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Castidad: «precisión» en el amor

Para conocer una realidad, ayuda no sólo saber qué es, sino también qué no es. El día de hoy, trataremos de entender un poco más qué es la castidad desde ambas perspectivas. La caracterizaremos, pues, como la acción «precisa» en orden al amor, constituyendo un punto de equilibrio entre dos extremos —sus vicios opuestos.

La acción precisa: la que “da en el blanco”

¿Por qué muchas veces pareciera ser más fácil hacer el mal que hacer el bien? Aristóteles respondía diciendo que el mal puede hacerse de muchas maneras; el bien, en cambio, sólo de una. Por ejemplo, en el tiro al blanco, uno puede errar golpeando cualquier parte del target; en cambio, la única manera de acertar es dando en el blanco. Y acertar no es lo más sencillo.

Esta idea muchas veces está implícita en expresiones con las que se quiere indicar que una acción ha sido buena: “Me diste un consejo acertado”, “tuviste el gesto preciso”, etc. Una acción buena es, pues, un acción que “da en el blanco”.

Cuando actuamos, hay muchas formas de “no dar en el blanco”, las cuales pueden reducirse a dos: por exceso o por defecto. Por ejemplo, la justicia implica dar a cada quien lo que le corresponde. Y uno puede ser injusto dando más de lo que corresponde —exceso— o dando menos —defecto—. De ahí que toda acción justa requiere un equilibrio: ese es el “blanco” al que se apunta. Lo mismo ocurre con la castidad.

Castidad como virtud

En cuanto virtud, la castidad es un hábito bueno. Como todo hábito, se forma a partir de la realización libre, consciente y permanente de ciertos actos. Si los actos son buenos, el hábito se denomina virtud; si son malos, se denomina vicio. Todas las virtudes me perfeccionan en cuanto ser humano en el ámbito en el cual se desarrollan sus actos. De ahí que la castidad es la virtud que me perfecciona en el ámbito del amor.

La virtud de la castidad consiste en ordenar las fuerzas del mundo de la sexualidad hacia el amor. No es una renuncia al mundo de la sexualidad, sino un uso equilibrado del mismo, un “dar en el blanco”. ¿Y cuál es ese “blanco”? El amor. Amor entendido aquí no como un sentimiento, sino como la búsqueda del bien y lo mejor para la otra persona.

Cuando uno no “da en el blanco”

Así como ocurre con los demás ámbitos de la vida, en el ámbito de la sexualidad, uno puede “no dar en el blanco” de dos maneras: con un exceso en la intensidad —errar por exceso—, o con una falta de intensidad —errar por defecto—. De ahí que la castidad se encuentra en un punto medio entre dos extremos. Y en la medida que los actos de dichos extremos se sostienen en el tiempo, dan origen a vicios. Es importante conocerlos, pues esto nos ayuda a caracterizar mejor la virtud de la castidad.

El vicio por exceso es la lujuria. Implica ordenar las fuerzas del mundo de la sexualidad hacia el placer, no el amor. Reconoce que el placer es algo bueno, pero exagera su valor, convirtiéndolo en el fin supremo de la vivencia de la sexualidad. El placer es algo muy bueno, sí, pero la lujuria exagera su bondad y la absolutiza.

El vicio por defecto es la insensibilidad. Reconoce que el placer no es el único fin de la vivencia de la sexualidad, pero se equivoca al considerarlo algo malo. A diferencia de la lujuria, que accede desmedidamente a la energía sexual, la insensibilidad trata de anularla, por considerarla algo malo.

Un punto de equilibrio

La castidad supone un punto de equilibrio entre ambos extremos. Reconoce que el placer es algo bueno —en esto corrige a la insensibilidad—, pero no se trata del fin supremo de la vivencia de la sexualidad —en esto corrige a la lujuria.

El placer, así como las demás fuerzas del mundo de la sexualidad son buenas precisamente porque son un insumo para el amor. Y la castidad consiste en ordenarlas a dicho objetivo, que es su fin propio. La castidad, pues, busca “dar en el blanco” con las fuerzas fuerzas de la sexualidad. Y ese “blanco” es el amor.

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