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Una mamá es como una casa

“Una mamá es como una casa”, dice el hermoso libro-álbum que lleva esta frase como título. Es de la autora e ilustradora francesa Aurore Petit, y se los recomiendo mucho a todos aquellos que no le tienen miedo a emocionarse. Gracias a la particular relación entre las imágenes y el texto, la autora va describiendo la vida de la mamá y el bebé, desde la panza hasta los primeros pasos del niño.

 

A ella siempre podemos volver

Leemos en el libro: “Una mamá es como un castillo”, “Una mamá es como un remedio”, “Una mamá es como la luna en la noche”… Al final, mientras en la ilustración vemos cómo el niño se aleja caminando solito, el texto confirma: “Una mamá es como una casa”.

 

Repite el título. Como si dijera: “Una mamá es esta casa de la que se puede salir, y a la que siempre se podrá volver». Recomiendo enfáticamente esta hermosura de libro, pero además de hacer eso, quiero compartirles algo en lo que estuve pensando. Estuve redecorando un poco mi casa y, como siempre que uno hace algo que lo apasiona y que le insume tiempo, a veces las ideas se me van para ese lado.

 

Entonces, se me ocurrió algo que vale tanto para mamás como para papás. Si somos como una casa, ¿no deberíamos estar siempre «redecorándonos»? ¡Claro! Siempre deberíamos estar dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos, a hacer los cambios que sean necesarios para crecer.

Mirar hacia nuestro interior

Por supuesto, al decir que debemos “redecorarnos” no me refiero a que debamos recurrir a un centro de estética corporal, a pasar horas en la peluquería o a comprar maquillaje nuevo. Si queremos dar lo mejor de nosotros mismos, si queremos ser la casa más hermosa que podamos ser, tenemos que empezar por medirnos espiritualmente, para ver cómo estamos y qué necesitamos cambiar. Y entonces, sí, poner manos a la obra.

* * *

Sobre todo ante los desafíos de la paternidad, tenemos que estar dispuestos a mirar hacia nuestro interior, para corregir lo que hay que corregir, para explotar al máximo los talentos que Dios nos dio. Tenemos que estar dispuestos a rediseñarnos y a tirar todas las paredes que haya que tirar, para que finalmente las virtudes hagan que nuestras almas brillen, en acciones concretas, con sus mejores colores. Y vos, ¿estás dispuesto a redecorarte?

 

Si te gustó este artículo, no dejes de seguirme en @conluznodespertada, y no te pierdas mi libro Con luz no despertada, en el que hablo mucho de temas como este, a través de mis poemas.

Renunciar al amor por amor: historia de un filósofo amante

“Ella elige la risa, yo elijo el dolor” (“Diarios”, 1837-1839). Platón solía decir que “lo bello es difícil”. Difícil de entender, difícil de practicar. Por eso, siendo bello el amor, no debe sorprendernos que sea una de las cosas más difíciles que tenemos. Estudiamos el amor, conocemos el amor, vivimos el amor, buscamos el amor, e incluso apostamos al amor. Todos ejercicios muy arduos, ¿no? Pero pocos son suficientemente valientes como para renunciar al amor. Bueno pues, esa fue la prueba que le tocó vivir a Søren Kierkegaard.

 

Contexto: el atentado existencial de Hegel

 

Europa, año 1841. La civilización occidental había comenzado a verse afectada por los nuevos ideales modernos. Desde hacía un tiempo, se habían ido asumiendo nuevas propuestas científicas y filosóficas, que reemplazaban los valores de la fe por los valores del progreso, el paradigma del caballero por el paradigma del ciudadano, y el principio de la realidad espiritual por la idealización.

 

Fue aquel hombre llamado Wilhelm F. Hegel (1770-1831) quien había elaborado una nueva forma de concebir al mundo: el idealismo historicista. Hegel afirmó que toda la historia europea era parte de algo más grande. De un Espíritu absoluto, que guiaba y movía a la humanidad hacia la libertad y el progreso.

 

De ese modo, todo lo que creemos que hacemos libremente es sólo una parte más de una razón superior que nos determina. El individuo ha muerto; Dios ha muerto. Lo único que hay en la historia es el mecanismo del Espíritu Absoluto. Esta perspectiva, cargada de romántica superioridad y un futuro optimista, se expandió a lo largo del continente, convirtiéndose en la sensación de las escuelas filosóficas e inspirando a pensadores, poetas, científicos y gobernantes.

 

El filósofo de Dinamarca

 

Del epicentro de estas nuevas ideas en Alemania, nos trasladamos a Copenhague, Dinamarca, escenario de las dichas y desdichas del joven Kierkegaard (1813-1855).

 

Los pensamientos de Kierkegaard no han tenido, lamentablemente, el mismo peso en la historia que los de Hegel. Más reflexivo que sistemático, profundamente religioso y demasiado conservador para su tiempo, sus notas se pierden bajo los nombres de contemporáneos suyos como Comte, Marx o Nietzsche. Pero no vamos a centrarnos acá directamente en sus enseñanzas, sino en la historia de su vida. Esta no sólo refleja sus ideas: también refleja su compromiso con la verdad.

