Categorías.

Resultados.

Los influencers que te falta seguir

Cuando abrimos nuestro blog en Instagram, había un par de cuentas de parejas de enamorados ya establecidas en esta red social. Se enfocaban más en viajes, en los útimos challenges o tags y en hacer listas de restaurantes —con o sin auspicio de por medio—. Algunos tenián muchísimos seguidores y alcance.

Obviamente, como los nuevos del barrio, le dimos follow a todos. Sin embargo, muy pronto nos dimos cuenta de que el contenido que posteaban no era lo que necesitábamos para nuestro noviazgo —y menos aún para el blog que queríamos hacer—. En conclusión, poco a poco los dejamos de seguir.

Dónde están los influencers que necesitamos

Hoy, camino a los 4 años de casados nos damos cuenta de la riqueza que tienen otros influencers que no pudimos seguir antes, no porque no quisiéramos, sino porque, ¡no tienen redes sociales! Así es, los influencers que te falta seguir no están aquí en el ciberespacio —aunque algunos tienen perfiles para uso personal—. Esos influencers están en el mundo físico; más específicamente, en alguna parroquia o movimiento matrimonial.

Ellos suelen tener sus años, lo que dificulta la comunicación con la juventud tiktokera actual, pero vale la pena esforzarse por compartir con ellos. En nuestro caso particular, los matrimonios del Encuentro Católico de Novios con los que hemos podido conversar siempre nos han iluminado desde el primer retiro al que fuimos antes de comprometernos. A veces, esas conversaciones nos han ayudado más que las propias charlas.

De influencers a amigos

Mientras más perseveramos en el movimiento hemos podido hacernos amigos de quienes antes solo eran “los encargados”, y ¡qué sorprendente es ver cómo han vivido lo mismo que nosotros vivimos a pesar de la diferencia de épocas! Y, ¡qué increíble es ver cómo han logrado con mucho trabajo y fe lo que nosotros tanto anhelamos: un matrimonio para toda la vida!

Hace poco, después de tiempo, me reuní con el matrimonio que nos acompañó desde mi juventud cuando participaba en una comunidad de jóvenes llamada EJE. Por 10 años perseveré con ellos. Siendo un matrimonio con 3 hijas, dedicaron gran parte de sus vidas a acompañar jóvenes, a organizar retiros, a darnos consejos, y hasta a abrir de par en par las puertas de su casa.

Y nos abrían las puertas de su casa literalmente, porque a veces podias llegar a almorzar o cenar. Al entrar en su casa, podías ver transparentemente su testimonio de familia católica, y eso te enseñaba un montón. Si no tenías ese ejemplo en tu propia familia, lo encontrabas en ellos.

Esos ‘influencers’ son de vital importancia

Creo que buscar ejemplos de matrimonios católicos desde el enamoramiento o noviazgo es vital. El solo hecho de sentarse a conversar con ellos y preguntarles cosas de cómo empezaron su noviazgo y su matrimonio enriquece muchísimo.

Si ustedes que nos leen están de novios, les recomendamos buscar no solo el próximo retiro prematrimonial o la comunidad de parejas en su parroquia, sino establecer amistad con matrimonios con experiencia y vida de fe, ¡A veces hasta pueden ser los papás de tus amigos!

Para más consejos, pueden seguirnos en nuestra cuenta de Instagram: @minutoymedioblog

5 claves para tomar una decisión en un momento difícil

Cuando dirigimos la mirada a la persona, existe algo que todos tenemos en común como seres humanos: somos libres. Como diría Jean Paul Sartre “el hombre está condenado a ser libre” y esa realidad pesa sobre nuestras conciencias siempre. Poder utilizar bien nuestra libertad para las pequeñas y grandes decisiones es clave si lo que en realidad queremos es una vida que nos conduzca a la plenitud.

 

Madurar como personas significa ser capaces de utilizar bien la razón y hacernos cargo de las opciones que tomamos en nuestro día a día. Sin embargo, cuando hay situaciones difíciles que hacen decidir en algún ámbito concreto (salud, laboral, familiar, relacional, hijos, etc.) ¿qué elementos debemos considerar? ¿qué “pasos” podríamos seguir?

 

No interrumpas la oración, antes ora más

 

Muchas veces queremos orar “en forma” cuando estamos en una situación difícil. Recordemos que el Señor nos conoce por nombre propio, eso significa que Él sabe cómo hablarle a cada persona. Sabe que a Juan debe hablarle diferente que a Santiago y a Claudia diferente que a Juliana. Jesús mismo lo dice “Yo conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí” (Jn 10,14). Ten la certeza que Dios guiará tus pasos en todo momento.

 

Mantenernos en oración, como un hábito, nos permitirá reconocer cuándo es Dios quien nos habla, y cuándo son los enemigos (el demonio, el mundo, el hombre viejo). Es necesario que nuestra vida de oración sea eso, una vida orante, una vida orada, no solamente un momento del día. Así, los momentos difíciles no desaparecerán, pero al menos comprenderemos con una mayor conciencia a qué nos invita Dios a través de esos momentos.

 

Consulta con personas sabias

 

Parte de saber tomar decisiones en un momento difícil es poder consultar a las personas correctas. Muchas veces buscamos personas que nos aman, pero que pueden no conocer mucho del tema que vivimos o simplemente pueden estar sesgadas por el amor que nos tienen. Por eso, es importante cultivar la virtud de la prudencia que nos dispone a discernir en toda situación o circunstancia nuestro verdadero bien.

 

De ese modo, pedir esta virtud en medio de estos momentos y realizar acciones que nos ayuden a ser prudentes será clave en este proceso. Pensemos por un segundo, ¿cuántas malas experiencias no hemos tenido por ser imprudentes con personas o en decisiones concretas?, ¿cuántos conflictos nos podríamos haber evitado si hubiéramos ejercitado esta virtud al hablar o al actuar?

 

Consultar con personas sabias y ser prudentes en lo que comunicamos a los demás será clave en este proceso.

 

Cultiva una actitud de abandono

 

No solo cuando hay situaciones difíciles, sino en todo momento y circunstancia estamos llamados a cultivar una actitud de abandono en Dios. Jesús en muchas ocasiones nos confirmó su presencia entre nosotros: “no os dejaré huérfanos” (Jn. 14, 18), “Yo estoy con vosotros todos los días” (Mt. 28,20). A menudo, cuando iba a curar a alguien preguntaba “¿crees que puedo hacerlo?” (Mt. 9, 28), y también respondía “que suceda según tu fe” (Mt. 9,29; Mt 8,13). Ante esta realidad, podríamos preguntarnos ¿por qué pareciera que Jesús limita su obrar a la medida de nuestra fe?, ¿es que no puede obrar de otra manera? Al respecto, San Agustín tenía una frase muy importante “el Dios que te creo sin ti, no te salvará sin ti”. Es necesario entender que Dios está a cargo de todo en toda circunstancia, momento y lugar y en esa medida obtendremos un mayor abandono en las situaciones difíciles.

