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Día: junio 14, 2022

3 miedos que te impiden amar

¿Cuántas veces hemos tenido miedo a algo en nuestra vida? ¿Cuántas veces hemos dejado de confiar por miedo al qué dirán, al cómo lo haremos o a lo que se viene? Lamentablemente, el miedo siempre condena nuestra relación con los demás y nos ciega, limitándonos y atándonos a nuestra zona de confort.

 

Es triste vivir así, desentendiéndonos de lo que nuestro corazón anhela sólo por temor a no lograrlo o a fracasar. Nos han enseñado que fracasar es condenarnos, pero lo que no nos dijeron es que tener miedo a intentarlo es el primero paso para fracasar por completo.

 

Un mundo sin amor es aquel que se quedará por siempre atado al miedo, porque el amor es la ausencia de todas estas ataduras, ya que es el único capaz de darnos el coraje y la valentía suficientes como para ser completamente libres. Por ello, en este artículo quisiéramos poner en tela de juicio tres de nuestros principales miedos, de esos que nos siguen atando. De estos miedos necesitamos despojarnos para aprender a amar de verdad. Pues la experiencia de amar sin medida es única, y solo seremos capaces de lograrlo si aprendemos a soltarnos de las cadenas del temor.

 

#1 Miedo a no ser aceptado

 

¿Has notado con cuánta frecuencia crees ser víctima del mundo en el que vives? Al ser rechazados por gran parte del mundo que nos rodea, percibimos esa insensatez, nos sentimos tentados de creer que estamos atrapados en un callejón sin salida; esto puede ser por nuestros prejuicios. Cuando nos dejamos llevar por la creencia de que vivimos en un ambiente hostil, en el cual no podemos sino tener miedo de que nos hagan daño o de ser víctimas, solo podemos sufrir.

 

Para superar esto, es importante formar tu verdadera identidad, esa que solo a ti te caracteriza, esas virtudes que solo tú puedes dar al cien por ciento, y que muchos pueden tomar como ejemplo. Si nos lo proponemos, podemos cambiar nuestra manera de pensar y, sobre todo, de vivir.

 

La clave está en examinar todas las cosas que hemos asumido y que valoramos, en dejar de aferrarnos al miedo, a la ira, a la culpabilidad o al dolor. Significa romper totalmente con el pasado, así como con todos los miedos que venimos arrastrando desde el pasado, y proyectando hacia el presente. “Estoy decidido a ver las cosas con otra mirada” significa que estoy realmente dispuesto a liberarme del pasado, reconociendo mi dignidad de hijo de Dios.

 

#2 Miedo a no perdonar

 

La única manera de alcanzar el amor es practicando el perdón. El perdón es esa herramienta para cambiar nuestras ideas y liberarnos de nuestros miedos, resentimientos y rencores. Debemos recordarnos a nosotros mismos, continuamente, que el amor es la única realidad que existe, y que toda idea que no refleje amor es una percepción errónea. El perdón, por lo tanto, constituye el medio para ver solamente amor en los demás y en nosotros mismos.

 

Perdonar no es un proceso de descartar y pasar por alto todo lo que creemos que otros nos han hecho, o lo que nosotros creemos haberles hecho a otros. Cuando albergamos rencores o resentimientos permitimos que nuestra mente ceda en el miedo, y de esta manera nos hacemos prisioneros de esas distorsiones.

 

Desde este punto de vista, nos liberamos cuando aceptamos que el perdón es nuestra única y verdadera opción. Perdonar no significa adoptar una actitud de superioridad, sino que significa más bien corregir nuestra propia percepción de que otro nos ha hecho daño. Jesús perdonó en la Cruz porque “no sabía lo que hacíamos”; nosotros lo oramos en el padrenuestro, diciendo: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Por eso creemos firmemente en que el perdón es nuestra llave maestra hacia la felicidad anhelada.

 

#3 Miedo a dar sin recibir nada a cambio

 

El mundo te dirá que lo que se ha dado o regalado ya está perdido: es decir, que al dar algo, dejamos de tenerlo y que, por consecuencia, salimos perdiendo. Estas mentiras nos bombardean, haciéndonos creer que nunca podremos estar completamente satisfechos. Así, nos seguimos sintiendo vacíos, a pesar de nuestros vanos intentos de obtener satisfacción, buscando amor en cualquier parte, recibiendo sólo sobras, migajas que no llenan nuestra hambre de amar de verdad.

 

El problema radica en que no hay nada en nuestro mundo que pueda satisfacernos total o permanentemente. Es así que con frecuencia creemos que estamos necesitados, y tratamos de satisfacer esas necesidades imaginarias, a través de otras personas. Por ello, cuando esperamos que otros satisfagan nuestros deseos y esas personas nos decepcionan, nos frustramos, nos desencantamos… Como resultado de ello, es muy probable que nos sintamos limitados, rechazados o inútiles.

