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Un poema para apreciar la belleza de la vida cotidiana

Ya ha pasado un mes desde que empezó el año, y es un buen momento para detenernos a pensar cómo vamos a llevar adelante nuestro día a día. En el caso de las familias con niños, este día a día suele verse tensionado entre un equilibrio de ritos necesarios —como la hora de comer o la hora de dormir— y la aparición de lo desconocido o lo inesperado: un nuevo dientito que asoma de la encía del bebé, una palabra nueva que aprendió su hermanita, un mundo de juego que invade nuestra imaginación y nuestra sala, invitándonos a subirnos a un barco pirata o a un cohete… El mismo Chesterton decía: “Los niños rebosan vitalidad, por ser en espíritu libres y altivos; de ahí que quieran las cosas repetidas y sin cambios. Siempre dicen «¡Hazlo otra vez!”», y el grande vuelve a hacerlo hasta que casi se siente morir”.

 

Por ello, con este poema quiero invitarnos a un momento de reflexión, a que demos gracias a Dios por este pequeño caos cotidiano que a veces puede ser nuestro hogar. Es el primer poema de mi autoría que publico en Ama Fuerte, así que espero que lo disfruten, y que los ayude a contemplar esta realidad cotidiana con mucha paz.

 
 

El poema: “Los días de la magia”

 

Con mi tercer bebé en brazos,

intento recordar

cómo eran de pequeños,

de recién nacidos, Magda y Bruno.

Las fotos las miradas los bautismos

los ojos de inmensidad

se me confunden.

 

¿Debería anotar todo llevar un diario

con fotos y recortes detallados?

¿Debería pegar en él sus primeros dibujos

sus primeros mechones de pelo apenas cortado?

 

Pero pienso: ¿Será tan necesario recordar así?

En este valle de lágrimas

—de lágrimas de risa, de lágrimas de llanto—,

en este vértigo, en este vórtice de alegrías,

el tiempo

es el más sutil de los asombros

ofrecidos por Dios

para que los traduzcamos en poesía.

 

Entonces, cuando acuno a un hijo,

a veces, sin saberlo,

los acuno a todos,

presentes y futuros: la vida avanza,

o se escurre,

y este remolino de descansos y vigilias,

esta paz conquistada de almitas en reposo

y de manitos vibrantes y de voces

cada vez más audibles,

esta cotidiana mezcla tiene

un indeleble

aroma a eternidad.

 

Crianza e inspiración

 

No sé si les ha pasado, con mi marido lo charlamos con frecuencia: la vorágine cotidiana de la que hablábamos hace que en ocasiones perdamos un poco la noción del paso del tiempo. Y esto se acentúa cuando pasamos por la etapa del puerperio, ese primer tiempo del bebé fuera de la panza, en el que toda la familia se reorganiza. ¡Y más aún si el recién nacido no es el único niño!

 

Sin embargo, el puerperio puede resultar también un momento sumamente inspirador, si consagramos todo lo que nos es incómodo o penoso físicamente —pues en ocasiones pareciera que lo único de lo que se habla es de lo físico, por ser lo más urgente, lo más evidentemente inmediato—, para trascenderlo hacia su realidad espiritual: para hacerlo oración, meditación, arte.

 

Creo que el puerperio puede resultar inspirador, si nos sobreponemos a la falta de sueño, si ensanchamos nuestras almas para superar los dolores o molestias del posparto y la lactancia incipiente. Si nos permitimos dejar que nuestro corazón se abra a la belleza del misterio de lo que nos está pasando, a la calidez desbordante de esa voluntad de entablar comunicación con el bebé, de aprender su lenguaje, de presentarlo ante quienes lo rodean —o sea, de explicar lo inexplicable: “¡¿esa personita estaba en la panza de mamá?!”.

 

Mi poema “Los días de la magia” —que está dedicado a mi mamá, en acción de gracias por enseñarme a apreciar esa belleza de lo cotidiano— surgió justamente como fruto de esa inspiración, cuando mi tercera hija tenía apenas unas semanas. En él quise expresar, aunque quizás no lo haya logrado del todo, esa realidad desbordante, arrolladora, de la crianza: una fuerza que nos lleva más allá de lo que creíamos que podíamos hacer, y un amor que logra que todos esos esfuerzos resulten más naturales.

 

¡Hazlo otra vez!

 

El nacimiento de un niño nos pone de cara frente al misterio del tiempo, y algo de eso quise dejar reflejado en la última estrofa. De hecho, si se fijan, sintácticamente, toda esa estrofa es una sola oración larga, que debe leerse casi sin respirar, como para que el lector se deje enredar también en ese torbellino, hasta llegar a la calma del último verso. Y creo que es muy importante esa relación entre la contemplación del misterio del tiempo, reflejado en el crecimiento a la vez agigantado e imperceptible del recién nacido, y la eternidad.

 

En efecto, la frase de Chesterton que comenté al principio identifica a los niños con la divinidad, pues continúa así: “La gente grande no es suficientemente fuerte para regocijarse en la monotonía. Pero tal vez Dios [como los niños] sea bastante fuerte para regocijarse en ella. Es posible que Dios diga al sol cada mañana: «¡Hazlo otra vez!», y cada noche diga a la luna: «¡Hazlo otra vez!». Puede que todas las margaritas sean iguales, pero no por una necesidad automática: puede que Dios haga separadamente cada margarita, y que nunca se haya cansado de hacerlas iguales”.

 

Y a esa complacencia en la cotidianidad, a ese gozo al descubrir la igualdad de cada día, se une esta alegría asombrada que expreso en mi poema. Después de todo, los niños hacen presente algo de divinidad. En su novedad absoluta, nos comunican algo inefable, y así lo afirma el pedagogo Jorge Larrosa, quien habla de la “presencia enigmática de la infancia”, diciendo: “El nacimiento es la aparición de la novedad radical: lo inesperado que interrumpe toda expectativa”. Desde este punto de vista, cabe destacar el sentido de aventura que Chesterton aprecia como parte de la vida cotidiana: “Lo que hace que la vida se mantenga como algo romántico y lleno de posibilidades es precisamente la existencia de esas grandes limitaciones que nos obligan a encontrarnos con cosas que no nos gustan o que no esperamos”.

 

* * *

 

Lo bello e inesperado del encuentro con ese otro que es el niño manifiesta, así, la aventura de la vida, la magia de la cotidianidad. Contemplemos con amor esas inmensas novedades, esas situaciones que no podemos controlar. Pues, para volver a citar a Chesterton, eso nos recordará que cumplimos, en la vida diaria de la crianza, una hermosa misión: “Lo más extraordinario del mundo es un hombre ordinario, su mujer ordinaria y sus hijos ordinarios”.

 

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