 

Junto con la virtud de la prudencia, el abandono parece ser un complemento importante a esta virtud en los momentos difíciles, donde necesitamos aferrarnos más a Dios.

 

Racionaliza tus miedos

 

A nivel psicológico, ante situaciones difíciles se activará el mecanismo del miedo que busca protegernos del mal. Usualmente, cuando tenemos miedo nos paralizamos interiormente, por eso se hace difícil tomar decisiones, sentimos que el camino se cierra, el panorama se torna oscuro. Por eso, siempre recomiendo a mis pacientes: Racionaliza tus miedos, pensemos ¿esto que pienso es real? ¿De verdad puede pasar todo esto que creo que puede pasar? ¿Qué es lo peor de que suceda esto? Así, podremos poco a poco ir comprendiendo que sufrimos más por lo que creemos que puede ocurrir, que por lo que finalmente ocurre.

 

No pretendas controlar todo

 

La idolatría de control nos hace creer que estamos solos en el mundo y que todo depende de nosotros. Si pretendemos controlar todo terminaremos por agobiarnos al darnos cuenta que no podemos abarcar todo cuanto pueda ocurrir.

 

Este afán conduce a excluir a Dios, a darle poco lugar a la gracia y a la acción creativa del Espíritu Santo. Por eso Dios es desplazado y entramos nosotros mismos a querer ocupar su lugar. Necesitamos comprender que, si somos fieles a Dios en primer lugar, Él suplirá con su gracia lo que nos falte. Y si nos equivocamos, nos conducirá siempre de nuevo al camino correcto, pues Dios no pierde a ninguna de sus ovejas.

 

* * *

 

En conclusión, tomar decisiones en un momento difícil requiere una actitud de apertura, para poder entrar en un mayor diálogo con Dios y los demás. Los miedos y querer tomar el control siempre serán una tentación que nos conducirán a encerrarnos en nosotros mismos. Para combatir estas tendencias, debemos orar, buscar apoyo en personas sabias y asimismo cultivar acciones de abandono. De esta forma nos abrimos en paz, sabiendo que Dios es quien está a cargo de nosotros en todo momento.

 

Para más consejos, puedes seguirnos en cuenta cuenta de Instagram: @volveraloesencial_

No pongas el corazón en cualquier parte

El llamado a amar a todos y entregar nuestro corazón en todo lo que hagamos y a donde vayamos no es lo mismo que entregarle el corazón a cualquier persona sin límites ni reservas.

 

El mandamiento de amar a otros como a nosotros mismos exige, primero, ese componente personal: no podrás amar a otro si primero no te amas a ti mismo; no podrás cuidar de otro, si no te cuidas a ti mismo; y no podrás ser responsable con la vida afectiva de alguien más si no eres responsable con la tuya propia.

 

Terreno sagrado

 

Por eso el amor exige la capacidad de cuidar del propio corazón, protegiendo la intimidad profunda de nuestra alma, en donde habita Dios mismo y donde ha depositado nuestros sueños, anhelos, aspiraciones, proyectos y deseos más profundos. Es terreno sagrado. Ahí no entra cualquiera, sino solo aquellos que han visto arder en él su valor sagrado y la misma presencia divina, aquellos que se han descalzado para entrar cuidadosa y respetuosamente en el santuario de tu intimidad. Aquellos que se han comprometido a abonar y cultivar vida, verdad y libertad en ti, no los que quieren entrar a destruir y arrancar los frutos de amor ya sembrados en tu corazón.

 

Sé selectivo

 

Estamos llamados a amar profundamente a todos los que nos rodean, y, también, a ser selectivos con las formas que toma este amor. La soledad, la desesperación, la idealización del amor romántico, las heridas emocionales, la precipitación y los desordenes afectivos pueden impulsarnos a ser imprudentes en nuestra entrega, abriéndole el corazón a personas que no conocemos bien, considerando amigos íntimos y confidentes a personas no confiables, entrando en relaciones de pareja sin establecer limites sanos ni habiendo hecho un correcto discernimiento del otro.

 

Aprende de tus errores

 

El dolor que hemos experimentado, la traición, la no correspondencia, y la frustración de relaciones pasadas deben ser para nosotros una guía de tendencias y un medio de autoconocimiento. Si reconoces que tiendes a entregarte muy rápido, si le cuentas tus secretos a personas que apenas conociste, si te cuesta ir despacio a la hora de establecer vínculos… ¡ya sabes suficiente! Esto te permite anticipar tus inclinaciones y regular tus comportamientos.

 

* * *

 

Cuidar tu corazón no es una opción negociable: él anhela entregarse y reposar en lugares seguros, no lo deposites en cualquier parte.

La belleza salvadora de la palabra amorosa

Quizás conozcan un cuento para niños, muy hermoso, que escribió Hans Christian Andersen —sí: el mismo de la versión original de “La sirenita”, que termina para mal, nada que ver con Disney…—, y que se titula “El ruiseñor”. Es un cuento que les aconsejo leer, y que puede ayudarnos a pensar acerca de la relación entre la belleza, el amor y la verdad.

 
 

“El ruiseñor”, cuento de Andersen

 

En este cuento se nos narra la historia de un emperador; su imperio es tan portentoso y grande, que hay muchas cosas de él que él mismo desconoce. ¡E incluso se entera de ellas a través de los libros! Leyendo un libro que le obsequian, encuentra material sobre un pajarito. Se dice que el pajarito en cuestión, llamado “ruiseñor”, tiene el canto más hermoso del mundo. Lógicamente, el emperador manda por cielo y por tierra que le busquen al ruiseñor y se lo traigan. Una cocinera y unos pescadores lo descubren, y el emperador se fascina con el canto del pájaro, lo trata como a un príncipe, y descubre en su canto no sólo la fascinación de la belleza, sino también el ánimo y la salud.

 

Sin embargo, luego alguien le regala la versión “cuento de Andersen” de lo que hoy sería una inteligencia artificial: alguien le regala al emperador un ruiseñor mecánico. Este ruiseñor nunca se cansa, y puede manejarse a voluntad del emperador. Con él, el emperador reemplaza al ruiseñor del bosque. Y el verdadero ruiseñor, entristecido, vuela lejos.

 

Pero un día, el ruiseñor mecánico deja de funcionar. Y el emperador empieza a enfermar, hasta casi morir. Cuando no tiene cerca a nadie para que le dé cuerda, siquiera, al pájaro de mentira…, cuando la Muerte se lo está por llevar, ¡aparece el ruiseñor verdadero! Entra por la ventana, salvador, y canta hasta que la Muerte le devuelve al Emperador. Entonces, ante el arrepentimiento del emperador, el ruiseñor le dice:

 

—Yo te cantaré para que te pongas contento y pensativo a la vez. Cantaré por los felices y por los que sufren. Cantaré por el bien, y también, por el mal que te ocultan a tu alrededor

Y su canto, lleno de verdad, inunda la habitación del emperador, lo saca de su enfermedad, y le proporciona largos y sabios años de vida.

