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Día: diciembre 2, 2023

Matrimonio: ¿ver Pornografía juntos?

Muy a menudo aparece el interrogante sobre si determinadas prácticas referidas a la sexualidad están bien o no en el matrimonio. La respuesta siempre está en la forma en que concibamos la intimidad sexual matrimonial. 

A través de la Revelación, Dios Creador nos ha mostrado que la vida sexual de los esposos es un acto de donación total y recíproca. Varón y mujer se entregan y se reciben mutuamente en la totalidad de sus personas. Quedan, entonces, abiertos, por la naturaleza misma del cuerpo, a la transmisión de la vida. 

Por tanto, para examinar si es conveniente o no la pornografía, basta pensar si contribuye o no a la vivencia de la sexualidad a la cual estamos llamados.

1. La lógica del uso vs. la lógica del don

La pornografía se encuadra dentro de la lógica del uso. ¿Por qué? Por tres motivos:

En primer lugar, porque al consumirla estamos usando a las personas que se exponen en ella y que muestran su desnudez como objetos de placer. Es decir, al verlas no apreciamos el valor y la singularidad de toda su persona, sino que solamente vemos en ellas valores sexuales que son útiles para lograr cierta excitación. 

Esta mirada utilitarista y segmentada del otro no es la mirada de Dios. Al contrario, tiene un trasfondo egoísta, destructivo y de dominación sobre los demás. Otro agravante a la situación es el hecho de que el negocio pornográfico supone, a menudo, la explotación y el abuso de miles de personas en el mundo, personas que se encuentran en un estado de vulnerabilidad extrema.

En segundo lugar, esta práctica implica una mirada utilitarista sobre nosotros mismos. Es decir, no logramos ver nuestra propia persona como una integridad de varias dimensiones, sino que estamos fragmentados. 

De este modo, nuestro cuerpo pasa a ser un objeto o instrumento para proporcionarnos placer en vez de vernos a nosotros mismos como una persona llamada a ser don para otro, como sujeto capaz de entrar en una comunión personal plena. Es decir, nos auto percibimos como objetos de uso y no como sujetos de amor. 

En tercer lugar, cuando consumimos pornografía como preparación para una relación sexual estamos usando a nuestro esposo o esposa. ¿Por qué? Porque el objetivo principal de ese acto sexual será satisfacer con el cuerpo del cónyuge nuestras propias fantasías y deseos generados a partir del material pornográfico. No será buscar una unión sincera y personal que implique la mutua entrega total. Se rompe, de ese modo, el sentido de comunión. 

2. La inspiración debe venir solamente de los esposos

Cuando hablamos del acto conyugal, muy pocas veces remarcamos que es un momento en el cual deben intervenir únicamente los esposos y Dios. Dios Padre los llena con su Gracia y Amor, siempre y cuando ellos se abran a su acción. Esto significa que ninguna persona externa al matrimonio debería participar. Parece algo obvio, pero no lo es, si profundizamos en las formas en que de modo sutil pueden meterse terceras personas en la sexualidad. 

Una de ellas es la pornografía en todas sus expresiones: auditiva, escrita o en imágenes. Al usar como inspiración otras personas o personajes, lo que sucede es que, en el encuentro sexual, no nos estamos encontrando realmente con nuestro cónyuge. En realidad, estamos buscando al tercero que fue origen de la fantasía. Con lo cual termina siendo, en gran medida, una forma de traición a nuestro cónyuge, un engaño, porque compartimos los cuerpos y, en la mente, en el corazón, hay otra persona. 

Algo similar sucede también cuando se recurre al uso de disfraces para estimular el deseo, el cual viene generado por un personaje en vez de la persona del cónyuge. Puede parecer algo sin importancia si lo observamos con una mirada superficial. Lo que sucede, en verdad, es que estas prácticas destruyen el amor y la comunión entre los esposos. Por tal razón, es necesario cuidar la preparación a la intimidad sexual y que la excitación tenga origen únicamente en la persona de los esposos y en el deseo de estos de entregarse y recibirse el uno al otro, por completo, en cuerpo y alma.

