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5 cosas que puedes hacer para acompañar mejor durante el embarazo

Enterarnos de que somos papás es un momento sumamente bonito, esperanzador y emocionante. Aunque no podemos negar que, en ocasiones, resulta difícil para ambos vivir todo el proceso del embarazo. Es por eso que, cuando recibí la sugerencia de escribir este artículo, me pareció una maravillosa idea. De esas ideas que dices: “¡Claro!, ¿por qué no lo pensé antes?”, pero que no son tan evidentes en el momento en que pensamos sobre que escribir. Así que, ¡gracias a Caro Amarillo, nuestra directora de contenido, por la gran idea, y por la confianza de compartirla!

 

Regresando un poco al tema, honestamente, el proceso del embarazo de mi esposa fue difícil para ella (por los evidentes cambios emocionales, psicológicos y físicos, entre otros, que acompañan el embarazo de cada mujer), y también lo fue para mí. Aunque, ¡ojo!, no pretendo robarle protagonismo: ¡esa mujer estaba creando vida en su vientre!

 

Pero he de ser honesto en contar mi experiencia desde la subjetividad de mi persona. No pretendo decir que todo embarazo tiene que ser difícil, pero insisto… Hablo desde mi experiencia. E incluso hay cosas que pueden resonar al inicio de un nuevo embarazo, aún si ya tienes hijos, pero mi experiencia personal era la de ser padre por primera vez. En fin: “cada quien cuenta cómo le va en la feria”, decimos en México.

 

Por esa razón, creo que mirando en retrospectiva haría algunas cosas de manera distinta. En cuanto a qué hacer, y en cuanto a cómo manejar diferente ciertos situaciones. Así que eso quiero compartirte hoy: algunos puntos que vale la pena considerar si tu esposa está embarazada, para acompañarla de una mejor forma. No te limites: tú agrega elementos personales tuyos, que sepas que le acomodan mejor a tu personalidad, a su relación y a ella.

 
 

#1 Comprende que la relación entre ustedes va a cambiar

 

No digo esto en un sentido fatalista, sino meramente como una observación. Comprender y asimilar este punto cuanto antes resulta fundamental para que pueda haber un cambio de actitud y de conducta.

 

¿Por qué digo esto? Porque ya no serán únicamente pareja, sino que ahora jugarán de forma paralela y simultánea el rol de papás. Ya no pensarán en un “tú y yo” únicamente, sino también en un “nosotros”, considerando a esa personita que ya llegó y que se está desarrollando. Habrá cambios en sus horarios, en su interacción, en sus planes a corto, mediano y largo plazo, entre muchas cosas. Los cambios son un hecho, y resistirse a ellos para aferrarse al “pre-embarazo” puede generar sufrimiento.

 
 

#2 Comprende que ella vivirá muchos cambios en todas las dimensiones de su persona, y que tú también lo harás

 

La mujer vive cambios a veces muy drásticos en cada área de su persona. La maternidad (al igual que la paternidad) viene a tocar de forma transversal el área social, educativa, laboral, espiritual y familiar de ambos, entre otras. Pero creo yo (no tengo suficiente evidencia para afirmarlo como una ley tajante, pero tampoco me caben dudas de ello) que para la mujer el cambio es más palpable, que lo experimenta en mayor intensidad que el hombre.

 

Estos cambios están pasando en su cuerpo (dolores, náuseas, crecimiento de sus pechos y de su vientre, aumento de peso, cambios hormonales, etcétera) y al mismo tiempo en su cabeza (el hacerse a la idea y asimilar que ahora es mamá, enfocar de forma instintiva su atención en su embarazo y en el bebé que llegó y se desarrolla, pensar a futuro 10, 15, 20 años, la emoción, el miedo, las ansias, las dudas, entre muchas otras cosas). Entonces, para comprender que todo esto es normal y difícil para ella, necesitamos ser empáticos, y hacer algunas otras cosas de las que hablaré en un momento.

 

Pero ojo: con esto no pretendo decir que para el hombre es bien fácil, que no nos preocupan estas cosas, que nos da igual lo que está pasando… Para nada: simplemente, que la forma de vivirlo es distinta. No podría decir “Es más difícil para la mujer” o “Es más difícil para el hombre”, porque no existe una escala objetiva para definir la dificultad o cómo vivimos las cosas. Simplemente digo que para la mujer puede ser más intenso.

 
 

#3 Aprende a pedir ayuda

 

Es muy importante este punto. Decía que los cambios en el embarazo son más intensos para la mujer, pero no por eso inexistentes para el hombre. Y este artículo es justamente para los hombres; por esa razón creo que es fundamental no querer hacer las cosas “sólo” por que nos han inculcado mucho esta idea de que el hombre fuerte no pide ayuda, no demuestra su preocupación o su tristeza, su frustración o su emoción. Si ves que estás teniendo dificultad para asimilar los puntos anteriores, o en general, para asimilar el embarazo, y eso se está manifestando en actitudes y conductas que no están ayudándote a ti o a tu esposa en el proceso…, ve y pide ayuda.

 

No tiene nada de malo pedir ayuda: no nos han enseñado cómo vivir un embarazo, y en ocasiones podemos sentirnos abrumados. Adicionalmente, para poder ser empáticos, para poder ser una mejor ayuda, para poder amar mejor y para muchas otras cosas, necesitamos estar bien con el proceso que estamos viviendo.

 

Toma unas sesiones de terapia (tampoco tiene que ser un larguísimo proceso), conversa con tus amigos, revisa grupos o foros de paternidad… Y no temas expresar lo que sientes: eres un hombre, no una roca inerte.

 

 

#4 Prepárate

 

Infórmate sobre los cambios que vienen, inicia a ahorrar, pregúntate qué tipo de papá y de esposo quieres ser, y qué estilo de paternidad que desean aplicar. La información es el mejor aliado ante el miedo, la incertidumbre y la ansiedad (emociones muy comunes en este proceso). De esta manera, teniendo más información, contando con más claridad, y con un plan financiero, podrás vivir el proceso con mayor tranquilidad. Así, a la vez, podrás estar más presente, y comprender mejor los cambios que están ocurriendo. Por ello, toma algunos libros, consulta al médico, revisa foros, sigue cuentas de paternidad en redes sociales, sigue algunos blogs… Haz lo que esté en tus manos para obtener más información.

 

#5 Sé paciente, empático y cercano con tu esposa

 

Decía en el punto 2 que la mujer vive una infinidad de cambios; por esa razón, necesitamos ser más empáticos, más pacientes y más cercanos. Ella es tu mejor aliada en este proceso. A veces habrá discusiones o no se entenderán, y está bien si se toman un momento para respirar. Pero que ese momento no se convierta en días, semanas o meses de desconexión.

 

* * *

 

Sigue buscando momentos para hablar de las preocupaciones, miedos, alegrías y esperanzas, para hablar de sus expectativas, de qué creen que venga en el futuro, de ustedes, y de todo lo que puedan. Salgan a cenar, pidan cena, dediquen tiempo a su relación. Va a cambiar, pero no por eso va a morir. No hace falta vivir el duelo, pues tu matrimonio y tu esposa no se van, de verdad.

 

Para conocer más acerca de mi contenido o por alguna consulta, puedes buscarme en Instagram: @soybernardod y @amoryresponsabilidad

Con amor, Bernardo.

Un poema para apreciar la belleza de la vida cotidiana

Ya ha pasado un mes desde que empezó el año, y es un buen momento para detenernos a pensar cómo vamos a llevar adelante nuestro día a día. En el caso de las familias con niños, este día a día suele verse tensionado entre un equilibrio de ritos necesarios —como la hora de comer o la hora de dormir— y la aparición de lo desconocido o lo inesperado: un nuevo dientito que asoma de la encía del bebé, una palabra nueva que aprendió su hermanita, un mundo de juego que invade nuestra imaginación y nuestra sala, invitándonos a subirnos a un barco pirata o a un cohete… El mismo Chesterton decía: “Los niños rebosan vitalidad, por ser en espíritu libres y altivos; de ahí que quieran las cosas repetidas y sin cambios. Siempre dicen «¡Hazlo otra vez!”», y el grande vuelve a hacerlo hasta que casi se siente morir”.