 

Primero, conócete a ti mismo

 

Como se imaginarán, esta historia da para muchas reflexiones, además de presentar un argumento entretenido. Nos dice mucho acerca de la naturaleza del ser humano. En principio, nos enseña que puede haber muchas cosas de nosotros mismos que nosotros no conozcamos. Como le pasaba al emperador —que se enteró de muchas cosas de su reino a través de los libros—, es posible que, entrando en contacto con el arte, con la belleza, podamos conocernos más y mejor a nosotros mismos.

 

Apertura y confianza en lo real

 

Pero el autoconocimiento sería sólo un primer paso. ¿Cuál es el siguiente? El siguiente paso, que es fundamental, es abrirse a la realidad y confiar en los otros. Acerca de este cuento, la autora Laura Devetach destaca el papel de la cocinerita y de los pescadores: son los humildes, los sencillos de corazón, aquellos con quienes debemos relacionarnos.

 

Pensemos en nuestros verdaderos amigos: ¿no son ellos quienes nos hablan con más humildad, con más franqueza? Ellos, como la cocinerita y los pescadores, nos pueden acercar a esa verdad que nos cura.

 

La verdad toca nuestra sensibilidad

 

¿Y dónde está esa verdad en el cuento? Bueno, esta verdad es el ruiseñor, por supuesto. Ese ruiseñor que, dice Laura Devetach, es “lo poético, lo vivo y lo auténtico, que con su canto toca profundamente la sensibilidad”.

 

Aunque muchas veces, en un esquema tomista muy rudimentario parezcamos —y digo “parezcamos”, porque no es lo que querría Santo Tomás— reducir al hombre a “inteligencia y voluntad”, la sensibilidad tiene un papel fundamental. ¡No nos olvidemos de ella! Yo puedo saber perfectamente lo bueno que un chico, puede agradarme plenamente a la vista…, pero si el corazón no me la señala…, bueno, es posible que no sea quien Dios ha pensado para mí.

 

La poesía nos permite un acceso bello a la verdad

 

Pero Devetach también habla de “lo poético, lo vivo y lo auténtico”. Y acá, creo yo, es donde entra el tema de la Verdad. Porque, en definitiva, la poesía consiste en hacer belleza con palabras. Y, a través de las palabras, nos permite un acceso privilegiado a la verdad, a lo más profundo de la realidad.

 

Cuando un poema —o una canción, o cualquier texto de prosa que tenga algo de poesía— dice algo, nos está diciendo eso, en su literalidad; pero a la vez, nos está invitando a nosotros a volcar en esas palabras nuestras emociones y experiencias, a hacerlas carne. Fíjense, por ejemplo, si no es eso lo que nos pasa con estos versos de un poema de José María Valverde, que el autor usa para describir la infancia:

 

El mundo iba naciendo poco a poco

para mí solamente.

La tierra era una alegre manzana de merienda,

un balón de colores no esperado.

Los pájaros cantaban porque yo estaba oyéndoles,

los árboles nacían cuando abría los ojos.

 

Estas palabras, además de tener algo de rima —como la rima entre “poco” y “ojos”, que sería lo de menos— son poéticas porque nos hablan de algo muy interior a nosotros, pero que, a la vez, está más allá. Nos hablan poéticamente de esa realidad que nos interpela.

 

El ruiseñor de mentira y el ruiseñor de verdad

 

¿Acaso hay discursos políticos que quieren hacernos creer que sólo existe “el relato”, o medios que quieren convencernos de que ahora todo da lo mismo, porque existen las “fake news”, o publicidades que quieren vendernos que seremos felices si, en vez de la ropa que tenemos, nos disfrazamos con la ropa que ellos quieren vendernos…? Bueno, pues nosotros sabemos que no es así. Todas esas cosas, esas expresiones de nuestro mundo contemporáneo, que idolatra la mentira —y nosotros sabemos que el Demonio es el padre de la mentira—, no son otra cosa que el canto de un falso ruiseñor.

 

En cambio, nuestro ruiseñor verdadero es el ruiseñor de la poesía, de esa poesía profunda que nos habla de algo más que de “sentimientos bonitos”. Porque el amor es más que sólo sentimientos bonitos. La verdadera poesía, es, en definitiva, la palabra enamorada. Esa palabra que nos ayuda a conocernos a nosotros mismos y a enamorarnos de las maravillas que Dios hace en nosotros. Esa que nos convoca a rodearnos de personas humildes y auténticas, y a amarlas, ya sea en la amistad, o en el amor de pareja. Esa que nos permite enamorarnos del mundo todo, porque, como dice el filósofo Josef Pieper, “puesto que Dios quiere y afirma las cosas, al hombre y al mundo en su conjunto, por eso y sólo por eso son buenas, es decir, amables y dignas de afirmación […] el propio existir no quiere decir otra cosa que ser amado por el Creator. […] Todo lo que existe es bueno, y es bueno que exista”.

 

La realidad se expresa en la belleza

 

Y aquí entra la belleza. Porque la realidad del mundo creado se expresa en la belleza. Por eso, el poeta español Julio Alfredo Egea dice: “Como al pájaro joven / que le crece su música a la par que las alas, / y en el primer arpegio de su flauta dormida / descubre el universo. / Así, la palabra / soñando hacer la vida más hermosa, / intenta lograr un relato de esencias, / poner un nombre nuevo al alma de las cosas”.

 

* * *

 

Esta, que tiene en la poesía, en el arte, una de sus máximas expresiones, es la verdadera palabra. Por ello debemos cultivarla: porque nos acerca a la Palabra con mayúsculas, al Verbo de Dios. Por eso, podemos incluso ejercitarla al conversar con nuestros amigos, al escribir un mensaje sentido por la muerte de un familiar querido, al escribir en un cuaderno de reflexiones… y al rezar.

 

Porque esta es la palabra que, como el ruiseñor, nos intenta alejar de la mentira que nos rodea; por eso, nos dice: “Yo te cantaré para que te pongas contento y pensativo a la vez. Cantaré por los felices y por los que sufren. Cantaré por el bien, y también, por el mal que te ocultan a tu alrededor”. Así, vivir unidos a esta palabra nos arranca, hoy y siempre, de las garras de la muerte.

¿Mis principios o mi pareja?

Aristóteles, un filósofo de la antigüedad, distinguía entre lo sustancial y lo accidental o, para decirlo en palabras más simples, lo esencial y lo accesorio. Lo esencial es algo que no puedo cambiar sin que la cosa deje de ser lo que es. Por ejemplo, al quemar un papel, este deja de ser papel y pasa a ser ceniza. Lo accesorio, en cambio, puede modificarse sin que algo deje de ser lo que es. Por ejemplo, si doblo un papel haciendo un avión, cambió la figura del papel, pero el papel sigue siendo tal.

