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Día: agosto 17, 2023

¿Qué enseña El Rey León sobre la Teología del Cuerpo?

¿Por qué algunas historias son tan exitosas? ¿Por qué siguen recaudando millones en todo el mundo? ¿Es sólo gracias a su calidad artística o es posible que toque alguna fibra íntima de nuestra humanidad?

Esto es lo que ocurre con “El Rey León”. La película original de 1994 ha llegado a recaudar casi mil millones de dólares en los cines, ganó importantes premios internacionales, sus adaptaciones al teatro siguen presentándose cada año en los mas importantes escenarios mundiales y se hicieron varias películas y series adicionales.

¿Por qué? Lejos de ser sólo una película para niños, “El Rey León” cuenta la historia de nuestra humanidad. El argumento es relativamente sencillo: Simba es un pequeño león, hijo del rey Mufasa. Scar es el tío de Simba y quien decide asesinar a su hermano, el rey. Luego Scar ocupa el trono y obliga a Simba al destierro. La historia sigue a Simba en su intento por recuperar el reino.

Ésta es una historia que nos permite comprender mejor de qué trata la teología del cuerpo. Es decir, ése conjunto de catequesis que, como lo ha afirmado su autor San Juan Pablo II, nos permiten el “descubrimiento del significado de toda la existencia, del significado de la vida” (Teología del Cuerpo 46, 6).

En el principio

La historia comienza con el “bautismo” de Simba. Rafiki (cuyo nombre en Swahili significa “amigo”) lleva a Simba a la cima de la gran roca donde lo presenta en público al reino y una luz que se abre desde el cielo lo “baña”. Éste pequeño león nace en el medio del reino, en armonía con lo celestial, con su familia y con toda la creación. Pero eso no siempre será así.

En un diálogo de padre a hijo, Mufasa (cuyo nombre significa “Rey”) le dice a Simba (“León”) que todo lo que toca la luz es su reino, sólo le prohíbe cruzar mas allá de la luz. Como el padre en la parábola del hijo pródigo que le dice al hijo mayor “todo lo mío es tuyo” (Lc 15, 31), así el Padre celestial nos regaló toda la creación: “Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal” (Gn 2, 16-17)

Así, la teología del cuerpo nos lleva de vuelta al “principio” de nuestra creación. Cuando los fariseos y escribas le preguntan a Jesús si el divorcio estaba bien, él no responde con grandes alocuciones teológicas o sociales, sino que los invita a recordar el “principio” de su creación (cf. Mt 19, 3-8). Aquél “principio” en el medio del Edén (ése paraíso o “pequeño reino”), en armonía con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con toda la creación. 

Desconfianza del don

Cuando Scar, el tío de Simba, se encuentra con su sobrino, lo hace desconfiar de su padre, le promete que si va mas allá de la luz tendrá una especie de gran aventura. Sin embargo, esas son falsas promesas. Scar sabía perfectamente que si Simba hacía eso iba a terminar fuera del reino, en tierra de hienas.

Así obra la serpiente del Génesis, que tienta a Adán y Eva haciéndoles desconfiar del don de Dios: “¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?” (Gn 3,1). En realidad, Dios no había dicho eso. Al contrario, les dijo que podían comer de todos los árboles, ¡les había regalado un “reino” entero! Sólo les prohibió comer de un árbol. 

Así comenzamos a desconfiar del don de Dios cuando nos decimos que en realidad Él no quiere nuestra felicidad, que en realidad Dios es un tirano que sólo prohibe y reglamenta, que nosotros sabemos mejor que Él dónde “está la luz”… y así terminamos fuera del reino.

Autoexclusión del reino

Finalmente Mufasa sale del reino para rescatar a Simba de las hienas que querían atacarlo. En el camino de vuelta el padre le dice a su hijo: “desobedeciste deliberadamente” y Simba agacha la cabeza y camina con miedo detrás de Mufasa.

