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Sexualidad libre de culpas

Para todos, resulta claro que el mundo de la sexualidad genera mucha atracción, entre otras cosas, debido al placer que es capaz de proporcionar. Ciertamente, el placer es algo muy bueno; sin embargo, el hecho de que sea bueno no garantiza que siempre se lo use bien. Esto podría llevar a más de uno a considerar que, cuando el placer se usa bien, es bueno; en cambio, cuando se accede a él de una manera desordenada, es malo. Pero pensar así sería un error.

 

Lo decimos con helados

 

Me gustaría poner un ejemplo que puede ayudar a ver con más claridad lo que trato de explicar. Un helado es algo bueno, como también lo es el placer que se experimenta al comerlo. Ahora bien: puedo acceder a un helado de muchas maneras. Puedo acercarme a la tienda y comprarlo, lo cual no genera ningún problema. Pero puedo también entrar a la tienda, aprovechar un momento de distracción de la persona que atiende para tomar el helado sin que nadie lo note, y comérmelo.

 

Evidentemente, esta segunda manera de acceder al helado es reprochable. Pero el hecho de haber accedido a él de esa manera no hace que el helado en sí sea malo, como tampoco hace malo el placer que experimento al comerlo. De hecho, si me como con los ojos vendados un helado robado y uno comprado —ambos del mismo sabor—, no podría distinguir cuál es cuál: el placer que experimento al comer cualquiera de los dos es el mismo.

 

Un acto malo no hace malo el placer

 

Robar un helado no está bien. Pero es importante enfatizar el hecho de que lo que está mal es la acción que he realizado, no el helado en sí, ni mucho menos el placer que experimento al comerlo. Algo similar ocurre con el placer sexual.

 

Uno puede acceder al placer sexual de una manera correcta o de una manera desordenada. Sin embargo, el hecho de acceder a él de una manera desordenada no hace que el placer que experimento al realizar dicha acción deje de ser algo bueno en sí mismo. Lo malo —y por lo tanto, lo reprochable— es la acción realizada, no el placer que siento.

 

Una sexualidad libre de culpas

 

Volviendo a nuestro ejemplo, decíamos que el helado comprado y el helado robado tienen el mismo sabor. Por eso, es muy importante que, cuando robo el helado, el reproche y el remordimiento vayan dirigidos hacia la acción de robar, y no hacia el placer que experimenté al comer el helado. Si asocio al placer el sentimiento de culpa, me seguiré sintiendo culpable incluso cuando trate de disfrutar de un helado comprado. Lo mismo puede llegar a ocurrir con el placer sexual.

 

Cuando uno realiza una acción desordenada que le genera placer —ver pornografía, masturbarse, excederse físicamente con alguien, etcétera—, es importante que el arrepentimiento vaya dirigido hacia la acción realizada, y no hacia el placer que se ha sentido. De lo contrario, se corre el riesgo de vincular el placer con un sentimiento de culpa…, y esto puede hacer que uno se sienta “sucio” incluso cuando acceda al placer de una manera ordenada.

 

Todos cometemos errores; lo importante es aprender de ellos. Y ese aprendizaje requiere que nos reprochemos la acción realizada a partir de la toma de consciencia de que por qué ha sido mala. Pero es fundamental que el reproche vaya dirigido siempre hacia la acción, y no se desplace también hacia el placer que se ha sentido. Dicho placer, como ocurre con el helado, siempre es algo en sí mismo bueno.

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