 

Esta distinción puede aplicarse también a una relación. Mis principios son esos valores que están en el origen de todas mis acciones. Se trata de las normas fúndanles o los criterios rectores que están llamados a orientar todos mis actos. Cambiarlos, en cierto sentido, hace que deje de ser quien soy.

 

Lo esencial y lo accesorio

 

Cada persona es un mundo, y el inicio de una relación hace que esos mundos colisionen. Es muy difícil que en esa colisión haya un encaje perfecto. Generalmente, hay cosas en las que cada uno tiene que ceder para darle su lugar al otro. Y en ese “ceder”, hay que distinguir entre lo esencial y lo accesorio.

 

En lo accesorio se puede no coincidir, y en ese terreno se plantea la “negociación”. En cambio, en lo esencial, si no hay coincidencia, lo mejor es no avanzar. Si se decide avanzar, tarde o temprano habrá problemas, y uno se verá en la disyuntiva de tener que renunciar a sus principios o a su pareja. Por eso, lo más saludable en estos casos es cortar la relación en sus inicios. Más tarde, habiéndose establecido un vínculo más fuerte, la separación puede ser más difícil.

 

Un ejemplo de algo accesorio es que mi pareja comparta mi equipo de fútbol o mi profesión. Puede ser muy imprtante para uno, pero no es algo que, a la larga, defina la relación. En cambio, algo esencial es que la otra persona comparta mi religión, o que al menos esté dispuesta a vivir según los valores que se desprenden de ella. Es el caso, por ejemplo, de la vivencia de la castidad. Si no hay un acuerdo en esto, la relación se hará insostenible.

 

Dicho esto, hay 3 ideas que me parece importante plantear:

 

1. Conócete a ti mismo

 

Lo primero es que hay que hacer es conocerse uno mismo. Y, conociéndose, poder distinguir con claridad aquello que es esencial y aquello que es accesorio. Lo accesorio, puedo negociarlo. En cambio, lo esencial, no lo puedo negociar. Y esto, a dos niveles.

 

El primer nivel consiste en aquello que uno está dispuesto a cambiar —o no— en uno mismo. Por ejemplo, algo esencial para uno puede ser el hecho de querer casarse y tener una familia. Otra cosa esencial puede ser la vivencia de la castidad. Son cosas en las que uno no está dispuesto a ceder. Por lo tanto, si no hay compatibilidad en estos temas, no tiene sentido plantearse una posible relación.

 

El segundo nivel consiste en aquello que uno espera encontrar en otra persona. Respecto de estas expectativas, también es importante distinguir lo esencial de lo accesorio, pues no existe “el candidato perfecto”. Por ejemplo, que la otra persona vaya al gimnasio y tenga un cuerpo escultural, a fin de cuentas, es algo accesorio. En cambio, que comparta mi religión, tal vez pueda ser para uno algo esencial.

 

2. Tus valores no los asumes hasta que no los pones a prueba

 

La arcilla es el polvo del cual se hace la pasta para hacer figuras o vasos. Una vez mojada, se hace barro y es maleable; y modelada, la arcilla debe secarse. Sin embargo, aun seca, sigue siendo frágil. Por eso, la figura modelada debe cocinarse a más de 600 ºC para que la arcilla se convierta en cerámica, adquiriendo así una mayor dureza y solidez. Algo similar ocurre con los valores.

 

Los valores no se asumen en teoría. Para que estos sean realmente “mis valores”, deben ser puestos a prueba. Por ejemplo, alguien puede pensar: “nunca estaría con alguien que no practique mi religión”. Sin embargo, hasta que uno no conoce a alguien que no es creyente y experimenta una gran atracción, no verá cuán enraizando está realmente en uno dicho valor.

Un ejemplo interesante es la virtud de la castidad. Es fácil querer vivir la castidad en pareja cuando aun no se tiene pareja. La importancia que la castidad realmente tiene para uno se ve cuando uno está en pareja con una persona que quiere y además le resulta tremendamente atractiva, y esta persona le dice: ven esta noche a mi casa a ver una película que mis papás no van a estar. Es ahí donde se ve cuán importante para uno es la castidad.

 

En conclusión, esos valores que se consideran esenciales, no se terminan de asumir hasta que no se ponen a prueba.

 

3. Si no vives como piensas, vas a terminar pensando como vives

 

El ser humano es una unidad, y la inteligencia y la voluntad —que se ponen en juego en la vida moral—, tienden también a alinearse. Mediante la inteligencia se identifican los valores que se consideran esenciales. Mediante la voluntad, uno elije actuar conforme a dichos valores.

 

Lo normal es que las acciones respondan a los valores que uno tiene. Es decir, uno está llamado a actuar según aquello que cree que es lo mejor. Sin embargo, cuando esto no ocurre, lo natural es que uno “justifique” esos comportamientos que contradicen los valores que uno tiene, al punto de incluso llegar a cambiar dichos valores.

 

Volviendo al tema de la castidad, uno puede empezar una relación considerando que es importante vivirla. Sin embargo, una vez abandonada su práctica, uno tratará de justificarse con frases como: “nos vamos a casar”, “todo el mundo lo hace”, “ya tenemos tiempo juntos”, “nos amamos”, etcétera. Al final, uno se trata de convencer de que eso que hace es lo mejor.

 

Hay en el ser humano la necesidad de mantener esa unidad entre lo que se piensa y lo que se hace. Por eso, si uno no actúa como piensa, va a terminar pensando cómo actúa.

 

***

 

La etapa en la que uno empieza a conocer a alguien es clave. Sin embargo, pasar tiempo con la otra persona no garantiza que uno la conozca. Actividades como ir al cine o ir a bailar, si bien son buenas, no permiten que uno tenga conversaciones profundas. Por eso, es importante que en esa primera etapa de conocimiento uno tenga salidas que permitan hablar y plantear los temas importantes. Sólo de esta manera se verá si es posible construir una relación sobre bases sólidas.

 

El autor es el director de Ama Fuerte. Puedes contactarlo a través de sus cuenta de Instagram: @daniel.torrec.

¿Conoces al verdadero amor?

Seguramente estarás pensando en el título de este artículo: ¿”al amor”? ¿No será “el amor”? Pero no: no me he equivocado al escribir, porque el amor no es algo abstracto, no es un concepto, es una persona —bueno, en verdad, es tres personas—. Y, aunque usualmente suelo hablarles desde mi ámbito profesional como ginecóloga experta en reconocimiento de la fertilidad, hoy quiero que este articulo sea más testimonial, como una mujer soltera, como muchas que vivimos en este mundo y en esta época, preguntándose “¿cuándo será mi momento para amar como lo sueño?”.

 

Debo confesar que ese ha sido un interrogante que continuamente me hacía y le hacía constantemente a Dios, porque sentía que la vida, mi vida, me pasaba por delante, y que nada pasaba. A pesar de crecer en una familia católica, con sus hermosos instantes, pero también importantes heridas, realmente no era feliz. Me sentía en constante espera de que llegara mi momento, y aunque ya había iniciado un proceso de conversión, muchas veces como católicos perdemos el norte de qué es lo fundamental. Todo se había vuelto rutina: la oración, la eucaristía, mi trabajo en el servicio… vida sin sentido.