3. Produce dependencia y adicción 

El uso de pornografía no es inocuo. Numerosos estudios científicos demuestran que su consumo conduce a la adicción. Las reacciones químicas que se generan en el cerebro modifican la forma de vivir la sexualidad, de sentir el placer, de la imagen que tenemos sobre los demás. El ingreso a este mundo puede darse de modo muy gradual. Una vez adentro, se hace difícil poder salir. 

Con el tiempo, se produce un efecto de acostumbramiento de la mente y del cuerpo. Se necesitan estímulos cada vez más fuertes para alcanzar los niveles de placer esperado. Consecuencia de esto es, por ejemplo, que ya no alcance con la presencia real de la persona amada para poder estar estimulado. Por tanto, se depende de estímulos externos cada vez más potentes. 

Se llega así a padecer disfunciones sexuales graves, pérdida del interés por el cónyuge, dificultades para mantener el vínculo afectivo, disminución en la capacidad de entrega hacia el otro. Puede implicar la separación del matrimonio. Si somos conscientes de las propias debilidades humanas y de la facilidad con la que el mal entra en nuestro corazón, lo mejor que podemos hacer como esposos es alejarnos de toda ocasión de ingreso a este mundo vacío y dañino. 

Es necesario, por ende, ser prudentes a la hora de elegir qué series o películas ver, qué música escuchar y de qué conversaciones o bromas participar. Aún, bajo las “buenas intenciones”, podemos estar arruinando nuestra afectividad y nuestro matrimonio. 

La grandeza y la belleza del amor entre varón y mujer, considerando todas sus dimensiones, ya posee en sí todo el potencial para que ambos esposos puedan llenarse de deseo de unión y disfrutar de una intimidad sexual plena que se renueva y adapta conforme pasan los sucesos y el tiempo.

4. Reduce la intimidad sólo al placer

En el consumo de la pornografía no existe la noción de intimidad, mucho menos, la de comunión. El placer que se vive como resultado de la exposición pornográfica se da en absoluta soledad y encierro en uno mismo. Y esto no sucede sólo en la masturbación sino también cuando se tienen relaciones sexuales entre esposos que fueron incentivadas por materiales pornográficos. 

¿Por qué decimos que se da en soledad? Porque aunque estemos compartiendo la cama con otro, bajo el influjo pornográfico no buscamos una unión personal y plena con nuestro cónyuge. Simplemente satisfacemos un deseo de placer usando el cuerpo del otro. Se busca, sencillamente, el máximo goce físico. 

Se pierde de vista la integralidad que implica la intimidad esponsal. Se deja de lado el carácter sagrado de la unión sexual. La otra persona se convierte en un estímulo para el deseo. Ya no es sujeto deseado para entrar en comunión.

Cuando la unión sexual en el matrimonio es bien vivida, el deseo surge de los mismos esposos. El objetivo principal es la donación recíproca y la unión entre ambos. El placer físico experimentado viene como un fruto y un regalo a esa entrega de amor. Es decir, en el amor, el goce es un fruto y no un fin. Por el contrario, con la pornografía hay un objetivo único: la satisfacción. 

Además, no es menor considerar que el deseo que deriva de un acto conyugal vivido en la verdad y en el amor al que Dios nos llama, es físico y, también, espiritual. Cuando la sexualidad es vivida en su plenitud original, nos da un gozo espiritual que colma el corazón de los esposos y perdura, en ambos, en el tiempo. 

La satisfacción física se disipa luego de unos momentos, mientras que la satisfacción del alma y la paz que conlleva una unión sexual bien vivida. Une profundamente al marido y a la mujer. Perfecciona su modo de amarse.

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Como conclusión podemos afirmar que la pornografía es nociva siempre, fundamentalmente, en el matrimonio. El uso creciente de la pornografía a nivel mundial nos muestra la inmensa carencia de educación afectivo sexual en los jóvenes y, también, en los adultos. Muestra, a su vez, la poca o nula confianza que se tienen muchas parejas, porque creen que deben recurrir a estas prácticas para poder mejorar sus relaciones sexuales. 