 

Søren dedicó su vida a la fe. La suma religiosidad protestante de su familia lo llevó a formarse en teología y filosofía, con el objetivo de convertirse en pastor1. Enclenque y enfermizo, no obstante, tenía un alma muy profunda, melancólica y por veces irónica. Mientras en las calles se mostraba carismático y sociable, puertas adentro se sumía en frías introspecciones sobre Dios, y sobre su libertad y sus pecados. Fueron dos hechos los que marcaron fuertemente su vida: la muerte de su padre (1838) y la relación amorosa con Regine Olsten.

 

El filósofo amante

 

Kierkegaard había conocido a Regine en 1837, cuando él aún era un mozo apasionado y romántico, aunque despreocupado por la existencia. La elaboración de su amistad llegó a su culmen el 8 de septiembre de 1840. Estando solos en casa de Regina, mientras la joven le dedicaba las canciones de su piano, él la detuvo al son de sus palabras: «No me interesa la música. Tu eres lo que quiero, y he estado buscando hace dos años». Se comprometieron inmediatamente.

 

Que ambos se amaban era evidente: “Habría de navegar alrededor del mundo entero para poder encontrar el lugar que me falta y hacia el que apunta el más profundo misterio de mi completo ser, y al momento siguiente estás tan cerca de mí, llenando mi espíritu tan poderosamente que me glorifico y siento que es bueno estar aquí”. Dedicaciones de tal tipo abundan en diarios y cartas de Kiekegaard durante aquellos años.

 

Sin embargo, su alma permanece intranquila. La despedida final de su padre lo impacta profundamente. Antes de su último suspiro, este le ruega que abrace el presbiterio. La angustia de sus pecados persigue a Kierkegaard, y las dudas sobre lo eterno y lo absoluto lo sumen en graves estados de inquietud. El 11 de agosto de 1841, no solo rompe con Regine, sino que se dedica a escribir frías cartas y dolientes artículos, para que ella lo olvida para siempre. A pesar de sus insistencias, la joven danesa terminaría asumiendo la ruptura, contrayendo matrimonio en 1847 y mudándose a América. No volvieron a verse.

 

El caballero de la fe

 

A pesar de ello, el teólogo la guardó en lo profundo de su corazón hasta el final de su vida. ¿Por qué lo hizo? ¿Cuál fue la razón de tal renuncia? Pues sigue siendo desconocida.

 

Lo que sabemos es que, después de aquella dramática experiencia, Kierkegaard se enfocó a pleno en aquella misión que había asumido: el rescate de la existencia y la fe. Frente a una época extasiada por las propuestas idealistas, un joven ironista danés pelea a capa y espada por esta verdad: que el hombre es libre, y que sus decisiones son la semilla de la angustia.

 

En contraste con el Espíritu determinista y progresista de Hegel, Kierkegaard ve que es necesario salvar la realidad de la dignidad personal. Porque ni los atributos de la razón zanjan la desesperación del hombre ante la pregunta “¿qué tengo que hacer yo?”. La solución está en un irracional salto de fe. En una absurda entrega a la voluntad de Dios: “El más grande de los hombres fue quien esperó lo imposible”. Entre nosotros y la posibilidad, se abre un oscuro abismo, que solo es superado por la visión de la fe. Esa que la historia había olvidado.

 

Esa defensa de la verdad fue para Kierkegaard, el amor mejor. Aunque sea renunciar a cualquier otro amor y elegir el dolor. Ha dicho: “Nunca olvido cómo Dios me ayuda, y es por tanto mi último deseo que todo pueda ser en su honor”.

 

¿Por qué Kierkegaard rompió con Regine? No se sabe. Pero hay una razón por la cual los sacerdotes no se casan, los monjes renuncian al mundo y los sabios anhelan la soledad del silencio. Es porque asumen un compromiso con un amor que saben que es más grande que todos los amores de la tierra, y cuya unión exige una entrega total.

 

* * *

 

No hay moraleja en esta historia, porque su enseñanza no pretende ser ley universal. No estoy diciendo que terminen sus noviazgos y se hagan curas o monjas —aunque, ¡quien sabe…!—. Pero sin duda que es una historia inspiradora.

 

Tal vez porque nos sirve para ver que, por encima del amor de los hombres, hay algo que también exige ser amado, aunque duela. En definitiva, si nuestras relaciones amorosas no favorecen nuestra búsqueda de la Verdad, tal vez debamos imitar a Kierkegaard, y elegir por sobre todo la Verdad. Aunque sea difícil.

 

O tal vez es inspiradora porque nos invita a inspeccionar nuestra interioridad y preguntarnos: en caso de ser necesario, ¿estoy dispuesto a renunciar al amor… por el Amor?

 
 

1Después podremos discutir sobre la fe de Kierkegaard, que claro, no llegó a ser católico. No obstante, tampoco fue del todo protestante, considerando que fue expulsado de la Iglesia de Dinamarca por oponerse a las doctrinas luteranas. Existió en él una intuición profundísima de la fe religiosa y el alma humana. Por el momento, les recomiendo el libro De Kirkegord a Tomás de Aquino, de Leonardo Castellani, cuya tesis se resume en: “Si Kierkegaard hubiese vivido más allá de sus 43 años, hubiese entrado en la Iglesia Católica”.