 

Pero luego me sentí movida —ahora sé que fue por el Espíritu Santo— a iniciar un proceso de autoconocimiento y de sanación integral, a través de la teología del cuerpo y de la terapia psicológica. Entonces pude descubrir que era imposible que pudiera vivir lo que siempre había soñado sino me había encontrado con El Amor. Por eso, hoy quiero contarte un poco de mi experiencia, de cómo fue ese descubrimiento, que puede darte luces del proceso en el que vives o simplemente esperanza de saber que no estas sola. Y para ello quiero proponerte tres interrogantes vitales con los que me topé en ciertos momentos de mi vida, y que espero que te sirvan para iniciar o continuar un camino de introspección de la tuya.

 

1. ¿Quién soy? ¿Cuál es mi identidad más profunda?

 

Es la típica pregunta que todo el mundo te dice que te hagas, pero, ¿realmente puedes contestarla? Solemos decir un sinnúmero de títulos académicos y nuestra trayectoria profesional. Pero, ¿a esto se reduce quien somos? ¿A un montón de cartones? Sin desmeritar lo mucho que hemos estudiado, siguiendo nuestras pasiones y vocaciones profesionales, nunca seremos lo que hacemos. Por ello, puedes dejar de hacer un millón de cosas para sentirte valiosa y simplemente hacerlas porque te dan alegría para darte a los demás, sabiendo que valemos sencillamente porque somos humanos, creados a imagen y semejanza de Dios. No porque Él necesitara compañía o porque se aburrió de repente y decidió crearte, sino porque Él que es el AMOR mismo, quien, en desbordamiento de ese amor, decidió con toda su voluntad, crearte.

 

Esta realidad cambió mi vida. El Dios del Universo, omnipotente y omnisciente, decidió crearme y me ha amado desde el mismo momento en que aparecí en Su mente. ¿Qué más valía que esta puedo desear? ¿Qué otro reconocimiento puedo querer? ¿Hay algo más maravilloso que eso?

 

Sí lo hay. Y es esto. Piensa: como causa de nuestro pecado —seguro ya habrás escuchado de la manzana y demás—, realmente el punto es que, en pocas palabras, decidimos que podíamos ser felices y plenos sin Él. Qué gran mentira, que tanto dolor nos ha causado, y lo sigue haciendo cada vez que no lo elegimos a Él. Sin embargo, debemos saber que Dios mismo envió a su hijo Jesús para reparar esa falta infinita, que sólo Él, siendo verdadero Dios y verdadero Hombre, podía resarcir.

 

A través de la cruz de Jesús, nuestro salvador que ha vencido la muerte, consecuencia del pecado, no solo somos creaturas formadas por amor, sino que somos hijos en el Hijo, hermanos de Jesucristo, los hijos del creador del Universo. Es decir: Dios no es solo el Rey de este mundo, es nuestro Papá. Y llevar esta realidad primordial de la mente al corazón hace que la vida no sea igual, porque Dios no es una entidad lejana que nos ve desde las nubes del cielo, es el papá que buscamos y en el que nos abandonamos con entera confianza.

 

Dios es mi Padre, y así, vela por mí, protege cada paso que doy, me consuela en la tristeza, me acoge en sus brazos cuando estoy cansada y tiene un plan perfecto de amor para mí. Un plan que, aunque no sea lo que exactamente he planeado, tengo la certeza de que será mucho mejor de lo que imaginé.

 

2. ¿Para dónde voy?

 

Muchas veces nos olvidamos de que este mundo es pasajero, de que nuestra existencia terrenal tendrá un fin y de que sólo una cosa podremos llevar con nosotros: todo el amor que dimos. Encontrar nuestra identidad como hijos de Dios nos hace recordar que hemos brotado de su inmenso amor y que estamos llamados a volver a Él para vivir en plenitud de Amor, desde nuestro ser únicos e irrepetibles, y siendo parte, a la vez, de una comunión de amor y vida con todos aquellos que hayan dicho sí a una vida con Él desde aquí. Esto es el cielo.

 

3. ¿Dónde estoy?

 

Cuando la identidad ya está clara —hija muy amada de Dios Padre, redimida por la donación de Dios hijo, mi hermano y salvador, Jesucristo— y la meta final trazada —el cielo—, todo lo demás a nuestro alrededor cobra sentido. Esa necesidad de ser mirada, de ser reconocida, de ser valorada se vio completamente saciada por Él, y mi corazón empezó a anhelar una sola cosa: intimidad profunda con Dios.

 

Me vi impulsada a hablarle constantemente, es decir, y —aunque no lo crean—, a orar, porque eso es orar. Y bien lo decía Santa Teresa de Jesús: “Oración es tratar de amistad con quien sabemos nos ama”. De esta manera, la oración ya no era costumbre: era hablar con mi Padre, mi amado Salvador, Jesús, y con el Espíritu Santo, mi guía y consejero en cada paso.

 

Y aquí se hace importante saber que, si queremos que esa relación con Dios sea cada vez más profunda, más verdadera, más fiel por nuestra parte —porque Dios siempre es fiel—, necesitamos permitirle que nos llene de su gracia y que nos sostenga con su amor. Necesitamos abrirle el corazón, porque somos frágiles y nada podemos sin Él.

 

Entonces me decidí a hacerlo en la Eucaristía frecuente. Y los sacramentos ya no eran rutina, sino un momento de encuentro profundo con Dios. Allí recibo al mismo Cristo, Dios de toda la tierra, que se hace uno conmigo por amor.

 

Ahora sí estaba preparada para analizar el entorno en me que movía con una mirada distinta y, lanzarme de cabeza a conocer todo lo que podía de nuestro Dios, creador y salvador. Para responder con todo mi ser a ese llamado de amor que todos los seres humanos tenemos, y que había recibido, y que sigue creciendo cada día más en mi corazón.

 

***

 

Cuando conocemos al Amor, la vida pasada y la presente, las heridas del corazón y nuestros pecados recurrentes empiezan a reflexionarse a la luz de Evangelio y con la guía del Espíritu Santo. Él nos mueve a cada instante a ser la voluntad del Padre —como escribir estas letras para ustedes en este momento—. Y buscamos seguir los pasos de Jesús, cumpliendo lo que Él nos ha pedido en cada instante de la existencia: en el transporte, en el trabajo, cuando salimos a comer con nuestros amigos, en casa con nuestra familia…

 

No lo hacemos porque estos son los 10 mandamientos y hay seguirlos porque sí; no lo hacemos porque seremos castigados si no cumplimos; no lo hacemos porque temamos las posibles consecuencias de no obedecer. Lo hacemos única y exclusivamente porque le amamos.

