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Día: abril 28, 2025

Hemos aceptado que no podemos tener hijos.

Hay parejas que lo intentan todo: oran, esperan, se someten a estudios, tratamientos, cambios de hábitos. Llevan años soñando con un hijo que no llega. Viven la ilusión de cada ciclo como una pequeña esperanza y, también, el dolor de cada resultado negativo como una pérdida silenciosa.

Con el tiempo, algunas de esas parejas —después de mucho discernimiento, acompañamiento y oración— llegan a una conclusión difícil pero profundamente liberadora: no van a tener hijos.

Aceptar

No se trata de una renuncia amarga, ni de un fracaso. Es una aceptación que nace del amor y de la fe. Una aceptación que no borra el deseo, pero sí lo transforma. No niega el dolor, pero deja de pelear con la realidad para empezar a vivirla con paz.

Dios responde siempre

Desde una mirada de fe, esta experiencia no significa que Dios ha guardado silencio. A veces, simplemente responde de otro modo. En ese otro modo, también, hay un llamado, una vocación, una forma única de fecundidad.

“Sean fecundos”

Hay muchas maneras de dar vida. Es decir, hay muchas formas de amar, de acoger, de dejar huella. No tener hijos no equivale a tener una vida estéril.

Muchas veces, estas parejas son capaces de entregar un amor profundo, creativo y generoso en otras direcciones: en su entorno, en sus comunidades, en sus trabajos, en sus familias extendidas. Su amor no está condicionado por la biología.

Aceptación que libera

Aceptar esta realidad lleva tiempo. Duele. Exige desaprender expectativas, reconstruir sueños, resistir presiones sociales y, a veces, incluso, miradas incomprensivas dentro de la Iglesia misma. Sin embargo, puede abrir caminos de libertad y de profundidad que antes no se veían.

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Dios no ama menos a quienes no pueden ser padres. No los olvida, no los margina, no los deja sin propósito. Muchas veces, camina junto a ellos de manera silenciosa, pero fiel, como lo hizo con tantas personas en la historia de la fe que, también, conocieron la espera y la aparente ausencia de frutos. Aceptar que no se tendrán hijos no es el final de la historia. Es, muchas veces, el comienzo de una vida nueva. Una vida plena, fecunda, profundamente amada.