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¿Cómo superar cristianamente el miedo al fracaso?

¿Éxito o victoria? ¿Esclavitud o servicio? ¿Lo temporal o lo eterno? Aunque no resulte habitual que lo pensemos en estos términos, lo cierto es que decidirse respecto de estos tres “this or that” existenciales no es sencillo, pero sí fundamental. ¿Por qué? Porque nos pone frente a una actitud vital que gobernará nuestras acciones, acercándonos o alejándonos del modelo de toda virtud, es decir, de Cristo. Aunque en verdad creemos que Él ha muerto en la cruz y resucitado para salvarnos, podemos descubrir con estupor que la presión social ha afianzado en nosotros ambiciones, e incluso estructuras psíquicas, que nos conducen por un camino distinto al que Jesús nos propone.

 

Estos temas aparecen reflejados en la novela miscelánea The devil’s devices, or Control versus service (1915), de Douglas Pepler, ilustrada con grabados de Erick Gill. Por ello, hoy quiero comentarte algo acerca de este intrigante y fascinante libro, para profundizar respecto de qué decisiones debemos tomar para perfeccionar nuestra forma de obrar y de amar.

 

El autor y su obra

 

Hilary Douglas Clark Pepler (1878-1951) fue un poeta, ensayista, artesano e imprentero inglés. Converso del protestantismo, se bautizó en la Iglesia Católica en 1916 y se hizo terciario dominico en 1918. Cercano a Gilbert Keith Chesterton y a Hilaire Belloc, en 1920 Pepler fundó junto al artista plástico Eric Gill una comunidad de artistas y artesanos llamada “Guild of Saint Joseph and Saint Dominic”, que dio nueva vida al pueblo de Ditchling, en Sussex, renovando su fe. Para que se den una idea, Pepler y Gill notaron que en el pueblo no se rezaba el Ángelus porque no había un campanario que lo anunciara, y entonces decidieron construir uno: así, en ese plan.

 

Como parte de su proceso de conversión, junto con otras obras basadas en la imaginería medieval —como su “Dragon poem” (1916)—, Pepler escribió en 1915 The Devil’s Devices, or Control versus Service. Allí combina narrativa y ensayo—con algunos toques dramáticos y líricos, y grabados de Gill—, para contar qué sucede cuando el Demonio, como personaje principal, se inmiscuye en la política, la economía y la cultura. Junto con el Demonio, aparece la figura protagónica del Autor, y al final el Demonio va a buscarlo a su casa, para pedirle que no publique el libro. Pero el Autor le responde con audacia, y el libro finaliza con el poema que nos permite comprender ese subtítulo “Control versus servicio”, y cuyo fragmento les traduzco aquí:

 

El Demonio cabalga, y Cristo cabalga

en un asno.

Uno, a tener éxito

donde reina el pecado.

El Otro, a una cruz

donde yace la alegría.

¿Y nosotros? Nos preocupamos

por ocupar nuestro lugar en la partida.

 

Acompañado de un grabado de Gill en el que la cruz de Cristo refulge, triunfante, este poema final cierra el libro con la importancia de tomar partido: expresa la profundidad teológica la decisión ética. ¿A quién queremos seguir: a Cristo, que murió crucificado, o al demonio, que hoy parece enseñorearse de todo en el mundo: de los medios, de la política, de la economía…?

 

La victoria de la cruz

 

En charlas con amigos, en las redes sociales, en catárticas confesiones en foros, en sesiones de terapia…, ¿cuántas veces hemos escuchado en estos tiempos acerca del miedo al fracaso? Ante una época que nos genera estrés, adicción al trabajo, ansiedad y depresión, en la búsqueda de un éxito inalcanzable —pues, si obtenemos algo, nunca es suficiente—, la cruz de Cristo se erige como el pilar de la victoria.

