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Tocar el cielo pecando

Mientras uno más se empeña en olvidar algo, más lo recuerda. Es lo que me ocurre con Por qué será, balada los 90s de Rudy La Scala. De niño, durante varios meses la escuché todos los jueves por la tarde en el dentista. Él ponía siempre la misma radio, y a esa hora pasaban siempre la misma canción. No sé qué era peor, si el ruido del taladro o la canción. La aguda voz del contratenor decía: Por qué será / que los amores prohibidos son más intensos que los permitidos // Por qué será / y es la verdad / que uno toca el cielo mientras está pecando. Mi aversión a esta canción nunca se fundó en consideraciones éticas: simplemente no me gustaba por fea. Hoy, años después, tampoco me gusta por la idea que está de fondo.

 

Uno toca el cielo mientras está pecando. ¿Se puede? Lo que está de fondo es la posibilidad de catalogar como pecado —o simplemente como malo—algo que en última instancia es bueno para mí. Si esto fuera así, lo malo se me presentaría como una suerte de imposición externa, arbitraria, injusta; un límite que me impediría hacer lo que quisiera, lo que fuera mejor para mí. Esta idea de mal sería errada. Pero también lo sería el extremo opuesto. En el otro extremo, el mal ya no dependería de una imposición externa, sino de lo que yo quisiera. Yo sería legislador y juez, única autoridad competente para establecer lo bueno o lo malo para mí. Yo decido qué está bien y qué está mal. Lo bueno o lo malo es lo que yo quiero.

 

Pura subjetividad

 

Por opuestas que parezcan, ambas posturas tienen algo en común: consideran que el bien o el mal pueden ser establecidos atendiendo a criterios meramente subjetivos. Ya se trate de una voluntad externa o de la mía propia, lo bueno o lo malo se establecería arbitrariamente. Así, algo estaría mal porque alguien de afuera lo dice o porque yo lo digo. Pura subjetividad.

 

Si una ley o mi propia voluntad dicen que matar a otro ser humano por placer está bien, eso de ninguna manera hace que esté bien. Lo bueno o lo malo reclama ser establecido atendiendo a criterios objetivos, los cuales descubro, pero no dependen de mi voluntad. «No hagas a otro lo que no quieres que hagan contigo.» Y si quiero que me torturen, ¿puedo torturar?

 

En lo que respecta al ser humano, lo que es bueno o malo está vinculado íntimamente con su naturaleza, con su esencia. Será bueno aquello que lo perfeccione en cuanto ser humano; es decir, aquello que lo haga mejor persona, aquello que lo haga más digno. Será malo, en cambio, aquello que lo aleje de dicha perfección. ¿Cómo saber entonces qué es lo bueno o lo malo? Hay que poner en acto la inteligencia. Matar por placer o torturar no me hace mejor persona, y por eso es malo. Abrazar a alguien en un momento de dolor o donar sangre me hace mejor persona, y por eso es bueno.

 

¿Tocar el cielo pecando?

 

El placer nunca puede ser malo: es la consecuencia natural que sigue a la realización de un acto. No soy libre de sentir o no placer, pero sí lo soy de realizar la acción que me causa placer. De ahí que lo que puede ser bueno o malo es lo que hago para conseguir el placer y no el placer mismo. Es bueno o malo lo que elijo, según me perfeccione o me pervierta en cuanto ser humano.

 

En materia de sexualidad, el criterio que permite saber si algo que hago es bueno o malo es el amor. Será bueno aquello que se corresponda con el amor. Será malo, en cambio, aquello que me aleje del amor. En efecto, amar me perfecciona en cuanto ser humano, me hace ser mejor. Hablamos aquí de amor en términos de benevolencia, es decir, la decisión de buscar el bien del otro. Si busco tu bien, si exalto tu valor como persona, si te trato como un sujeto de amor, entonces eso que hago es bueno. En cambio, si en eso que hago busco mi bien a costa tuya, si te resto valor como persona, si te trato como un objeto de uso, entonces eso que hago es malo.

 

Uno toca el cielo mientras está pecando. No se puede: o toco el cielo —y entonces lo que hago es bueno—, o estoy pecando —y entonces eso que toco no es el cielo—. Algo que se siente bien no necesariamente me hace mejor persona, no necesariamente me hace bien. Con o sin diabetes, el helado de chocolate siempre sabe bien. Nótese que la canción habla de pecado porque se refiere a un amor prohibido. Habría que preguntarse por qué es prohibido. Y si es prohibido, habría que preguntarse si realmente es amor.

 

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