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¿Qué dice la Teología del cuerpo acerca de la fidelidad conyugal?

Antes de centrarnos en el tema específico de la fidelidad es necesario una aclaración que nos ayudará a tener una mirada más integral sobre la Teología del Cuerpo. Hace 46 años san Juan Pablo II, en sus Catequesis sobre el amor humano, desarrolló una antropología adecuada que permitiría comprender de modo integral y vivir correctamente la encíclica Humanae Vitae del papa san Pablo VI.

El papa polaco nos dió un marco teológico y antropológico que da a conocer en profundidad el origen, verdad y destino del amor humano. Incluida en éste la sexualidad como elemento constitutivo de la persona.

Cómo comprender a la Teología del Cuerpo

En la actualidad surge el inconveniente de que esta enseñanza tan original y única a veces es interpretada o aplicada desde cierta reducción. En algunos casos, como recuerda Alice Von Hildebrand en La noche oscura del cuerpo, se reduce a estas Catequesis a una simple “sexología católica”.

Tal vez eso pueda tener marketing, pero se corre el riesgo de olvidar el objetivo para el cual fueron escritas: explicar las raíces más profundas del amor humano y su sentido, que como consecuencia da una mirada positiva y religiosa de la sexualidad. De hecho, su lectura e interpretación debe estar siempre en consonancia con los escritos anteriores de Karol Wojtyła: Persona y acto y Amor y responsabilidad. También enriquece tener en cuenta escritos posteriores del mismo autor, como Familiaris Consortio.

Las Catequesis no se tratan de una generación espontánea y aislada, sino que están conectadas con una rica tradición cristiana detrás, que incluye la influencia de santo Tomás de Aquino y de san Juan de la Cruz, a quienes Juan Pablo II tenía un especial afecto. En definitiva, no se trata de conocer a la perfección todos los textos que las circundan, pero sí de tener en cuenta al momento de leerlas e interpretarlas que forman parte de un cuerpo de doctrina teológica y moral mayor, con el cual se interconectan y se dan sentido mutuamente. Así, podemos evitar banalizar el pensamiento del Papa polaco.

El asunto de la fidelidad

Hoy en día es común que se pretenda vivir una fidelidad ajustada a los esquemas de cada uno. De hecho, el amor es percibido como un amor a la carta del cual tenemos tantas definiciones como personas. La sociedad misma impulsa a vivir con esta actitud, según la cual cada uno es medida para sí mismo sobre lo que está bien y lo que está mal. Hoy se vive la liquidez de los vínculos, tal como lo planteaba Z. Bauman en todas sus obras, quedando dentro de la marea del relativismo.

Sin embargo, si pensamos en criterios reales el amor o es o lo no es, no admite matices o grises. De hecho, siguiendo el principio de realidad de Aristóteles, las cosas en concreto son o no son. Nunca se trató de un problema de perspectiva sino de falta de principios.

Debemos, pues, comenzar afirmando aquello que son el amor y la fidelidad. Su misma definición no depende de nosotros sino de la misma cosa, es decir, qué tanto el amor como la fidelidad tienen un contenido material concreto. Por este motivo, nos preguntamos “¿qué es la fidelidad?”.

Si hacemos esta pregunta es porque no tenemos la respuesta. No sirve, así, comenzar a hacer preguntas pensando que la verdad, o las respuestas, se encuentran en nuestro interior. Al contrario, la pregunta nos obliga a abrirnos hacia la humilde inquietud y a buscar un sabio maestro.

El problema, ahora, redunda en elegir correctamente a quién preguntar. En nuestro caso lo hacemos a san Juan Pablo II, quien tenía una claridad indiscutible sobre el tema, debido a su amor al Evangelio y por el tiempo que pasó acompañando a tantos jóvenes novios, matrimonios y familias.

La primera fidelidad

En primera instancia vemos que Juan Pablo II habla de la importancia de la fidelidad de los esposos a Dios. Esto se observa como fundamento de la moral conyugal. De hecho, el Papa de la familia nos dice: “el principio relativo de la moral conyugal es, por tanto, la fidelidad al designio divino, manifestada en la estructura íntima del acto conyugal y en la conexión inseparable de los dos significados del acto conyugal (C 01/08/1984, 6b)”. El punto fundamental es hacia dónde dirigimos la fidelidad.  Solemos pensar que la fidelidad se debe únicamente a la relación entre los esposos cuando, en primera instancia, el Papa la afirma que es de ambos para con Dios. Esto lo hace siguiendo la enseñanza de San Pablo en Efesios 5, 21 (que estén ambos esposos sometidos a Cristo).

En otras palabras, se trata de ubicar una base de interpretación a las promesas entre los esposos. Su mutua fidelidad se sostiene en la misma fidelidad que ellos tienen a Dios. En el momento que esto decae, se deteriora también su amor.