 

Se trata de una victoria de grandeza rotunda, pero no exitosa. De una grandeza quizás oculta para quien esperaba ver a un rey con una corona de oro que doblegara a las tropas enemigas. El Salvador vence coronado de espinas, desnudo y herido, abandonado por sus amigos y entre dos malhechores. Pero vence. Y así como Cristo afirma ante Pilato “Mi realeza no es de este mundo” (Jn 18, 36), nuestra grandeza tampoco es de este mundo.

 

La grandeza del servicio

 

Nuestra grandeza no es de este mundo, decimos, porque elegimos victoria antes que éxito, y servicio antes que esclavitud. Porque no queremos ser esclavos de un sistema perverso que nos exige vivir corriendo detrás de la zanahoria del “éxito”. Mucho puede decirse acerca de esa esclavitud moderna, y tenemos ejemplos a la mano en cualquier sitio: la disconformidad constante de los jóvenes adultos, los impulsos consumistas que se busca exacerbar en los niños, la necesidad de acumular títulos y papers para los académicos… Todos ejemplos que nos permiten recordar que “todo es vanidad y correr tras el viento” (Ec 1:13-14).

 

Por el contrario, nosotros queremos ponernos al servicio de Dios y de los demás. ¡El servicio es un acto de libertad! Con ello en mente, y con la mirada puesta en lo Alto, todo nuestro accionar —nuestros quehaceres domésticos, la crianza de nuestros hijos, nuestros detalles para con nuestros padres, nuestro empeño en el estudio, nuestro esfuerzo en el trabajo, nuestra dedicación a una obra de apostolado, nuestra fe en nuestro emprendimiento—, todo se verá elevado. Como el incienso que perfuma las ofrendas del altar. Después de todo, Dios fue quien nos dio los talentos: si los pongamos en práctica, lo demás vendrá por añadidura.

 

* * *

 

Esta es la razón de nuestra alegría, que nos permite vencer el miedo a un supuesto fracaso, en los términos del mundo. Pues el mundo no conoce esta alegría, y necesita que se la anunciemos. Al nutrirse de la Resurrección, ella es la piedra fundamental de un estilo de vida que no se queda en lo temporal, sino que lo eleva hacia lo eterno. Gracias a esta alegría de saberse servidores —y no esclavos— y triunfantes —aunque no exitosos—, nuestra alma puede regocijarse.

 

Porque frente a nuestras dudas, nuestros escrúpulos, nuestras culpas, nuestras inseguridades, nuestra excesiva preocupación por el qué dirán o nuestra falta de ganas de vivir, Cristo nos recuerda algo. Nos recuerda que Él nos amó primero, que para Él, a pesar de nuestros pecados, somos suficientes. Por ello, tengamos los ojos del corazón abiertos, para gozar de esas cosas —pequeñas, sí, pero también victoriosas, libres y perennes— que el mundo ha olvidado: la sencillez de un amanecer, la admirable calma de un momento de silencio, la magnanimidad de una pequeña y cotidiana muestra de amor.

 

Si te gustó este artículo, no dejes de seguirme en @conluznodespertada. Además, si estás interesado en la figura del poco conocido Douglas Pepler, te cuento que en mi libro Con luz no despertada (@editorialbarenhaus, 2021, con increíbles ilustraciones de @claritadoval) tengo un poema dedicado a él, titulado “Oración de Douglas Pepler”. ¡Mi libro es muy fácil de conseguir! Está disponible en formato físico en Yenny, Cúspide y otras librerías de Argentina (o en tematika.com, con envíos a todo el país), y en formato digital en la web de Editorial Bärenhaus, desde cualquier lugar del mundo. Por último, te dejo un artículo que he publicado al respecto sobre la obra de Pepler: https://repositorio.uca.edu.ar/handle/123456789/3833. Allí, comparándola con textos medievales, analizo la figura del Demonio, que en The devil’s devices se presenta productor de cine, como alto funcionario en el orden político y como instructor de una nueva escuela económica. ¡Espero que te guste, y nos vemos en el próximo artículo!

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