¿Por qué no quiere nada conmigo? ¿Qué hay de malo en mí?

La mayoría de las historias de amor hablan de dos personas que se enamoran entre sí, pero… ¿y el resto de nosotros? ¿Y nuestras historias? ¿Y los que nos enamoramos solos?

 

Y he amado con desesperación a ese hombre por más de tres miserables años, que han sido los peores años de mi vida, las peores navidades, los peores cumpleaños, fines de año entre lágrimas y Valium; estos años en que he estado enamorada han sido los más oscuros de mi vida y todo por haber caído en la maldición de enamorarme de un hombre que ni me ama, ni me amará.

 

Iris Simpkins, Película “El Descanso”

 

¿Qué tanto te identificás con la expresión de la protagonista de esta película en cuanto a tu vida amorosa? ¿En qué nivel se encuentra tu desamorómetro?

 

¿Acaso no soy suficiente?

Siempre respondemos lo mismo: “Sí, está bien, lo entiendo, es lo mejor para los dos, voy a estar bien.” Pero, por dentro, miles de preguntas atentan contra nuestra autoestima: ¿No soy suficiente? ¿Podré mejorar? ¿Será que soy muy demostrativo? ¿Demasiado intenso? ¿Lo habré asfixiado? ¿Por qué siempre arruino todo? ¿Será que no soy su tipo? ¿Y si cambio? ¡Puedo adaptarme! ¿Qué puedo hacer para que me ame?

 

Ufff… esa sensación de haber pasado por la inspección de calidad y salir con el etiquetado frontal de: “rechazado”, “no apto”; “no aceptado”, “no califica”. Y la infaltable pregunta que te termina de desarmar por completo: “¿Qué hay de malo en mí?” Te lo escribo en mayúsculas para que lo entiendas bien: ¡NADA! ¡NO HAY NADA MALO EN VOS!

 

No es tu culpa

Que la otra persona no te elija no es tu responsabilidad. Lo que sí es competencia tuya es el “¿por qué yo no me elijo?” Si llegaste al límite de permitirte vivir todo lo que vivió el personaje de ficción Iris Simpkins, es porque vos no te estás eligiendo.

 

Esto ocurre cada vez que permitís que alguien dañe tu autoestima, que te responda cuando quiera, te vea cuando se le dé la gana, te deje esperando, te tenga en la incertidumbre total, te descalifique y te coloque en una lista de espera. Cuando permitís todo eso, vos no te estás eligiendo.

 

Aceptar que el sentimiento no es mutuo

Se trata de simplemente aceptar que el sentimiento no era mutuo. Esto requiere atravesar un duelo. No importa a qué nivel llegó la relación. Así haya sido una ruptura de una casi-relación de 5 años o un casi algo de 5 meses; vos armaste en tu mente y en tu alma un futuro juntos, con la hipótesis de una historia de amor por recorrer. Y todo eso murió.

 

Permitite experimentar ese vacío que es necesario para que Dios lo llene. Vale romperse, vale llorar, vale el dolor. Lo único que no vale es quedarse ahí. No se trata de tapar lo que nos pasa, de evadirlo, sino de trabajar hasta extirpar el dolor y la sensación de descalificación.

 

Cuidá tu autoestima

Vas a tener que sanar algo que no rompiste, pero sí permitiste que se rompiera: tu autoestima. Entendé que tu valor no está determinado por la aceptación de nadie. La famosa frase de consuelo: “Ya vendrá algo mejor” no debes referirla a otra persona. Debes referirla a vos mismo, un “vos mejorado”: con un corazón sano, una mente fuerte y un espíritu valiente; pero además con la libertad de haber entendido que tu valor está en el diseño que Dios creó en vos.

 

***

 

Las historias de desamor también tienen su magia, porque quiere decir que hay un corazón que no se dio por vencido, que ama y suspira, que sueña y desea, que mira y siente. Por eso, ¡cuidalo! Guardá tu corazón. No te pongas en coma farmacológico, no lo mantengas en cuidados intensivos esperando que alguien le dé un soplo de vida. Elegilo, elegite, y liberalo de exigencias innecesarias. Tené fe que un día escribirás una gran historia de amor

 

con un precedente que te ha enseñado a amar con intensidad. Merecés un buen amor, alguien que te diga: llegaste a mi vida para darme vida. Y no, no perdiste al amor de tu vida, solo perdiste al amor de un momento de tu vida, que te enseñó a amarte mejor. Recordá (te lo vuelvo a gritar): ¡No hay nada malo en vos!

 

Para más consejos, podés contactarme en mi cuenta de Instagram: @pepyecheverria.

Cuando nos enamoramos, ¿qué escuchamos en nuestra cabeza?

(Advertencia: Este artículo tiene spoilers para la película de 1996 The mirror has two faces.)

 

En el año 1996 se estrena la película The Mirror has two faces, traducida en castellano como El espejo tiene dos caras o El amor tiene dos caras. En su época, esta película logró varias nominaciones y premios, pero, ¿qué es lo que nos interesa de esta película hoy, casi 30 años después?