 

Y al amarlo a Él y a nuestros hermanos, es decir, a todos aquellos que Él mismo ha puesto en nuestra vida, empezamos a sanar. Nuestro corazón se ensancha y la vida no es una carga, sino la hermosa oportunidad de conocerle más a Aquel que nos amó primero. Es una oportunidad de unir nuestro corazón con el Suyo y de tener la sensación de que el nuestro explota de tanto amor. Así podemos amar como lo hemos soñado, aquí y ahora, en el estado de vida y con la vocación —celibato o matrimonio— que Él ha tejido para nosotros. Sabemos que Él nos espera con los brazos abiertos al final de esta vida terrena, para una eternidad en la intimidad de Su Corazón Trinitario.

 

Santa Josefina Bakhita ha dicho algo muy cierto: “Yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa.” Y tú, ¿ya conoces al Amor?

El amor de Dios me rescató y lo sigue haciendo

Me encanta elegir el tema de un artículo en función a la realidad que estoy viviendo. No siempre lo hago, pero disfruto mucho cuando lo alineo a un tema cercano a mí en el momento concreto en que lo redacto.

 

Hace unos días me encontraba en misa, muy dispersa y un poco indiferente a las palabras de la homilía. Miraba la imagen de la Cruz de san Damián frente a mí, y sólo le decía a Dios que, a pesar de que me estuviera costando prestar atención, todo lo que necesitaba era un poquito de su amor. Bastaron esas simples y únicas palabras para que se conviertan en la oración más sincera y eficaz que pude hacer en ese momento. No sé cómo, pero una vez más, Jesús me miraba como amor. Y me llenaba de su ternura, de su cariño, de todo eso que me ha regalado una y otra vez desde que decidí tomármelo en serio.

 

La cantidad de veces que he recibido su amor son infinitas, pero quiero hablarte de la primera vez.

 

Mi anhelo en la adolescencia

 

Mi historia personal ha sido algo compleja. Esto es algo de lo que soy más consciente ahora a mis treinta años: antes no lo comprendía del todo. En mi adolescencia, aterrizaron todas las carencias de afecto que había tenido, se hicieron más visibles y sus frutos fueron la búsqueda de cariño y aceptación. Pero esto último no terminaba de llenarme. Definitivamente, mi corazón anhelaba un amor sobrenatural, de esos que ninguna persona es capaz de dar.

 

El encuentro con Jesús

 

En esa búsqueda, Dios se me cruzó en el camino, a través de invitaciones a una parroquia, a un retiro, a una charla. Por medio de amigos que empecé a conocer. Ellos me invitaban a una adoración eucarística, a una oración comunitaria…

 

Jesús se me cruzó porque Él entendía la necesidad de Su amor que yo tenía. Tal vez sabía que, si no le daba a mi corazón lo que realmente necesitaba, iba a andar en esta búsqueda por años, experimentando de todo y no quedando satisfecha con nada.

 

El amor de Dios

 

Ahora yo te quiero hablar del amor de Dios. Tal vez muchos necesitamos recordar sus tres características principales.

 

En primer lugar, el amor de Dios es incondicional. ¿Qué quiere decir esto? Que no está condicionado a nada. ¿Te suena esa historia de que cuando te sacaste mala nota en el colegio o cuando decepcionaste en algo a tu papá sentías que te iba a dejar de querer? Pues Dios no es así, porque su amor no depende de nada de lo que tú hagas. Dice Dios en Jeremías 54, 10: “Pueden moverse las montañas y los cerros venirse abajo, más mi amor por ti no cambiará”.

 

En segundo lugar, el amor de Dios es eterno: Él te amó igual desde el primer minuto de vida, y lo hará hasta el último. Su amor no cambia, no se muda. Por eso leemos en los salmos (136), “su amor perdura para siempre”, y en Jeremías 31.3: “Con amor eterno te he amado”.

 

Además, el amor de Dios es personal: es verdad que Dios nos ama a todos, pero eso no quiere decir que nos meta a todos en un mismo saco. Dios te ama a ti, con nombre y apellido, te conoce y vales muchísimo para Él. Así, tal y como eres. Con tus defectos y virtudes, Él te ama. Ha estado pendiente de ti a lo largo de toda tu historia y por eso te conoce mejor que nadie. El libro de Jeremías (1.5) lo afirma diciendo: “.Tú me formaste en el vientre de mi madre”.

 

* * *

 

Si logras entender esto, será mucho más fácil estar abierto a recibirlo. Si nunca lo has experimentado, anda tras él, pídelo en oración, búscalo en los sacramentos, crea espacios propicios donde puedas recibirlos, como en el santísimo, o en una oración en tu cuarto. El amor de Dios nos rescata de todo aquello que engaña a nuestro corazón con una falsa promesa de felicidad eterna.

 

Cómo diría santa Teresa, “Nada te turbe, nada te espante. Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”.

¿Cómo conocer la voluntad de Dios? 4 tips para el discernimiento

Constantemente nos hacemos esta pregunta: “¿Cómo conocer la voluntad de Dios?”. Y es que es algo que todos buscamos, pero muchas veces no sabemos cómo hacerlo o qué implica. Y así termina pareciendo más difícil de lo que realmente es.

 

Sea cual sea tu estado de vida en este momento, te aseguro que te enfrentas constantemente a la pregunta: “Y entonces, ¿qué hago?”. Pues aquí te traigo una buena noticia: no estás solo en el proceso de tomar tus decisiones. Hay alguien que sabe más que tú, que tiene el camino pensado y que te ama con locura. Sólo está esperando que lo mires y le preguntes: “Jesús, ¿qué quieres que haga?”.

 

Primero es importante dejar dos cosas en claro: ante todo, que la voluntad de Dios es concreta y personal para cada alma. Dios ha pensado un camino de salvación concreto para ti específicamente. Un camino único e irrepetible, tanto como tu alma. No todos tenemos la misma llamada, los mismos tiempos ni las mismas respuestas. Lo segundo es que somos capaces de conocer la voluntad de Dios: Él quiere que la conozcamos y nos pide que la busquemos constantemente. Esto debe darnos la tranquilidad de que la voluntad de Dios no es un enigma escondido imposible de descifrar: es algo que Jesús quiere y desea darnos a conocer.

 

Conocer los deseos de Jesús para ti: eso es conocer la voluntad divina. Ahora la pregunta es cómo hacerlo. Aquí te dejo 4 tips concretos que te pueden ayudar en este discernimiento.

 

#1 La oración es esencial.

 

No se puede discernir sin estar en oración constante. ¿Cómo pretendemos saber qué quiere Jesús si no se lo preguntamos? Y, ¿qué otra forma hay de preguntárselo, si no es en el trato personal con Él?

 

En esas conversaciones con Jesús es cuando nuestro corazón humano se acerca al Corazón divino, y es capaz de conocerle. ¿Acaso no sucede humanamente lo mismo? Es fácil saber lo que el mejor amigo o el novio va a elegir, lo que prefiere o lo que desea; pero es imposible saberlo si se trata de un desconocido. Se le descifra más fácilmente porque se le trata constantemente.