Basta con observar la cantidad de ocasiones en las que el Papa habla de la lectura en la verdad del lenguaje del cuerpo para notar que existe la posibilidad de una mentira. Esta verdad es la voluntad de Dios impresa en nuestra propia naturaleza que algunos antiguos como Sófocles en Antígona han expresado bajo el nombre “ley divina”. No se trata, pues, de inventar algo nosotros mismos, sino de redescubrir la riqueza que nos propone Dios en aquello que ya somos y que estamos llamados a ser (significado posthistórico o escatológico de las experiencias).

La fidelidad, pues, se ubica aquí, entre la riqueza del hombre y la pobreza de la experiencia que tiende a ceñirse únicamente a las cosas sensibles. Por este motivo, varios confunden el amor con atracción y la fidelidad con un sentimiento.

Otro de los temas fundamentales es encontrar en este mutuo sometimiento a Dios el sentido de lo que presentamos arriba. Hemos notado en varios casos de matrimonio jóvenes y otros ya avanzados que, donde no está Dios gobernando, uno de ellos toma su lugar y exige fidelidad por la otra parte. Esto no suele darse de modo consciente, sino que simplemente se ve que se cede en algo y luego en otra cosa. Comienza a verse el matrimonio como un juego de guerra y estrategia en el que hay conquistas y pérdidas. El Matrimonio no puede convertirse en aquello. Si Dios nos muestra el camino, lo mejor que podemos hacer es seguirlo.

La segunda fidelidad

La fidelidad entre los esposos surge, pues, de la mutua fidelidad para con Dios que se vive de modo esencial y primero en las promesas esponsales. Tanto uno como otro prometen su persona al otro. El Papa analiza las palabras que se intercambian los esposos y verifica que en ellas se encuentra un cierto profetismo del cuerpo (cf. C 19/01/1993, 1) que se ubica en la tradición profética de la historia de la Salvación.

Esto es algo grandioso porque da entender a los esposos que no están solos pretendiendo cumplir con algo que les supera, como lo es el futuro pues la fidelidad se extiende hasta allí, sino que se adhieren a una rica tradición que tiene como arquetipo la fidelidad de Dios para con el Pueblo. Todo esto llega a su plenitud en Cristo Esposo fiel a su esposa la Iglesia, como afirma Dei Verbum del Concilio Vaticano II.

Parece, pues, que los esposos se adecuan a un papel dentro de una gran función mediante el acto de fidelidad que implican sus promesas. Sin embargo, el Papa afirma “que el hombre, de modo real, es autor de los significados mediante los cuales, después de haber releído en verdad el «lenguaje del cuerpo», es capaz también de formar en verdad ese lenguaje en la comunión conyugal y familiar de las personas” (C 09/02/1983, 4). La verdadera autoría no implica para nada el relativismo que criticamos arriba, sino la libre adhesión al plan de Dios.

Cada bella palabra que inventamos para llamar a nuestro cónyuge se escribe dentro de un lenguaje objetivo que permite a esa misma palabra significar amor y fidelidad. Un “te amo” carecería de sentido si dependiera sólo de las fuerzas del hombre, ya que él no es señor del futuro y aquella afirmación, por la fidelidad que conlleva, aspira a más de un sólo día.

Es necesario, pues, que la fidelidad sea vista en un para siempre que “sólo se encuentra en Dios”, como explica K. Wojtyła en El taller del orfebre por boca de Adán. Todo lo dicho en Él y a través de los medios que Él también dispuso para hacerlo, tiene verdadero sentido y es, de hecho, posible. El hombre no sabe cuánto vivirá, pero si desea unirse “para siempre” a su esposa, tendrá que hacerlo en Dios.

No se trata sólo del cuerpo

Finalmente, consideramos un punto importantísimo en este tema. Juan Pablo II en sus Catequesis nos habla de la pureza del corazón, haciendo referencia a las palabras de Jesús sobre el adulterio (Mt 5,28).

Jesús no se conforma con la sola prohibición del contacto físico, sino que nos llama a una fidelidad conyugal aún más perfecta. Desear en el corazón a alguien distinto al cónyuge ya es en sí mismo un acto de adulterio. En términos de la Teología del Cuerpo, podemos decir que si hemos hecho una verdadera donación de nuestra persona al cónyuge en nuestro corazón el centro debería ser él.

A menudo ponemos demasiada atención en alguien, ya sea con la mirada, con los mensajes del teléfono o con pequeños espacios que se van compartiendo y que hacen que esa persona, que no es el esposo o esposa, vaya ganando terreno en nuestro interior. Se va gestando una unión afectiva que, aunque los cuerpos no se toquen, ya constituye una ruptura en la fidelidad.

***

La Teología del Cuerpo de san Juan Pablo II nos ilumina sobre este tema porque demuestra que todo lo que hacemos a través del cuerpo es expresión de nuestra persona toda. Lo que vivimos en el interior de nuestro corazón también es atravesado por las experiencias corporales. Nuestro cuerpo y muestro espíritu son una unidad sustancial. El cuerpo es sacramento de la persona en cuanto que hace visible el misterio del espíritu.

Por este motivo no podemos actuar separando, e incluso enfrentando, a ambos. Debemos buscar la mayor integración posible para amar del modo pleno al cual nos llama Dios desde el primer instante de nuestra vida.

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