 

Cuando pensamos que nadie nos ama, o cuando nos sentimos deprimidos o vacíos, la solución no está en encontrar a alguien que nos dé amor, sino más bien en amar a alguien totalmente, y sin buscar algo a cambio. Es que ese amor que damos, simultáneamente nos lo damos a nosotros mismos, sin que la otra persona tenga que cambiar su manera de ser, o darnos nada a cambio.

 

* * *

 

Lamentablemente, el mundo tiene el concepto distorsionado de que, para poder sentir amor dentro de nosotros, otra persona nos lo tiene que dar; pero sólo el amor es capaz de romper con estas ideas del mundo. Nosotros somos seres creados por amor y para amar, pues en la medida en que damos amor a otros, nos enseñamos a nosotros mismos lo que realmente somos: hijos del Dios, del mismo Amor, con mayúsculas, encarnado en el Hijo. Solo así aprenderemos a donarnos a nosotros mismos sin medida, sin espera y sin retribución. Pues hay que tener en claro que todo lo demás viene por añadidura.

 

Recuerda que seremos realmente libres en tanto nos despojemos de aquellos miedos que nos atan y que no nos permiten amar en verdad. ¡Nadie dijo que sería fácil! ¡No tengamos miedo al camino que nos conduce a la verdad, al camino del amor!

 

Atentamente,

Los Compis.

@compisdeus

¿Debemos elegir con el corazón o con la mente?

La dicotomía entre la mente y el corazón es algo por lo que todos en algún momento pasamos. Pero acá está el quid de la cuestión: no es en verdad una dicotomía, ¡es trabajo en equipo! Parece que el corazón y la mente están siempre inmersos en una eterna lucha y que nunca se ponen de acuerdo. Uno dice blanco, y el otro dice negro. Y en medio estamos nosotros, que no sabemos a quién hacerle caso. Como ocurre con esos semáforos en mal funcionamiento, que activan la luz de pare y avance al mismo tiempo, no saber a cuál responder puede terminar en tragedia.

 

Lo loco es que, cuando se trata de relaciones interpersonales, sabemos perfectamente lo que debemos hacer; o por lo menos somos conscientes de lo que nos conviene. En estos casos, la mente nos da avisos de advertencia siempre, pero resulta muy difícil ignorar los impulsos que nos arroja el corazón. Gestionar lo que sentimos a través de nuestra mente es imprescindible para obtener como resultado lo que merecemos, y que ello nos conduzca a felicidad.

 

¿A qué nos referimos cuando hablamos de corazón y mente?

 

El corazón acá, en este sentido, es el autor de la famosa “química”. Esas sensaciones positivas que produce al cuerpo. Cuando el corazón conecta con la otra persona, se liberan sustancias químicas como la dopamina, que produce una sensación de euforia, y la oxitocina, que genera sentimientos de afecto. Y también se reducen los niveles de cortisol, la hormona del estrés. ¿Cómo no querer estar con una persona que provoca en uno todas estas sensaciones? ¡Hasta el humor te cambia! Por su parte, en nuestra mente radican el pensamiento, el razonamiento, el argumento, la justificación, las ideas, la creatividad y la resolución de problemas, entre otros.

 

Compatibilidad de mentes

 

Coincidir con alguien en “la mente” no se trata de pensar igual: se trata de que sus pensamientos no entren en conflicto con los míos. Se trata de que el propósito de uno no pisotee el del otro. Se trata de poder construir con materiales que se complementen, y no que se boicoteen.

 

Un parámetro fundamental que tenemos que tomar al evaluar la compatibilidad de “la mente” son nuestros valores, creencias y convicciones. Por ellas es que tomamos decisiones, y por ellas se rigen nuestras acciones.

 

Y esta es la parte a la que yo llamo “innegociable”. Hay muchas áreas en las que, por amor a las otras personas, vamos a tener que ceder; se trata de entregas y renuncias por amor. Podemos tener muchas diferencias, y que ello no implique el fracaso de la relación. Pero en esta área, las diferencias resultan inadmisibles. Si los valores no van por la misma línea, es acá donde el corazón debe escuchar a la mente.

 

Hagamos un híbrido corazón-mente

 

La mente usa la lógica, pero olvida lo que sientes; el corazón te guía, pero sin control puede equivocarse. Como ves, necesitan alimentarse mutuamente. No se puede elegir mente o corazón. Pero ni la química es suficiente para establecer una relación sólida, ni el razonamiento puede construir sin sentimientos, o estaríamos frente a un mero contrato de conveniencias.