 

Es lo mismo con Jesús: mientras tengas una relación más cercana con él, será más fácil entenderle. Y tu alma estará más atenta a Sus cosas.

 

#2 Es importante preguntar

 

No tengas miedo de poner sobre la mesa temas puntuales y de ser específico. Si, por ejemplo, te preguntas sobre tu vocación o sobre cómo iniciar una relación con una persona en particular, sobre cambiarte de país o de trabajo…, ¡no tengas miedo de hacer la pregunta directamente! Pregunta: “Jesús, ¿mi vocación es la vida consagrada?”, “Jesús, ¿qué opinas tú de este chico que estoy conociendo?”, “Jesús, me gustaría irme a estudiar fuera, ¿qué piensas tú de eso?”, “Jesús, tengo esta oportunidad de trabajo, ¿qué te parece a ti?”.

 

Mientras más directa sea la pregunta, más directa será la respuesta. A Jesús le gusta que pidamos su opinión y que la consideremos antes que la nuestra. Si somos concretos, Él será concreto en sus respuestas y disposiciones; si no me crees, haz la prueba.

 

#3 Busca acompañamiento espiritual

 

En el proceso de discernimiento, resulta vital la dirección espiritual con alguna persona más experimentada, y que tenga una vida espiritual sólida. Esto nos ayudará a crecer en la vida de oración y a cultivar nuestra relación con Dios.

 

En el acompañamiento espiritual, son fundamentales la confianza y la transparencia. Con ellos, esta persona podrá orientarnos y aconsejarnos de la mejor manera.

 

Después, sus consejos y opiniones debemos llevarlos a la oración para centrarnos, direccionarlos, y seguir trabajando. Dejamos en claro que, como su nombre lo dice, esta persona acompaña, pero todos somos finalmente libres de tomar nuestras propias decisiones.

 

#4 Hay que dejarle ir delante

 

Conocer la voluntad de Dios no significa tener completa certeza del futuro y conocer el plan completo, sino tener la seguridad de que nuestra vida toda está en sus manos. Sabemos que Él se está encargando.

 

Si verdaderamente creemos que Dios es quien más nos ama en el mundo y que sólo desea nuestra felicidad y nuestra salvación, seremos capaces de confiar en que su voluntad será siempre lo mejor, y lo más perfecto.

 

El ejercicio es dejarle ir a Él delante, marcando cada el paso. Confiamos en que, si vamos detrás de Él, el camino será siempre seguro. La voluntad de Dios se manifiesta también pasito a pasito, un día a la vez.

 

* * *

 

San Josemaría dice: “Dios se interesa hasta de las pequeñas cosas de sus criaturas: de las vuestras y de las mías, y nos llama uno a uno por nuestro propio nombre. Le interesan tus alegrías, tus éxitos, tu amor, y también tus apuros, tu dolor, tus fracasos”. A Jesús le interesan todas tus cosas, incluso las más mínimas.

 

La voluntad de Dios no es un concepto abstracto y lejano: son los deseos de Jesús para cada ti, en aquello grande e importante, pero también en eso diario y ordinario. Él sólo está esperando que lo mires y cuentes con Él para tus decisiones y tus planes. Resuenan aquí las palabras de la Virgen en Caná de Galilea: “Haced lo que Él os diga”. Solo hace falta escucharle.

Sor Juana Inés de la Cruz: Y ustedes, hombres necios que acusáis

“Mujer, ¿dónde están tus acusadores?” (Juan 8, 3)

 

Apuesto que, divagando por las redes sociales, o en sus ámbitos de estudio o de cultura, se les ha presentado un peculiar poema comúnmente titulado “Hombres necios que acusáis”. Échenle un vistazo:

 

“Hombres necios, que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? Combatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia. Opinión ninguna gana, pues la que más se recata si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana. Siempre tan necios andáis que con desigual nivel a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis. Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada o el que ruega de caído? ¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar? ¿Pues para qué os espantáis de la culpa que tenéis? queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis. Dejad de solicitar, y después, con más razón, acusaréis la afición de la que os fuere a rogar. Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo.”

 

Si lo leyeron con atención, puede que hallan notado lo polémico de sus versos. El escrito, titulado en un principio como “Redondillas” (1689), pertenece a la célebre Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), y es una punzante protesta femenina, sazonada con aquella ironía propia de la autora y una maestría lírica hija de aquel Siglo de Oro. Una pregunta que resume estas once estrofas puede ser algo como: ¿acaso la culpa es solo de la mujer?

 

¿La primera feminista?

 

Seguro que muchos de los que conocían el poema, no pudieron evitar vincularlo con nuestras amigas feministas. No los culpo. Tanto la imagen de Sor Juana como este mismo escrito ha sido convertido en insignia de esa causa, y han emergido de entre su círculo un sinnúmero de anécdotas y semblanzas (casi todas falsas) que coronan a la poetisa como “la primera feminista de América”. Algo lamentable, en primer lugar, porque ahora resulta que Sor Juana fue “feminista” (incluso antes de que existiese tal ideología); y, segundo, porque los cristianos nos lo creímos. No faltan, entre nosotros, aquellos que rechazan a la monja benedictina por lo que la sociedad moderna les ha vendido respecto a ella, ni aquellos que se jactan falazmente diciendo “¡Ja! ¿Ven? La primera feminista fue católica”, lo que no es sino reflejo de la pereza intelectual de nuestros tiempos.

 

Desde ya conviene dejarlo en claro: quien cree que Sor Juana Inés de la Cruz era “feminista”, no solo peca de “historicidio”, sino que además desconoce profundamente el cristianismo, y ya veremos por qué. Si es verdad que nuestra autora era de fuerte temperamento, que no gustaba de callar su indignación, y que muchas de sus líneas rozan la insolencia. Tuvo serios conflictos con las autoridades eclesiásticas de su tiempo, y una que otra vez fue víctima de la vanidad. Pero ella lo admitió, con pesar, hasta el punto de autoproclamarse: “yo, la peor del mundo”. Y más aún, tuvo la humildad, esa católica humildad, de rogar: “Dios me haga santa”.

 

Un poema realista

 

¿Por qué era feminista? ¿Porque defendía a la mujer? ¿Porque criticaba las malas acciones de los hombres? Vaya concepción limitada hay que tener para creer que solo las feministas defienden a la mujer y acusan a quienes hacen mal. La Iglesia hace eso desde mucho antes que la primera ola del siglo XIX (clara muestra de ello es el lugar que ocupan tanto la Virgen como grandes santas como María Magdalena, Santa Helena y Santa Teresa de Jesús). Las dichosas “Redondillas” no son feministas, al contrario, son frutos del cristianismo, y por ende, frutos del sentido común.