 

Por ello, con este poema quiero invitarnos a un momento de reflexión, a que demos gracias a Dios por este pequeño caos cotidiano que a veces puede ser nuestro hogar. Es el primer poema de mi autoría que publico en Ama Fuerte, así que espero que lo disfruten, y que los ayude a contemplar esta realidad cotidiana con mucha paz.

 
 

El poema: “Los días de la magia”

 

Con mi tercer bebé en brazos,

intento recordar

cómo eran de pequeños,

de recién nacidos, Magda y Bruno.

Las fotos las miradas los bautismos

los ojos de inmensidad

se me confunden.

 

¿Debería anotar todo llevar un diario

con fotos y recortes detallados?

¿Debería pegar en él sus primeros dibujos

sus primeros mechones de pelo apenas cortado?

 

Pero pienso: ¿Será tan necesario recordar así?

En este valle de lágrimas

—de lágrimas de risa, de lágrimas de llanto—,

en este vértigo, en este vórtice de alegrías,

el tiempo

es el más sutil de los asombros

ofrecidos por Dios

para que los traduzcamos en poesía.

 

Entonces, cuando acuno a un hijo,

a veces, sin saberlo,

los acuno a todos,

presentes y futuros: la vida avanza,

o se escurre,

y este remolino de descansos y vigilias,

esta paz conquistada de almitas en reposo

y de manitos vibrantes y de voces

cada vez más audibles,

esta cotidiana mezcla tiene

un indeleble

aroma a eternidad.

 

Crianza e inspiración

 

No sé si les ha pasado, con mi marido lo charlamos con frecuencia: la vorágine cotidiana de la que hablábamos hace que en ocasiones perdamos un poco la noción del paso del tiempo. Y esto se acentúa cuando pasamos por la etapa del puerperio, ese primer tiempo del bebé fuera de la panza, en el que toda la familia se reorganiza. ¡Y más aún si el recién nacido no es el único niño!

 

Sin embargo, el puerperio puede resultar también un momento sumamente inspirador, si consagramos todo lo que nos es incómodo o penoso físicamente —pues en ocasiones pareciera que lo único de lo que se habla es de lo físico, por ser lo más urgente, lo más evidentemente inmediato—, para trascenderlo hacia su realidad espiritual: para hacerlo oración, meditación, arte.

 

Creo que el puerperio puede resultar inspirador, si nos sobreponemos a la falta de sueño, si ensanchamos nuestras almas para superar los dolores o molestias del posparto y la lactancia incipiente. Si nos permitimos dejar que nuestro corazón se abra a la belleza del misterio de lo que nos está pasando, a la calidez desbordante de esa voluntad de entablar comunicación con el bebé, de aprender su lenguaje, de presentarlo ante quienes lo rodean —o sea, de explicar lo inexplicable: “¡¿esa personita estaba en la panza de mamá?!”.

 

Mi poema “Los días de la magia” —que está dedicado a mi mamá, en acción de gracias por enseñarme a apreciar esa belleza de lo cotidiano— surgió justamente como fruto de esa inspiración, cuando mi tercera hija tenía apenas unas semanas. En él quise expresar, aunque quizás no lo haya logrado del todo, esa realidad desbordante, arrolladora, de la crianza: una fuerza que nos lleva más allá de lo que creíamos que podíamos hacer, y un amor que logra que todos esos esfuerzos resulten más naturales.

 

¡Hazlo otra vez!

 

El nacimiento de un niño nos pone de cara frente al misterio del tiempo, y algo de eso quise dejar reflejado en la última estrofa. De hecho, si se fijan, sintácticamente, toda esa estrofa es una sola oración larga, que debe leerse casi sin respirar, como para que el lector se deje enredar también en ese torbellino, hasta llegar a la calma del último verso. Y creo que es muy importante esa relación entre la contemplación del misterio del tiempo, reflejado en el crecimiento a la vez agigantado e imperceptible del recién nacido, y la eternidad.

 

En efecto, la frase de Chesterton que comenté al principio identifica a los niños con la divinidad, pues continúa así: “La gente grande no es suficientemente fuerte para regocijarse en la monotonía. Pero tal vez Dios [como los niños] sea bastante fuerte para regocijarse en ella. Es posible que Dios diga al sol cada mañana: «¡Hazlo otra vez!», y cada noche diga a la luna: «¡Hazlo otra vez!». Puede que todas las margaritas sean iguales, pero no por una necesidad automática: puede que Dios haga separadamente cada margarita, y que nunca se haya cansado de hacerlas iguales”.

 

Y a esa complacencia en la cotidianidad, a ese gozo al descubrir la igualdad de cada día, se une esta alegría asombrada que expreso en mi poema. Después de todo, los niños hacen presente algo de divinidad. En su novedad absoluta, nos comunican algo inefable, y así lo afirma el pedagogo Jorge Larrosa, quien habla de la “presencia enigmática de la infancia”, diciendo: “El nacimiento es la aparición de la novedad radical: lo inesperado que interrumpe toda expectativa”. Desde este punto de vista, cabe destacar el sentido de aventura que Chesterton aprecia como parte de la vida cotidiana: “Lo que hace que la vida se mantenga como algo romántico y lleno de posibilidades es precisamente la existencia de esas grandes limitaciones que nos obligan a encontrarnos con cosas que no nos gustan o que no esperamos”.

 

* * *

 

Lo bello e inesperado del encuentro con ese otro que es el niño manifiesta, así, la aventura de la vida, la magia de la cotidianidad. Contemplemos con amor esas inmensas novedades, esas situaciones que no podemos controlar. Pues, para volver a citar a Chesterton, eso nos recordará que cumplimos, en la vida diaria de la crianza, una hermosa misión: “Lo más extraordinario del mundo es un hombre ordinario, su mujer ordinaria y sus hijos ordinarios”.

 

Si te gustó mi poema “Los días de la magia”, te invito a leer otros semejantes en mi libro “Con luz no despertada” (@editorialbarenhaus, 2021, con ilustraciones de @claritadoval). Disponible en formato físico en Yenny, Cúspide y otras librerías de Argentina (o en tematika.com, con envíos a todo el país), y en formato digital en la web de Editorial Bärenhaus.

¿Anticonceptivos como medicina?

La medicina, como cualquier ciencia, tiene sus tiempos, sus avances, sus descubrimientos. Como cualquier ciencia también, tuvo sus giros copernicanos: lo que antes parecía obvio para cualquier médico, resulta obsoleto para la siguiente generación de médicos. Algunos descubrimientos —como la penicilina, la esterilización de elementos quirúrgicos y el cuidado de la higiene— son hitos en la historia de la medicina. Quizás algo aún más cercano puede ser el cigarrillo: de aceptado y recomendado, a condenado y cancerígeno.

 

Una de estos giros interesantes, es respecto de la mujer, y la fertilidad. El primer acercamiento a la mujer se da de manera comparativa con el varón, situación que (increíblemente) aún perdura en algunas cosas. La mujer no es un “varón pequeño”, sino que tiene funciones biológicas distintas, singulares, que inciden en toda su salud fisiológica, y que deben ser tenidas en cuenta para una correcta medicina.

 
 

En la historia

 

Hay algunos puntos que ayudan a entender las particularidades en las que se abordó el “ser mujer”. Steno de Copenhagen (1667) fue el primero en proponer el término “ovario” en reemplazo por el “testículo femenino” que era usado desde el sigo IV a.C. Esto podrá sonar gracioso, chistoso, ofensivo, pero lo importante es que muestra el alcance que tiene un dato simplificado o pasado por alto cuando uno mira a la mujer de manera comparativa con un varón.

 

Es cierto: a grandes rasgos, podría asociarse los testículos del varón con los ovarios de la mujer. Sin embargo, su funcionamiento y aporte a la salud de cada uno se da de maneras muy particulares. Los testículos generan espermatozoides nuevos de manera continua. Los ovarios, en cambio, tienen un funcionamiento cíclico. No producen óvulos nuevos, sino que maduran los que ya tienen. Estos órganos producen hormonas distintas, en tiempos distintos. No son lo mismo. Puede ser que cumplan funciones similares en la reproducción, pero lo ejecutan de manera distinta.