 

Nos interesa particularmente la pregunta con la que comienza la acción de esta historia: “¿Cómo pueden dos personas unirse y tener una relación de mutuo respeto y afecto duradero, en un mundo dirigido por agencias publicitarias que te están vendiendo sexo todo el tiempo?”

 
 

Primera Hipótesis: “Quitar el sexo de la relación equivale a tener una unión de almas”

 

El profesor de Matemáticas Gregory Larkin (Jeff Bridges), protagonista masculino de la cinta, está cansado de no encontrar el amor en sus relaciones. Por eso, decide buscar una en la cual el sexo no sea parte de la ecuación. Y la encuentra en Rose Morgan, una colega que enseña Literatura en la misma universidad.

 

Al principio, todo marcha bien, y crece lo que podríamos considerar una gran amistad y comunión de almas. Pueden hablar de todo y acompañarse mutuamente, ya que comparten intereses mutuos y tienen el mismo sentido del humor. Hasta aquí podríamos decir que la hipótesis de Gregory está resultando. Sin embargo, el afecto de Gregory por Rose y su necesidad de estar con ella aumentan con el correr del tiempo, y le propone matrimonio.

 

Segunda hipótesis: “No me puedo casar con alguien a quien jamás he besado”

 

Rose le plantea este problema, y por primera vez se besan. Él plantea que, de ser necesario, la opción del sexo puede volverse una posibilidad. Rose acepta, pensando que Gregory entendería que esta segunda hipótesis conllevaba un desarrollo en la dirección de aquella posibilidad.

 

Conforme va pasando el tiempo y la relación crece tanto como la naturalidad entre ellos, el deseo también aumenta. ¡En ambos! Y es claro: no hay nada más natural que el deseo de dos de ser uno, como bien señala San Juan de la Cruz en su poema Noche Oscura, que resume la esencia del matrimonio. Esto termina tirando por tierra la primera hipótesis de Gregory, y los lleva a confrontarse con esta realidad.

 

* * *

 

“Cuando nos enamoramos escuchamos a Puccini en nuestras cabezas”, afirma Rose en la película.

 

En la iglesia es común pensar como Gregory, ¿no es así? De hecho, también secularmente se cree que la Iglesia en su doctrina predica esto: una especie de versión platónica del amor, en la cual se saca al sexo de la ecuación.

 

Sin embargo, esa no es la idea, puesto que la ecuación así no funciona. Dios no nos creó asexuados, ¡sino que nos creó varón y mujer! Y fue un paso más allá, cuando incluyó el gozo y el placer mutuo en la unión de ambos, al volverse uno solo.

 

Pero hay algo respecto de lo cual Gregory sí acertó en su primera hipótesis: ese ser uno empieza en la comunión de las almas, y luego se consuma en el amor conyugal. En ese amor que dará sus frutos cuando uno y uno se conviertan en tres.

 

La cuestión es que el orden se ha de respetar, pues aquí el orden de los factores puede alterar el producto. Y ese producto debe ser la unión. Es por ello que la idea planteada, la nueva hipótesis, no es sacar el sexo de la ecuación y sacrificarlo en el altar de la unión. Por el contrario, el planteo es armar una relación en la que primero se unan las personas en sus almas, y luego crecer esa unión, en una espera hacia la unión de los cuerpos. Una espera que vaya en un crescendo, y culmine en el clímax del matrimonio. Como Dios manda: de la misma manera que la música que escuchan nuestros protagonistas al finalizar la película.

La mentira del “te amo, nunca cambies”

Tomémonos un tiempo para hacer silencio. Encontrémonos con nosotros mismos: ¿qué vemos en nuestro interior? En el fondo de nuestro corazón, hallaremos esa ominosa añoranza de lo divino de la que hablaba San Agustín, esa sed de algo más grande que nosotros mismos. Ese movimiento interior nos habla de una realidad: ¡estamos llamados a ser santos! Esto quiere decir que no podemos conformarnos con lo que somos, y transforma nuestra vida en un esforzado —pero gozoso— peregrinar hacia el Cielo.

 

Por todo esto, me parece importante que, si de verdad queremos al otro, no banalicemos ciertas frases, que pueden desorientarnos de este camino. Y creo que muchas veces nos equivocamos cuando, intentando decirle algo lindo al otro, lanzamos esta famosa frasecita: “¡Nunca cambies! ☺”. A la luz de estas reflexiones, ¿no sienten que eso es algo horrible para desearle a un ser amado?

 
 

Podemos ser mejores…

 

Desenmascarar la mentira del “nunca cambies” implica asumir este llamado a la santidad como algo cotidiano, personal y necesario. Queremos cambiar nosotros mismos, queremos ser mejores, del mismo modo que queremos que el otro también sea mejor. Desearle a nuestro ser amado que nunca cambie es opuesto a nuestra misma naturaleza, que nos demanda un crecimiento personal constante.

 

Atención: no hablo aquí de “crecimiento personal” en términos exitistas. No apunto a frases vacías que te lleven a “ser tu mejor versión” o a una actitud personal que logre que “el universo conspire a tu favor”. Estas falsas certezas te llevan a una superficial conformidad con vos mismo.

