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Control indirecto en sexualidad

En materia de sexualidad, pareciera que uno no está en completo control. ¿Por qué ciertas características físicas le producen a uno mayor atracción? ¿Por qué es tan difícil dejar de sentir algo por alguien cuando ya la relación terminó? En suma, ¿qué cosas puedo controlar y qué no en materia de sexualidad?

 

Control directo y control indirecto

 

Algo que puede ayudar a entender cómo funcionamos en este ámbito es la distinción entre control directo y control indirecto. Cuando uno quiere levantar la mano, simplemente lo hace. Cuando uno quiere caminar o correr, basta quererlo. Lo mismo pasa con el habla, o con los movimientos que, en general, uno hace. Lo común a todos estos ámbitos es que dependen del ejercicio de nuestra libertad: nosotros elegimos cómo y cuándo accionarlos. Es lo que se denomina “control directo”.

 

Pero hay también varios ámbitos en los que no funcionamos así. Por ejemplo, uno no puede enojarse, alegrarse, o sentir pena de manera voluntaria. Si uno quiere enojarse, uno tiene que pensar en algo que lo enoja —control directo—, y sólo como consecuencia de ese pensamiento le viene a uno el enojo —control indirecto—. El enojo no se controla de manera directa, sino indirecta. Lo interesante es que, esto que pasa con el enojo, ocurre también con todos los sentimientos —incluidos los vinculados al amor—, y también con la atracción física.

 

Control indirecto en materia de sexualidad

 

Cuando se habla del control indirecto en materia de sexualidad, se hace referencia principalmente a dos ámbitos: el de los sentimientos y el de la atracción física. Son ámbitos en los cuales uno puede llegar a tener experiencias muy intensas, las cuales no están sujetas al ejercicio de la libertad. Por ejemplo, uno puede ver a una persona por la calle y sentir una gran atracción hacia su cuerpo por más que no quiera. O cuando uno empieza a pasar tiempo con alguien que le gusta es natural que los sentimientos hacia esa persona se hagan más intensos, por más que uno trate de luchar contra ellos.

 

Esto no quiere decir que, en el ámbito de la sexualidad, uno no pueda ejercer control alguno. Si bien eso que uno siente puede condicionar el ejercicio de la libertad, siempre queda un margen para la elección. Por más que uno no pueda controlar eso que le pasa, uno sí puede controlar lo que hace frente a eso que le pasa. Por eso, no es malo sentir esas cosas de las que venimos hablando. Lo que sí puede llegar a serlo es lo que uno libremente hace frente a eso que siente.

 

Por poner un ejemplo, que a uno le parezca atractiva la novia de su mejor amigo no está mal, pues es algo que uno no elige. Pero que uno piense deliberadamente en ella —aumentando así lo que siente— o intente algo para separarla de su amigo, eso es otra historia. ¿Se ve la diferencia?

 

Dos consecuencias del control indirecto

 

Que las cosas sean así en materia de sexualidad no tiene por qué ser motivo de frustración. Es parte de cómo somos, y es importante saber cómo funciona el control indirecto en orden a explotar sus potencialidades. Las consecuencias del control indirecto son dos.

 

En primer lugar, para sentir algo, uno debe hacer presente de manera física —a cualquiera de los sentidos— o imaginativa aquello que le genera esas sensaciones. De igual manera, para dejar de sentirlo, uno tiene que alejar —de manera física o con el pensamiento— aquello que le genera esas sensaciones. O puede incluso fijar los sentidos o la imaginación en algo que le genere sensaciones contrarias. Por ejemplo, para un hombre, no es lo mismo pensar en la chica que le gusta en ropa de baño que en la abuela de la chica que le gusta en ropa de baño.

 

En segundo lugar, si a uno se le hace presente de manera física o con la imaginación aquello que le genera ciertas sensaciones, va a experimentar esas sensaciones por más que no quiera. Por eso es más difícil olvidarse de una persona cuando, por alguna razón, uno tiene que seguir pasando tiempo cerca de ella. Pero también por esta razón es muy importante evitar situaciones “complicadas”. En efecto, si uno se expone a ellas, es muy probable que pasen cosas por más que esa no sea la intención. “Ven a mi casa esta noche a ver una película que mis papás no están”. Es muy probable que la película termine quedando en un segundo plano.

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