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La belleza salvadora de la palabra amorosa

Quizás conozcan un cuento para niños, muy hermoso, que escribió Hans Christian Andersen —sí: el mismo de la versión original de “La sirenita”, que termina para mal, nada que ver con Disney…—, y que se titula “El ruiseñor”. Es un cuento que les aconsejo leer, y que puede ayudarnos a pensar acerca de la relación entre la belleza, el amor y la verdad.

 
 

“El ruiseñor”, cuento de Andersen

 

En este cuento se nos narra la historia de un emperador; su imperio es tan portentoso y grande, que hay muchas cosas de él que él mismo desconoce. ¡E incluso se entera de ellas a través de los libros! Leyendo un libro que le obsequian, encuentra material sobre un pajarito. Se dice que el pajarito en cuestión, llamado “ruiseñor”, tiene el canto más hermoso del mundo. Lógicamente, el emperador manda por cielo y por tierra que le busquen al ruiseñor y se lo traigan. Una cocinera y unos pescadores lo descubren, y el emperador se fascina con el canto del pájaro, lo trata como a un príncipe, y descubre en su canto no sólo la fascinación de la belleza, sino también el ánimo y la salud.

 

Sin embargo, luego alguien le regala la versión “cuento de Andersen” de lo que hoy sería una inteligencia artificial: alguien le regala al emperador un ruiseñor mecánico. Este ruiseñor nunca se cansa, y puede manejarse a voluntad del emperador. Con él, el emperador reemplaza al ruiseñor del bosque. Y el verdadero ruiseñor, entristecido, vuela lejos.

 

Pero un día, el ruiseñor mecánico deja de funcionar. Y el emperador empieza a enfermar, hasta casi morir. Cuando no tiene cerca a nadie para que le dé cuerda, siquiera, al pájaro de mentira…, cuando la Muerte se lo está por llevar, ¡aparece el ruiseñor verdadero! Entra por la ventana, salvador, y canta hasta que la Muerte le devuelve al Emperador. Entonces, ante el arrepentimiento del emperador, el ruiseñor le dice:

 

—Yo te cantaré para que te pongas contento y pensativo a la vez. Cantaré por los felices y por los que sufren. Cantaré por el bien, y también, por el mal que te ocultan a tu alrededor

Y su canto, lleno de verdad, inunda la habitación del emperador, lo saca de su enfermedad, y le proporciona largos y sabios años de vida.

 

Primero, conócete a ti mismo

 

Como se imaginarán, esta historia da para muchas reflexiones, además de presentar un argumento entretenido. Nos dice mucho acerca de la naturaleza del ser humano. En principio, nos enseña que puede haber muchas cosas de nosotros mismos que nosotros no conozcamos. Como le pasaba al emperador —que se enteró de muchas cosas de su reino a través de los libros—, es posible que, entrando en contacto con el arte, con la belleza, podamos conocernos más y mejor a nosotros mismos.

 

Apertura y confianza en lo real

 

Pero el autoconocimiento sería sólo un primer paso. ¿Cuál es el siguiente? El siguiente paso, que es fundamental, es abrirse a la realidad y confiar en los otros. Acerca de este cuento, la autora Laura Devetach destaca el papel de la cocinerita y de los pescadores: son los humildes, los sencillos de corazón, aquellos con quienes debemos relacionarnos.

 

Pensemos en nuestros verdaderos amigos: ¿no son ellos quienes nos hablan con más humildad, con más franqueza? Ellos, como la cocinerita y los pescadores, nos pueden acercar a esa verdad que nos cura.

 

La verdad toca nuestra sensibilidad

 

¿Y dónde está esa verdad en el cuento? Bueno, esta verdad es el ruiseñor, por supuesto. Ese ruiseñor que, dice Laura Devetach, es “lo poético, lo vivo y lo auténtico, que con su canto toca profundamente la sensibilidad”.

 

Aunque muchas veces, en un esquema tomista muy rudimentario parezcamos —y digo “parezcamos”, porque no es lo que querría Santo Tomás— reducir al hombre a “inteligencia y voluntad”, la sensibilidad tiene un papel fundamental. ¡No nos olvidemos de ella! Yo puedo saber perfectamente lo bueno que un chico, puede agradarme plenamente a la vista…, pero si el corazón no me la señala…, bueno, es posible que no sea quien Dios ha pensado para mí.

