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Está mal porque me hace mal

En materia de sexualidad, muchas veces nos dicen que no hagamos algo porque es pecado. Pero, ¿por qué es pecado? ¿Por qué está mal? Una comprensión equivocada de la noción de pecado y de la sexualidad me puede hacer pensar que esta consigna —»No lo hagas porque es pecado»— es un límite arbitrario que me hace daño y me quita espontaneidad. En cambio, una comprensión adecuada de estas dos realidades me da cuenta de todo lo contrario. ¿Cómo es eso? Trataremos de explorarlo en este post.

El pecado me hace mal

¿Qué es el pecado? Podemos decir que el pecado es aversión a Dios y conversión a las creaturas. Dicho de otro modo, pecar es decirle «sí» a algo que implica decirle «no» a Dios; elijo algo cuya elección implica una negación de Dios. Pero nótese que este decirle «no» a Dios no pasa por infringir una norma impuesta «desde afuera», sino por hacer algo contrario a mi propia naturaleza. Y por eso Santo Tomás, en la Suma de Teología, dice que «pecar no es otra cosa que alejarse de algo que es según la naturaleza». Y también se refiere al pecado diciendo que «el pecado no es algo propio de la naturaleza humana», sino que «más es algo anti-natural». En efecto, algo no puede ser bueno y, al mismo tiempo, ser pecado, pues pecar es hacer libremente algo que, ofendiendo a Dios, atenta contra mi propia naturaleza. De ahí que el pecado es algo autodestructivo, y de ahí brota su reproche moral. Pecar no está mal sólo porque la Iglesia lo dice: pecar está mal porque me hace mal.

Ciertamente los 10 mandamientos recogen una serie de preceptos y prohibiciones que nos orientan en orden a saber qué es pecado. Pero no «crean» lo que es bueno o malo para el hombre, sino que recogen una norma que está ya inscrita en su propia naturaleza. Así, matar por puro gusto está mal, lo prohíba o no el quinto mandamiento. ¿Por qué? Porque respetar la vida de los otros no es algo que me corresponde por ser o no creyente, sino por ser persona. ¿Se entiende el punto?

Pero podemos profundizar un poco más. En efecto, todos los mandamientos se resumen en el mandamiento del amor: amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás como a uno mismo. De ahí que podemos decir que todo pecado es una falta de amor. Cuando ofendo a alguien, en el fondo, no lo he amado lo suficiente, no lo he amado todo lo que hubiera podido. Todo pecado es un acto contrario al amor. Apliquemos esto al mundo de la sexualidad.

Amar Vs. usar

¿Qué es amar? Esto lo hemos dicho ya en anteriores ocasiones, pero vale la pena recordarlo. Amar es buscar el bien del otro. Cuando le digo a alguien «te amo» le estoy diciendo: «quiero tu bien», «quiero lo mejor para ti», «quiero que seas feliz». Karol Wojtyla —Juan Pablo II— aclara que, en el mundo de las relaciones interpersonales, aquello que se opone a amar es usar. En efecto, cuando amo, busco el bien del otro; cuando uso, en cambio, busco mi bien. Cuando amo, el otro es un alguien, un sujeto; cuando uso, el otro es un algo, un objeto. Cuando amo, la otra persona es buscada por ella misma, como un fin en sí mismo; cuando uso, la otra es persona es buscada como un medio, es buscada para conseguir algo más.

Nótese que amar y usar son absolutamente incompatibles. No es posible amar y usar a la misma persona, al mismo tiempo y respecto de lo mismo. En efecto, no es posible considerar a otro al mismo tiempo como un alguien  —un sujeto— y un algo —un objeto—. Ahora bien, en las relaciones varón-mujer es posible considerar al otro como un objeto de diversas maneras. Tal vez el nivel más básico —y, por ello, el más evidente— pasa por hacer del otro un objeto de placer. Me detendré sobre este punto, aunque las actitudes utilitarias no se reducen a él.

Pecado y sexualidad

Ya sea que nos encontremos o no en una relación, el acercamiento al otro considerándolo un objeto de placer puede darse de diversas maneras, algunas más manifiestas que otras. Pero siempre la constante es la misma: valoro al otro de manera sesgada. ¿Por qué? Porque reduzco su infinito valor personal a su cuerpo. Ciertamente, el cuerpo del otro es algo valioso, pero la persona no es sólo su cuerpo. Toda persona tiene sueños, aspiraciones, deseos, proyectos, miedos, una historia personal, un porvenir, etc.; y todos ellos —incluido su cuerpo— integran su valor como persona. Cuando tomo a la otra persona como un objeto de placer, la cerceno: me quedo sólo con su cuerpo y deshecho todo lo demás. Y esto puede ocurrir no sólo con las relaciones sexuales, sino también con maneras de tocar o de mirar. En el fondo, lo que prima es una actitud utilitaria: me acerco a ti buscando usarte para conseguir algo para mí.

Todo pecado implica una falta de amor, y esto se da de manera particular en el mundo de la sexualidad: si te busco para usarte, no te estoy amando. Y mientras más profunda es la actitud utilitaria, más me alejo del amor. ¿Y por qué esto me hace daño? Porque el hombre y la mujer están hechos para amar y ser amados. Y dado que los actos generan hábitos, mientras más arraigada en mí está la aproximación al otro con una actitud utilitaria, más anulo mi capacidad de amar. Esto al punto de correr el riesgo de que, cuando realmente quiera amar a alguien, no sepa cómo, no pueda hacerlo. No en vano Platón señala en alguno de sus primeros diálogos que cometer un mal es peor que padecerlo. En efecto, uno obra según lo que hay en su corazón, y cometer un mal manifiesta una corrupción interior.

Quedémonos con esto, si algo es pecado en materia sexual, lo es porque, en el fondo, me hace mal. Sobre esto podríamos profundizar mucho más, pero por el momento, nos detenemos aquí.

*Publicado en el blog de la SITA Joven.

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