Cuando uno llega por primera vez a un colegio en el que tiene hermanos mayores, de alguna manera vive de la reputación de ellos, al menos al principio. Si los hermanos mayores han sido buenos alumnos, los profesores esperan que uno también lo sea. Pero si han sido terribles, uno tiene que probar su propia inocencia. Bueno, algo así le pasa a la castidad, solo que el salón de clases es la escena pública, y los «hermanos» a los que se la asocia tienen muy mala fama, pero nada tienen que ver con ella.
El problema
Suele asociarse la castidad a una actitud represiva —la «hermana» mala—, según la cual, la persona casta sería aquella que reprime sus deseos y huye de los placeres. De ahí que la castidad estaría configurada por una sola constante: el rechazo al mundo de la sexualidad. Este rechazo se concretaría ese doble movimiento: huida de los placeres que se asoman en el horizonte, y represión de aquellos que, a pesar de la huida, a uno lo alcanzan.
Ahora bien, este rechazo al mundo de la sexualidad está lejos de ser la nota configurativa de la castidad. Que a veces se exprese de ese modo no quiere decir que la configure. De hecho, la castidad está íntimamente vinculada con la libertad, y con la posibilidad de llegar a ser la mejor versión de uno mismo. Esto a la luz de la comprensión de la castidad como virtud. ¿Qué implica esto?
El violinista y el marinero
La noción de virtud nos viene de los antiguos griegos, y para ellos significaba algo así como «lo mejor». Es una comprensión que, en cierta medida, ha llegado también hasta nuestros días. En efecto, el violinista virtuoso es el que mejor interpreta las piezas que toca. El marinero virtuoso es el que mejor navega y llega con éxito a su destino. Pero nótese esto. Ningún violinista es virtuoso porque toca magníficamente una sola pieza, sino que lo es porque se adapta mejor a cualquiera de ellas, y en todas manifiesta su destreza. De igual modo, el marinero virtuoso no es el que siempre huye de las tormentas, sino el que sabe cuándo encararlas y cuándo evitar entrar en ellas. Así, la mejor versión del marinero no es la del que ejecuta automáticamente siempre la misma operación, sino la del que mejor se adapta a cualquiera en orden a conseguir el fin buscado. Y en diversas circunstancias, la consecución de dicho fin puede implicar la realización de actos contrarios: huir de la tormenta si es demasiado fuerte, o encararla si la tripulación la puede afrontar.
Algo muy similar ocurre con la castidad, considerada ésta como virtud. Que sea virtud implica dos cosas. En primer lugar, que me permite alcanzar la mejor versión de mí mismo. En segundo lugar, que el fin de la virtud no se consigue reaccionando siempre de la misma manera.
Castidad como virtud
En efecto, en cuanto virtud, la castidad es un hábito, el cual se adquiere mediante la continua y deliberada realización de actos en orden a un fin. Pero así como con el violinista o el marinero, lo central no está tanto en la repetición del mismo acto, sino en tender siempre —y libremente— hacia el mismo fin. En lo relativo a la castidad, el fin es la ordenación del maravilloso mundo de la sexualidad al amor. Y a ese fin se puede llegar incluso mediante la realización de actos contrarios —aceptación y rechazo—. Por ejemplo, en una pareja de esposos, la castidad como virtud se expresa disfrutando plenamente de una relación sexual, y rechazando todo tipo de encuentro con alguien que no sea la pareja.
En una relación de noviazgo, las demostraciones de afecto ponen en juego en mundo de la sexualidad. Y como aquí no existen fórmulas matemáticas, la castidad como virtud ordenada al amor es fundamental para encontrar un equilibrio. No hablo aquí de amor como sentimiento egoísta, sino de la búsqueda auténtica y sincera del bien de la otra persona. La castidad ordenada permanente al amor ayuda a no avanzar cuando deja de primar la búsqueda de lo mejor para el otro, y a revertir aquellas situaciones en las que se avanzó más de la cuenta. Pero siempre bajo la convicción de que la castidad ayuda a ser lo mejor que uno puede ser; es decir, la mejor versión de uno mismo en orden al amor.