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¿Juguetes sexuales en el matrimonio?

Muchos novios y matrimonios jóvenes suelen preguntarse sobre esta cuestión. Estamos tan
influenciados por los medios visuales, las publicidades, las series y películas solventadas
por la industria del sexo que comenzamos a naturalizar cosas que no lo son. Incluso, a
veces, puede pasar que, si nos descuidamos un poco, nuestra visión cristiana de la
sexualidad se desdibuja para confundirse con la forma en que la ve el mundo.

Esto comienza por el “acostumbramiento”. Por ello, es necesario que continuamente
acudamos a lecturas o conversaciones con directores espirituales que nos recuerden cuál es
el modo verdadero y pleno de vivir la sexualidad como don de Dios. Entonces, ¿es lícito
que los esposos utilicen juguetes sexuales en su intimidad? La respuesta taxativa es no. A
continuación explicaremos el porqué.

El acto conyugal tiene su verdad

Cuando los esposos se unen en la intimidad de cuerpo y alma están asumiendo y
expresando la voluntad de Dios en su vida. La unión sexual no es algo que nosotros
hayamos inventado. Es un don que nos viene dado para que lo custodiemos. Es un don,
mediante el cual, seremos santificados. Dios Creador nos ha revelado que el significado de
la sexualidad es la donación recíproca y total de los esposos y, también, la fecundidad que
surge de la misma.

La vivencia sexual es un regalo para los esposos. Por él pueden expresar su amor al
máximo y disfrutar del placer que resulta de la unión. Si bien es muy bueno que sea un
momento de disfrute y distensión, nunca puede ser considerado un juego o un pasatiempo.
En el encuentro íntimo los cónyuges se dan toda la vida. A su vez, es un momento sagrado,
ya que en éste se transmite la Gracia. Elevan, además, a Dios la liturgia de sus cuerpos
como oración.

Recordando este contexto de belleza y de pureza, no debe haber lugar para prácticas que
nada tienen que ver con ello, como, por ejemplo, el uso de juguetes sexuales. Éstos tienen
como única finalidad el placer físico. Ponen al varón y a la mujer en una actitud que
únicamente busca maximizar el placer corporal olvidando el objetivo del acto que es la
entrega y la unión.

La excitación debe provenir de los esposos

Hay que tener en cuenta que todos los actos preparatorios realizados con el fin de aumentar
la excitación deben de hacerse únicamente con el cuerpo de los esposos. No se debería
necesitar, así, usar nada externo. A su vez, esta excitación debe provenir exclusivamente de
las personas de ellos mismos.

Recurrir a la pornografía, al uso de disfraces de personajes, o a la fantasía con otra persona
que no es el cónyuge, significa un engaño. Esto convierte a la entrega sexual en una mentira,
ya que el deseo de unión es alimentado por otra persona o por otra cosa que no es el esposo o
la esposa. De modo más concreto, la motivación y la excitación deben provenir pura y
exclusivamente de las personas de ambos esposos. Si no alcanza con ellos mismos para
la estimulación es que hay un gran problema a nivel vincular.

Confiemos en nuestro cuerpo

La utilización de juguetes sexuales en el matrimonio demuestra una pérdida de confianza
en la capacidad de entregarse y recibirse. ¿Desde cuándo hace falta usar elementos externos
para dar placer si, con ambos cuerpos, ya es más que suficiente?

Estas prácticas son nocivas para el amor de los esposos y falsifican el lenguaje del cuerpo
que Dios ha inscrito en cada uno para enseñarnos a amar. Además, comenzará a
incorporarse como una sobre estimulación que provocará dependencia y vicio. Lo mismo
ocurre con la pornografía.

Los esposos se verán, cada vez, menos capaces de sentir atracción entre ellos porque la
preponderancia de la visión en el acto irá al elemento externo. Siguiendo la comparación
con la pornografía, se comenzará a adaptar el placer al objeto provocando que la próxima
estimulación dependa de una carga sensual mayor. Podría hasta terminar en cierta violencia
consensuada entre los esposos.

Marido y mujer están llamados a ser testimonio concreto de la verdad expresada en este
lenguaje del cuerpo ante ellos mismos y ante el mundo. Mediante el uso de estos elementos
en la relación sexual la supuesta diversión termina convirtiéndose en ofensa al cuerpo de
quien amamos y a toda su persona.

El juguete sexual separa a los esposos, incluso reemplaza, en parte, el cuerpo de uno de
ellos, falsificando el lenguaje y la unión. Tenemos que confiar más en la perfección con la
que fue creado el cuerpo, siendo capaces varón y mujer de darse con la unión de sus
propios cuerpos el gozo pleno que ambos ansían.

El mutuo acuerdo de los esposos no alcanza

Otro punto fundamental a considerar es que, para que una acción dentro del acto conyugal
sea lícita o buena, no alcanza con que los esposos estén de acuerdo. A menudo, se escucha
decir que dentro del matrimonio se puede hacer todo lo que se desee, si ambos asienten en
ello. Esto no es así. El sacramento no es una luz verde para cualquier desviación.

Como ya hemos visto, el acto conyugal posee una verdad propia que no crearon los
esposos, sino que les fue dada. Para vivirlo en plenitud ellos deben responder a ésta con sus
actos concretos que conforman el momento de intimidad. Por ello, están siempre llamados
a discernir qué acciones les ayudan a entregarse y unirse en alegría y paz y cuáles no. Este
discernimiento debe hacerse uno frente al otro y ambos frente a Dios.
No debemos olvidarnos nunca que cuando se recurre al sacramento del matrimonio, el
vínculo ya no es sólo del varón con la mujer, sino que entra un tercero que es el hilo que

sostiene y nutre al amado y a la amada: Jesús. Todas las decisiones importantes se tienen
que hacer buscando Su Voluntad. Él es la luz que puede iluminar la conciencia para que la
intimidad sea una auténtica fuente de amor que derrame su Gracia en el corazón de los
esposos.

***

Quienes estamos llamados a la vocación matrimonial tenemos en nuestras manos un tesoro
hermoso, una perla preciosa que es la vivencia compartida de la sexualidad. Jesús, mediante
la Gracia del sacramento nos da la luz y la pureza de su amor para poder amarnos a Su
medida: con pureza y para siempre. Manchar esta preciosa perla y opacar su brillo mediante
prácticas que no son dignas de la grandeza del amor daña la comunión de los esposos y los
aleja cada vez más. Pidamos a Jesús que nos dé siempre el don de cuidar nuestra perla
preciosa para que sea luz en nuestra intimidad y se irradie hacia el mundo.

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