El ser humano experimenta la realidad a través del cuerpo. Ninguna experiencia la vivimos aislados del cuerpo. El cuerpo es el fundamento necesario para vivir la vida terrenal. Entonces, si la fe es lo que me permite descubrir el significado de la realidad, el primer significado que debo descubrir es el del propio cuerpo. Comprender el sentido del cuerpo humano es la llave que me permite acceder al propósito de todo el resto de la existencia. El significado del cuerpo, por lo tanto, no es un extra dentro de la experiencia humana. Por el contrario, es parte fundamental.
La evangelización requiere de la teología del cuerpo
Jesucristo vino a cumplir con el deseo de San Pablo y, por lo tanto, el de toda la humanidad que afirma: “gemimos interiormente anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo.” (Rm 8, 23). Esto nos permite presuponer que hay algún problema con el modo en el que experimentamos nuestros cuerpos, como si nos hubiéramos alejado del significado del cuerpo.
Es por ello que la evangelización requiere de la teología del cuerpo. Cuando una persona o una cultura no están evangelizadas, eso se ve en cómo tratan al cuerpo humano. Y tal síntoma nos advierte de una enfermedad grave: si encontramos confusión respecto del significado del cuerpo o de cómo tratar al cuerpo, sabremos que allí es necesario anunciar la Buena Noticia.
Todo lo que afirma a Cristo encarnado viene de Dios
Esta relación inseparable entre el Evangelio y la experiencia del cuerpo humano es tan fundamental que, desde el principio de la historia, el enemigo ha intentado separar a Cristo de la carne. ¿Cómo puedo reconocer al enemigo presente en los temas relacionados con la carne? Es simple: todo lo que afirma a Cristo encarnado viene de Dios; todo lo que separa a Jesús del cuerpo viene del Anticristo.
Así lo declaran las Escrituras: “En esto reconocerán al que está inspirado por Dios: todo el que confiesa a Jesucristo manifestado en la carne procede de Dios. Y todo el que niega a Jesús no procede de Dios, sino que está inspirado por el Anticristo” (1 Jn 4, 2-3). Por ello, todo lo que separa al Evangelio de lo corporal se convierte en una abstracción, es decir: deja de ser cristiano, y se vuelve en su contra. Se convierte al cristianismo en una especie de propuesta intelectual e idealista.
El cuerpo humano es camino para la vida trinitaria
La locura de la propuesta cristiana es que el sentido y la causa de todo lo que existe —el origen y meta, el propósito, el amor, el gozo, la verdad, la bondad, la belleza…— se hizo carne. Todo lo que el corazón anhela con todas sus fuerzas se reveló a sí mismo en el cuerpo humano. Es por ello que Juan Pablo II habla del “sacramento del cuerpo”: habla de la capacidad que tiene el cuerpo humano de abrirse al misterio de la vida trinitaria y de ser el camino para llegar a participar en ella.
Debemos proteger también la vida divina que habita en nosotros
Quien acepte esta novedad de la propuesta cristiana debe saber que también sufrirá el ataque contra el cuerpo humano. Esto significa no sólo el ataque contra la vida humana, sino también contra el mismo misterio de la Vida divina en nosotros. Porque es el cuerpo humano —especialmente el de la Palabra hecha carne— quien nos regala la Vida eterna de Dios a nuestros propios cuerpos.
La plenitud se dio a nosotros en forma de carne
En el comienzo del Catecismo de la Iglesia Católica —en el inicio de su prólogo, ¡antes que cualquier otra cosa!—, leemos esta cita de las Escrituras: “Esta es la Vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3). Debemos prestar mucha atención a cuando la cita dice la palabra “esta”. De algún modo, es la Palabra fundante de todo lo demás. Sin esa palabra, la “Vida eterna” sería simplemente un concepto abstracto, una idea. ¡Y no es así!
“ÉSTA (¡que está aquí!) es la Vida eterna”. ¿A qué se refiere? En primer lugar, en la Biblia la Vida eterna no es simplemente algo que dura para siempre: la Vida eterna es quien Dios es. Vida eterna significa que el eterno se hace uno con nosotros para responder a nuestros deseos más profundos. En particular, el deseo de lograr un amor y una felicidad que sean absolutamente fieles y que nunca se agoten, que colmen mis expectativas de Vida.
Esta plenitud, esta Vida vino a nosotros de forma concreta, en la carne. Se ha convertido en “esto”. No es meramente un concepto. Es algo que puedo señalar con el dedo, tocar y ¡hasta saborear en la Eucaristía! La Vida eterna se ha convertido en una realidad concreta.
Podemos encontrar la vida eterna con nuestros sentidos corporales
“Esta” es la Vida eterna: conocer experiencialmente e íntimamente al Dios verdadero. ¿Cómo? “Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” (Gal 4, 4). Se nos habla de algo que ocurrió en un tiempo específico y en un lugar concreto: “El Verbo se hizo carne” (Jn 1, 14). Esto no es una abstracción: es un hecho.
Si no logramos ver la concreción de este evento en el tiempo y el espacio, no lograremos ver al Evangelio. ¡Es absolutamente crucial! “Esta” es la Vida eterna, dice Jesucristo. La Vida eterna no es un concepto, no es una idea. Es algo que podemos encontrar con nuestros sentidos corporales.
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Hay un pequeño detalle que nos quiere ayudar a recordar ésta realidad fundamental. Dentro de la Basílica de la Anunciación en Nazaret, lugar donde el Ángel Gabriel anunció a María que el Verbo se haría carne en ella, hay un altar que debajo tiene la siguiente inscripción: «Verbum caro hic factum est». Es decir, «el Verbo se hizo carne AQUÍ».