 

Por el contrario, te invito a abrazar un camino de verdadero cambio, un camino de conversión constante y cotidiana. La idea es que tanto vos como tu ser amado, buscando ser mejores, se permitan caerse todos los días del caballo, como San Pablo, para redescubrir que nuestra fuerza está en Cristo. Con esa fuerza, podrán andar este camino del cambio, que no es un cambio abstracto, por el gusto del cambio en sí, sino que consiste en algo muy concreto: en ser cada vez más virtuosos. ¿Se animan a emprenderlo juntos?

 

…sin dejar de ser nosotros mismos

 

Cambiar, ser mejor, ser más virtuosos, no significa perder la autenticidad o abandonar aquellas cosas que nos hacen ser quienes somos. Filosóficamente, lo más correcto acerca del cambio es afirmar que, justamente, que haya cosas que cambian quiere decir también que hay otras que permanecen. Nuestra esencia, las cosas innatas que nos ha dado Dios —como nuestro temperamento o nuestros talentos—, van a seguir allí, al igual que ese “algo” que nos hace únicos e irrepetibles —lo que la metafísica clásica llama “aliquid”—.

 

De hecho, ese es el material sobre el cual tenemos que trabajar para cambiar: esa es nuestra base sólida para emprender el camino del cambio. Por eso pienso que la primacía la tiene, ante todo, la realidad. No podemos cambiar, ni ayudar al otro en ese proceso, si primero no vemos la realidad.

 

Una de mis ocupaciones es corregir y editar textos —entre ellos, algunos de los que se leen aquí, en AmaFuerte.com—. Y una de las cosas que más me gusta de esta tarea es que, cuando termino de corregir un texto ajeno, es habitual que el autor me comente: “¡Ahora sí que dice lo que yo quería decir!”. Muchas veces, los errores de redacción o de estilo no nos permiten ver la luminosidad del sentido del texto; entonces, cuando los corregimos, esos errores desaparecen, y el texto brilla en todo su esplendor. Queda —me gusta pensarlo así— como siempre debió haber sido, es decir: ahora, cambiado, es más fiel a su esencia originaria.

 

Y pienso que es posible que a las personas nos pase algo parecido: cuanto más virtuosas somos, más nos parecemos a nuestra esencia. A esa esencia que, en definitiva, es la forma con la que Dios nos pensó desde el principio.

 

No irse al otro extremo

 

¡Ojo! Lo que acabo de exponer está lejos de proponer que no tengamos que aceptar al otro. Y digo “aceptar”, y no “tolerar” —en verdad, el que tolera se siente superior: este es un término que, disimuladamente, termina haciendo hincapié en los defectos del otro—. Por supuesto que tenemos que aceptar a la persona que amamos; de hecho, esa aceptación afectuosa, esa aceptación total, constituye una de las mejores expresiones de amor.

 

¡Y da mucha paz! Tanto como la da realizar ese otro paso importante, hacia adentro: aceptarnos a nosotros mismos. La aceptación consiste en comprender, desde la caridad, las virtudes y los defectos. Cuando aceptamos, no idealizamos ni demonizamos: vemos la realidad tal cual es, agradecemos su existencia, y nos comprometemos a poner manos a la obra para que esa realidad —sea la propia, o la de nuestra pareja— mejore.

 

* * *

 

¿Volverías a decir una frase como “¡Nunca cambies!”? Creo que ha quedado claro que no es lo mejor que podés desearle a una persona amada, ¡sino todo lo contrario! Te propongo que, a partir de ahora, en vez de invitar al otro a permanecer siempre igual, con esa frase que es un latiguillo, te permitas desearle de corazón algo como esto: “Que mejores a cada paso, que seas cada día más virtuoso, que alcances la santidad”.

 

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¿Por qué olvidar a un ex NO es el objetivo correcto?

Es comprensible que, ante el dolor de una ruptura, queramos olvidar para no sufrir. Comúnmente tendemos a evitar las fuentes de sufrimiento; sin embargo, la evitación impide sanar. Paradójicamente, entre más evitamos el sufrimiento, más lo provocamos.

 
 

Olvidar no es sanar (ni sanar es olvidar)

 

Déjame ponerte un ejemplo. Muchas veces nos estancamos en noviazgos que a todas luces nos hacen daño y que están lejos de ser sanos, en los hay maltrato o infidelidad, solo por evitar el dolor de la ruptura. Y terminamos sufriendo más.

 

Así, el querer olvidar se traduce en un mecanismo de evitación para no sufrir, lo que hace que no vivamos el proceso de duelo sanamente. Es frecuente que olvidemos sucesos de nuestras vidas y que creamos haberlos sanado solo porque no pensamos en eso con frecuencia, cuando en realidad no hemos sanado ni perdonado, por lo que arrastramos esas heridas a nuevas relaciones.

 

Y es que buscar olvidar hace que apelemos a estrategias como el consumo de sustancias (alcohol, medicamentos para la ansiedad o la depresión, sustancias psicoactivas…), o que persigamos en exceso la distracción, pasando mucho tiempo fuera de casa, refugiándonos en el trabajo o en el estudio, saltando a una nueva relación inmediatamente, etcétera. Hacemos eso para no pensar o para no sentirnos solos, lo que solo prolonga el duelo.

