Blog.

Renunciar al amor por amor: historia de un filósofo amante

“Ella elige la risa, yo elijo el dolor” (“Diarios”, 1837-1839). Platón solía decir que “lo bello es difícil”. Difícil de entender, difícil de practicar. Por eso, siendo bello el amor, no debe sorprendernos que sea una de las cosas más difíciles que tenemos. Estudiamos el amor, conocemos el amor, vivimos el amor, buscamos el amor, e incluso apostamos al amor. Todos ejercicios muy arduos, ¿no? Pero pocos son suficientemente valientes como para renunciar al amor. Bueno pues, esa fue la prueba que le tocó vivir a Søren Kierkegaard.

 

Contexto: el atentado existencial de Hegel

 

Europa, año 1841. La civilización occidental había comenzado a verse afectada por los nuevos ideales modernos. Desde hacía un tiempo, se habían ido asumiendo nuevas propuestas científicas y filosóficas, que reemplazaban los valores de la fe por los valores del progreso, el paradigma del caballero por el paradigma del ciudadano, y el principio de la realidad espiritual por la idealización.

 

Fue aquel hombre llamado Wilhelm F. Hegel (1770-1831) quien había elaborado una nueva forma de concebir al mundo: el idealismo historicista. Hegel afirmó que toda la historia europea era parte de algo más grande. De un Espíritu absoluto, que guiaba y movía a la humanidad hacia la libertad y el progreso.

 

De ese modo, todo lo que creemos que hacemos libremente es sólo una parte más de una razón superior que nos determina. El individuo ha muerto; Dios ha muerto. Lo único que hay en la historia es el mecanismo del Espíritu Absoluto. Esta perspectiva, cargada de romántica superioridad y un futuro optimista, se expandió a lo largo del continente, convirtiéndose en la sensación de las escuelas filosóficas e inspirando a pensadores, poetas, científicos y gobernantes.

 

El filósofo de Dinamarca

 

Del epicentro de estas nuevas ideas en Alemania, nos trasladamos a Copenhague, Dinamarca, escenario de las dichas y desdichas del joven Kierkegaard (1813-1855).

 

Los pensamientos de Kierkegaard no han tenido, lamentablemente, el mismo peso en la historia que los de Hegel. Más reflexivo que sistemático, profundamente religioso y demasiado conservador para su tiempo, sus notas se pierden bajo los nombres de contemporáneos suyos como Comte, Marx o Nietzsche. Pero no vamos a centrarnos acá directamente en sus enseñanzas, sino en la historia de su vida. Esta no sólo refleja sus ideas: también refleja su compromiso con la verdad.

 

Søren dedicó su vida a la fe. La suma religiosidad protestante de su familia lo llevó a formarse en teología y filosofía, con el objetivo de convertirse en pastor1. Enclenque y enfermizo, no obstante, tenía un alma muy profunda, melancólica y por veces irónica. Mientras en las calles se mostraba carismático y sociable, puertas adentro se sumía en frías introspecciones sobre Dios, y sobre su libertad y sus pecados. Fueron dos hechos los que marcaron fuertemente su vida: la muerte de su padre (1838) y la relación amorosa con Regine Olsten.

 

El filósofo amante

 

Kierkegaard había conocido a Regine en 1837, cuando él aún era un mozo apasionado y romántico, aunque despreocupado por la existencia. La elaboración de su amistad llegó a su culmen el 8 de septiembre de 1840. Estando solos en casa de Regina, mientras la joven le dedicaba las canciones de su piano, él la detuvo al son de sus palabras: «No me interesa la música. Tu eres lo que quiero, y he estado buscando hace dos años». Se comprometieron inmediatamente.

 

Que ambos se amaban era evidente: “Habría de navegar alrededor del mundo entero para poder encontrar el lugar que me falta y hacia el que apunta el más profundo misterio de mi completo ser, y al momento siguiente estás tan cerca de mí, llenando mi espíritu tan poderosamente que me glorifico y siento que es bueno estar aquí”. Dedicaciones de tal tipo abundan en diarios y cartas de Kiekegaard durante aquellos años.