 
 

Casos puntuales o curiosidades

 

Increíblemente, muchos ensayos para fármacos no toman la singularidad de la mujer. El hecho de que hormonalmente funcione de manera cíclica hace que el funcionamiento del fármaco también se reciba de manera distinta.

 

Los eventos hormonales implican cambios en el metabolismo; sin embargo, esto se pasa o pasaba por alto hasta hace no mucho tiempo. Los analgésicos, los antidepresivos, los ansiolíticos, todos se reciben de manera distinta en el varón que en la mujer. En el caso de los ansiolíticos, el estómago femenino resulta menos ácido, por lo que los efectos pueden acusarse de manera más rápida que las dosis (usualmente acusadas) para los varones, e incluso le puedan resultar tóxicas. El riñón masculino filtra los fármacos más rápidamente que el femenino, por lo que la mujer muchas veces debe espaciar la dosis.

 
 

Anticonceptivos: falta de diagnóstico y tratamiento universal

 

La mujer realiza las funciones biológicas de manera distinta. El hecho de que esto no haya estado y no esté presente en muchos de los abordajes médicos parece explicar la masividad que tienen hoy los anticonceptivos.

 

El anticonceptivo hormonal impide el desarrollo del ciclo ovulatorio y, por lo tanto, impide la producción hormonal del ovario. ¿Por qué a tantos médicos no les parece grave? Los anticonceptivos, desde temprana edad, impiden la madurez del ciclo.

 

Tengamos presente que el ciclo necesita tres años para lograr su madurez y su normal funcionamiento. Tres años desde su primera menstruación, es eso. Pero millones de adolescentes reciben regularmente anticonceptivos hormonales, lo cual impide su normal desarrollo. El anticonceptivo, además, se receta para cualquier problema ginecológico: acné, ciclos largos, ciclos cortos, ciclos dolorosos, sangrados inusuales, sangrados abundantes o muy ligeros… Todas ellas son puestas con anticonceptivos con o sin diagnóstico, pero recibiendo un “tratamiento” que no revierte ninguna de las causas que está provocando el desbalance.

 

* * *

 

Gran parte de la salud del ciclo permanece desconocida para la medicina, y las respuestas paleativas basadas en supuestos tratamientos con anticonceptivos sólo impiden que se desarrollen más investigación. Así, carecemos de propuestas de nuevos tratamientos, que tengan como finalidad un ciclo que se desarrolle de manera saludable y sana. Pero sepamos que las primeras que debemos abogar por un ciclo sano, por un diagnóstico certero y un tratamiento adecuado somos las mujeres.

 

Para más información, podés encontrarme en Instagram: @fertilitycareargentina

¿La postura sexual afecta el embarazo?

Si me lavo nada más terminar el coito, ¿elimino a todos los espermatozoides que hay en mi cuerpo? ¿Si levanto las piernas nada más terminar, ayudo a que haya embarazo? ¿Y si nos colocamos de tal o cual manera en el coito?

 

Estas son las preguntas que me suelen hacer, tanto en caso de deseo de embarazo como cuando se trata de evitar, y aquí os resumo mi respuesta, ya que es importante tener en cuenta en qué momento del ciclo nos encontramos.

 

Dos posibles opciones

# Opción 1: Cuando la relación sexual tiene lugar en un momento infértil, todos los espermatozoides se mueren en el ph ácido de la vagina. No entran porque el cuello del útero está cerrado por un tapón de moco muy espeso e impenetrable.

# Opción 2: Cuando la relación sexual tiene lugar en un momento de posible fertilidad o de ventana fértil: el cuello del útero está abierto y con secreción de características fértiles por la que los espermatozoides pueden entrar sin problema:

 

– Si es el inicio de la fase fértil las criptas del cuello del útero segregan una secreción específica que los mantiene vivos hasta que llega la ovulación. El moco cervical fértil es energía pura para ellos.

 

– Alrededor de la ovulación las criptas producen un moco específico que ayuda al esperma a ir hacia las trompas. Tanto los que estaban en ‘reserva’ de una relación sexual anterior, como los que entran en ese momento.

 

Entonces, en este caso de opción 2, donde se está en ventana fértil, por mucho que la mujer se lave “para que salgan” o mantenga elevadas las piernas “para que no se escapen”, ello no condicionará que haya o no embarazo. Porque si la puerta está abierta, es decir, el cuello del útero está accesible, los espermatozoides entran como por una autopista.

 

En conclusión

 

La postura sexual no importa para favorecer o no el embarazo. Lo que importa es que la mujer aprenda a reconocer el inicio y fin de su ventana fértil en cada ciclo. Esto lo consigue fundamentalmente reconociendo su patrón mucoso, cada día, durante varios ciclos, utilizando lo que llamamos Métodos Naturales o de Reconocimiento de la Fertilidad. Sólo así el matrimonio sabrá a qué atenerse, podrá decidir si tener o no una relación, sabiendo las posibles consecuencias.

 

Esta información que tiene la mujer es una información compartida. Es importante que los dos sean conscientes de la posibilidad de embarazo, que ambos vivan los Métodos Naturales de común acuerdo. Esta es la base de la Planificación Familiar Natural.

 

Podéis seguirme en mi cuenta de Instagram: @evacorujo_letyourselves.

Sexualidad en el embarazo

Como en muchos aspectos de la sexualidad femenina, también en la época del embarazo parece que hay, por así decirlo, morbo. Cada vez aparecen más fotografías de famosas desnudas embarazadas. Algo tan íntimo, tan propio y exclusivo de la pareja, se pone a la vista de cualquiera. Pero tratemos el tema de hoy: existen muchos mitos sobre el sexo en el embarazo. Vamos a mostrar alguno de ellos:

 

Mito #1: “Es algo egoísta, ya que no se piensa en el bebé”

 

El bebé está muy protegido, tanto por el líquido amniótico que hay en el útero como por el útero mismo. Hay que evitar esos pensamientos de que el sexo en el embarazo —estando los dos cónyuges de acuerdo— es egoísta. Salvo en casos de embarazo de riesgo, por lo cual hay que preguntar siempre al médico, no hay problema en tener sexo.

 

Mito #2: “Hay posturas mejores”

 

La mejor postura es aquella en la que la mujer está más a gusto. Es verdad que, a medida que avanza el embarazo, la posición de “él sobre ella” se descarta por incomodidad de la mujer. Y, en la posición “ella sobre él” o en la de costado, la mujer está más cómoda a medida que avanza el embarazo. Pero siempre será ella la que indique la posición.

 

Mito #3: “Aumenta la libido”

 

Esto depende mucho de cada mujer. Hay mujeres que pueden sentirse más atractivas y que sientan un aumento su libido. Cada vez se ven más mujeres que exponen su cuerpo embarazado en las redes sociales. Puede ser que algunas de ellas —evidentemente, no todas— se sientan especiales y más atractivas, y quieran mostrarse así en sus posteos y ante su pareja.

 

Otras, por el contrario, pueden pensar que han perdido su figura y no se encuentren atractivas. Quizás se sientan con pocas ganas de mostrar su cuerpo y, por lo tanto, baja su libido.

 

Otras veces, simplemente quieren mostrar cómo avanza su embarazo a sus amigos en las redes, sin que haya motivos ulteriores. Por otro lado, cabe aclarar que la alteración hormonal puede tanto aumentar la libido como disminuirla.

 

Mito #4: “Las contracciones orgásmicas pueden desencadenar un aborto espontáneo”

 

El tipo de contracciones del parto y las orgásmicas son de naturaleza diferente. Por ello, es preciso destacar lo siguiente: no se suman las unas a las otras, ni se potencian entre sí.

 

Un importante recordatorio

 

Respecto de la sexualidad en el embarazo, sumado a destacar los mitos, creemos necesario recordar que hay que tener cuidado cuando:

  • Tienes sangrado vaginal sin causa aparente;

  • Estás perdiendo líquido amniótico;

  • El cuello uterino comienza a abrirse prematuramente (incompetencia cervical);

  • La placenta cubre parcial o totalmente la abertura cervical (placenta previa);

  • Tiene antecedentes de trabajo de parto prematuro o parto prematuro.

Todo ello requerirá consulta y seguimiento médico, y sus instrucciones son muy necesarias para evitar cualquier inconveniente en el embarazo.