 

Las sensaciones que expulsa el corazón tienen fecha de vencimiento. Hoy podés creer que es suficiente, porque tiene la facultad de llenarte de la convicción de que el sentimiento todo lo puede. Pero con el tiempo mengua hasta casi desaparecer por completo, y lo que queda es la convicción de amar. Ya no es un sentimiento o emoción o sensación del cuerpo, sino un pensamiento racional. Es la voluntad de tomar todos los días la decisión de amar.

 

La manera más fácil de promover un trabajo en equipo entre mente y corazón es preguntarse: “¿Coinciden mis convicciones con mis compromisos emocionales?”. Es fácil afirmar una emoción; lo difícil a veces es defender una convicción, en contraposición con el corazón. Y es acá donde tenemos que aprender a tomar decisiones acertadas, y no impulsivas.

 

* * *

 

Vivimos en un mundo agrietado, en constante polarización. ¡Que esa nueva normalidad no nos llegue al alma! No agrietemos nuestro ser. Mejor potenciemos nuestra capacidad de decisión, utilizando las herramientas más valiosas que poseemos: “mente” y “corazón”. Así: en conjunción, no en disyunción.

 

Por cualquier duda, podés consultarme por Instagram: @pepyecheverria

¿Cómo cuidamos la pureza?

Cuando se habla de pureza, siempre nos inclinamos a pensar en el sexo. Parece que, si uno no tiene relaciones sexuales nunca, es más puro. De hecho, esto viene desde antiguo: “la pureza es una virtud que regula el ejercicio de nuestra facultad sexual de acuerdo con la razón”, según Platón y Aristóteles. Es verdad que el sexo toca toda la naturaleza humana, cuerpo y alma. Cuando se hace dentro del matrimonio, nos mejora; cuando se hace fuera, nos lastima. Del mismo modo, hay otras actitudes que nos lastiman mucho como seres humanos, y hoy hablaremos acerca de la que más perjudica nuestros corazones.

 

Si quieres ser feliz, no hagas esto

 

En los mandamientos, los “no” —también los que hacen referencia a la pureza— son seis, y son para una vida mejor. Dios nos dice: “Si quieres ser feliz, no hagas esto”. Como cuando una madre le dice a su hijo “No toques el enchufe”: ¡no es para amargarle la vida al hijo! Por el contrario, es para evitarle un daño.

 

La pureza cuesta, claro. Pero, como todo en la vida, no hay que exagerar. Depende mucho de dónde trazamos las líneas rojas. En nuestra opinión, cuesta de forma especial en el noviazgo, ya que la naturaleza misma del amor nos hace desear la unión con el enamorado.

Si cuidamos en poner las líneas rojas y moderamos nuestra forma de actuar, nos resultará menos complicado.

 

Cuidar el corazón no se refiere solo al sexo

 

La pureza de corazón no sólo afecta al sexo. Una persona “virgen”, pero que disfruta con la crítica a los demás, tiene un corazón que no está limpio. Y en verdad, la crítica coincide en algo con el sexo: cuanto más se los ejerce, menos importancia se les da, más se los banaliza.

 

El papa Francisco dice: “El celibato corre el peligro de ser una cómoda soledad, que da libertad para moverse con autonomía, para cambiar de lugares, de tareas y de opciones, para disponer del propio dinero, para frecuentar personas diversas según la atracción del momento” (Amoris Lætitia, 162). De aquí podemos extraer esta importante verdad: hay que tener cuidado con sobrevalorar la virginidad y ser condescendiente con la crítica.

 

Desbloquea tu corazón

 

Podemos creernos muy puros por ser vírgenes, y que, sin embargo, nuestro corazón sea muy mundano, dado a ejercer y a escuchar críticas al prójimo. Criticar y hablar de la vida de los demás nos ensucia el corazón. Así como el sexo fuera del matrimonio, la crítica nos hace perder la pureza del corazón, que es más importante que la física.

 

Santa Teresa de Jesús llegó a ser santa cuando dejó de enterarse y entrometerse en de todo lo que ocurría en la ciudad: antes de este cambio, aunque ella estuviera en clausura, su corazón estaba fuera. San Agustín, por su parte, consiguió la santidad cuando dejó de buscar la felicidad en los placeres del mundo. Son dos actividades que nos bloquean el corazón: una persona criticona difícilmente podrá amar de forma limpia, y lo mismo ocurre con la que va entregando su cuerpo a cualquier amorcillo.

 

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Como vemos, la falta de pureza y la crítica a los demás tienen mucho en común. ¿Y qué es lo peor? Que, cuando se tiene cogido uno de estos vicios, es difícil ver que hay gente que vive sin ellos. Por eso, nos avinagran el carácter y nos vuelven descreídos de la bondad del ser humano.

 

Por ello, para nosotros, cuando se habla de pureza es imprescindible destacar que hay una pureza superior a la física. Esta es la pureza del corazón, que efectivamente incluye la corporal, pero la supera. Y esa es la que de verdad nos hace libres.

 

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