Spoiler: no son nuestros hijos… pero eso no los hace menos importantes
Vivimos en tiempos en que muchas personas se refieren a sus mascotas como hijos y a sí mismas como madres o padres de perros y gatos. Sin duda, este fenómeno parecería reflejar una sensibilidad por el cuidado de los animales.
¿Lo hace en verdad? C. S. Lewis nos advierte que lo que puede parecer un amor noble, puede esconder un desorden, simplemente porque estamos poniendo a los animales en un lugar que por naturaleza no les corresponde y eso puede llegar a tener consecuencias en nosotros como en los animales y en realidad no es justo para ninguno.
En sus obras —tanto de ficción como ensayísticas— Lewis ofrece una mirada profundamente humana, y a la vez realista y teológica, sobre cómo debemos relacionarnos con el mundo animal. Aquí van cinco lecciones que aprendí de él.
1. Los hijos de Adán y Eva están a cargo
Empezaremos aquí desde la teología, no porque no podamos argumentar desde lo natural, sino porque Narnia es la obra más conocida de Lewis. En ella se encierra una profunda verdad teológica que tiene un impacto directo en nuestra relación con los animales. Esa verdad, además, es el fundamento de la filosofía del propio Lewis.
Cuando entramos en Narnia junto con los Pevensie, nos encontramos con la siguiente profecía, dicha por el señor Castor: “Cuando la carne de Adán y los huesos de Adán se sienten en el Trono de Cair Paravel, los malos tiempos habrán sido desterrados para siempre” (Lewis, 1996).Esta imagen no es sólo decorativa: como toda buena alegoría, nos ayuda a comprender más profundamente una verdad teológica.
En el Génesis, Dios entrega al ser humano la misión de “dominar la tierra” (Gn 1,28), una autoridad que no implica tiranía ni indiferencia, sino un gobierno justo. Reinar, entonces, es respetar el orden de la Creación. No humanizando a los animales, sino valorando su naturaleza.
Entonces, los animales no son nuestros hijos, pero sí nuestros compañeros, confiados a nuestro cuidado. Gobernar bien es dar a cada criatura el lugar que le corresponde.
2. Los animales son compañeros y vínculos con la naturaleza, no sucedáneos
Si seguimos el hilo de pensamiento establecido en nuestro primer apartado, nos damos cuenta de que la naturaleza tiene un orden. Ese orden también se corresponde con cómo hemos de amar las cosas.
San Agustín decía que la virtud era el orden en el amor. Lewis se guiaba por esta filosofía. De este modo, en su libro Los cuatro amores, distingue dos maneras de amar a los animales: una sana, que gracias a ella nos conecta con la naturaleza y nos hace más felices. Otra, que nos aleja de la naturaleza y del fin para el cual los animales están y que nos hace miserables.
La primera —dice él—: “es un vínculo, un embajador. ¿Quién no desearía, como Bosanquet ha dicho, ‘tener un representante en la corte de Pan’? El hombre con perro cierra una brecha en el universo” (Lewis 2001). De este modo, nuestro vínculo con nuestras mascotas nos enseña a vivir no como bestias, sino con ellas.
Es decir, nos enseña a poder estar en el presente y a meditar, muchas veces, qué es vivir según nuestra naturaleza, de cara a lo que somos y no a lo que no somos. Puesto que un gato siempre será gato y no dudará de su esencia gatuna, pero en cambio los seres humanos, a veces, no sabemos ni lo que es ser humano.
La segunda manera —dice él—: “pero, claro, los animales son con frecuencia utilizados de una manera peor. Si usted necesita que le necesiten, y en su familia, muy justamente, declinan necesitarle a usted, un animal es obviamente el sucedáneo” (Lewis 2001). Así, los animales pasan de ser compañeros a acompañantes, a simuladores de compañía.
Por tanto, los animales sonvaliosos no porque son perros o gatos, sino porque son el “reemplazo de”. Mientras esto sucede, no los tratamos de acuerdo a lo que son, sino a lo que quisiéramos que fuesen, proyectando en ellos nuestros deseos y poniéndolos en un lugar que no les corresponde.
Así, no dejamos a los perros ser perros, ni a los gatos ser gatos. No hay nada más frustrante que tratar de razonar con un gato para que no te robe la comida. Todos los dueños de gato sabemos que con ellos no se razona. Si no, intenten convencerlo con palabras para ponerle el antipulgas.
3. Respetar el orden de la Creación hace bien a todos
Una de las escenas que más asombra al lector de Esa horrible fortaleza es cuando Jane, protagonista de la historia junto a su marido Mark, conoce a Ransom (protagonista de las dos novelas anteriores). En su primer almuerzo, el Doctor, cuando termina de comer, toca un silbato y de una cueva sale un ratón que devora las migas de la comida que se habían caído.
Ante la mirada atónita de Jane, Ransom responde:
“—Aquí tiene usted —dijo él— un arreglo muy sencillo. Los humanos quieren quitar las migas; los ratones tienen ganas de quitarlas. No debió ser nunca un motivo de guerra.” (Lewis 1949/1986)
Esto nos dice algo muy importante de la filosofía de Lewis: que cada animal está llamado a cumplir su función en la naturaleza. Cuando la respetamos y la valoramos, todos nos beneficiamos, Simba… perdón, digo lector.