Así queda el hombre después del pecado. Dios no echa al hombre del Edén porque sea un dios malvado, sino que es el mismo hombre quien se autoexcluye de ése paraíso. Como afirma Juan Pablo II, con el pecado el hombre desgaja “todo lo que viene del Padre (…) vuelve la espalda al Dios-Amor, (…) lo expulsa de su corazón” (Teología del Cuerpo 26, 4). Es decir, expulsando de sí mismo todo rastro del Amor, al hombre sólo le queda vivir con la cabeza gacha y con miedo: “He oído tus pisadas en el jardín: he tenido miedo, porque estoy desnudo y me he escondido” (Gn 3, 10).

La historia del ser humano

Después de que Mufasa muere, Scar aprovecha el miedo de Simba para que realmente se esconda, para excluirlo definitivamente del reino. Entonces Scar lo asusta: “¿Qué hiciste?”. “¿Qué pensará tu madre?”. “El rey ha muerto”. “¡Huye y nunca regreses!”. Cada mentira de Scar hace que Simba se hunda mas en la desesperación y, aunque debiera haber asumido como rey, termina escapando de su identidad.

Es interesante notar aquí que Scar no puede asumir él sólo como rey. Necesita de cómplices y encontrará aliadas en las hienas. Pero para convencerlas apela a la condición humana mas fundamental: el hambre. Todo tenemos hambre de algo. Y no me refiero al hambre material, sino a un hambre mas existencial, ¡al deseo de felicidad!, ¡de amor!. En una escena que curiosamente ocurre bajo el nivel de la tierra, en un cementerio, oscuro y húmedo, Scar promete: “¡Apóyenme, y nunca mas sufrirán hambre!”.

También la serpiente apela al “hambre” de Eva cuando le dice: “Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ése árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn 3, 5). La serpiente utiliza el hambre real del ser humano, pero promete satisfacerlo con promesas vacías, que llevan al sinsentido. 

¿Qué dieta elegimos?

Otro tema interesante en la película es la comida. Frente al hambre existencial de amor que todos sentimos, tenemos tres opciones: morirnos de hambre (negarlo o reprimirlo), satisfacerlo con alguna dieta de comida rápida o dejar que ése hambre nos muestre nuestra identidad mas profunda.

Simba se escapa del reino y se termina encontrando con dos de los grandes personajes de la película: Timón y Pumba. Ellos serán los encargados de enseñarle una nueva filosofia de vida: hakuna matata. Cómo dice la reconocida canción, esas palabras significan literalmente “ningún problema”. Invitan a Simba a un estilo de vida estoico, olvidándose del pasado y enterrando sus sentimientos. Mas adelante en la historia, el león dirá: “Si no puedes poner el remedio, ¿por qué angustiarte?”.

Es así que mientras que bajo el reinado de Scar se sufre hambre, los nuevos amigos parecieran saciarse hasta el hartazgo con la “comida rápida”. Las promesas del reinado glorioso de Scar pronto se desmoronan; pero Simba, Timón y Pumba también esconden algo bajo la apariencia del “vivir satisfechos”.

Una noche, cuando Simba, Timón y Pumba contemplan la belleza del cielo estrellado, se despierta el verdadero hambre. Comienzan a preguntarse qué son esos puntos blancos en el cielo. En ése momento Simba recuerda un diálogo que había tenido de pequeño con su padre, quién le enseño que los reyes del pasado lo cuidan desde allí arriba. Es la primera vez desde que se había escapado que Simba recuerda a su padre, al reino y su misión.

Lo mismo nos puede ocurrir a a nosotros. En el encuentro con la belleza se despierta el deseo de “algo mas”. Las cosas bellas de la creación nos pone en contacto con nuestro hambre. Curiosamente la palabra deseo significa “de las estrellas” o “esperar lo que las estrellas nos traigan”.

El don

Cuando Simba se encuentra con su amiga de la infancia, Nala, ella es la encargada de recordarle que él es el rey. Aunque Simba lo niega y desea seguir enterrando su pasado, aferrándose al temor, ella ve al rey que hay escondido en él. Finalmente, Nala dialoga con él y le dice que todo el reino creía que él había muerto, entonces lo confronta: “es como si hubieras resucitado”.

