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Mujer: elijamos lo que perdura



El desayuno, los uniformes del colegio de los chicos. El gasista que debe venir, y el turno médico del bebé. El curso al que te anotaste. El botón que falta coser. La visita a tu madre el domingo ⎯no te olvides de llevar la torta⎯, y tu clase de pilates. El mail del trabajo que no respondiste aún, la fecha del seminario que no anotaste en tu agenda…


Son tantas las cosas que a veces, de modo sumamente natural, las mujeres tenemos en la cabeza. Yo, por ejemplo, no me había dado cuenta de que tenía tantas, ¡hasta que me senté a escribir este artículo para Ama Fuerte! (Y debo decirlo: estar escribiéndolo me libera de un pendiente.


Hoy, los invito a reflexionar acerca de esto, proponiéndoles un poema de mi libro Con luz no despertada, que ha tenido muy buena acogida en los lectores. Lejos de abogar por que la mujer abandone el ámbito laboral, o hasta de demonizarlo ⎯lo he leído recientemente en un sitio sobre familia y maternidad⎯, y lejos también de victimizarla por lo que el feminismo denomina como la “carga mental”, creo que la lista de tareas que suele oprimirnos puede ser también mirada con otros ojos. Con ojos de contemplación, con ojos de poesía.



Elegir el modelo verdaderamente perfecto


Es cierto que el estilo de vida actual resulta en muchas ocasiones desgastante, y también lo es ⎯aunque de modo distinto⎯ para los hombres, claro está. El mundo contemporáneo urbano nos impulsa a todos a la acción constante, y solemos seguir ese impulso sin pensar en las consecuencias. Se trata de lo que Josef Pieper llama “el mundo totalitario del trabajo”.


Pero confío en que, gracias a un cambio de perspectiva, podremos sobrellevar mejor esa lista de tareas, siempre y cuando no estemos aspirando a una perfección inalcanzable y mundana. ¿A qué me refiero con ello? A esa supuesta perfección que encarnaban, al menos inicialmente, personajes como Emily Gilmore, de Gilmore girls o, más aún, Bree Van De Kamp, de Desperate housewives. Un caso también conocidísimo en la televisión, aunque quizás no recuerden su nombre, es el de Evelyn Peters, la compañera del secundario de Marge Simpson, en el capítulo del vestido de Marge. Mas allá de las evidentes marcas de clase y de estilo de vida norteamericano, estas mujeres encarnan el estereotipo de la mujer perfecta: la que siempre viste la ropa impecable, lleva el maquillaje divino y el peinado lustroso, tiene perfectos a todos a su alrededor, y nunca dice una palabra fuera de lugar.


Sin embargo, si buscamos un modelo verdaderamente perfecto, en todos los sentidos, ¿a quién encontraremos? ¡A la Virgen María! A una María que da a luz en un pesebre. A una María que, tras perder a su Niño, tarda tres días en encontrarlo ⎯y que, al encontrarlo, no lo regaña⎯. A una María que, incluso ante la negativa de Jesús, pone a sus órdenes a los servidores, en las bodas de Caná: es una María que no se queda callada. A una María manchada de sangre tras el encuentro con su hijo, que camina hacia el Calvario para ser crucificado junto a dos ladrones.


Este es nuestro modelo de mujer: no el de las apariencias o la frivolidad. El que, pese a lo mal que pueda verse, se enfoca en lo esencial, en lo perdurable. Ojo: con ello no estoy diciendo que todas tienen que ser de mi “team” ⎯el “team Maru” está siempre algo despeinado, olvida hidratarse el rostro por la noche, y lucha contra su feroz tendencia a la impuntualidad⎯. Lo que quiero decir es que, si nos sentimos desbordadas por todo lo que hay que hacer, si no nos alcanzan las manos o las horas…, elijamos, prioricemos. Apuntemos a aquellas cosas que en verdad importan.


Elegir cambiar la mirada: mi poema, titulado “Marta en silencio”


La fresca jarra del agua

vibra, y en su melodía

va cantando los amores

que en mi casa me habitan.


Amor al pasto cortado,

amor a la sopa tibia,

amor al fuego en la pava,

amor a la mesa limpia.


Cierro la canilla, y canta

el silencio en mi cocina.

El silencio sabe historias

de cruces, de almas y espinas.


El silencio dice: ama,

pero ama más lo escondido.

No lo ordenado: ama el orden.

La belleza, no lo lindo.


Ama no que en la pared

se alce firme el crucifijo:

más ama al Crucificado,

en quien se afirma el sentido.


No ames amasar un pan:

ama a quien te hizo de arcilla

y forjó tus manos fuertes

para que moldeen la harina.


Ama no el saber andar,

sino el sabor del Camino.

No ames el poder cantar:

ama el canto que te dicto.


Y cuando por fin se apaguen

los afanes de esta vida,

cuando ni siquiera haya agua

ni costuras, ni comidas,


cuando sólo la fe baste

para saberte encontrada,

ama a Dios: sé feliz reina

y esplendor de Su morada.


Elegir el silencio