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¿Nosotras nos autocosificamos?

Mucho se habla, desde diversos ámbitos y voces, acerca de la cosificación que ejerce el hombre sobre la mujer; pero poco y nada se habla acerca de la autocosificación femenina. En el artículo de hoy quisiera compartir dos breves reflexiones sobre esta perspectiva tabú, en la que es la propia mujer quien se cosifica; en la que ella, sin saberlo, normaliza situaciones de cosificación.

 

1. La falsa creencia de que no merecemos amor sano nos cosifica

 

“Me enamoré y él sólo quería acostarse conmigo…”, “Dejala: yo te doy lo que ella ya no te da”. ¿Cuántas veces escuchamos estas frases? ¿Cuántas veces las naturalizamos? Estoy segura de que gran porcentaje de mujeres alguna vez hemos sufrido —o conocemos a alguien que ha sufrido— un desamor. Y que vuelva a suceder asusta; asusta esa incertidumbre de “Si le digo que no, ¿me dejará?”. Pero vale la pena, porque cuidar nuestro cuerpo es cuidar nuestro corazón: no sólo un corazón que bombea sangre, sino también un corazón que guarda nuestros tesoros más preciados.

 

Cuando se considera que el amor obliga al sexo y que sin sexo no puede haber amor, que la cantidad de amor que merecemos se reduce a cuánto sexo tenemos —y se generaliza creyendo que todos los hombres son iguales—, la mujer tiende a autocosificarse, poniendo su propia vida al servicio del placer. Como si fuéramos objetos para satisfacción ajena. Sin embargo, nuestras vidas valen muchísimo, y tenemos una dignidad que no podemos tirar al canasto de “ofertas y rebajas” para mendigar aceptación y quedarnos en el conformismo de simplemente no estar solas.

 

La verdad es que no todos los hombres son iguales; los hombres castos y caballerosos existen, y son muchos. Tendemos a culpar y meter en la misma bolsa a todos los hombres, porque reconocer que nosotras tomamos malas decisiones a causa de falta de amor propio es doloroso. Pero es hora de que cada rodilla raspada nos impulse a levantarnos y reconciliarnos con nosotras mismas, para no volver a cometer los mismos errores y aprender a valorarnos por lo que somos, que es mucho. Todos merecemos una persona que, antes de desnudar nuestros cuerpos, pueda mirar y amar nuestros corazones; empecemos por nosotras mismas, y veremos cómo el mundo cambia de color.

 

2. El falso concepto de libertad y empoderamiento nos denigra

 

En ocasiones, influidas por ideologías hedonistas que sólo rinden culto al cuerpo —ignorando lo esencial de cada persona—, las mujeres se exponen a la promiscuidad, en la creencia de que eso las empodera. Pero, en realidad, las hace vulnerables.

 

El simple hecho de que entre los propios movimientos de mujeres se haga creer que debemos desnudarnos para poder ser escuchadas, o que debemos mostrar el escote y alcoholizarnos para ser libres, constituye una autocosificación. Es denigrante insinuar que para que una mujer pueda hacer valer sus opiniones, reclamos y pensamientos deba mostrar su piel o ser agresiva, porque se considera que vestida y serena nadie le daría importancia.

 

Debe quedar claro que nuestra voz siempre sonará fuerte, aunque nosotras mismas la creamos silenciada, pues las mujeres somos importantes, porque ocupamos un lugar fundamental en la sociedad, porque nadie podrá apagar nuestra esencia femenina. Ni con toda el agua del mar.

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