 

* * *

 

Los que hemos expuesto son los mitos más clásicos, y el recordatorio que les dejamos es importante. Consideremos que el embarazo es una época en que la mujer se encuentra más incómoda, tiene cambios hormonales y anatómicos que repercuten en su vida cotidiana.

 

No constituye el momento de mayor esplendor: la mujer puede sufrir náuseas, vómitos, estreñimiento, aumento de pechos —e incluso dolor en ellos—, la tripa —por así decirlo— se choca por todas partes, y además, la variedad de ropa de embarazada es menor, con las consecuencias que ello trae para la forma en que la mujer se ve a sí misma.

 

Pero queremos dejarles esto: saber que dentro de ti hay otra vida y que dentro de poco abrazaras a tu bebé hace que estas incomodidades se tornen más llevaderas. Sin lugar a dudas.

 

Para cualquier duda, puedes consultarnos en Instagram: @lonuestro.info

Una canción de cuna para entender la maternidad

Quienes me conocen saben que uno de mis grandes intereses es el aspecto poético que reside en las canciones de cuna —de hecho, este es mi tema de investigación doctoral—. Si bien lo elegí mucho antes de tener familia, no dejo de sorprenderme, como mamá, por la profundidad que pueden presentar canciones que parecerían tan simples. Muchas veces, al leer o escuchar canciones que no conocía, o al arrullar a mis hijos, las canciones de cuna me permiten pensar en el lugar tan especial que Dios ha concedido a la mujer en la familia, a través de la maternidad. La madre no sólo genera el cuerpo: también genera el alma. Por eso, al hablar de las analogías bíblicas entre Dios y el ser humano, dice san Juan Pablo II, en Mulieris dignitatem:

 

En diversos pasajes el amor de Dios, siempre solícito para con su Pueblo, es presentado como el amor de una madre: como una madre Dios ha llevado a la humanidad, y en particular a su pueblo elegido, en el propio seno, lo ha dado a luz en el dolor, lo ha nutrido y consolado (cf. Is 42, 14; 46, 3-4). El amor de Dios es presentado en muchos pasajes como amor «masculino» del esposo y padre (cf. Os 11, 1-4; Jer 3, 4-19), pero a veces también como amor «femenino» de la madre.

 

Como se ve, tanto la paternidad como la maternidad establecen entonces una analogía con la generación eterna del Verbo de Dios, por lo cual, según san Juan Pablo II, “se debe buscar en Dios el modelo absoluto de toda «generación» en el mundo de los seres humanos”. En el ámbito de las canciones de cuna, hay un poema que puede permitirnos llevar más allá esta reflexión: “Meciendo”, de Gabriela Mistral. ¿Lo leemos?

 

“Meciendo”, de Gabriela Mistral (poeta chilena; en Ternura, 1924)

 

El mar sus millares de olas

mece, divino.

Oyendo a los mares amantes,

mezo a mi niño.

 

El viento errabundo en la noche

mece los trigos.

Oyendo a los vientos amantes,

mezo a mi niño.

 

Dios Padre sus miles de mundos

mece sin ruido.

Sintiendo su mano en la sombra

mezo a mi niño.

 

La primera vez que hablé sobre este poema en un congreso, la respuesta no fue la que esperaba: muchos dijeron “uy, ¡qué miedo!, siente la mano de Dios…”. Les juro: como si fuera algo tétrico o amenazante. ¡Si en algunos ámbitos hasta he escuchado, con incredulidad, a alguien a quien le parecía tétrico enseñarles a los niños que el angelito de la guarda los acompaña noche y día! (Qué quieren que les diga: yo me siento todo menos omnipotente, sé que estamos en peligro en nuestro cuerpo y alma, y, ¡cuánta paz da saber que alguien nos cuida!). Pero vamos a ver una interpretación más creyente de lo que pienso que verdaderamente dice el poema.

 

En “Meciendo”, claramente una canción de cuna, el arrullador es muy cercano a Dios Padre. Si bien retoma la tradición de muchas canciones de cuna en las cuales habla la Virgen María, no se identifica explícitamente con ella, sino que se abre a representarla tanto a ella como a cualquier otra mujer. En su última estrofa leemos que Dios Padre, como factor arrullador sobrenatural, se presenta en armonía con los elementos naturales descriptos en las estrofas anteriores: el mar y el viento. Todos ayudan a la madre a mecer al niño.

 

Según un estudioso de la canción de cuna llamado Pedro Cerrillo, lo esencial en la canción de cuna son tres elementos: voz, canto y movimiento de arrullo o balanceo. Mientras que la madre de “Meciendo” pone la voz y las palabras, y el mar y el viento contribuyen, con sonidos, a la melodía, Dios Padre se une a la madre para brindar lo esencial: el movimiento, el ritmo y la mano protectora, generadores de un sueño que, en la tradición de las canciones de cuna, trae la paz, vuelve a dar vida.

 

La sonrisa de la madre, lugar de encuentro con Dios

 

Esta identificación entre lo materno y lo divino, que se muestra en el poema de Mistral, no es en absoluto azarosa. De hecho, haciendo hincapié en el aspecto psicológico, Bruno Bettelheim —autor de Psicología de los cuentos de hadas—, ha afirmado: “el niño cree que existe algo parecido a los padres, que cuidan de él y le proporcionan todo lo necesario, aunque mucho más poderoso, inteligente y digno de confianza”. De este mismo modo, la misión de las canciones de cuna, como guías y custodios del sueño de los pequeños, va gestando en ellos de modo natural la importancia de un guía y protector supremo.

 

En este sentido, me gusta recordar que Hans Urs von Balthasar decía que el niño despierta a la conciencia de sí ante el encuentro con lo otro, y que esto se da en la sonrisa materna. La imagen de la madre, principalmente en su sonrisa y en su voz, es para el niño el primer lugar de encuentro con Dios. Y este autor concluye: “es natural, pues, que el niño vea lo absoluto, perciba a Dios en su madre y en sus procreadores. […] No hay ningún encuentro […] que pueda añadir algo al encuentro con la primera sonrisa de la madre”.

 

* * *

 

Así, ¿cómo analizamos la profundidad teológica de la relación de amor entre la madre y el hijo? En principio, nos enfrentamos a una relación que pareciera sumamente asimétrica; desde ese punto de vista, una gran autora de literatura infantil argentina, Graciela Montes, ha dicho: “Primero está el poder. El poder y el no poder. Primero está lo desparejo: el que no puede frente al que puede, el que lleva en brazos y el que es llevado […]. Lo que hace que la infancia sea la infancia, lo que la define, es la disparidad”. En este punto, no coincido con ella: las canciones de cuna logran muchas veces romper con esta asimetría, pues, ¿qué adulto siente que tiene el poder, cuando debe cantar hasta que al niño le plazca dormirse?

 

De hecho, al adentrarnos en nuestra mirada teológica de esta misteriosa unión materno-filial, descubrimos que, por participar de las características divinas, este amor es semejante al amor que se da en el dinamismo interno de la Santísima Trinidad. Se trata, entonces, de una relación en la que lo diverso despierta el encuentro de voluntades, sin importar la diferencia o la disparidad. Participando del amor trinitario, el amor madre-hijo —que se hace, en este punto, análogo al amor entre esposos— se define también por el donarse: la madre mece a su niño, así como Dios mece el mundo; y ella tiene en sí la fuerza para sacrificarse por la salvación de su hijo, así como Cristo lo hizo por nosotros.

 

¡Espero les haya gustado el artículo! Pueden encontrarme en Instagram: @marudimarco_de_grossi

¿Por qué traer un hijo al mundo?

¿Traer hijos al mundo es algo malo? Ciertamente, no lo es. Entonces, ¿por qué siempre se escuchan y perciben críticas cuando los matrimonios tienen hijos o buscan tenerlos? “Qué irresponsables”, “Y ahora, ¿cómo los cuidarán?”, “Seguro ya no tendrán tiempo para sí”… Estas son algunas de las frases que suelen escucharse. Luis me conoció con mi primera hija. Cuando nos casamos, nació mi segunda hija. Ahora, ya con casi cuatro años de casados, esperamos al tercero. En estos tiempos, para muchos la llegada de los hijos puede ser vista como una irresponsabilidad por parte de los padres. Con mi esposo Luis hemos querido reflexionar sobre las razones para traer hijos al mundo.