 

Con esto no quiero decir que recibir medicación psiquiátrica sea malo, sino que no debe ser utilizado como medio de escape al dolor, porque al final lo que tendremos será un duelo no resuelto.

 

Es importante permitir que duela

 

La manera más rápida de superar un dolor es permitirse atravesarlo, aunque no sea agradable. Un duelo debe doler. Es más sabio enfocarse en hacer un buen proceso de perdón y de sanación de heridas, así como darse espacios para recordar con gratitud. Y es que perdonar es la estrategia por excelencia para sanar heridas, y a su vez, sanar heridas es la clave para no seguir repitiendo los mismos patrones en nuestras relaciones.

 

Debemos entender que no hay atajos. Por ello, debemos permitirnos atravesar todas las etapas de un duelo y darnos el tiempo de valorar la pérdida. Y en este proceso también es importante mantener el contacto cero con la otra persona siempre que sea posible. Por lo menos, mientras llegamos a la etapa final del duelo, que es la aceptación, en la que ya no vemos al otro como una necesidad ni le idolatramos.

 

El tiempo en sí mismo no sana nada

 

El tiempo ayuda, pero lo que realmente sana es lo que haces en ese tiempo. Por eso te invito a preguntarte: ¿Qué has hecho para sanar esas heridas emocionales?

 

Te doy algunos ejemplos de acciones reales que te ayudarían en el proceso: psicoterapia, procesos de sanación interior, procesos de perdón, oración, recurrir a los sacramentos, abandonar el pecado, y trabajar en sanar los celos patológicos, la lujuria, la dependencia emocional, el exceso de control pueden ser algunos de ellos. Además, te invito a preguntarte: ¿qué más te comprometes a hacer para sanar?

 

Nuevamente te doy algunos ejemplos: no culpar a tu expareja por todos los problemas de la relación, evitar la victimización, renunciar a la venganza, cambiar esa creencia de que no necesitas ayuda, buscar ayuda profesional y espiritual son excelentes ideas.

 

¿Qué tengo que sanar?

 

Debemos sanar las heridas de relaciones anteriores, como fornicación, adulterio, pornografía, uso de anticonceptivos (que destruyen la salud física y mental), maltrato mutuo, falta de comunicación, egoísmo, humillación y manipulación.

 

Pero también debemos sanar las heridas con los padres y patrones heredados de ellos, porque en ellos tenemos el modelo de relación que estamos siguiendo, y que no siempre es sano. Por ejemplo, unión libre, fornicación, adulterio, divorcio, miedo al compromiso peleas, victimismo, frialdad afectiva, abandono físico, golpes, negligencia, adicciones, sobreprotección, tendencia a trastornos psicológicos, maldiciones y tendencia a la culpa.

 

* * *

 

Sanar no es fácil: requiere de nuestro esfuerzo. Recuerda que tampoco debes dejarle todo el trabajo a Dios. Si bien es cierto que Dios es quien nos sana, también es cierto que Dios no hará por ti lo que tú puedes hacer por ti mismo. Por ello, es importante que te responsabilices de tu sanación y de tu vida.

 

Encuéntrame en Instagram como @psicoalexandraguzman

¿Vivir según la razón o la emoción?

El corazón humano

 

Cuando hablamos sobre el corazón humano no nos referimos a aquel centro de puro emotivismo reactivo del que emergen todas nuestras emociones, como algunas veces suele pensarse. Se trata de la realidad más profunda y compleja del hombre. El lugar en el que razón y emoción son capaces de encontrarse e incluso comprenderse. No obstante, en más de una ocasión el hombre encuentra un “versus” en su interior que lo lleva a experimentar dos fuerzas, a veces opuestas, que pueden llegar a cuestionarlo. ¿Se debe vivir según la razón o la emoción?

 

La tiranía de la razón

 

Cuando una persona es excesivamente racional y elimina las emociones de su vida por considerarlas débiles, inestables o poco confiables, corre el riesgo de caer en el mundo tiránico de la razón. Bajo este influjo, el individuo tiene la necesidad de pensarlo, re-pensarlo y ordenarlo todo, poniéndose a sí mismo como el único punto de referencia. Pensar tanto puede llegar a ser agotador, pues terminamos girando en un espiral sin fin que nos deja sumidos en nosotros mismos. Creer saberlo todo nos cierra las puertas hacia el encuentro.

 

La montaña rusa de las emociones

 

Por el contrario, ser excesivamente emocional puede generar que la persona se lance hacia el mundo y hacia los otros sin ningún orden, meta o razón de ser, siguiendo el vano deseo del sentir por el sentir. También podría tener una necesidad imperiosa de manifestar su emotividad, recibirla e incluso exigirla de los demás, moviéndose en el plano de lo pasajero y lo cambiante, propio de la emoción.

