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¿Jesús sintió atracción sexual?

Hace poco hice un encuentro con jóvenes para profundizar en la Teología del Cuerpo. Uno de ellos me hizo la siguiente pregunta: si Jesús fue un hombre sexuado, esto, ¿quiere decir que Él también sintió atracción?

 

“Las cuestiones sexuales fuera de la Iglesia”

 

¡Es una excelente pregunta! Porque a la mayoría de nosotros nos parecería, cuanto menos, irreverente imaginarnos a Jesús sintiendo atracción. Casi pudiera escuchar las reacciones frente a una pregunta así:

 

—¡Pero si Jesús es Dios! ¿Cómo es posible que Él experimente algo así?

 

—¡Jesús fue célibe, por lo tanto, todo lo relacionado con el sexo debe ser puesto en duda!

 

Lamentablemente, ese fue el tipo de enseñanzas que muchos de nosotros recibimos. Pero gloriosamente, ¡esa no es la fe de la Iglesia! Mas aún, ese tipo de pensamientos proviene de una herejía que la Iglesia sí ha condenado, y que se llama maniqueísmo.

 

¿Qué es el maniqueísmo? Para definirlo en palabras de San Juan Pablo II, “una actitud maniquea debería llevar a un ‘aniquilamiento’ (…) del cuerpo, a una negación del valor del sexo humano”. Mientras que para este tipo de mentalidad el cuerpo y el sexo tienen un valor negativo, para la verdadera fe católica el cuerpo y el sexo son un valor que aún no apreciamos lo suficiente.

 

Sí: sintió atracción

 

Pero, entonces…, ¿es posible que Jesús haya sentido atracción? Para escándalo de algunos, ¡sí! ¡Por supuesto que sí! ¡No cabe la menor duda de que sí! El problema radica en que estamos heridos por el pecado, por lo cual no solemos pensar en la atracción sexual con la belleza y plenitud con que Dios la creó. Sin embargo, la fe cristiana es la invitación a una nueva forma de ver toda la realidad.

 

Analicémoslo. ¿Qué significa la palabra “atracción”? Etimológicamente, se trata de la “acción y efecto de traer hacia sí”. Esta atracción es una forma de amor muy concreta, que se llama eros —de allí deriva la palabra“erótico”—. El eros es “la recíproca atracción (…) de la persona humana —a través de la masculinidad y la feminidad— a esa ‘unidad en la carne’ que, al mismo tiempo, debe realizar la unión-comunión de las personas”, afirma San Juan Pablo II en su Teología del Cuerpo.

 

Por eso, la verdadera atracción erótica nos lleva a ver el misterio profundo de la persona, que se revela a través del cuerpo. Es decir: no es que debamos despreciar el cuerpo. Por el contrario, en el amor de eros, el cuerpo se convierte en una puerta abierta para conocer verdaderamente quién es el otro.

 

Por supuesto que ese modo de vivir el cuerpo no es tarea sencilla, pero es uno de los deseos más profundos del corazón humano: ser conocido en la intimidad, que me vean como realmente soy, y que así me amen. Ése mismo anhelo lo expresa San Pablo cuando afirma: “Gemimos interiormente anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8, 23). Ese “gemido interior” expresa lo que no podemos poner en palabras, se convierte en una especie de oración que clama por un amor íntimo, total y sin condiciones.

 

El caso de Dustin Hoffman

 

Comparto un fragmento de una entrevista que le hicieron a Dustin Hoffman, que quizás pueda ayudarnos a comprender la dimensión de este anhelo. En 1982, este actor estrenó una película cómica llamada Tootsie. En ella, Hoffman interpreta el papel de un actor que está desempleado, hasta que recibe una nueva oportunidad. ¡Están buscando a una mujer para hacer el protagónico de una gran novela! Sin dudarlo, el protagonista se disfraza de mujer, y no da a conocer a nadie su verdadera identidad. Finalmente, consigue el papel y se convierte en una gran estrella.