 

En el caso de la primera estrofa, leemos que la autora nos dice: “Hombres necios, que acusáis/ a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis”. Vean que Sor Juana denuncia, no a todo el sexo masculino como haría una neofeminista de panfleto, sino a los “hombres necios”. Lo que nos está revelando acá, es una verdad propia de la sexualidad humana defendida por la Iglesia: debido a su naturaleza complementaria, hombre y mujer se condicionan mutuamente. Él influye en ella, y ella influye en él. Y por esa razón, ambos pueden ser para el otro, o el cielo, o el infierno. Se refleja, por ejemplo, en la cultura (o mejor dicho “descultura”) del reggaetón, donde la mujer accede a “bailes” cada vez más provocativos. Es claro que no se justifica, pero ¿quién tiene menos culpa? ¿la mujer que baila, o el hombre que le canta para que baile?

 

El hombre es contradicción

 

“Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm. 7, 19), es realidad misma de la naturaleza caída del ser humano, en donde inteligencia y voluntad chocan constantemente. No es de sorprendernos que, al tener el principio de nuestra sexualidad en la superficialidad de los placeres sensibles, seamos los hombres quienes más nos contradecimos, al punto de que existen ciertos hombres necios que “después de hacerlas malas/ las queréis hallar muy buenas”. Es decir, aquellos que incitan a la mujer a la indecencia, y después las critican cuando son indecentes: “a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis”. Cual fariseos, acusan a la pecadora, sin estar libres de pecado.

La naturaleza de la mujer, por el contrario, busca ser amada y deseada, cayendo a veces en la complacencia hacia el hombre. Y así, cuando la provocan a través de insistencias, reproches, e incluso tildándola de “ingrata” o “cruel” cuando se resisten, terminan cediendo ante esos necios. Todo para que después, esos que provocan su caída terminen llamándole de otro modo: “fácil”. Entonces: “¿O cuál es más de culpar/ aunque cualquiera mal haga: / la que peca por la paga/ o el que paga por pecar?”.

 

Sor Juana concluye con una sentencia tajante, que no es sino muestra de su erudición teológica: “pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo”. Según la doctrina cristiana, estos son los tres enemigos del humano. Y, según ella, cuando el hombre incita a la mujer, están todos presentes: la carne herida por el pecado; el diablo en modo de tentación; y el mundo como ámbito de mala influencia.

 

“Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis”

 

La degradación de ambos sexos en nuestros tiempos tiene entre sus factores aquello que muchos autores llamaron “la crisis del varón”. Siendo el varón siervo de Dios y protector de la creación, se puede comprender que la pérdida de la masculinidad ha llevado a la caída de la mujer. “Masculinidad” con todo lo que implica: desde la fortaleza, hasta la templanza y la caballerosidad en el trato con ellas. La degradación moral en la que vivimos se nutre de aquellos hombres de los que Sor Juana nos habla y que ya no merecen llamarse “varones”. Y por supuesto, no pierden la oportunidad de, luego de mirarlas indebidamente, quejarse de que son “infieles”, “mentirosas” o “livianas”.

 

* * *

¿Cuál es la solución ante este panorama? Pues la misma autora nos la revela: “Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis”. Es decir, o los hombres nos hacemos responsables de lo que causamos sin protestar, o nos comprometemos a reconquistar la virtud para querer y hacer mujeres virtuosas.

 

Juan Ignacio Rodriguez

@decime.negro

Primero probaremos si funciona…

Esta es una de las frases que más escuchamos hoy en día entre jóvenes enamorados. Entendemos que el miedo puede paralizarnos un poco, cada día convivimos o experimentamos rompimientos amorosos cercanos, familias rotas y hogares destrozados, así que tener miedo es lo más natural.

 

¡Prueba un pastel no a una persona!

 

Tengamos cuidado, el miedo es algo que nos mantiene alerta y es muy bueno si sabemos utilizarlo correctamente, pero si nos dejamos llevar por él, puede ir en nuestra contra.

 

Todos tenemos miedo al tomar decisiones que implican un cambio para nuestra vida, lo sentimos al renunciar a un trabajo, al decidir que carrera universitaria estudiar, al mudarnos de país, al casarnos; pero si dejamos que el miedo decida por nosotros nos estancamos. Permaneceremos en ese trabajo que no nos gusta, no decidiremos qué estudiar o nos iremos por lo más fácil sin que sea nuestra pasión, nos quedaremos con el sueño de irnos a otro país o no decidiremos casarnos nunca.

 

Es diferente vivir con miedo a dejar que el miedo viva en nosotros, ¿tú que prefieres?

 

¿Y si…?

 

El miedo es distinto a la duda. Al ir contra el miedo experimentas paz y certeza, en cambio, con la duda sientes que algo está mal.

 

Cuando decidimos “probar si funciona” con una persona, existe duda. ¿Y si no funciona? ¿y si no es la persona para mí? ¿y si nos va mal juntos? Hay algo en tu interior que no te deja en paz, tal vez no es la persona con la que realmente anhelas estar, tal vez hay cosas que has visto y no quieres aceptar.

 

Cuando te comprometes con una persona por supuesto que hay miedo, pero el antídoto contra el miedo es el amor, el amor nos hace capaces de soltar ese miedo profundo que tenemos a comprometernos y nos ayuda a decidir por esa persona, no a “probarla”, sino a elegirla sobre todas las demás.

 

Aquí te dejamos algunos consejos que pueden ayudarte con este tema:

 

#1 Tómate el tiempo para conocer a tu pareja.

 

No se trata de aventarse, el noviazgo es el tiempo para conocerse a profundidad y reconocer si es con esa persona con la que queremos compartir nuestra vida, porque recuerda que vida solo hay una, así que hay que elegir muy bien con quién queremos disfrutarla.

 

#2 Reconoce si lo que sientes es miedo o duda.

 

Solo interiorizando y conociéndote en profundidad podrás resolverlo, tu eres el único que tiene la respuesta a esto. Si necesitas apoyo de un terapeuta que te guíe, pídela.

 

#3 Si es miedo, enfréntalo.

 

La manera de enfrentar el miedo es reconociéndolo y sobre todo reconociendo de dónde viene, qué heridas nos hacen tener tanto miedo al compromiso, puede ser el abandono de uno de mis padres, puede ser una mala experiencia amorosa pasada, etc.

Si reconoces de dónde deriva ese miedo será más fácil tomar la mejor decisión.

 

#4 Si es duda, pregúntate: ¿Por qué estoy dudando?

 

Puede ser que esperas un amor diferente, que sueñas con una persona distinta a la que tienes al lado. Es muy importante escuchar tus dudas porque ellas te ayudarán a discernir si quieres realmente estar o no estar con esa persona. Si existe duda, cuestiónatelas y no las dejes pasar, puede ser que te arrepientas por el resto de tu vida.

 

* * *

 

Recuerda que el amor es entregarse por completo, así que si quieres un amor verdadero y duradero debes apostar desde el principio por darlo todo.

 

Con cariño, Los Nandos.