 

La verdadera integración

 

La solución ante este dilema consiste en apuntar hacia la verdadera madurez personal, la cual se consigue cuando encontramos la manera de integrar ambas dimensiones. Emoción y razón deben ir de la mano para no guiar al hombre por caminos distintos u opuestos y terminar por fragmentarlo. Como seres humanos, es cierto que necesitamos ser capaces de pensar constantemente y comprender lo que nos sucede, tener orden en el pensamiento, responder al por qué de las cosas y cuestionarnos, pero también necesitamos permitirnos sentir, humanizarnos día a día, conmovernos, fiarnos de los demás, etc. Solo cuando aprendamos a integrar y no a enfrentar la razón y la emoción, sentiremos que actuamos en sintonía y con entereza, sin que una fuerza interior nos domine o nos arrastre.

¿Cómo reconocer un matrimonio inexistente?

Toda ruptura es difícil y dolorosa e implica un proceso de duelo. Pero si estamos hablando de un matrimonio, resulta muchísimo peor por el compromiso involucrado e incluso por haber formado una familia o adquirido proyectos y bienes conjuntos. Existen casos en que dichos compromisos, sentimientos, personas o cosas, lejos de ser consecuencia de una relación sólida y estable, terminan funcionando como parches que no alcanzan a pegar dos vidas que nunca se unieron. Este artículo no pretende hablar de parejas bien constituidas que terminan separándose por situaciones externas o internas (bancarrota, enfermedades, traiciones, etc.) que no supieron manejar. Aquí vamos a hablar de asumir la realidad de una pareja que se casa por las razones equivocadas y en algún punto logran ver que no pueden seguir viviendo una mentira, un matrimonio nulo. Es un tema que no suele hablarse por una mala comprensión de lo que esto significa. Hay determinados aspectos que debemos tomar en cuenta para saber a qué nos referimos. ¡Veamos!

 

“Éramos muy jóvenes”

 

Esta situación se da, muchas veces, porque aún no tenían la madurez necesaria para entender que estar enamorado no es suficiente para mantener un matrimonio. Así como un niño puede preferir comer dulces a alimentarse sanamente, una persona inmadura (en lo mental o emocional) se puede casar pensando que el matrimonio está constituido sólo por los buenos momentos compartidos, sin poder asumir los deberes y responsabilidades que implica.

 

“Nos casamos por la presión social”

 

Muchas veces una pareja siente que la sociedad los empuja al matrimonio como requisito o para contentar a los familiares o amigos. Una persona a cierta edad, según los estereotipos, debe juntarse con otra y formar un hogar, una versión del “estudia una profesión, consigue trabajo, una pareja y ten hijos”. Sin embargo, es importante tener en cuenta que una decisión como esta, debe estar respaldada por el amor, el respeto y la comprensión de los dos para que sea duradera. Actuar una obra teatral frente a la sociedad no puede sostenerse mucho tiempo.

 

“No sabía en lo que me metía”

 

Esto suele pasar cuando las personas acuden a la boda por razones lejanas al amor y el deseo de formar una familia y lo ven como la solución a algún problema de índole emocional, psicológico, material o incluso espiritual. Una persona puede buscar a otra que le haga sentir amada si nunca percibió que la amaban, o para que le arregle la situación financiera, o alguien que sea muy piadoso para que los miembros de la parroquia aplaudan. Pero la realidad puede resultar mucho más fea y encontrarse con un sinnúmero de debilidades en el otro, escollos en la relación y dificultades en uno mismo para enfrentarlo.

 

“Me vi obligado por las circunstancias”

 

Frecuentemente las personas se ven obligadas a casarse por distintos motivos que no siempre son que le pongan una pistola contra la cabeza. Un hijo no esperado, unos padres que acuden al chantaje emocional, malos consejos de amistades o guías espirituales, la vergüenza por haber tenido relaciones sexuales aunque no hayan sido consentidas… la lista puede continuar. El caso es que estas personas se encuentran atrapadas ante una decisión fatal. Los caminos parecen llegar siempre a la misma conclusión, y muchos ven en el matrimonio una vía de escape que les permitirá sentirse en paz. Lejos de ser así, el peso de una mala elección se tornará imposible de soportar.

 

“Me casé con otra persona”

 

En ocasiones, un individuo puede ser engañado por el comportamiento de su pareja. Aun después de estar comprometidos durante mucho tiempo, deciden dar el siguiente paso sin conocer realmente a la persona con la que van a pasar el resto de sus vidas. Esto puede ser muy peligroso, ya que una vez casados, descubrirán muchas cosas sobre la otra persona que los afecta de forma grave. Cierto tipo de personalidades pueden jugar muy bien el papel de ser la última coca cola en el desierto, un premio inmerecido, un ser casi angelical, y una vez conseguida la presa (luego de la boda) muestran su verdadero rostro, que suele ser mucho más violento y agresivo.

 

“Siempre hubo alguien más en la relación”

 

Y no siempre es un amante escondido, sino la mamá, los amigos (o uno en particular), el jefe obsesivo y posesivo, etc. Estas personas suelen influir en las elecciones de los esposos sin que estos se den cuenta. Cabe destacar también el daño psicológico que alguien puede causar, en especial si no se encuentra presente para que el otro descubra su verdadera identidad (en ocasiones, ni siquiera se menciona). La pareja no discute para encontrar soluciones y caminos conjuntos, sino que la decisión ya ha sido tomada por influjo de un tercero en uno de sus miembros, muchas veces sin siquiera ser notado por la otra parte. Y cuando se trata de temas sensibles como la intimidad, la crianza de los hijos o los proyectos a largo plazo, puede resultar devastador.