 

Como matrimonio, creemos que la paternidad responsable ha sido desvirtuada: se le ha dado un enfoque meramente acotado a la cantidad de hijos por familia, al costo de vida que conllevan, a si su llegada es compatible con los sueños y metas de los padres y a qué tan deseados han sido. Ciertamente, esta idea de responsabilidad está puesta en función a la dotación material de los padres, ya sea respecto de su capacidad monetaria o de los títulos acumulados. Y no en función a la generosidad y al sacrificio que sobresalen de todo padre y madre empeñados a criar.

 

Para reflexionar sobre este tema, desarrollaremos en los siguientes cinco puntos las razones por las cuales sostenemos que concebir y traer vida al mundo conlleva para los matrimonios más bien que mal.

 

El diseño natural de la mujer

 

La primera razón por la que traemos hijos al mundo es porque podemos: para eso fuimos diseñados y por tanto es bueno desde su origen. Sí, tan básico como eso. Pero profundicemos.

 

La mujer tiene un diseño natural cíclico, que integra a todo su ser. Sus dimensiones física, psicológica y espiritual se relacionan con él. Los cambios hormonales que vivimos en cada ciclo tienen una finalidad específica y favorable para la mujer. Por ejemplo, las hormonas como el estrógeno y la progesterona, bajo una producción adecuada, pueden ayudar a levantarnos el ánimo cuando estamos decaídas, a enfrentar nuestro agotamiento físico, a absorber apropiadamente los nutrientes, y, entre otras cosas, nos mantienen saludables.

 

Lo destacable de aquel diseño es que su ciclicidad gira alrededor de un fin, el cual es la posibilidad de procrear y albergar nuevas vidas. He ahí su majestuosidad. Se nos fue dado el regalo de la fertilidad bajo una temporalidad. La mujer es fértil solo unos días en cada ciclo, y por un periodo de años, desde la primera menstruación (menarca) hasta la menopausia. Es decir: somos fértiles por un tiempo determinado, y esto lo podemos conocer gracias a biomarcadores que evidencian cada etapa del ciclo.

 

Las dimensiones del ser de la mujer se ordenan hacia la preparación para cobijar vida. Es tal aquel ordenamiento que, cuando la procreación no se concreta, el ciclo se renueva y empieza de nuevo su proceso de preparación para concebir. Es un diseño tan cauteloso y preciso que, al alterarlo, evidentemente se puede vulnerar la creación de una nueva vida y afectar la salud reproductiva frágil de la mujer. Cuando se busca forzar o violentar los ciclos de un diseño natural, las consecuencias pueden ser muy dañinas. De ahí la importancia de respetar ese diseño natural con el cual fuimos creadas, admirarlo, conocerlo y promoverlo, y no considerarlo como un estorbo o una maldición enviada por lo divino.

 

La misión del matrimonio

 

La segunda razón es que como matrimonio tenemos la misión de acoplar nuestros planes a los de Dios. Muchas veces nuestros planes y proyectos no suceden como los esperamos. Pero recordemos que todo tiene una razón de ser, y que los sucesos no programados pueden conformar una ventana de oportunidad para volvernos mejores personas y esposos. Al momento de casarnos, entendimos que uno de los pilares del matrimonio es la apertura generosa a la vida, lo que para muchos matrimonios suele confundirse con únicamente llenarse de cuanto hijo les fuera posible, a como dé lugar. Sin embargo, esta noción de generosidad con la vida está orientada a la disposición de los esposos a servir fielmente al dador de esas vidas, no atribuyéndose como árbitros y prejuzgando, sino salvaguardando y administrando lo que les fue conferido.

 

En atención a dicho servicio y responsabilidad conyugal, debemos señalar el medio por el que se conduce el proceso procreador. El acto conyugal fue constituido siempre con la posibilidad de dar vida. Por ende, no puede ser sustituido o truncado para no cumplir su finalidad. Aquí hablamos de la dimensión unitiva y procreativa del acto conyugal, dos caras de la misma moneda.

 

Las parejas de hoy en día buscan apropiarse del rol rector de las vidas. Esto ocasiona que por diversos medios se profane lo que es sagrado, y que no sea recibido como un don. Separar la dimensión procreativa de la unitiva inhibe el acto a un mero placer, y conlleva a cosificar a la persona. En cambio, preservar ambas dimensiones brinda al acto un verdadero sentido de amor recíproco e incondicional.

 

La paternidad responsable

 

Nuestra tercera razón es que asumimos la responsabilidad de ser padres en armonía con esa generosidad abierta a la vida. No concebimos que ser “responsables” tenga que ver con “tener pocos hijos para darles mucho”. Eso es justamente una visión comodista, materialista, egoísta y de poca fe. La “paternidad responsable” tiene que ver con el compromiso asumido por los padres de encaminar a los hijos a ser buenas personas, en conformidad con las capacidades propias de los padres.

 

Para un matrimonio realmente creyente, esta visión de paternidad puede tener mayor claridad cuando lo que nos importa es la salvación de nuestros hijos, y no la cantidad de obsequios, ropa, viajes y gastos que podamos incurrirles. Lo que un hijo realmente necesita es el afecto sano de los padres, su presencia, tiempo de calidad con ellos, y la comunión integradora de la familia. Dios no nos juzgará por el número de hijos que tengamos, pero sí por nuestra capacidad de amor, entrega y sacrificio para con ellos.

 

Sin embargo, es latente la pregunta que nos hacemos sobre cuánto es entonces la cantidad suficiente de hijos. Entre todos sus documentos referentes al tema, la Iglesia Católica hace mención a razones graves referidas al contexto social, a circunstancias económicas, y a limitaciones fisiológicas o psicologías, pero sin detallar específicamente una cantidad dentro de su legitimidad. Esto deja a discrecionalidad del matrimonio la proporcionalidad y la decisión final respecto de tener o no tener más hijos, respetando siempre los medios naturales y bajo una moral cristiana.

 

¿La Iglesia no tendría que decirnos el número de hijos que deberíamos tener? La Iglesia no nos va a decir el número exacto de hijos, del mismo modo que la Iglesia tampoco nos dice en qué escuela costosa matricular a nuestro hijo, ni a qué país llevarlo de viaje, ni en qué actividades deportivas o de diversión hacerlos participar. Lo que sí nos dice la Iglesia son los medios de salvación para la persona, con un horizonte hacia la eternidad.

 

El Papa Francisco ha dicho: “el simple hecho de tener muchos hijos no puede ser visto como una decisión irresponsable… No tener hijos es una elección egoísta”.

 

Un hijo siempre es un don

 

La cuarta razón es que un hijo siempre será bien recibido, incluso cuando las circunstancias son adversas. Un hijo no es menos valorado o menos digno por las condiciones en las que haya sido concebido o en las que haya nacido. Entonces, ¿por qué Dios envía hijos al mundo ante las muchas realidades desfavorables? Es una pregunta difícil de contestar, debido a que vivimos desde una óptica humana y mortal. Pero, como señalamos líneas arriba, debe ser por algo bueno y por un bien mayor. La verdad se encuentra en la inmensidad de la eternidad, y solo Dios sabe por qué permite que se logre la vida. Podemos confiadamente decir que siempre va a ser para una buena razón, y el matrimonio debería sentirse agradecido por eso. Sea la circunstancia que sea, un hijo siempre ayudará a la santificación y salvación del matrimonio. Incluso para los hermanos y familiares, tener un nuevo hijo brinda un hermano a los otros hijos, fomenta el compartir y la reciprocidad. La unión de los hermanos es para toda la vida, y qué decir de una vejez acompañada de tanta atención brindada por hijos que no abandonan al anciano.

 

De ser así, ¿por qué evitar la llegada de nuevas bendiciones? Las razones son diversas, pero la mayoría nos parecen muy egoístas, ya sea por la comodidad, por evitar el sacrificio de volver a empezar con una nueva crianza, o sencillamente por no querer asumir una nueva responsabilidad. Estas pueden ser razones legítimas, pero poco justas y generosas con el don de la fertilidad. Pocas veces escuchamos razones realmente justas y honestas. Entre estas pueden estar las claras limitaciones fisiológicas, como la infertilidad, alguna grave enfermedad, o problemas psiquiátricos. Así también, presenciamos coyunturas sociales y económicas que pueden ser factores relevantes para la decisión de espaciar a los hijos, y queda sujeto a la discrecionalidad de la pareja, siempre y cuando se enmarque al propósito del matrimonio, sus virtudes morales y su asociación con el don divino.

