlo. Asimismo, la belleza, la bondad y la justicia de la reivindicación femenina, y la exigencia de su capacidad de decidir, han sido desvirtuadas, usurpadas y atropelladas… y hasta se ha conseguido que las mismas mujeres lo celebren.

 

¿Esto significa que las mujeres que han abortado, quieren abortar o están atravesando embarazos no deseados deban ir presas y ser condenadas por la sociedad? De ninguna manera. Lo que significa es que debemos exigir soluciones eficaces para la mujer, no remiendos fáciles que disculpen a los Estados de la obligación que tienen frente al cuidado integral de sus ciudadanos. La cuestión no es si preferimos abortos clandestinos o abortos legales: la cuestión es si legalizamos la muerte y la violencia, para no enfrentar los problemas de fondo que aquejan a nuestras mujeres.

 

Existen muchos problemas de salud pública y muchas causas de muertes maternas y femeninas que son completamente desatendidas por la sociedad y los Estados… Pero, mágicamente, para el aborto sí hay recursos y preocupación a nivel mundial.

 

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Mujer, mereces decidir. Mereces decidir en amor y por amor. Mereces que tu cuerpo y tu situación de crisis no sean usados para permitir lucrar a unos pocos, o para abanderar ciertas campañas políticas. Mereces recibir atención integral ⎯atención que los grupos y organizaciones provida a nivel mundial estamos dispuestos a ofrecerte⎯, mereces que tu estado de vulnerabilidad no sea abanderado por causas injustas. Mereces no ser abandonada a la inestabilidad psicológica y emocional después de ejercer tu “derecho a decidir”. Mereces mas que un aborto.

 

Optar por las dos vidas no te hace menos mujer, ni menos libre. Optar por las dos vidas, buscar ayudas reales para tu situación y no permitir que otros te revictimicen: ese es el verdadero derecho a decidir.

 

Para contenido similar, @somos.sos

5 mitos sobre el sexo

Las relaciones genitales son algo maravilloso, y muy importante en una relación de pareja. Lamentablemente, la mayoría de nosotros estamos muy poco informados, y nos aventamos a ellas sin conocer lo que conllevan. En efecto, existen muchos mitos que hemos aceptado como verdades, y que nos apartan de una vivencia plena de la sexualidad. De hecho, contrariamente a esa plenitud, nos generan conflictos y heridas fuertes.

 

Según nuestra experiencia y lo que hemos aprendiendo, nuestra primera recomendación es que las relaciones genitales ⎯aunque este es el término más correcto para la acción, nos referiremos a ellas también como “sexo” o “sexualidad”, en aras a la practicidad⎯ se lleven a cabo en el matrimonio. Ello es así, ya que debemos pensar que estas conllevan una entrega increíblemente íntima, una entrega total. Para que se dé de la mejor manera, conviene además escapar a los mitos; aquí les mencionaremos algunos de los más comunes.

 

#1 “El sexo es como en las películas”

 

Las películas nos pintan algo muy, pero muy distinto a lo que es la intimidad conyugal. Debemos entender que cada hombre y cada mujer son distintos: se excitan de distinta manera, cada uno lleva su tiempo…

 

#2 “De sexo no se habla”

 

Es recomendable ⎯y nosotros diríamos que de hecho resulta muy importante⎯ que en una relación de pareja se platique abiertamente sobre el tema, ya desde el noviazgo. Estudiar sobre el tema también nos ayudará a prepararnos para conocer y amar de mejor manera a nuestra pareja. Eso sí: cuidado con los artículos o libros que no hablan desde el amor, y solo apuntan al placer.

 

#3 “Con la pornografía aprendí un poco”

 

Seremos sinceros contigo: lo único que puedes aprender de la pornografía es cómo usar a una persona. Cuidado con pensar que la pornografía te enseñó lo que es una relación genital, porque muy probablemente te llevará a frustraciones y decepciones.

 

#4 “El tamaño importa”

 

Más allá del tamaño del pene, lo que permite un verdadero disfrute para ambas personas, y sobre todo para la mujer, es la calidad de los previos. Recordemos que la mujer tarda mucho más en llegar a la excitación, por lo que unos buenos previos y el hacerla sentir amada y valorada son lo que importará. Nuestros amigos de @lonuestroinfo tienen varios artículos, muchos de ellos publicados también en @ama.fue, en los que explican el tema en profundidad.

 

#5 “Los dos necesitamos lo mismo”

 

Si logramos comprender las diferencias que tenemos entre hombres y mujeres en general, y cada uno de nosotros en particular, disfrutaremos de relaciones mucho más plenas y maravillosas.

 

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Como en todo, es algo en lo que debemos ir aprendiendo poco a poco. Recuerden que, entre más confianza exista entre ustedes, cuanto más abiertamente lo platiquen, mayor satisfacción compartirán.

 

Con cariño,

Los Nandos