 

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Este es, evidentemente, un tema muy complejo, y es posible que haga falta dedicarle más artículos. Hoy quise enfocarme en algunas cosas que debemos reconocer para determinar si estamos tratando de defender un vínculo que nunca existió, pues jamás hubo amor, compromiso, respeto ni verdad. Esto es muy distinto a desistir en la lucha por un matrimonio que está pasando por una crisis, pero que se puede levantar con fe, esperanza y amor. Si notamos algunas de las señales anteriores, podemos saber que lo mejor es iniciar el proceso para salir de una convivencia que no hace sino daño. Es muy importante ser honesto con uno mismo y con la pareja y tomar la decisión, pues algo que no va a mejorar solo puede empeorar. Así, habrá que enfrentar las consecuencias prácticas, legales, y –ante todo– emocionales y espirituales que hagan falta. Ya continuaremos hablando de ello.

 

El punto está en no seguir desgastándose con algo que nunca pudo ser, por más tiempo que haya pasado. Es hora de sanar.

 

Para más consejos, puedes buscarme en Instagram: @pedrofreile.sicologo.

En defensa del ex

Existe un pensamiento generalizado de que el ex merece un total repudio, como si se tratase de nuestro enemigo mortal. Pero a veces pienso que quizás esa no es la manera más emocionalmente saludable de abordar el tema.

 

A menos que la ruptura haya sido desgarradora y el daño anule cualquier buen recuerdo, creo que es posible hasta tener gratitud. Y no solo con nuestro propio ex, sino especialmente con el ex de nuestra pareja actual. Eso resulta aún más desafiante, pues estamos acostumbrados a ponernos del lado de quien queremos, y a convertir al otro en el malo de la película.

 
 

La reflexión más madura

 

Antes de conocer a mi esposa, ella tuvo una relación de varios años con un chico a quien no odio, pero que admito me generó incomodidad alguna que otra vez, cuando me lo crucé de casualidad. Luego maduré, y pensé que, en tantos años, él de seguro influyó en la personalidad de la que ahora es mi esposa…, ¡y de esa personalidad también me enamoré!

 

Los tiempos de Dios son perfectos

 

En mi caso, antes de empezar la relación que me llevó al altar, salí con una chica bastante mayor —recién había terminado mi discernimiento vocacional— y, aunque claramente no funcionó, me obligó a madurar —¡y a hacer presupuestos!— para estar listo para cuando mi futura esposa llegara a mi vida. Por eso dicen que los tiempos de Dios son perfectos.

 

Tú también eres el ex de alguien

 

Esto no significa que debes desbloquear a tu ex y llamarlo ahora mismo para agradecerle, ni esforzarte por ser amigos, no. Esto no lo recomiendo para nada. Sólo se trata de evaluar si aún es el villano que tenías en mente. Recuerda que tú

también eres el ex de alguien, ¡y no necesitas enemigos gratuitos!

 

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Para cerrar, quiero invitarte a pensar en algo más. Si somos cristianos y creemos en la conversión, esperaremos que la persona a la que en algún momento quisimos no sea más la suma de los defectos que recordamos, sino una mejor versión. Una persona más cercana a ser santa, aunque no nos toque a nosotros conocerla así.

 

Para más consejos, pueden buscarnos en Instagram: @minutoymedioblog.

Un paso a la vez

¿Te cuento un pequeñito —pero gran— secreto? Estamos tan bombardeados de cosas para hacer, de grandes expectativas que alcanzar, de grandes esfuerzos para lograr metas que a veces parecen inalcanzables… que se nos olvida un hecho muy simple: todo empieza por un esfuerzo pequeño. Por eso, aquí te daremos algunos consejos para vivir tu día a día de una manera más sencilla y plena.

 
 

No es necesario escalar el Everst

 

Solemos ponernos expectativas tan grandes que ver la meta se nos hace imposible. En cambio, al soltarlas y fijarnos pequeñas metas, resulta más fácil trazar un plan de acción respecto de hacia dónde nos queremos dirigir, sin pensar en el punto final.

 

La unión hace la fuerza

 

Cuando, dando nuestro mayor esfuerzo, nos concentramos en una tarea a la vez —en una pequeña, alcanzable y precisa—, los resultados suelen ser mejores. Y el proceso, por su parte, más agradable.

 

Diez minutos sí hacen la diferencia

 

A veces nos parece imposible añadir algo más a nuestras rutinas, o solo imaginar levantarnos una hora antes para hacer ejercicio nos desmotiva por completo. Pero sólo diez minutos son suficientes para empezar cualquier hábito, sea que hagamos estiramientos o que leamos. O tal vez no sean diez minutos de hacer algo, sino, por ejemplo, un vaso menos de refresco al día.

 

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Recuerda que un gran edificio está construido por la unión de pequeños tabiques. Sé valiente y confía en el proceso.

 

Con cariño,

Los Nandos