Como nos ocurre cuando creemos que nuestra identidad se define a partir de nuestra historia o de un pecado, así Simba tiene miedo al presente porque no sabría cómo resolver el pasado. Recordemos lo que dijo Adán: “tuve miedo (…) entonces me escondí” (Gn. 3, 10).

Nala en swahili significa “regalo” y verdaderamente ella se convierte en el don que Simba necesitaba para redescubrir su identidad mas verdadera. El convertirnos en un don para el otro es esencial en Juan Pablo II. Como afirma un documento del Concilio Vaticano II que él mismo citaría varias veces: el hombre “es la única creatura que solo puede encontrarse a plenitud por medio de un sincero y desinteresado don de sí mismo” (Gaudium et spes, 24)

¿Quién eres tú?

Cuando Simba se enfrenta a su temor, su reacción inmediata es el enojo. “No se puede cambiar el pasado, es todo mi culpa” afirma, y mirando al cielo le reclama a su padre: “dijiste que siempre estarías cuidándome”. Y como si su oración fuese escuchada aparece su amigo, Rafiki.

Éste simio le hace una sola pregunta, que basta para desarmar a Simba: “¿quién eres tú?”. Es entonces cuando Simba se desanima, porque se da cuenta que ya no se conoce a sí mismo. Pero Rafiki le revela su identidad: “eres el hijo de Mufasa”. Entonces lo invita a mirar su reflejo en el agua y, si bien en un primer intento sólo se ve a sí mismo, cuando lo vuelve a intentar ve en su imagen al rostro de su padre. Allí se abren los cielos y su padre aparece hablándole: “olvidaste quién eres y así me olvidaste a mi (…), ve en tu interior Simba, eres mas de lo que eres ahora”. Sin embargo, Simba le responde: “¿cómo puedo regresar? No soy el mismo de antes”. Y su padre lo anima: “recuerda quién eres, tú eres mi hijo”.

Así Juan Pablo II también nos anima a mirarnos a nosotros mismos con intensidad, porque viendo a la creatura vemos algo del Creador y para qué fuimos creados. Él nos recuerda que “el cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino” (Teología del Cuerpo 19, 4). Es decir, verdaderamente cuando “nos miramos en el reflejo” podemos ver al Padre del cielo. Ése Padre que no nos define por nuestra historia, sino por su amor, porque “no somos la suma de nuestras debilidades y nuestros fracasos; al contrario, somos la suma del amor del Padre a nosotros y de nuestra capacidad real de llegar a ser imagen de su Hijo.” (Juan Pablo II, 28 de julio de 2002). También nosotros somos mucho mas de lo que somos ahora, pero necesitamos (como Simba) volver al principio: a la gloria y belleza mas profundas de nuestra identidad.

Final feliz

Cuando Simba decide regresar al reino, se encuentra con pura muerte y desolación. El paisaje es gris, sin vida y sin flores. Sin embargo Simba va hasta lo mas profundo de ésa oscuridad para enfrentar a Scar. Cuando finalmente le gana, una agradable lluvia cae desde el cielo. El agua barre con una calavera, casi como dando lugar a la nueva vida que vence sobre la muerte. La tierra vuelve a ser fértil y los animales regresan a su hogar.

Sin dudas muchas veces también nosotros nos enfrentamos a ésos “espacios de muerte” en la vida, pero la teología del cuerpo nos recuerda que nuestra identidad original siempre es mas profunda y real que el pecado. La “verdad que es patrimonio «del principio», patrimonio de su corazón, [es] más profunda que el estado pecaminoso heredado” (Teología del Cuerpo 46,6). Por ello, con Cristo la redención es posible. Esos “espacios de muerte” realmente se pueden transformar en espacios de vida, porque tenemos al “león de Judá” con nosotros.

La película termina con una bella escena vocacional: Simba y Nala presentan a su nuevo hijo en la misma roca donde Simba fue “bautizado” y una voz desde el cielo dice “recuerda”.

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