La pornografía es el síntoma de una sociedad de consumo que nos inculca, de modo sutil y de mil maneras, que no somos merecedores ni capaces de vivir un amor sincero, generoso y pleno. Nosotros sabemos que fuimos creados para más. 

Sabemos que nuestro corazón anhela el amor verdadero que ya tiene toda su belleza y fuerza vital en la unión perfecta de varón y mujer. Todos estamos llamados a vivirlo. Tan sólo hace falta abrir los ojos para verlo. Basta con disponer el corazón para hacer carne lo que el Verdadero Amor nos enseña.

Amar al otro como es, no como quiero que sea

En esta travesía de la vida creo que muchos de nosotros tenemos momentos de introspección profunda y reflexión, en los cuales, cuando nos encontramos en una relación de pareja, nos preguntamos: ¿soy realmente feliz? ¿Me siento realmente amado? ¿Esto es lo que quiero para el resto de mi vida? Estos momentos, ya sean de validación o de cierta crisis, son vitales porque nos permiten continuar luchando por amar día tras día, amar en la verdad o, por el contrario, nos posibilitan percatarnos de que es necesario dejar de vivir una mentira. 

Amar al otro es una decisión diaria. Supone que se conozca por completo a la otra persona, el ser amado. Implica, a su vez, que estoy siendo quien realmente soy con el otro en todo momento: transparente, sincero, auténtico. 

Esta realidad propia y constitutiva del amor requiere trabajo, esfuerzo, perseverancia, paciencia, fortaleza. Asimismo, supone tener el entendimiento y la sabiduría para que nos capaciten con la perspicacia para ver al otro tal cual es, sin idealizaciones, y sin pesimismo o distorsiones generadas por nuestras propias heridas. Para ello, quisiera que compartiéramos cinco conceptos clave que pueden ser de gran ayuda, sobre todo en este fin de año, para tomar las determinaciones correctas para amar cada vez más y mejor.

1. Todos tenemos el anhelo de ser amados, tal cual somos

¿Qué es lo que más deseas en tu corazón? Estoy segura (porque lo he escuchado) que todos tenemos un eco en lo más profundo de nuestro ser que grita a cada instante que deseamos ser reconocidos, ser admirados, ser aceptados… y esto se traduce en que todos queremos ser amados. No obstante, el amor, es decir el propósito diario de amar, nos exige donación y acogida mutua y constante. 

La donación nos mueve a entregar todo cuanto somos, sin reservarnos nada para nosotros mismos, sin abrir ni un solo espacio para el egoísmo o el egocentrismo. Al mismo tiempo, supone acogida. Nos llama a una apertura plena para recibir a nuestra pareja en su totalidad, sin modificaciones, sin tergiversaciones de su personalidad, sin invenciones de sus virtudes, sin ninguna falsedad que nos haga amar una versión del otro que parece más una historia de ciencia ficción que lo que la persona realmente es. Recordemos que será siempre digna de respeto y de ser amada por quien es y no por quien se desea que sea.

Además, no podemos olvidar que todos estos anhelos jamás serán saciados por completo sino por el Amor, nuestro Dios, que es el único que nos conoce en totalidad (incluso más que nosotros mismos), que nos ama incondicional e infinitamente hoy y siempre. Por lo tanto, imponer esa carga al amor humano y, específicamente, al amor de pareja, es injusto. Nos llena de frustración y agonía permanentes.

2. Para ser amados… debemos ser auténticos

Este anhelo del amor verdadero nos llama a ser genuinos, a mostrarnos como somos. Sin embargo, no es un motivo válido para evitar crecer, para impedir ser cada vez mejores, para alejarnos de la lucha por dejar a atrás nuestros defectos y falencias y, realmente, para frenarnos búsqueda de la perfección en nuestra vida. Recordemos que estamos llamados a la santidad.

Entonces, ¿qué es ser auténticos? Es, simplemente, atrevernos a no dejar de intentarlo, siendo siempre honestos con los demás y con nosotros mismos. Significa ser coherentes. Implica que nuestro corazón se alinee con nuestros pensamientos y con nuestro actuar. Es dejar a un lado los falsos elogios, las mentiras piadosas y los inútiles respetos humanos que solo son una traición constante a quienes somos, que no nos permiten abrirnos a nuestros hermanos, serviles, buscar su verdadero bien, amarlos.

