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Día: octubre 27, 2023

¿Es la Iglesia machista? Dos afirmaciones comunes

Especialmente durante los últimos años se nos repite la narrativa de que el mundo está en contra de las mujeres. Somos las oprimidas, las relegadas, las desplazadas. Nos dicen incansablemente que somos las víctimas, las invisibles. El mundo nos grita que debemos luchar por nuestros «derechos». Y todo esto no lo escucharemos solamente fuera, sino incluso dentro de la Iglesia.

Hoy vamos a hablar de las 2 expresiones más comunes:

#1 ¿La Iglesia nos enseña a ser sumisas ante una autoridad patriarcal?

Con base a una de las cartas de San Pablo, específicamente Efesios 5, 21-29; se suele decir que la Iglesia Católica sostiene que las mujeres debemos ser sumisas, especialmente tratándose de la mujer en el matrimonio: 

«Expresen su respeto a Cristo siendo sumisos los unos a los otros. Lo sean así las esposas a sus maridos, como al Señor. El hombre es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, cuerpo suyo, del cual es así mismo salvador. Que la esposa, pues, se someta en todo a su marido, como la Iglesia se somete a Cristo. Maridos, amen a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Y después de bañarla en el agua y la Palabra para purificarla, la hizo santa, pues quería darse a sí mismo una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus esposas como aman a sus propios cuerpos: amar a la esposa, es amarse a sí mismo. Y nadie aborrece su cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida. Y eso es justamente lo que Cristo hace por la Iglesia».

¿Qué decimos como mujeres al respecto?

La Iglesia nos enseña que debemos someternos al esposo, que nos ama como Cristo amó a la Iglesia. ¿Hay amor más grande y más perfecto que ese? ¿Hay amor más grande que dar la vida por el amado? Sin duda, cabe recalcar, que el hombre debe ser Cristo para su mujer y debe amarla y entregarse por ella. El misterio que desarrolla San Pablo es el de la mujer que se somete con amor al marido y el marido que se ofrece enteramente a la mujer: esa misma relación de Cristo y su Iglesia.

La Iglesia nos llama a ser santas, a ser fuertes, dóciles de la voluntad de Dios, amantes de nuestra familia y de nuestra vocación. La Iglesia nos pide servir y la sumisión de la que habla San Pablo implica una disponibilidad para servir al esposo. Una entrega total y profunda que implica salir de mí misma para entregarme a aquel que, además, va a amarme hasta dar la vida por mi. 

Es verdad que en los tiempos modernos la palabra «servir» es tomada con una connotación completamente negativa, como si fuera terrible servir, como si el servicio no fuera importante y nos hiciera menos. Al respecto, dice Marcos 9, 35: “Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: —Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.” Dice también Marcos 10, 45 que incluso el mismo Jesucristo vino a servir. Vivió sirviendo, vivió entregándose: “Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.” 

El lenguaje de la abnegación y del servicio no está de moda. La mujer del mundo esta ciega por el poder, cuando por el contrario la Iglesia nos invita a amar. La sumisión, el servicio y la abnegación no presuponen debilidad, dependencia, tristeza, opresión, sino por el contrario, suponen vivir para el amado, perfeccionando ese amor en el llamado a ser santas, y a santificar nuestro matrimonio, nuestra familia, nuestra vocación.

#2 ¿La mujer no tiene igual importancia ni participación en la Iglesia porque no tiene acceso al diaconado ni al sacerdocio femenino?

Lo primero que hay que decir es que aquellos que afirman que Jesucristo estaba condicionado por su cultura para, por eso, no aceptar a las mujeres de su pueblo para el sacerdocio, en realidad afirman —tal vez sin conciencia— que Jesús tenía defectos que causaban injusticias, marginación o discriminación. Si Jesús tenía defectos, no puede ser Dios. Por lo tanto, afirmar que Jesucristo no elige mujeres para ser sacerdotisas porque las discrimina, significa negar la divinidad de Cristo. Si Cristo comete un pecado, simplemente no es Dios. Claro que Él vivía en su cultura, pues es verdadero hombre, pero eso no lo hacía caer en pecado o errores, como cometer discriminación o injusticias.

¿Por qué la Iglesia ha rechazado el sacerdocio de la mujer? Simple: porque Cristo no lo quiso. Lo primero que hay que saber es que Jesús es el Señor, el Dios verdadero, que Él no hace nada malo y que algún motivo serio tenía para quererlo así. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que el sacerdote representa a la persona de Cristo, que naturalmente era un hombre.

El lugar que Jesús le dio a la mujer

Jesús fue un “revolucionario” en su tiempo, por ejemplo, en el tema de la mujer. Él iba a casa de prostitutas, se acercaba a ellas y esto era escandaloso, y lo hacía para demostrar que para Dios nadie está perdido. Jesús se dejaba acompañar por mujeres, entre ellas, Maria Madgalena, Marta y María de Betania, que eran realmente amigas suyas muy queridas. Él reconoce la dignidad de la mujer y no le importa enfrentarse a su época para defenderla, como vemos claramente en el pasaje de la mujer adúltera.

La mujer, en el inicio de la Iglesia, jugaba un papel importantísimo. No fue elegida sacerdote, pero fue elegida evangelizadora y misionera. El día de Pascua, es a la mujer a la que se le confía la misión de anunciar la resurrección. Es la mujer la primera que ve a Cristo vivo, y Jesús nos convierte en evangelizadoras, incluso antes que a los mismos apóstoles.

Lo verdaderamente importante en la Iglesia

Muchas veces caemos en el error de creer que en la Iglesia, el importante es el sacerdote, el obispo, o el Papa. El sacerdocio es un servicio y Dios llama a cada uno a un servicio determinado. Pero la realidad es que —sin desmerecer en nada la importancia de los ministerios antes mencionados— el realmente importante en la Iglesia es aquel que es santo. Son los santos los que han marcado su época. Son ellos los que recordamos en el calendario, los que sirven de modelo, los que son intercesores, los que reavivan la Iglesia, la fe y perpetúan la presencia mística de Cristo en la Iglesia.

Miremos a las mujeres de la historia: santas que han dejado su huella en la historia como Catalina de Siena, Teresita de Lisieux, Teresa de Jesús, Margarita de Alacoque y Faustina Kowalska. O sin ir muy lejos en el tiempo: Santa Gianna Beretta, Chiara Corbella, Sandra Sabattini, Chiara Badano, la Hermana Clare o Madre Teresa de Calcuta; que han sido para la Iglesia y para el mundo importantísimas.

Con la excusa de pretender reivindicar el lugar de la mujer en la Iglesia no podemos perder de vista lo lo más importante: la santidad. Y a la santidad estamos llamados todos: hombres y mujeres por igual, con la misma exigencia y obligación. La santidad de vida que pasa por el servicio, por el amor, por el trabajo de todos los días.

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Las mujeres fueron extraordinariamente importantes en la ayuda que brindaron a Jesús y siguen siéndolo hasta ahora. Hoy las mujeres en la Iglesia están al servicio de las vocaciones, de los pobres, de los enfermos, de la oración y muchas veces expresan su servicio también en el silencio y el anonimato. 

Es necesario que, como mujeres, recuperemos el sentido de nuestra propia vocación. Para ello, es clave recordar que la vocación no es aquello que yo deseo, que quiero caprichosamente y que exijo que Dios me dé, sino que es un llamado. Se trata de una elección de Dios, no nuestra. Basta con decirle: Jesús, quiero lo que tú quieras, aunque aún no lo entienda. Lo quiero, Señor, porque Tú así lo quieres.

Pidámosle a Dios que las santas mujeres nos ayuden desde el Cielo.