 

Sin embargo, su alma permanece intranquila. La despedida final de su padre lo impacta profundamente. Antes de su último suspiro, este le ruega que abrace el presbiterio. La angustia de sus pecados persigue a Kierkegaard, y las dudas sobre lo eterno y lo absoluto lo sumen en graves estados de inquietud. El 11 de agosto de 1841, no solo rompe con Regine, sino que se dedica a escribir frías cartas y dolientes artículos, para que ella lo olvida para siempre. A pesar de sus insistencias, la joven danesa terminaría asumiendo la ruptura, contrayendo matrimonio en 1847 y mudándose a América. No volvieron a verse.

 

El caballero de la fe

 

A pesar de ello, el teólogo la guardó en lo profundo de su corazón hasta el final de su vida. ¿Por qué lo hizo? ¿Cuál fue la razón de tal renuncia? Pues sigue siendo desconocida.

 

Lo que sabemos es que, después de aquella dramática experiencia, Kierkegaard se enfocó a pleno en aquella misión que había asumido: el rescate de la existencia y la fe. Frente a una época extasiada por las propuestas idealistas, un joven ironista danés pelea a capa y espada por esta verdad: que el hombre es libre, y que sus decisiones son la semilla de la angustia.

 

En contraste con el Espíritu determinista y progresista de Hegel, Kierkegaard ve que es necesario salvar la realidad de la dignidad personal. Porque ni los atributos de la razón zanjan la desesperación del hombre ante la pregunta “¿qué tengo que hacer yo?”. La solución está en un irracional salto de fe. En una absurda entrega a la voluntad de Dios: “El más grande de los hombres fue quien esperó lo imposible”. Entre nosotros y la posibilidad, se abre un oscuro abismo, que solo es superado por la visión de la fe. Esa que la historia había olvidado.

 

Esa defensa de la verdad fue para Kierkegaard, el amor mejor. Aunque sea renunciar a cualquier otro amor y elegir el dolor. Ha dicho: “Nunca olvido cómo Dios me ayuda, y es por tanto mi último deseo que todo pueda ser en su honor”.

 

¿Por qué Kierkegaard rompió con Regine? No se sabe. Pero hay una razón por la cual los sacerdotes no se casan, los monjes renuncian al mundo y los sabios anhelan la soledad del silencio. Es porque asumen un compromiso con un amor que saben que es más grande que todos los amores de la tierra, y cuya unión exige una entrega total.

 

* * *

 

No hay moraleja en esta historia, porque su enseñanza no pretende ser ley universal. No estoy diciendo que terminen sus noviazgos y se hagan curas o monjas —aunque, ¡quien sabe…!—. Pero sin duda que es una historia inspiradora.

 

Tal vez porque nos sirve para ver que, por encima del amor de los hombres, hay algo que también exige ser amado, aunque duela. En definitiva, si nuestras relaciones amorosas no favorecen nuestra búsqueda de la Verdad, tal vez debamos imitar a Kierkegaard, y elegir por sobre todo la Verdad. Aunque sea difícil.

 

O tal vez es inspiradora porque nos invita a inspeccionar nuestra interioridad y preguntarnos: en caso de ser necesario, ¿estoy dispuesto a renunciar al amor… por el Amor?

 
 

1Después podremos discutir sobre la fe de Kierkegaard, que claro, no llegó a ser católico. No obstante, tampoco fue del todo protestante, considerando que fue expulsado de la Iglesia de Dinamarca por oponerse a las doctrinas luteranas. Existió en él una intuición profundísima de la fe religiosa y el alma humana. Por el momento, les recomiendo el libro De Kirkegord a Tomás de Aquino, de Leonardo Castellani, cuya tesis se resume en: “Si Kierkegaard hubiese vivido más allá de sus 43 años, hubiese entrado en la Iglesia Católica”.

También te pueden

interesar estos artículos

¿QUIERES SER UN
AMA FUERTE LOVER?

¡Suscríbete!

Artículos relacionados.