4. Hay que dejar a los animales ser lo que son
De esto se desprende que no le podemos pedir a los animales que sean algo que no son. En Esa horrible fortaleza, la compañía de Saint Anne’s (los buenos) adopta a un oso llamado Mr. Bultitude. La reacción de Jane cuando se lo encuentra en la bañadera es la que todos tendríamos al ver a un oso dentro de una casa.
Sin embargo, este estaba domesticado y vivía con los humanos, cual si fuera un perro. Pero seguía siendo un oso. Así describe la situación McPhee, uno de los personajes de la novela:
“—Quiero decir que hay aquí una tentativa indiferente de adoptar una actitud acerca de los animales irracionales que no puede ser eficazmente mantenida. Y haré justicia al decir que no lo han intentado nunca. El oso vive en esta casa, y se le dan manzanas y jarabe hasta que casi revienta…” (Lewis 1949/1986)
Esto nos señala que hay un tema en el orden de la naturaleza que no está siendo respetado por la casa, y solo dejando al oso ser oso es que se puede subsanar.
No se trata de hacer al oso dependiente del humano, sino de dejarlo explorar su libertad de oso. Cuando esto sucede en la novela, no solo ayuda a salvar a varias personas en la trama, sino que termina viviendo feliz: “vuelve al bosque de verdad”, porque no era un animal doméstico, era un oso.
5. ¿Los animales van al Cielo?
Para finalizar este artículo, Lewis nos abre una puerta de esperanza. Como buen amante de los animales, estaba familiarizado con el dolor de la pérdida de una mascota. Un sufrimiento que a todos nos parte el alma, porque cuando nuestro compañero animal se va, no hay palabras para describir la tristeza que nos embarga.
Sin embargo, no se habla de un cielo para mascotas, al menos no como nosotros lo entendemos, ya que para hablar de cielo habría que hablar de conciencia y de racionalidad, cosa que los animales no tienen. Ya establecimos lo difícil que es razonar con ellos.
No obstante, Jack, en El problema del dolor, en El gran divorcio y en el último libro de Narnia, nos deja la puerta abierta a pensar que, como todo lo bueno de este mundo está en el cielo, también estarán allí los animales que amamos, no ya como nuestras mascotas, sino como algo más:
“Suponiendo, como lo hago, que la personalidad de los animales domesticados es en gran parte un don del ser humano —que su mera sensibilidad renace como alma en nosotros, del mismo modo que nuestra mera alma renace como espiritualidad en Cristo—, naturalmente supongo que muy pocos animales, en estado salvaje, alcanzan un ‘yo’ o ego. Pero si algunos lo hacen, y si es conforme a la bondad de Dios que vuelvan a vivir, su inmortalidad también estaría relacionada con el ser humano— no esta vez con dueños individuales, sino con la humanidad.” (Lewis 1940)
Entonces, nuestras mascotas serían parte de esa eternidad, no como nuestras, sino como parte de la creación restaurada. Esto sucede no porque las necesitemos o nos necesiten, sino porque viven en la dicha de compartir la eternidad, aunque no la comprendan. Recordemos, de todos modos, que este razonamiento es solo una puerta del “quizás” que deja abierta Jack.
***
Amar bien a los animales es, en el fondo, una forma de vivir bien. Es reconocer que no estamos solos en la creación, pero que tampoco somos iguales. Es entender que el mandato de gobernar la tierra no es un permiso para dominar con soberbia, sino una invitación a custodiar con justicia.
C. S. Lewis, con la ternura del que ha convivido con criaturas peludas y con la lucidez del pensador cristiano, nos recuerda que respetar la naturaleza de cada ser es el primer paso hacia una vida en armonía.
No necesitamos humanizar a nuestros animales para quererlos. Basta con dejarlos ser lo que son y agradecer lo que nos enseñan. Quizás nunca sepamos con certeza si nos volveremos a encontrar con ellos, pero si todo lo bueno encuentra su plenitud en la eternidad, ¿por qué no también el amor sano entre un humano y su mascota?
Como diría Lewis, no podemos afirmarlo, pero tampoco cerrarlo: queda abierta la puerta del “quizás”. A veces, una puerta entreabierta basta para que entre toda la esperanza.
Bibliografía:
- Lewis, C. S. (1986). Esa horrible fortaleza (L. Echavarría, Trad.). Buenos Aires: Planeta. (Obra original publicada en 1949).
- Lewis, C. S. (1996). El león, la bruja y el ropero. Santiago de Chile:Andrés Bello
- Lewis, C. S. (2001). Los cuatro amores (J. Rovira, Trad.). Santiago de Chile, Andrés Bello.
- Lewis, C. S. (1940). The problem of pain. Project Gutenberg Canada. https://www.gutenberg.ca/ebooks/lewiscs-problemofpain/lewiscs-problemofpain-00-h.html