 

Podemos recurrir aquí a una cita de Kimberly Hahn: “Los hijos son únicamente y siempre una bendición. No son posesiones, ni lo que vamos a adquirir después del carro, la casa y el perro. No son un gasto extra en el presupuesto. Son un regalo que se nos ha dado gratuitamente. Los hijos no son lo siguiente en los planes, una vez que la pareja está bien establecida y puede «permitírselos». No son el próximo proyecto, una vez que la pareja ha conseguido arreglárselas con los cuidados que necesita el perro y se siente preparada para «un paso más». Los hijos no son algo que una pareja se merezca solo porque sean mejores que las demás personas. No son algo a lo que tengan derecho las personas si son buenas o ricas. No tienen valor porque se lo demos nosotros. Tienen valor en sí mismos porque son creados por Dios. ¡Son puro don!”.

 

La Divina Providencia

 

Como quinta razón, confiamos en Dios y en sus propósitos. No hay necesidad de engañarnos: un hijo más, por obvias razones, implicará más miedo, mayores recursos a invertir, menos tiempo para el ocio, más ajetreo, y tantas cosas más, que podría ahuyentar a cualquier pareja. Pero también significa mayor capacidad de amor, más aprendizaje, mayor necesidad de unión, y el ejercicio de capacidades y virtudes que uno no cree tener hasta desarrollarlas y aplicarlas. Para los que somos creyentes, tenemos un componente adicional: justamente, confiar en Dios para la provisión de aquellos recursos que nos hagan falta. Y no nos referimos única y necesariamente a recursos materiales.

 

El matrimonio fue diseñado para la salvación del hombre y de la sociedad. Un mundo controlado por el hombre aplicará estrictos controles de la natalidad, bajo los medios de alteración de la fertilidad humana. El problema del mundo —con la justificación de la escasez de recursos— no es la sobrepoblación, sino la falta de solidaridad con los que menos tienen y la injusta distribución de las riquezas. El diseño natural de Dios para la natalidad no puede ser una maldición para las familias y la sociedad.

 

Es así que la confianza en Dios es nuestra última razón para decirle sí a la vida. Dios sabe lo que permite y para qué lo permite. No nos juzgará por cuantos hijos tengamos, pero sí por nuestros actos honestos y por la fe depositada en su Providencia.

 

* * *

 

Para concluir, recordemos ese salmo que dice: “Fui joven, ya soy viejo, nunca vi a un justo abandonado, ni a sus hijos pidiendo pan. A diario es compasivo y presta, a sus hijos les aguarda la bendición” (Sal 36, 25-26).

 

Deseamos que Dios proteja a los matrimonios y llene de valentía ante el miedo y el rechazo del don supremo de la vida.

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Adriana & Luis

Una educación sexual que valore el cuerpo de la mujer

Cuando se indaga en el mundo de la educación sexual, ya se ha hablado mucho y de distintos puntos de vista. Por un lado, están quienes sostienen que una educación sexual es un recorrido por el catálogo de anticonceptivos disponibles; por otro lado, quienes la abordan como una educación en el amor.

¿Qué puntos podríamos considerar como necesarios? La necesidad de dar información clara, certera y vigente, y la importancia de educar para el amor.

 

Sin embargo, en casi todos los acercamientos el ciclo de la mujer queda desplazado, ignorado o incluso lo presentan como algo “opcional”. Sin embargo, el reconocimiento de los ciclos es central y no debe ser ignorado.

Entender el cuerpo de la mujer

No es suficiente con enseñar en biología el sistema reproductor: las mujeres deben entender los eventos propios de su cuerpo. Esto implica reconocer la menstruación como consecuencia de la ovulación, la ovulación como el evento central del ciclo, y la producción de hormonas femeninas como producto de la ovulación.

Los ciclos son un evento de la fisiología femenina. Por ello, plantearlos como “eliminables” o “suprimibles” es afirmar que la mujer no tiene derecho a un cuerpo sano, y que su salud vale menos que la salud del varón. Los anticonceptivos hormonales no igualan al varón con la mujer: por el contrario, aumentan la desigualdad. La fertilidad de la mujer es la salud de la mujer.

Un camino de valoración

 

El cuerpo de la infancia paulatinamente queda atrás, dando lugar a un cuerpo adulto. Un nuevo cuerpo —que puede parecer ajeno— toma su lugar, cambiando la mirada propia y ajena respecto de uno mismo. El cuerpo de la mujer está sexualizado desde muy temprano en la adolescencia. Esto es evidente para las mujeres cuando en redes sociales reciben más “likes” si el contenido tiene insinuación sexual en la pose, el “caption”, etcétera.

Reconocer los ciclos es una manera real y concreta de mostrar el valor propio del cuerpo. El cuerpo es bueno en sí mismo, y no por su apariencia o el uso que haga de él, ni por la mirada sexualizada que haya sobre él. El cuerpo es bueno, y busca la salud integral. El reconocimiento de ciclos es un camino en el que se aprende a mirar al cuerpo de la mujer desde un lugar de respeto. Es una mirada que, con amor, busca entender su funcionamiento, como clave para poder cuidarlo.

 

La fertilidad y sexualidad están vinculadas en la realidad

 

El reconocimiento de ciclos muestra la intimidad que hay entre sexualidad y fertilidad. Su vínculo es real y concreto. Contrariamente a lo que muchos programas de educación sexual plantean como “vías que no se tocan”, el reconocimiento de ciclos pone claridad respecto de la sexualidad y la fertilidad.

La sexualidad y la fertilidad están naturalmente vinculadas. Ser sexualmente activo implica la posibilidad de embarazo. Esta realidad debe ser conocida primero, para poder asumirla. Esta verdad, enseñada de manera clara, dispara la pregunta natural a la hora de iniciarse en las relaciones sexuales: ¿qué sucede si ocurre un embarazo en la siguiente relación sexual? Curiosamente, este tipo de preguntas ayuda a una sexualidad madura y entendida, dado que permite captar la hondura de lo que implica la vida sexual.

Los anticonceptivos y sus efectos

 

Los anticonceptivos de hoy no son los de ayer, y probablemente no sean los del futuro. Los anticonceptivos cambian, caen en desuso y aparecen nuevos. Por esta razón, primero se debe entender la fertilidad, y luego los anticonceptivos vigentes.

 

Solo quien entiende los ciclos y la fertilidad humana puede entender el mecanismo de acción de un anticonceptivo y sus consecuencias. Sin embargo, los programas de educación sexual eligen el camino inverso: primero explican, muestran o dan muestras gratis de anticonceptivos vigentes. Sin un contexto, difícilmente el adolescente entienda el mecanismo de acción, dado que no aprendió nada respecto de ciclos y fertilidad.

 

La falsa inocencia con la que se presentan los anticonceptivos en general, y sobre todo, los hormonales en particular, deja a la mayoría de las adolescentes sin sus primeros tres años de ciclos. Estos son especialmente importantes, dado que es cuando se da la madurez del sistema reproductor. Así, a veces encontramos mujeres de veinticinco años que llevan diez años tomando anticonceptivos hormonales: estas mujeres no tuvieron ciclos, anularon la oportunidad de poder madurar y generar ciclos con hormonas femeninas.

 

¿Y con los varones? ¿Se aplica igual?

La fertilidad humana no es de la mujer o del varón, dado que ninguno puede suplir al otro en la reproducción. Es verdad que el ciclo es un evento de la mujer, pero los varones tienen el derecho y la obligación de conocerlos tal como la mujer; la única manera en que el varón puede amar y respetar a una mujer sexualmente es si ama y respeta sus ciclos, puesto que esta es una realidad intrínseca de ella.

* * *

 

En la educación para el amor, debemos ser claros y precisos, y brindar información suficiente y certera. Esto incluye el reconocimiento del ciclo de la mujer como factor de salud femenina, tanto por parte de ella como por parte del varón. Apostemos a esta mirada, verdaderamente amorosa y respetuosa.