 

Años después le hicieron una entrevista a Dustin Hoffman, en la que reveló algunos detalles de la producción. En las reuniones de preproducción, él le exigió a los productores que su disfraz de mujer debía ser perfecto. No quería parecer un hombre disfrazado, sino una auténtica mujer.

 

Tras hacer la primera prueba de maquillaje y vestuario, él no se veía lo “suficientemente atractivo”. Disfrazado de mujer, esperaba ser más bello. Ahí fue cuando tuvo, lo que él llamó, una verdadera “epifanía”. Entre sollozos, le hizo una confesión a su esposa de la vida real. Se dio cuenta de que durante toda su vida había desperdiciado la oportunidad de conocer a muchas mujeres. La razón fue que no le parecían lo suficientemente “interesantes” según los estándares de “belleza” que el mundo exige.

 

Esa experiencia fue la que le permitió a Hoffman ver cómo el cuerpo visible revela realidades invisibles. En definitiva, ver cómo el cuerpo nos debe llevar a ver el misterio de la otra persona. Ésa es la dimensión más bella y atractiva del ser humano: la identidad personal.

 

La verdadera fe es profundamente sensual

 

San Juan Pablo II se refiere a este mismo misterio. Junto a “la actitud de respeto por la obra de Dios (…) coexisten la capacidad de complacerse profundamente en el otro, de admirarse, de atender desinteresadamente a la ‘visible’ y al mismo tiempo ‘invisible’ belleza de la feminidad y masculinidad”.

 

Podríamos decir que esa actitud de respeto frente a lo visible y lo invisible de cada persona es la forma madura de los deseos sexuales. Porque no me lleva a evaluar al otro según sus atributos visibles, sino que permite que esos mismos atributos sean lo que me revelen quién es el otro. Gracias a ello podré admirarme de su ser único e irrepetible.

 

Nuevamente, esto no significa el desprecio de lo sensual, sino una profundización de lo que el cuerpo realmente significa. Más aún: la fe católica es profundamente sensual. El mismo Catecismo afirma: “toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia” (CIC 1617).

 

Es decir que, cuando comenzamos a ver la vida cristiana a través de los lentes del verdadero eros, descubrimos su presencia por todas partes. Veamos dos evidencias sencillas que forman parte de nuestra fe.

 

Por un lado, la palabra “adoración”. Este término proviene de ad-ora, que significa “hacia la boca de”. Vale decir que, cuando hacemos adoración al Santísimo, nuestra boca se dirige a la boca de Dios. Como en el Cantar de los Cantares, cuando la amada, figura de la Iglesia, le suplica al amado, figura de Cristo: “¡Que me bese ardientemente con su boca!” (Cant. 1, 2).

 

Por otro lado, podemos pensar en el sacramento de la reconciliación. La palabra re-con-cilia significa “volver a poner pestaña con pestaña”. En cada reconciliación nos volvemos a encontrar en ese nivel de intimidad con Cristo.

 

Sí: también siente atracción (en el presente)

 

Pero volvamos a la pregunta inicial. No sólo diría que Jesús sintió atracción, sino que el mismo Jesús que ahora está en cuerpo en el cielo siente atracción. En éste mismo momento se siente atraído hacia el misterio de cada uno de nosotros, de nuestra identidad única e irrepetible.

 

***

 

¡Las mismas Escrituras lo afirman! En el Cantar de los Cantares, la amada dice respecto del amado: “él se siente atraído hacia mi” o “su deseo tiende hacia mi” (Cant. 7, 11), según otras traducciones.

 

Es verdad que experimentamos en nuestros cuerpos el deseo de amor, como un gemido que no podemos poner en palabras: deseamos el amor infinito. Y frente a esto, el cristianismo tiene una muy buena noticia para el mundo: ¡el mismo Amor infinito nos desea!

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