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Sexo emocionalmente seguro

Cuando se habla de sexo seguro, generalmente se hace alusión al uso de medios —anticonceptivos— que permitan vivir un encuentro sexual sin las consecuencias no deseadas que puedan venir con él —enfermedades, embarazo—. Con esto se busca hacer posible una vivencia “más libre y plena” de la sexualidad.

Es notable cómo en contextos en los que se promueve el “amor libre” empiezan a surgir voces que señalan los límites del “sexo seguro” así planteado. Dicen, por ejemplo, que un preservativo no es suficiente para evitar todos los riesgos que puedan venir con un encuentro sexual. Ciertamente, pueden ser efectivos para evitar un embarazo o alguna enfermedad. Pero no bastan para evitar algunas heridas emocionales que pueden llegar a ser muy profundas; y por eso se habla de sexo emocionalmente seguro —emotionally safe sex.

Dos posibilidades frente a un encuentro sexual

Sea lo que fuere que se busque con un encuentro sexual, a grades rasgos, éste puede vivirse de dos maneras distintas. Una primera es tratando de no exponerse interiormente. Se pone en juego el cuerpo, sí, pero buscando que dicho acto no trascienda lo físico. No se pretende que haya amor ni sentimientos, sino sólo un buen momento que maximice el placer —al menos para alguno de los dos—. Se pone en juego el cuerpo tratando de resguardar la propia interioridad. Entrego mi cuerpo, pero no me entrego interiormente.

Una segunda manera es buscando que en dicho acto se dé también una conexión interior. El cómo y el con quién también son importantes. No da igual que el encuentro ocurra de cualquier manera con tal de que se sienta bien. Importa que se dé con una persona que me conozca, que me entienda y se preocupe, y no con alguien que acabo de conocer. Se busca la posibilidad de sentirse lo suficientemente seguro como para bajar la guardia y exponer no sólo el cuerpo, sino también la propia interioridad. Se busca, pues, una conexión a un nivel que trascienda lo meramente físico.

Un ejemplo bastante gráfico de lo primero puede ser el encuentro que se da en una noche de fiesta. No hay nombres, no hay teléfonos, no hay registro de una historia previa juntos, y a veces ni siquiera la posibilidad de volvernos a ver. En cambio, un ejemplo paradigmático de lo segundo se da en el matrimonio. No sólo hay un camino recorrido juntos, sino la mutua intención de estar con el otro —y sólo con esa persona— hasta la muerte. El otro se preocupa por mí, y en esos momentos de vulnerabilidad, no se va a burlar ni se va a reír. Le importo, y esa persona también a mí. Puedo descansar interiormente en el otro sin miedos, sin sobresaltos, sin dudar de sus intenciones para conmigo.

Sexo emocionalmente seguro

Ambas posturas —cuerpo sin interioridad vs. conexión interior— admiten matices. Es decir, matrimonio y noche de fiesta constituyen ejemplos de lo que se encuentra en ambos extremos; pero en el medio hay prácticas que, en mayor o menor medida, toman algo de aquellas dos. Lo interesante es que ambas posturas son incompatibles, de forma tal que, mientras uno más se mueve hacia una de ellas, más se aleja de la otra. Y así, la vivencia “pura” de cada una de ellas sólo puede darse en el extremo que excluye totalmente la otra.

Es notable cómo el reclamo de un sexo emocionalmente seguro viene de parte de quienes tratan de migrar de la primera postura. Manifiestan no sólo insatisfacción, sino además que el “sexo seguro” —a secas— no basta para excluir todos los riesgos. Porque en una relación sexual, lo quiera o no, uno se expone. Y como la otra persona no siempre está dispuesta a valorarme, un comentario de más, una risa, un gesto de dominio —o el solo hecho de ser tratado como un objeto—, muy probablemente dejen heridas.

Es aquí donde se produce una auténtica tensión, pues el sexo sólo se vuelve emocionalmente seguro cuando uno abandona del todo la primera postura. Y dar este paso no siempre es fácil: se requiere mucha determinación. Pero difícilmente pueda hallarse otro camino si se busca una auténtica conexión interior. Dicha conexión requiere que uno esté dispuesto a exponerse interiormente y, en consecuencia, hacerse vulnerable frente a la otra persona. Y mientras se mantenga en alguna medida una actitud utilitaria —que se oriente prioritariamente hacia el placer considerando al otro como un objeto—, siempre habrá riesgo de lesión.

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