 

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Lactancia, Sexualidad y Matrimonio

La primera semana de agosto se celebra en varios países del mundo la Semana Mundial de la Lactancia Materna. Este evento fue instaurado por la OMS (Organización Mundial de la Salud) en 1991, con el objetivo de dar a conocer los beneficios de la lactancia y promover que se la apoye. Cada vez hay más estudios e investigaciones que demuestran las numerosas ventajas que tiene el amamantamiento tanto para el bebé como para la madre e, incluso, para la sociedad entera. La OMS ha enumerado varios de ellos[1]. Sin embargo, es notable que, a pesar de los beneficios públicamente conocidos, sea bajo el número de bebés que llegan con lactancia materna a los seis meses de edad. Esto se debe, principalmente, al poco o nulo acompañamiento que tienen las madres para poder amamantar. Se trata de un acto hermoso, pero que requiere gran esfuerzo y constancia. Por este motivo, la lactancia necesita siempre del apoyo del entorno para ser exitosa.

Pero, ¿por qué un artículo sobre este tema? Porque la lactancia o su ausencia se presentan de modo inevitable en todo matrimonio que tenga hijos. Y, como todo evento familiar, repercuten en la relación de los esposos. Nos centraremos principalmente en reflexionar sobre este tema a la luz del misterio del cuerpo humano creado por Dios. Consideramos preciso aclarar que nos dedicaremos al tema del amamantamiento, pero afirmamos que los otros modos de crianza y alimentación que no están basados en la lactancia materna también pueden reflejar el amor de Dios y forjar un hermoso vínculo familiar, cuando así sea la intención de la madre y del padre.

 

Lactancia y Teología del Cuerpo

 

A lo largo de la Biblia, se observan numerosas afirmaciones que ayudan a comprender la bondad de la lactancia[2]. Se la ve como algo natural y, por lo tanto, querido por Dios. Incluso nuestro Señor fue amamantado por la santa Virgen María[3]. Si bien no podemos hacer un estudio exegético de los textos en cuestión, sí conviene detenernos en su implicancia para la teología del cuerpo.

 

La Teología del Cuerpo que desarrolló san Juan Pablo II nos muestra cómo el cuerpo humano revela el designio de Dios sobre el amor entre varón y mujer. Pero este estudio es de tanta riqueza que también nos hace ver el modo en que el cuerpo de la mujer nos revela la maternidad. Lo primero es encontrar en esta imagen, que parece meramente natural, el sustrato teológico que afirma, de hecho, su verdadera identidad.

 

Decíamos arriba que es “querido por Dios”, pero, ¿cómo lo sabemos? Sencillamente, porque encontramos una disposición fisiológica para tal acto, una preparación del cuerpo que va más allá de nuestra voluntad. La mujer no es quien decide sobre el comportamiento de las glándulas mamarias, por ejemplo, o de la composición de su leche, sino que todo ello está siendo orquestado por su Creador. La naturaleza humana se muestra bondadosa en esta disposición[4]. En este sentido, no cabe duda de que la voluntad del Creador se expresa mediante el cuerpo mismo de la mujer, le enseña que es co-dadora de alimento, de vida. Por este motivo, el bebé muestra una clara tendencia a alimentarse del propio cuerpo de su madre, así como lo ha hecho durante nueve meses, al punto que la leche es un compuesto adaptado para ese niño en particular.

 

Además de acoger vida en su vientre, la mujer observa que esta misma hospitalidad no termina allí, sino que se prolonga durante la etapa del amamantamiento, creando un vínculo bellísimo entre ella y su hijo[5]. Los especialistas, exponiendo abundantes datos científicos, recomiendan que esta etapa se prolongue “hasta los dos años de edad o más, con la incorporación de alimentos complementarios a partir de los 6 meses”[6]. Tanto el cuerpo de la madre como el del pequeño señalan explícitamente esta dependencia. Recordemos que no se trata de un “mero alimentar”, sino del establecimiento de un vínculo que acompañará a la madre y al niño durante toda su vida, en un sentido fisiológico y a la vez afectivo.

 

Haciendo uso de la metodología que representa la teología del cuerpo, podemos contemplar una interesante cooperación. Dios pide a la mujer que tome parte de Su Providencia para con el bebé, a través del lenguaje del cuerpo. Él ha deseado que, así como la salvación del mundo advino a través del “Sí (fiat)” de la santísima Virgen, también la vida de una persona indefensa dependa del “Sí” de su madre. La madre, accediendo al pedido de Dios y, por lo tanto, tomando un rol activo en la lactancia, se muestra colaboradora de Su Providencia e imagen Suya en la tierra. En otras palabras, su figura es catequética para con el bebé. Así, afirmando el significado objetivo del amamantamiento por medio de su consciencia y de su asunción en la acción, ella hace del lenguaje del cuerpo una bella liturgia, que señala hacia Dios. El amamantamiento que responde fielmente a aquella vocación implícita puede transformarse en un acto divino, pues se asume la Voluntad de Dios escrita en el cuerpo de la mamá y del bebé.

 

Una decisión de los esposos

 

Cuando un hijo nace de la unión de los esposos, el asunto de la lactancia aparece como una decisión que debe tomarse de a dos. Y constituye incluso un tema tan importante que debería conversarse desde el noviazgo, así como los criterios para la educación de los hijos. El amamantamiento se hace prácticamente imposible si el padre no colabora, ya que la mujer necesita tanto de ayuda concreta para las tareas domésticas como de un especial sostén emocional y afectivo para poder mantener la lactancia. A menudo, este tema se da por sentado como algo que sucede solo, y no se conversa ni se busca información… hasta que aparecen las primeras complicaciones.

 

El escenario suele ser una mujer puérpera adolorida, agotada y sensible al extremo. y un recién nacido totalmente demandante y dependiente para sobrevivir. Y ahí es donde se pone en juego la confianza de los esposos en sí mismos, en la sabiduría de su cuerpo y del bebé y un entorno familiar, social y sanitario que rara vez acompaña y asiste de modo adecuado la lactancia. Cuando el esposo no acompaña o cuando duda de la capacidad de la mujer de alimentar al niño con su leche, la esposa se siente herida en su autoestima, con falta de confianza por parte del marido, culpable, y en definitiva, sola frente a todos estos sentimientos que, a menudo, no se anima a comentar a nadie. Por el contrario, cuando el varón acompaña positivamente, la relación de los cónyuges se ve nutrida y enriquecida de un modo único. La mujer se siente valorada y capaz, y el varón se admira y enorgullece frente al inmenso poder y misterio de la feminidad.

 

Es muy bello contemplar la figura del esposo y padre que no está alejado de esta realidad, sino que cumple, a su modo, un rol activo en la lactancia. El varón es para la familia columna firme que permite el sano desarrollo de la misma. Esto se cumple de distintas maneras, sólo nos detendremos en aquello que afecta al amamantamiento.

 

Dios, en su infinita sabiduría, quiso que la esposa sea su imagen providente inmediata. Sin embargo, el esposo no queda fuera de la ecuación, ya que, siendo providente de muchas maneras, lo es, sobre todo, de la seguridad que precisa su esposa para dedicarse a tal tarea. Él debe ayudarla y darle coraje para que asuma la lactancia como vocación particular de su ser esposa-madre. Karol Wojtyła, en un artículo de 1960, escribía respecto a la figura del esposo: “El hombre debe ser no solamente un ser social, organizador, proclamador y defensor de una idea, sino también, sobre todo, padre y protector. De modo contrario, no realiza toda la plenitud moral de su individualidad masculina”[7].

 

La doble función de padre y protector están unidas a su íntima naturaleza masculina, haciendo que el varón vea promocionada su propia humanidad al realizar actos que encarnen aquellas notas. El padre está llamado a proteger, entonces, este vínculo de amor. Él se hace presente de modo indirecto en la lactancia, permitiendo que tanto su esposa como su hijo sientan la tranquilidad que se merecen. Así, los tres participan activamente de la liturgia antes mencionada.