 

La poesía nos permite un acceso bello a la verdad

 

Pero Devetach también habla de “lo poético, lo vivo y lo auténtico”. Y acá, creo yo, es donde entra el tema de la Verdad. Porque, en definitiva, la poesía consiste en hacer belleza con palabras. Y, a través de las palabras, nos permite un acceso privilegiado a la verdad, a lo más profundo de la realidad.

 

Cuando un poema —o una canción, o cualquier texto de prosa que tenga algo de poesía— dice algo, nos está diciendo eso, en su literalidad; pero a la vez, nos está invitando a nosotros a volcar en esas palabras nuestras emociones y experiencias, a hacerlas carne. Fíjense, por ejemplo, si no es eso lo que nos pasa con estos versos de un poema de José María Valverde, que el autor usa para describir la infancia:

 

El mundo iba naciendo poco a poco

para mí solamente.

La tierra era una alegre manzana de merienda,

un balón de colores no esperado.

Los pájaros cantaban porque yo estaba oyéndoles,

los árboles nacían cuando abría los ojos.

 

Estas palabras, además de tener algo de rima —como la rima entre “poco” y “ojos”, que sería lo de menos— son poéticas porque nos hablan de algo muy interior a nosotros, pero que, a la vez, está más allá. Nos hablan poéticamente de esa realidad que nos interpela.

 

El ruiseñor de mentira y el ruiseñor de verdad

 

¿Acaso hay discursos políticos que quieren hacernos creer que sólo existe “el relato”, o medios que quieren convencernos de que ahora todo da lo mismo, porque existen las “fake news”, o publicidades que quieren vendernos que seremos felices si, en vez de la ropa que tenemos, nos disfrazamos con la ropa que ellos quieren vendernos…? Bueno, pues nosotros sabemos que no es así. Todas esas cosas, esas expresiones de nuestro mundo contemporáneo, que idolatra la mentira —y nosotros sabemos que el Demonio es el padre de la mentira—, no son otra cosa que el canto de un falso ruiseñor.

 

En cambio, nuestro ruiseñor verdadero es el ruiseñor de la poesía, de esa poesía profunda que nos habla de algo más que de “sentimientos bonitos”. Porque el amor es más que sólo sentimientos bonitos. La verdadera poesía, es, en definitiva, la palabra enamorada. Esa palabra que nos ayuda a conocernos a nosotros mismos y a enamorarnos de las maravillas que Dios hace en nosotros. Esa que nos convoca a rodearnos de personas humildes y auténticas, y a amarlas, ya sea en la amistad, o en el amor de pareja. Esa que nos permite enamorarnos del mundo todo, porque, como dice el filósofo Josef Pieper, “puesto que Dios quiere y afirma las cosas, al hombre y al mundo en su conjunto, por eso y sólo por eso son buenas, es decir, amables y dignas de afirmación […] el propio existir no quiere decir otra cosa que ser amado por el Creator. […] Todo lo que existe es bueno, y es bueno que exista”.

 

La realidad se expresa en la belleza

 

Y aquí entra la belleza. Porque la realidad del mundo creado se expresa en la belleza. Por eso, el poeta español Julio Alfredo Egea dice: “Como al pájaro joven / que le crece su música a la par que las alas, / y en el primer arpegio de su flauta dormida / descubre el universo. / Así, la palabra / soñando hacer la vida más hermosa, / intenta lograr un relato de esencias, / poner un nombre nuevo al alma de las cosas”.

 

* * *

 

Esta, que tiene en la poesía, en el arte, una de sus máximas expresiones, es la verdadera palabra. Por ello debemos cultivarla: porque nos acerca a la Palabra con mayúsculas, al Verbo de Dios. Por eso, podemos incluso ejercitarla al conversar con nuestros amigos, al escribir un mensaje sentido por la muerte de un familiar querido, al escribir en un cuaderno de reflexiones… y al rezar.

 

Porque esta es la palabra que, como el ruiseñor, nos intenta alejar de la mentira que nos rodea; por eso, nos dice: “Yo te cantaré para que te pongas contento y pensativo a la vez. Cantaré por los felices y por los que sufren. Cantaré por el bien, y también, por el mal que te ocultan a tu alrededor”. Así, vivir unidos a esta palabra nos arranca, hoy y siempre, de las garras de la muerte.

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