3. Autoconocimiento: proceso vital para el amor verdadero

Ahora, tal vez, muchos nos preguntaremos: ¿cómo soy quien en verdad soy? Si nos hacemos esta pregunta, nos falta autoconocimiento. El autoconocimiento es un camino retador que nunca acaba, un camino en el que debemos navegar por nuestros pensamientos, pasiones, deseos, emociones, sentimientos… Es decir, por nuestra psicología, nuestra alma, nuestro cuerpo, todo nuestro ser, por el resto de nuestras vidas. Transitarlo, nos permitirá identificar y poder empezar un proceso de sanación de nuestras heridas, conocer nuestras debilidades y fortalezas, desarraigar nuestros defectos o vicios y cultivar nuestras virtudes.

Así, el autoconocimiento es absolutamente necesario para amar: para amarnos a nosotros mismos y para amar a los demás. Por lo que la invitación, para aquellos que estamos solteros, es sumergirnos con valentía en este conocimiento, pararnos frente al espejo y descubrir quienes somos, y si me permiten aconsejarles, siempre de la mano de quien nos ama y conoce sin reservas, nuestro Padre y Creador, para poder entonces revelarnos a los demás y amar ya, aquí y ahora a quienes nos rodean. 

Por otro lado, para aquellos que viven en este momento una relación de pareja, como también para los esposos, el llamado es nunca dejar el proceso del autoconocimiento, añadiendo a este el buscar el conocimiento del otro con el fin de buscar su mayor bien y, de ese modo, amarlo.

4. El amar al otro implica conocimiento mutuo

Es posible que a algunos les haya quedado resonando la última frase del apartado anterior: “buscar su mayor bien y, de ese modo, amarlo”. No existe una mejor manera que esta para describir lo que es el amor de pareja, sobre todo el amor entre esposos. Comprender este elemento fundamental del amor no lo hace más fácil de vivir. Nos pide, nos exige, nos motiva, nos empuja al conocimiento mutuo.

¿Cómo buscar el bien mayor para esa persona única e irrepetible que he prometido amar para toda la vida si no la conozco en lo más hondo de su ser? ¿Podría discernir qué es el bien superior para ella en cada segundo de nuestra vida juntos cuando no conozco su personalidad, sus anhelos, sus debilidades, sus fortalezas, su vocación? Más aún, ¿puedo amar a lo otra persona basándome en mis versiones idealizadas de ella? ¿Puedo amar al otro de la forma como yo quiero que sea? Definitivamente, no. Eso no es amor, porque no es real.

5. Reconocer la fertilidad: herramienta clave 

Seguramente los que han llegado hasta aquí se preguntarán: ¿cómo procurar el conocimiento mutuo? Existen muchas opciones viables, algunas se adaptan más a unos que a otros. Entonces, es importante buscar de forma continua modos de lograr comprenderse más integralmente como personas.

En esta línea, quisiera proponerles un recurso que muchos de los esposos que acompaño en consulta han encontrado de gran ayuda para volver a conectarse, entenderse, escucharse, amarse… es el reconocimiento de la fertilidad. Estos métodos, inicialmente, buscan reconocer la fertilidad mutua, que pareciera solo enfrascarse en la dimensión biológica del ser humano. Lo cierto es que los va llevando por un sendero de comunicación ininterrumpible y cada vez más profundo. Les permite experimentar otro nivel de su sexualidad que no se agota y que impregna todas las otras dimensiones de su persona (social, espiritual, psicológica). 

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Finalmente, es fundamental entender dos conceptos para nunca desanimarse: primero, entender que el conocimiento mutuo nunca tiene limite o fecha de caducidad.  Segundo, saber que implica una comunicación constante, porque somos dinámicos, en constante cambio. 

Las fluctuaciones de la vida hacen que el conocimiento mutuo requiera un interés constante por amarse siempre, amarse más, amarse mejor.