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3 razones para postergar el placer

Se habla mucho de vivir “libremente” la sexualidad, sin que la multiplicación de encuentros sexuales sin compromisos —o con compromisos diluidos— sea visto como un problema. Se habla también de la masturbación como un medio para aliviar las tensiones como consecuencia del placer que genera. Se promueve también el uso de anticonceptivos para evitar embarazos incluso dentro del matrimonio, de modo que los esposos puedan vivir su vida sexual sin impedimentos.

 

Estas, y muchas otras prácticas, tienen una suerte de fondo común en la consideración de que el ser humano habría sido hecho sólo para el placer. En este contexto, es difícil mostrar el valor de la espera. Más aún cuando ésta se plantea desde una condena al placer como si fuera algo malo en sí mismo. ¿Es posible una mirada equilibrada? Siendo el placer algo bueno, ¿hay alguna buena razón para postergarlo? Seguramente hay muchas, pero me interesa abordar principalmente tres.

 

1. El placer es algo muy bueno, pero no siempre es lo mejor

 

Una primera cosa a tener en cuenta es que el placer es algo muy bueno. Si acaso hay que renunciar a él no es porque éste sea en sí mismo malo o pecaminoso. Todo lo contrario. Pero sí es importante tener en cuenta que, por sí solo, es un bien que mira principalmente al cuerpo, y el ser humano es más que su cuerpo.

 

A nivel físico, no hay placer que supere en intensidad el placer sexual. De ahí que, si el ser humano fuera sólo su cuerpo, nada lo haría más feliz que la búsqueda del placer sexual en todas sus formas posibles. Pero, en la práctica, esto no es así. En este ámbito, más no siempre es mejor. Por eso, un momento muy placentero puede dejarnos con una gran sensación de vacío.

 

Cuando se trata de usar el placer, el cómo también es importante. En efecto, algo que hace bien al cuerpo no necesariamente lo hace a uno ser mejor persona. Utilizar a alguien como un objeto de placer puede sentirse bien, pero quien lo hace, se degrada en cuanto persona. Por eso buscar el placer no siempre es lo mejor; y, también por eso, uno puede renunciar momentáneamente a él en busca de un bien mayor.

 

2. El placer, por sí solo, no llena al ser humano

 

Como se dijo, el placer mira principalmente a la satisfacción del cuerpo. Sin embargo, nuestra persona no se agota sólo en nuestro cuerpo. Somos nuestro cuerpo, sí, pero somos mucho más. Somos una unidad de cuerpo y alma, de ahí que tenemos todo un mundo invisible que trasciende nuestros límites físicos. Por eso tenemos proyectos, aspiraciones, deseos, metas, miedos, alegrías, etc. Y somos todo eso: esa maravillosa unión de lo visible y lo invisible.

 

El placer es algo muy bueno, sí. Y lo es precisamente porque ayuda a que el ser humano se proyecte hacia el futuro al tener hijos, y porque constituye un poderoso insumo para el amor. Una vez que el amor ha surgido, el placer lo ayuda a crecer y ser fecundo. Hablo aquí de amor entendido no como un sentimiento, sino como la decisión de buscar el bien y lo mejor para la otra persona. Amor como acto de entrega, y no como auto-afirmación egoísta.

 

Esta aclaración es importante porque únicamente en el marco del amor el placer puede llenar al ser humano en su totalidad. Librado a sus fuerzas, el placer satura el cuerpo, pero no llena a la persona. Es precisamente el amor lo que le da al placer una profundidad distinta, permitiendo que trascienda lo físico. Pero el amor implica buscar siempre lo mejor para la otra persona. Y por eso, por amor, es posible renunciar a un momento de placer cuando se advierte que no es lo mejor.

 

3. Librado a sus fuerzas, el placer es egoísta

 

Por lo expuesto en el punto anterior, el placer es algo muy bueno. Pero es importante hacer notar que, en sí mismo, es egoísta: mira principalmente a la propia satisfacción, y no al bienestar de las otras personas. Esto no lo hace malo: simplemente es así. Por eso hay que saber usarlo.

 

Si uno asume una orientación prioritaria hacia el placer en sus relaciones con otras personas, estas inevitablemente tendrán un carácter utilitario. Uno usará a otras personas, y seguramente también será usado por ellas. Y cuando uno usa, el centro está puesto en uno mismo, y los sentimientos de la otra persona quedan en un segundo plano. Mientras uno se sienta bien, no interesa si se le hace un bien o no a la otra persona.

 

No se trata de rechazar el placer, sino de ser conscientes de cómo funciona para explotar su potencial. Su potencial es grande, pero únicamente puede ser “liberado” de su orientación egoísta cuando se subordina al amor. Sólo así se pone el bienestar de la otra persona en primer lugar. Y, en ocasiones, el bienestar de la otra persona —y también el propio— exige una renuncia.

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