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«Hacer» el amor

“Post coitum omne animal tristis est”

 

A todos nos gusta el sexo. Más allá del morbo que podría provocar una afirmación así, es importante aceptar que en el ser humano existen dos grandes placeres físicos: la alimentación y la actividad sexual. Pero entonces, si el sexo es tan genial, ¿por qué cada vez más personas reportan sentirse tristes después de hacerlo?

 

Existen frases como “post coitum omne animal triste est” («después del coito, todo animal está triste»), la cual tiene sus orígenes en la época romana. ¡Hace tantos años, y qué poco se habla de esto! Quizás sea porque la industria del sexo nos ha vendido una idea romantizada y únicamente erótica, que pone el acento en lo genital, y no en todo lo que sucede a nivel emocional.

 

Algunas investigaciones mencionan el término “disforia poscoital”; sin embargo, este aún no ha sido reconocido en la comunidad médica ni psicológica. Por ejemplo, ya hace 20 años se registró que al menos la mitad de las mujeres sexualmente activas en Reino Unido experimentaban tristeza, alta irritabilidad, ansiedad, melancolía o culpabilidad después de tener sexo consentido.

 

Vacío versus seguridad

 

En nuestro cerebro existen estructuras que se activan durante el sexo y que luego “se apagan”, lo cual genera un desbalance en las emociones. Por ello, es probable que una persona olvide sus problemas durante el acto sexual, y luego del clímax, vuelva a un estado de realidad que le recuerda que estos siguen allí. Las relaciones sexuales casuales y sin compromiso incrementan estos sentimientos, pues las emociones negativas experimentadas no encuentran un lugar seguro para expresarse. Esto crea un mayor vacío en la persona, ya se trate de hombres o de mujeres.

 

A partir de ello, algunos psicólogos mencionan la importancia en la pareja del vínculo: aquel que implica caricias, abrazos, conversaciones, incluso una siesta juntos después del sexo. Nada de eso sucede si todo el tiempo uno trata de no involucrarse. Es aquí donde reside la necesidad de establecer un vínculo maduro y duradero, en el que puedan permanecer juntos…, y no irse antes del desayuno.

 

A este permanecer juntos (¡y para siempre!) en muchas culturas se le conoce como “matrimonio”. En efecto, el matrimonio permite a la pareja donarse en su totalidad, en un espacio íntimo y emocionalmente seguro.

 

En busca de una verdadera intimidad

 

La teoría triangular del amor de Sternberg nos habla de tres componentes: la intimidad, la pasión y el compromiso; en su “justa medida”, estos permiten un amor consumado. Actualmente solemos reducir la palabra «intimidad» a la expresión del amor en el acto sexual, propiamente llamado “coito”. Olvidamos que nuestra integralidad reclama un vínculo profundo que trasciende lo físico.

 

Por lo tanto, esta intimidad que anhelamos se encuentra primero en aquellos momentos en los que uno se muestra tal como es, con sus miedos y heridas, con sus sueños y proyectos.

 

* * *

 

Es en el verdadero vínculo emocional y espiritual donde la pareja se fortalece. ¿Por qué? Porque en esta intimidad se construye un amor sin condiciones. El sexo es la cereza del pastel, porque solo habiendo construido un amor comprometido, sin egoísmos, maduro y virtuoso, la relación sexual será realmente plena.

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