 

* * *

 

Finalmente, en esta reflexión nos damos cuenta de que, en ocasiones, es necesario purificar la mirada. Purificar nuestra mente y nuestro corazón, para abordar el asunto de la lactancia de un modo sano. A menudo, incluso en ámbitos eclesiales, hay tabúes respecto de este tema. Es común que se tenga un concepto meramente erótico de los pechos femeninos —algo que la sociedad impuso culturalmente, en especial a partir de la revolución sexual—. De esta manera, se separó la idea de crianza de la del cuerpo de la madre, alejándose de las disposiciones naturales que hemos analizado antes. Esto sucede incluso dentro de la relación de los esposos, cuando a veces el varón puede ver con cierto recelo o rechazo el amamantamiento, aún de modo inconsciente.

 

El lenguaje del cuerpo nos ayuda aquí una vez más a limpiar la mirada y a descubrir la verdad de la sexualidad. Por un lado, es cierto que los pechos, así como varias partes del cuerpo de la mujer, tienen, de modo natural y fisiológico, un valor erótico de atracción para el varón y de placer para la mujer. Esto puede observarse en la Biblia: por ejemplo, en el Cantar de los Cantares, el amado describe con detalle la belleza de las partes del cuerpo de su amada. Y esto fue así dispuesto por el Creador, quien ha querido que los valores sexuales del cuerpo femenino sean no sólo eso, sino también fuente y sustento de su maternidad. La función orgánica de las mamas es producir leche y alimentar al bebé nacido del vientre. Estos dos significados del cuerpo no se contraponen, sino que deben coexistir en la integridad de la persona. Los esposos están llamados a trabajar en esta integración del amor y del cuerpo, asumiendo que el mismo cuerpo que se dona en el acto conyugal también está invitado a donarse de un modo distinto al hijo, a través de la maternidad. Porque gestar, amamantar y criar es una donación del cuerpo materno, por amor, para la vida nueva concebida como don de Dios durante la liturgia creadora del acto conyugal.

 

Esperamos que te haya servido el artículo y si querés conocer nuestro trabajo, podés buscarnos en Instagram: @centrosanjuanpablo2

[1] https://www3.paho.org/hq/index.php?option=com_content&view=article&id=9328:breastfeeding-benefits&Itemid=42403&lang=es [2]Podemos observar casos específicos de madres que amamantan a sus hijos: Sara a Isaac (Gn 21,7-8), Jocabed a Moisés (Éx 2,8-9), Ana a Samuel (1 Sm 1,22-24), Gomer a Lo-ruhama (Os 1,8). [3]Lc 11,27 [4]Que, siguiendo la filosofía de Karol Wojtyła, podemos llamar “actualización” en Persona y Acto, es decir la recepción de una forma accidental que perfecciona al sujeto, quien la recibe pasivamente. [5]Ver este y otro beneficios en: Comité de Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría, “Lactancia Materna: guía para profesionales” (2004). [6]Asociación Español de Pediatría, con motivo de la Semana Mundial de Lactancia Materna (1-8 de agosto de 2021). En la web: https://www.aeped.es/sites/default/files/20210802_ndp_semana_mundial_lactancia_materna.pdf [7] K. Wojtyła, San Giuseppe, en: K. Wojtyła, Educare ad amare. Scrittu su matrimonio e famiglia, a cura di P. Kwiatkowski, Cantagalli, Siena 2014, 269 (traducción propia). El autor resalta en repetidas ocasiones la importancia del “ser protector”.

La maternidad: el verdadero empoderamiento femenino

Como madre soltera, estoy acostumbrada a escuchar y recibir comentarios del estilo de “la maternidad te arruinará la vida”, bajo la falsa creencia de que un hijo es una especie de impedimento que nos vulnera, arruina nuestros sueños y nos convierte en mujeres sumisas. Nada más alejado de la realidad.

 

En este breve artículo, me gustaría compartir algunas reflexiones que demuestran que la maternidad, lejos de ser un obstáculo, nos empodera e invita a crecer.

Nos ayuda a mejorar como personas

 

En la actualidad, el término “empoderamiento” es utilizado para referirse a una mujer fuerte e independiente que todo lo puede. Y justamente, cuando las mujeres son madres, están dispuestas a darlo todo, y a esforzarse el doble para ello.

 

Si bien no existe la persona perfecta y todos hemos cometido errores alguna vez —equivocarse es parte de la vida humana—, el amor hacia nuestros hijos nos da la fortaleza para intentar mejorar día a día, superar obstáculos, soportar situaciones desagradables, afrontar miedos y alejarnos de malos hábitos… Lo hacemos sólo para proteger y defender a nuestros niños, pero ello también resulta sumamente beneficioso para nosotras. Tal es así que estudios demuestran que una mujer embarazada posee la fortaleza de alejarse por completo del cigarrillo, alcohol u otros vicios en un índice mayor a cualquier otra persona, con lo cual generan un estilo de vida más saludable.

Sin lugar a dudas, la maternidad nos invita a descubrirnos a nosotras mismas y a demostrarnos que, por amor a nuestros hijos, podemos lograr todo lo que nos propongamos.

 

No implica dejarnos atrás

 

Si bien la maternidad implica un giro a 180°, que nos conduce a reformular muchos proyectos y aspectos de nuestras vidas, eso no significa que el disfrute, los sueños, las amistades y el romance sean incompatibles en esta nueva etapa y, en consecuencia, se conviertan en “cosas” del pasado, que en el presente están prohibidas. La maternidad no nos prohíbe disfrutar, ni frustra nuestros sueños, y es hora de comenzar a desmentir esas concepciones.

 

Muchas veces me han dicho “¿Qué haces en Twitter? Ve con tu hijo”, o muchos se indignan cuando una mamá sale a compartir un momento grato con sus amigas, o elige comenzar a estudiar una carrera nueva… Como si la maternidad nos impidiera hacer otras cosas además de preparar el almuerzo, limpiar la casa y ayudar a los niños con las tareas de la escuela. La vida de una madre no se reduce a ello, sino que lo trasciende.

Debemos dejar en claro una cosa: un hijo es un compañero de vida, con el cual compartimos nuestra felicidad, nuestros planes, metas y demás, y los hijos son los primeros que quieren que seamos felices y estemos bien; son los primeros en el mundo en alegrarse por nuestras alegrías y en apoyarnos para alcanzar nuestras metas. La maternidad no es una prisión en la que estamos obligadas a quedarnos encerradas en nuestras casas las 24 horas del día.

 

Por lo tanto, las mujeres podemos ser excelentes madres y, al mismo tiempo, excelentes amigas y parejas, estudiantes destacadas y trabajadoras ejemplares. Porque una cosa no quita a la otra. Todo lo contrario: siempre suma y complementa.

 

Para nuestros hijos somos heroínas

 

En las historias de ficción, los héroes tienen poderes especiales. Sin embargo, en la vida real las madres no se quedan atrás, y en su accionar diario demuestran capacidades sorprendentes, valentía, y un amor que no puede compararse con ningún otro en el mundo. Así es que, para los niños, sus mamás no sólo son las personas que los alimentan y que les cuentan un cuento antes de dormir, sino quienes comparten sus aventuras y colorean sus mundos de fantasías con ilusiones. Ilusiones que aún todos recordamos entre sonrisas, porque nos marcan una huella que nos acompaña toda la vida.

 

Los hijos confían puramente en sus mamás, y las creen capaces de lograr cualquier cosa: desde encontrar un juguete perdido hasta vencer al monstruo que se oculta adentro del armario. Tal es así que, en momentos de miedo, tristeza, timidez, o incluso al rasparse la rodilla, siempre un beso y un abrazo de mamá les bastan para saber que todo estará bien, y así retomar sus juegos.

Para ellos, podemos todo. Y por ellos, todo lo logramos.

* * *

En conclusión, sólo una madre puede comprender cuán realizadas nos sentimos las mujeres al tener a nuestros hijos, porque sólo nosotras tenemos la capacidad de sentir florecer pétalo a pétalo el amor más grande y puro que podremos conocer, ese que jamás va a abandonarnos. En cada logro que alcancemos, en cada alegría que celebremos y en cada nuevo aprendizaje —así como en cada tristeza, equivocación o temor—, nuestros niños estarán allí: confiando en nosotras, y tomándonos la mano, para hacernos saber que todo vale la pena. Y ese es el verdadero empoderamiento.

 

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